El Legado de Nosotxs lxs indixs: «¿Y yo qué?»
En mayo de 2019 nos encontramos desde México entre pueblos y procesos en territorios, espacios académicos y con organizaciones de base, para sentipensarnos desde el legado de «Nosotrxs los indixs», como se titula la 4ta edición del libro de Hugo Blanco Galdos. Allá con el compañero Hugo Blanco Galdos, con otrxs compas de sueños y con la lucha de los pueblos como inspiración y desafío, nos conmovimxs en cada rincón con cada gesto, palabra, abrazo, sonrisa, lágrima… Nos desbordó reconocernos en cada estrategia de guerra contra la vida y nos oxigenó la cercanía con resistencias y autonomías que siguen emergiendo frente a la muerte. Nos queda imposible describir lo que allí vivimos, por ahora, sólo compartimos dos textos de lxs compañeros Alicia Castellanos (Una nota a la obra) y Gilberto López y Rivas (Nosotrxs lxs indixs), quienes tejieron palabra desde Cuernavaca. Allí en un conversatorio con el pretexto de presentar el libro «Nosotrxs lxs indixs», nos desafiamos y nos reconocimos en el legado de la lucha indígena más allá de la categoría impuesta. La huella imborrable de este encuentro seguramente quedó recogida en el comentario de uno de los participantes conmovido por el testimonio y la vida de Hugo Blanco, quien le dijo mirándolo directamente: «gracias compañero por su vida y por su lucha, al conocerlas y conocerlo no puedo sino preguntarme ¿Y yo qué?.» Con esa pregunta quedamos quienes asumimos el legado de Hugo Blanco. Así sí, resistencias y caminos. Pueblos en Camino
HUGO BLANCO GALDÓS, NOSOTRXS LXS INDIXS, En cortito que´s pa largo, Pueblos en camino et al, Qro, México, 2019
Una nota a la obra
Este libro que hoy presentamos enseña muchas cosas que alientan la vida en este contexto de violencias y de crisis civilizatoria en el que vive la humanidad. Enseña la dulzura de la amistad y el amor al Otro, la de Hugo Blanco, luchador social indígena y campesino y José María Arguedas, escritor, antropólogo y poeta, entre seres que trascienden su tiempo, por su humanismo y vida de lucha, cada uno desde sus propios lugares, construyendo conciencia y reconocimiento del Otro.
Los escritos son una historia de lucha de los pueblos indígenas y campesinos en el Perú de mediados del siglo pasado, al nuevo milenio, contra la explotación, la opresión y el racismo que viven en las haciendas y en las sucesivas formas de reparto de tierra, en la sociedad. Trata de lo que es ser indio en el Perú contemporáneo, de la concepción de Hugo Blanco de lo indio frente a Occidente. De la experiencia de lucha por la tierra y la dignidad de hombres y mujeres valientes, forjados en la historia de las violencias de Estado y de las clases dominantes, pero también forjados en la lucha social, la que es para Hugo Blanco una alegría; trata profusamente de la solidaridad y reconocimiento de otras luchas; en fin, de un ser revolucionario de todos los tiempos que es Hugo Blanco.
Por todo esto, desde que tuve en mis manos el libro me di cuenta de su valor, lo que causaría un alivio, porque en ese momento debía terminar la lectura de una tesis “Vivir entre Fronteras”: Movilidades de comunidades afrocolombianas en la frontera Colombia y Ecuador. “Memoria de los nuevos paisajes y reconfiguración territorial”, una vida desgarradora, cuyo escenario es Tumaco, en la costa Pacífico de Colombia, allí donde las violencias parecen ser endémicas y el miedo y el terror son parte de la vida cotidiana de los afrodescendientes que allí habitan, quienes encuentran reducidos espacios de resistencias, prácticas de sobrevivencia, movilidad, donde hay jóvenes en la desesperanza absoluta, que no piensan que puede haber un futuro.
