Mama Bárbara: del silencio a la palabra comunitaria
El legado que nos está mostrando, Mama Bárbara Muelas Hurtado, es urgente y necesario aquí y ahora. Así lo sabemos desde décadas atrás, más allá del reciente reconocimiento, que la hace visible desde la Academia de la Lengua Española, ante quienes la desconocen. Justamente esta semana, desde un proceso de formación política que acompañamos, todas y todos tuvimos la oportunidad de sentipensar con el discurso que compartió Mama Bárbara, la semana pasada durante dicho reconocimiento.
La mayoría se enfocó, en la manera como ella transformó el silencio impuesto en voz comunitaria, desde su sentir de mujer originaria, reconociendo que en nuestros territorios, hace falta ir erradicando también el patriarcado. Además, destacaron la necesidad que tenemos los pueblos, en re/conocer y re/tejer los tiempos y los espacios, la relación recíproca con el cosmos y la tierra, las agendas propias más allá de las impuestas por el estado.

Les invitamos a escuchar con el corazón:
El Namtrik y el español: tiempos paralelos, territorios lingüísticos en diálogo.
Leer discurso en inglés: From Silence to the Communal Word
Honorables académicos, distinguida doctora Cecilia Balcázar de Bucher, queridos asistentes:
Recibo este nombramiento con profunda gratitud, humildad y alegría. Hoy no solo se abre una puerta para mí, Bárbara Muelas Hurtado, sino que también se abre una ventana a través de la cual mi pueblo Misak y muchos otros pueblos indígenas podrán mirar y ser mirados, escuchados y comprendidos.
Nací en ɵskɵwampik, en Silvia, Cauca, hace ya casi ochenta años. Crecí inmersa en una cosmovisión donde el mundo no es simplemente algo externo a nosotros, sino una red compleja de relaciones en la que cada palabra tiene vida propia. Para los Misak, nombrar es un acto íntimo con la naturaleza que implica gran responsabilidad y conciencia, pues al nombrar no solo describimos el mundo, sino que lo creamos, lo sostenemos y lo comprometemos con nuestro propio destino.
Sin embargo, este camino hacia la palabra no siempre fue sencillo para mí. En mi familia crecimos en un entorno marcado profundamente por una tradición en la cual el silencio era especialmente valorado, sobre todo en las mujeres. Mi padre, un hombre querido y respetado por nosotros, solía decirme con firmeza: “Bárbara, una mujer no debe hablar mucho, no debe hacerse notar”.
Aquellas palabras quedaron grabadas profundamente en mí, y por mucho tiempo condicionaron mi manera de expresarme y relacionarme con el mundo. Sin embargo, con los años aprendí a transformar ese silencio impuesto en una herramienta poderosa de reflexión, observación y paciencia. Poco a poco, el silencio inicial se convirtió en escucha atenta, sensible, y finalmente, en una voz madura y clara que comprendió que hablar conlleva una responsabilidad enorme, porque detrás de cada palabra pronunciada, había un largo proceso de reflexión silenciosa.
Con esta voz recuperada y consciente asumí responsabilidades en mi comunidad, llegando a ser miembro permanente del Consejo de Mayores de Guambía y, posteriormente, primera vicegobernadora de mi cabildo en el año 2005. En cada una de estas funciones, comprendí que hablar no solo era expresar mis ideas, sino representar las voces silenciadas durante generaciones enteras, especialmente las voces femeninas que habían aprendido a callar para sobrevivir.
Quizás una de las experiencias que más ha marcado mi vida personal y profesional fue cuando, en 1992, fui convocada junto con representantes de otros siete pueblos indígenas para ayudar a traducir los apartes de la Constitución Política de Colombia al Namtrik, nuestra lengua materna. Aquel ejercicio no fue simplemente trasladar palabras; fue un desafío que nos llevó a construir conceptos completamente nuevos en nuestra lengua. Recuerdo especialmente las largas discusiones que sostuvimos alrededor de cómo traducir el término “Estado”, un concepto inexistente en nuestro imaginario.
Finalmente decidimos utilizar “Nu pirau”, que puede traducirse como “territorio mayor”. Este término, lejos de la frialdad y jerarquía propias del concepto occidental, expresó una idea cálida y colectiva, de responsabilidad y armonía comunitaria. Cada palabra traducida fue un proceso de profunda reflexión y consenso comunitario.