Nosotrxs lxs indixs, es una obra que conmueve nuestro ser, nuestras conciencias, revela el potencial de la fraternidad que yace como una fuerza inconmensurable que se opone al individualismo que el capitalismo a diestra y siniestra impone en toda relación social.
La Amistad
El libro abre con las excepcionales cartas entre Hugo Blanco y José María Arguedas; este efímero epistolario enseña el encuentro de la diferencia que se funde en la dulzura de la amistad entre estos dos personajes, el que nace del respeto y la admiración, de la capacidad de reconocer y amar al Otro, las que se descubren con palabras de otras lenguas y formas de expresar sentimientos difícilmente traducibles del quechua al español, palabras que hablan con un sentido profundamente humano, que no son más que la capacidad de lo humano mismo, fortalecidas por sus convergencias ideológicas y políticas.
La carta de Hugo Blanco a Arguedas es una llena de palabras que salen del corazón, del corazón indio, de bellos y profundos sentimientos que explican el sentido recóndito para nosotros del denominado Tequio o Ayuda mutua, que es, en sí ciertamente una práctica colectiva. Hugo Blanco escribirá a Arguedas: “Muy tiernamente nos decimos: “Señor mío, vengo a pedirte que me valgas; no seas de otro modo; mañana hemos de sembrar en la quebrada de abajo; ayúdame pues caballerito, paloma mía, corazón”. Con estas palabras, dice, solemos empezar a pedir que nos ayuden.
Le cuenta a Arguedas cómo penetra su escritura en su corazón, que no lee con frecuencia porque “podría romperse”. El amor de Hugo Blanco va para su amigo Arguedas, taytáy, su origen indio, su lengua quechua, las formas de relación entre su gente de trabajo y lucha contra los dominantes.
Hugo Blanco habla con el corazón y la razón histórica de los pueblos que trabajan y luchan por justicia y dignidad. De allí la extraordinaria fuerza de su palabra. Ante esta declaración de amor y alegría, Arguedas, responde desde la semejanza y la diferencia y su corazón:
Oye, voy a confesarte algo en nombre de nuestra amistad personal recién empezada: oye hermano, sólo al leer tu carta sentí, supe que tu corazón era tierno, es flor, tanto como el de un comunero de Puquio, mis más semejantes”.
La alegría de la lucha
Hugo Blanco le dirá a Arguedas en estas cartas de la alegría de la lucha, la que está en toda su narrativa, la que le acompaña durante toda su vida, en las condiciones más adversas de su lucha, hablará siempre de la alegría y de los grandes días que debían avecinarse en que la explotación y la opresión tendrían fin. Arguedas contestará vaticinando el precio de la esperanza, hermanándose:
(..) Ése hermoso día que vendrá, (…) viene, lo siento, (…).[Pero] Temo que ese amanecer cueste sangre, (…) Tú sabes y por eso apostrófas, clamas desde la cárcel, aconsejas, creces (…), hay odio y fuego en ti contra los gamonales, de toda laya; y para los que sufren, para los que no tienen casa, ni tierra, los wakchas, tienes pecho de calandria; y como el agua de algunos manantiales muy puros, amor que fortalece hasta regocijar los cielos. Y toda tu sangre ha sabido llorar, hermano. Quien no sabe llorar, y más en nuestros tiempos, no sabe del amor, no lo conoce. Tu sangre ya está en la mía, …”. [1]
Esta amistad fusiona caminos, el de las letras y la acción política, de personajes comprometidos con las luchas populares, con la vida, con la humanidad y con la convicción de que vendrá un día en que habrá una transformación del sistema de explotación y dominación capitalista, no de cuarta, ni de quinta.
La comunidad frente al neoliberalismo
La carta abierta que Hugo Blanco escribe, mucho tiempo después a Mario Vargas Llosa, escritor y poeta peruanoserá de otro orden. Esta carta se debía a que Vargas Llosa, luego de la masacre a más 200 indígenas que defendían la selva, y de multitudinarias protestas en Perú y otros lugares del mundo, y de que el gobierno de Alan García se vio obligado a derogar los Decretos de Ley que depredarían aún más la selva, lamentó la derogación, calificando de retrógradas a las comunidades indígenas, por oponerse a la inversión privada de las grandes empresas multinacionales en sus territorios y por considerar la incompatibilidad del desarrollo y el progreso con el colectivismo. En este contexto, Hugo Blanco hace una defensa de la comunidad, que las multinacionales quieren destruir, por ser “herramienta fundamental para la defensa de la Madre Tierra”, una institución democrática, que no niega la individualidad, como lo afirma el conservador Vargas Llosa. Le explica Hugo Blanco:
“La cultura colectivista es la de la solidaridad humana, al contrario de la que usted defiende, extremadamente egoísta”. El ejemplo es el de las multinacionales que emiten gases de invernadero que conducen a la extinción de la especie humana, sin que les importe “sus nietos, ni sus hijos”, sino obtener las mayores ganancias, más dinero “en el menor tiempo posible.”[2]
Estas son palabras que dirige el revolucionario a un Premio Nobel de la literatura que piensa las comunidades indígenas deben desaparecer por ser obstáculo al progreso y desarrollo capitalista. Lo que se repite y reitera el discurso dominante a la hora de defender el avance de los megaproyectos en toda nuestra América, en México, en este estado de Morelos.
Es una constante en la obra el contraste entre civilización y culturas indias, no en sentido esencialista, etnicista; si de realidades contundentemente fincadas en valores y conceptos distintos, los unos desde el punto de vista sistémico, intrínsecamente depredadores y destructores de la vida, en el otro polo equidistante, culturas más proclives a la vida, a la colectividad, a la solidaridad, al reconocimiento de la diversidad.
Hugo Blanco es un humanista
Hugo Blanco acumula sabidurías, en el encuentro con los suyos y los Otros, en la lucha por la tierra y por la vida. En este camino dialoga con sus taytas y escribe “hay que conocer bien lo de nosotros y lo de ellos para pelear mejor”. Hugo Blanco tiene la voz sabia que todos queremos escuchar, para saber, aprender, llorar, alegrarse, seguir en las luchas liberadoras.
Hugo es un humanista, cuenta a su maestro, taytay, del palazo que le rompió la cabeza y produjo un hueco, piensa que la anti humanidad hiere al hombre, lo bestializa, pero reconoce que este hombre bestializado, “encierra a un hermano adentro”. No naturaliza al Otro, adversario, es la diferencia con el hacendado, el policía, la sociedad racista, que pretende demostrar la inferioridad intrínseca y la inhumanidad del indio. Hugo Blanco opone el racismo del poder al humanismo del indio.
El reconocimiento del indio, fuerza vital de la revolución en el Perú
José María Arguedas en su anunciada agonía, dirá que “mientras los indios de los runas sean “piojosos, diariamente flagelados, obligados a lamer tierra con sus lenguas”, (…) habrá muchos Arguedas muriendo y renaciendo (…). Es consciente de que la “fuerza está en el indio que se reencuentra”, no en el líder.
Hugo Blanco dirá que la única manera de incorporarse el indio a la humanidad es como indio, como pueblo. Pero sabe muy bien que la lucha del indio es sólo un componente de la revolución peruana, y seguirá escribiendo que “que costará mucha sangre la llegada de la aurora, pero que está próxima”. Expresión de una conciencia india y nacional, la lucha es de todos, la lucha india tiene una fuerza extraordinaria[3].
Para Hugo Blanco la lucha social es una alegría, es la razón de su existencia, es un héroe permanente de muchas luchas, tiempo de héroes, hombres y mujeres forjados en condiciones de explotación y opresión, frente a la clase de hacendados que pensaba tenía derecho a“matar a los indios como a perros”.
Los indios organizarán la autodefensa, Hugo Blanco vive en la lucha social, perseguido, vive tiempos de clandestinidad, de huelgas de hambre, de mítines y movilizaciones, de cárcel y tortura, deportado, en exilio, con secuelas de las torturas y una voluntad de hierro para seguir en rebeldía.
La lucha por la tierra en el Perú de mediados del siglo pasado es cruenta, es profundamente desigual, los hacendados instrumentan su poder, manipulan juicios si son favorables a los campesinos, los ignoran, encarcelan dirigentes, asesinan, torturan, mientras los sindicatos se fortalecen y actúan con gran inteligencia. La primera reforma agraria del Perú la hizo el campesinado y termina cuando los de la autodefensa están presos, siguieron las tomas de tierra y las masacres. Durante sus años en la prisión, Hugo Blanco aprende, los presos le informan de atropellos y corrupción de hacendados y policías. Los relatos de la represión son inimaginables, como lo son las violencias del ejército, policías y guardias contra los campesinos que se oponen al hacendado y al despojo, la explotación, al exterminio de los indios que defienden sus territorios y usan formas de resistencia pacíficas.
Hijo de la madre tierra, hombre de lealtades, solidario, eternamente leal a su causa, Hugo Blanco sería condenado a 25 años de cárcel y/o pena de muerte, logra amnistía, pero no puede ir más lejos de Lima.
De sus recuerdos y experiencias de los primeros años de los 60s, subrayamos su valentía, compromiso con todas las luchas, va a UCAYALI, a la selva amazónica, la que describe en todo su esplendor y compleja vida de relación entre los seres vivos que la habitan, árboles y animales que va nombrando y manifiesta su hermandad y dolor frente a su asesinato por “los gringos y sus cómplices”. El paisaje desolador de “inmensos cadáveres de árboles”, producido por la extracción de maderas, haciendo una petición en nombre de las y los hermanos culebra, escarabajo, sapo, árboles y plantas, mariposas, “que nos ayudes a sobrevivir, que impidas que sigan asesinando a la selva”.
En esta narrativa emerge la huelga campesina de 1989, la que se extiende en el territorio, y adopta una forma de lucha inédita, centralizada e indefinida que “bloquea los caminos para impedir el ingreso de alimentos a las ciudades y pueblos”. Las reivindicaciones de las organizaciones de la selva expresadas a través de FECADU y FECONAU, las que agrupaban a campesinos emigrados y a nativos de la zona, pedían: precios justos frente a los productos de la ciudad; pago de deuda del Estado, único comprador del arroz, maíz duro y sorgo, reducción de intereses del Banco Agrario y personal en la región, centro de acopio de productos cerca de los lugares de producción, reducción del costo de pasajes, atención a vías de comunicación, escuelas, clínicas de salud, reconocimiento y titulación de sus tierras[4].
La figura de la Dirección Contra el Terrorismo (Dicorte) es patética, detenciones arbitrarias y sin orden de juez, para “que los torturadores puedan trabajar cómodamente”, calabozos individuales en el caso de Lima, prohibido conversar entre presos, escasa comida, escuchar torturas crueles y gritos de los torturados en la noche, que hacen “sentir la vergüenza mortal de pertenecer a la especie humana y el anhelo de ser (…), cualquier animal que mata sólo para alimentarse, cualquier animal que jamás tortura.” Ver transformarse a hombres que, llegada la hora de la tortura, pasar de su ser alegre, a perder su color, temblar, transpirar preguntándose si “¿me llevarán esta noche?”.
Hugo Blanco escribe de la vergüenza que sentía, que la gente caminara tranquila y sonriente por las calles del centro de Lima, sabiendo lo que sucedía dentro de las paredes de la infamia, y se contestaba. “Es que somos humanos”.[5] Pensaba que los parlamentarios debieran de ir, con frecuencia, a las prisiones, tener interés por los presos y atender mínimas reivindicaciones. Sentía Vergüenzapor la indiferencia al sufrimiento de hermanos que defienden la vida.
Vuelve la narrativa a la selva, al goce de la selva, un paisaje poblado con su gente en las orillas del río que a su paso se escuchaban Vivas a la CCP y al desembarco, aplausos. Seguían reuniones de sus miembros surgidos de los caseríos, con sus banderas, es una lucha muy abanderada, colas para comer “frente a las ollas comunes”, las tareas de interrumpir el abastecimiento a la ciudad, comer y dormir en uno u otro puesto, todo “paladeando la delicia de estar compartiendo la lucha colectiva del pueblo selvático”, la extraordinaria organización, mientras unos hacían las guardias, otros trabajaban sus cultivos, la participación crecía, Hugo exponía análisis de la situación del país. No escapa a su mirada la vida en la selva en donde se “entreteje el trabajo y el paseo”, lo que sucede dirá es que “han estado viviendo”.[6] Dejando ver y pensar, en otros modos de vida, concepción acerca del trabajo y del ocio, formas de relacionar trabajo y descanso, no siempre como tiempos separados.
El relato del asalto a mano armada y de las incongruencias del poder judicial y de sus honrosas excepciones, de su detención, de su liberación gracias a la solidaridad nacional e internacional inmediata e incondicional, es una narrativa tremendamente conmovedora. Un valor que Hugo Blanco vive a lo largo de su caminar de lucha, solidaridad que le regresa a la vida,la que aprecia infinitamente, fundamental para la vida y la lucha. Los relatos sobre el parlamentario que se colocara delante de la rueda del avión, para evitar que se lo llevaran preso a otra ciudad, las lágrimas de su hija en su escuela que desencadenan, a su vez, tantas lágrimas entre los niños suecos y maestros, “por el amor a la justicia y a la niña”, que provoca un despliegue de solidaridad internacional, hace derramar más lágrimas. La gratitud será infinita y se desarrollará una amistad, un encuentro bello entre niños y maestros suecos y peruanos[7].
Luego vendrá el terror de la llegada al poder de Alan García, como presidente del Perú. El terror que se implanta a la resistencia y lucha de los pueblos amazónicos que pacíficamente se oponen en defensa de su territorio que invaden las transnacionales para saquear sus tierras y recursos.
La represión y la masacre no esperan, pese a su retirada táctica, justo para evitar ser reprimidos, la policía “furiosa porque no había alcanzado a reprimir”, desata el tiroteo, la persecución a balazos, los gases lacrimógenos. Cuando Hugo Blanco está en la cárcel, sabe de presos soldados y sargentos que se rebelaban, de la solidaridad manifiesta de sus compañeros que escriben al Fiscal del Consejo Supremo de Justicia Militar, que pedía pena de muerte para Hugo Blanco. De esta condena recuerda la emoción causada por la solidaridad de los presos comunes a un huelguista de hambre, que evitaban comer en el mismo pabellón, Igual la crueldad infinita de un capitán que saca a los cabos en la madrugada ordenando meterse al río, causando la muerte de frío a dos cabos, pensaba que así debían morir “los indios mierda”.[8]
Desde la cárcel Hugo Blanco organizaba y comparte sus saberes.Aparece entonces, la figura de Oviedo, un valiente campesino que en Chaupimayo organizasindicatos revolucionarios y con la fuerza y determinación de un luchador implacable, atraviesa cerros durante noches, para encontrar carreteras y “escarbar en cada uno de los carros que pasaban, para descubrir en cual deellos llevaban preso a Hugo Blanco, a su hermano, (…) hasta que las balas delas bestias lo matan”[9].
Ser revolucionario
Para Hugo Blanco:
“El revolucionario ama la vida. Porque, aunque sufre intensamente sus dolores y los de todos sus hermanos, vive para aplastar esos dolores. Por eso a pesar de tanto dolor, es feliz. El revolucionario ama el mundo. Porque, aunque vive en un mundo de miseria, injusticia y odio, (…) vive para cambiar ese mundo.
“Ser revolucionario es amar el mundo, amar la vida, ser feliz. Por eso no huye de la vida, sabe que es su obligación vivir para luchar y le gusta vivir.
¡Pero tampoco huye de la muerte!
Porque también muriendo se combate, porque también muriendo se transforma al mundo, porque también muriendo se ama la vida. ¡Porque también muriendo se vive! Por eso también le gusta morir” [10].
El valor de la solidaridad es una fuerza, es un instrumento, para salvar vidas, detener violencia, alimentar el corazón dolido, solidaridad es amor al próximo, con más o menos riesgo, solidaridad por amor a la justicia, a la persona. Aquí está esa solidaridad, lágrimas que provocan más lágrimas, y solidaridad en Suecia, lectura que provocó lágrimas de alegría.
No es sólo sacrificio, es la lucha un espacio de fraternidad, de solidaridad, de hermandad, de igualdad, será por eso alegre, cuando se produce una ruptura del orden de las dominaciones.
Hugo Blanco es un luchador de todos los tiempos, de su tiempo, de hoy y de mañana, porque estará en otros ponchos, esto es, en otros que seguirán la lucha por ése otro mundo. La historia que escribe Hugo Blanco se entreteje con otras historias, con otras voces y encuentros, con la lucha del pueblo kurdo y el pueblo zapatista,
El legado de Hugo Blanco para hoy en este México es invaluable, significa los valores más caros del ser humano, la amistad, la solidaridad, lavalentía, la dignidad, el reconocimiento de lo humano, la alegría en la lucha, estrategiaspara la lucha social.
Su encuentro con los zapatistas no es una casualidad, Hugo Blanco no concibe una lucha sin alegría, la que expresa en su sentir, los zapatistas en sus canciones, música, arte, construyen el futuro que deberá estar plagadode alegría y arte. Ha dado sentido a muchas vidas, a las nuestras, arte y resistencias. Un luchador o revolucionario ejemplar, por la tierra, por todas las causas justas, democracia, contra la explotación, antirracista, anticapitalista,
Quedamos profundamente agradecidas, (os) por la generosidad de Hugo Blanco al compartir su experiencia de lucha, sus conocimientos, análisis, saberes, su alegría por la vida.
Autora: Alicia Castellanos
[1] Hugo Blanco, ob.cit: 34
[2] Hubo Blanco, ob.cit: 118
[3] Hugo Blanco, ob.cit: 53
[4] Hugo Blanco, ob.cit: 128-19
[5] Ob.cit: 131-132
[6] ob.cit: 134
[7] Véase página 159
[8] Página 88
[9] 93-101
[10] Página.106
Nosotrxs lxs indixs
Para la generación que se forma políticamente en los años 60 del siglo pasado, Hugo Blanco Galdos era ya un personaje legendario de la lucha de los campesinos indígenas no sólo de su natal Perú, sino de toda nuestra América. En el contexto de la conmoción social que ocasionó el triunfo de la revolución cubana, las andanzas de Blanco en la organización de inéditos sindicatos campesinos que impusieron una reforma agraria desde abajo y a contracorriente de represiones brutales y gobiernos gamonales, eran seguidas con admiración por las y los militantes de la izquierda no reformista de esos años. Hugo Blanco era y siempre ha sido un referente de la entrega a la causa emancipadora. Sin protagonismos ni exaltaciones personalistas ha practicado en su longeva vida, uno de los principios que más distingue a los mayas zapatistas: para todos, todo, para nosotros, nada. En suma, Hugo Blanco es de la estirpe de los “imprescindibles“ que describía Bertolt Brecht, esos que luchan toda la vida.
Su libro, Nosotrxs lxs indixs, cuya cuarta edición en México, en marzo de este año, es sembrada gracias al trabajo solidario de múltiples colectivos de varios países, se constituye en una trascendente aportación para los procesos de toma y fortalecimiento de conciencia de las actuales y futuras luchas anticapitalistas y por la humanidad. Traducido a varios idiomas y constantemente ampliado, actualizado y enriquecido en cada publicación, la obra, y también su presentación en recorridos interminables por variadas geografías, van alimentando esperanzas, diseminando autonomías y proponiendo salidas en el laberinto que significa enfrentar la hidra capitalista.
Precedida de una imaginativa y fraterna introducción de Emmanuel Rozental, en la que refiere sobre el legado de Blanco, y en la que hace una semblanza de Hugucha, quien siempre está allí, donde quiera que esté luchando según lo reclama el contexto, para no dejarse detener ni distraer, la obra es a la vez que un relato de vida, una reflexión profunda de un hijo de la Pachamama, –como se autoconsidera Blanco– sobre los pueblos indígenas y no indígenas, la crisis civilizatoria que amenaza la continuidad de la especie humana, las contribuciones delos procesos autonómicos del Kurdistán, una revolución de las mujeres, o de los Caracoles mayas zapatistas, el papel crucial de la lucha contra el patriarcalismo y el racismo en todos los procesos analizados, el carácter internacional de la lucha anticapitalista, entre muchos otros temas que atraviesan la grave situación causada por el capitalismo y su actual forma de acumulación militarizada, necrófila y neofascista.
Como lo destaca Rozental en contraportada: “En esencia, Hugo fue marcado indeleblemente por el hierro ardiente sobre el cuerpo vejado de los indios abusados por la tierra donde nació. Nació dos veces allá mismo en Cusco, en Huanoquite –como lo reconoció Eduardo Galeano– para poner su vida en función de los pueblos; primero los indios (que somos eventualmente todas y todos) y de la Pachamama, la Madre Tierra. Pues eso mismo es su legado: lo que quiere y necesitamos que quede. No Hugo Blanco biografía y cronología, sino su recorrido, su memoria y su aporte.”
Con materiales elaborados desde la cárcel, en los exilios múltiples que se le impusieron, y en la necesidad de comunicar sus experiencias dentro y fuera del Perú, Blanco ofrece en cada capítulo, además de la descripción de los acontecimientos, las necesarias y siempre valiosas digresiones. Una de ellas, es una Carta abierta a Mario Vargas Llosa, en la que Blanco le expresa sin rodeos: “El premio Nobel otorgado a usted representa un golpe más del neoliberalismo a las poblaciones indígenas, ya que difícilmente podrá encontrarse mayor enemigo de ellas que su persona…Usted, en más de una ocasión, ha defendido a las empresas depredadoras contra las poblaciones indígenas…Y no desperdicia la oportunidad para ensalzar a los dos gobiernos más retrógrados y asesinos de indígenas de Sudamérica: Perú y Colombia…Usted goza de un intenso racismo. Se nota cuando recomienda a los indígenas que para superarse abandonen su cultura.”
El capítulo La especie humana está amenazada de extinción, es coincidente con trabajos como el de Carlos Taibo sobre el colapso que se cierne sobre la humanidad. Blanco señala los ataques a la naturaleza, como el calentamiento global, la minería a cielo abierto, la extracción de hidrocarburos, la deforestación, la agroindustria, el llamado fracking, el envenenamiento de los océanos; los crímenes de lesa humanidad a través de la eliminación de poblaciones sobrantes, pero plantea, que: Afortunadamente, hay otra posibilidad: que la colectividad humana, en conjunto, desplace el gobierno del mundo por las grandes empresas y sea ella la que se autogobierne. A esto llamamos la construcción de otro mundo posible.
Libro extraordinario de una vida también extraordinaria, que nos queda como legado y compromiso.
Autor: Gilberto López y Rivas
La Jornada, mayo de 2019