Este ejercicio de traducción no solo marcó mi vida profesional, sino que también abrió en mí un interés genuino por profundizar en mis estudios lingüísticos, lo que me llevó a obtener una maestría en Lingüística y Español en la Universidad del Valle. Allí comprendí mejor el valor profundo que tiene la educación intercultural bilingüe, no solo como herramienta pedagógica, sino también como mecanismo poderoso de preservación cultural y diálogo intercultural.
Uno de los aspectos más fascinantes y, al mismo tiempo, complejos de nuestra cultura Misak es nuestra percepción del tiempo y del espacio. Durante muchos años he estudiado y reflexionado sobre cómo el Namtrik, nuestra lengua, expresa estas realidades de una forma radicalmente diferente a como las entiende la cultura occidental representada por el español.
En mi monografía, Relación tiempo y espacio en el pensamiento misak, explico que, para nuestro pueblo, el tiempo y el espacio no son entidades separadas o lineales; por el contrario, son realidades profundamente entretejidas. El tiempo no es una línea recta que avanza hacia adelante; más bien, es una corriente viva que nos rodea continuamente. Para nosotros, el pasado (metrapsrɵ) está delante porque ya lo conocemos, lo hemos vivido y podemos verlo claramente. Nuestros mayores caminan delante de nosotros abriendo senderos y dejando huellas que seguimos con respeto y cuidado. El futuro (wentɵsrɵ), en cambio, está atrás, oculto a nuestra vista; nos sigue silencioso, desconocido, lleno de incertidumbre y posibilidades.
Nuestra manera de percibir el espacio también difiere profundamente del concepto occidental de puntos cardinales estáticos e inmutables. En Namtrik, el espacio se entiende como una serie de espirales expansivas que parten siempre desde un punto de referencia relacional: nuestra casa, más específicamente el nakkuk, el fogón. Este fogón es mucho más que un simple lugar donde se cocina; es el corazón espiritual y social de nuestra familia y comunidad. Allí aprendemos, conversamos, resolvemos conflictos, y se transmiten nuestros saberes ancestrales.
Desde este punto central se va desenrollando el espacio, extendiéndose poco a poco mediante el acto de caminar y conversar. Usamos expresiones como pichipmentɵkun, que significa literalmente “desenrollemos”, cuando invitamos a alguien a salir, explorar, descubrir nuevos caminos y conocimientos. Cuando regresamos a casa decimos kitrɵpmentɵkun, “enrollemos”, recojámonos, volvamos al centro cálido y seguro del hogar.
Nuestros mayores perciben los puntos cardinales de una manera muy distinta a la occidental. En nuestra lengua, el Namtrik, los puntos cardinales no son referencias fijas e inmutables; por el contrario, se extienden desde el centro (la casa, el fogón), desarrollándose en espirales concéntricas hacia afuera, creciendo de manera expansiva e infinita. Existen múltiples nombres para indicar las direcciones norte, sur, oriente y occidente, que dependen siempre del lugar donde nos encontramos, desde dónde miramos, hacia dónde caminamos y con quién conversamos. Cada dirección es relativa, dinámica, y profundamente relacional, nunca rígida o absoluta. De esta manera, nuestro espacio no es algo estático, sino siempre conversado, caminado, y compartido desde el centro hacia afuera, hacia lo infinito.
En Namtrik, el territorio no es algo estático ni fijo; es dinámico, vivo, relacional. Lo llamamos “territorio conversado” porque solo existe en la medida en que se camina, se habla y se comparte colectivamente. Es decir, nuestra tierra no se posee individualmente, se vive y se conversa comunitariamente. Nuestra orientación espacial no se basa en puntos fijos, sino en relaciones de cercanía o lejanía, que dependen siempre del hablante y su contexto inmediato. Decimos, por ejemplo, wentau (“atrás”), punɵ (“arriba”), pantrɵ(“abajo”), siempre en relación con el lugar exacto donde estamos ubicados en un determinado momento.
Esto hace que nuestro idioma sea especialmente preciso y descriptivo en lo espacial, reflejando un profundo sentido de comunidad y pertenencia. El espacio no es neutro; es siempre habitado, conversado, compartido. En este sentido, cuando nos saludamos en Namtrik, no preguntamos simplemente “¿cómo estás?” sino preguntas mucho más significativas como ¿ka ɵsik uñku?, que significa “¿estás muy bien, muy vivo, en tu espacio?”. De esta manera expresamos interés auténtico en el bienestar integral de cada persona en relación con su entorno físico y espiritual.
En cuanto al tiempo presente, en nuestra cultura, este es concebido como un instante efímero, inestable y breve llamado Mɵisrɵ. Es solo el punto fugaz que existe entre lo que ya ha sucedido (adelante, visible) y lo que está por venir (atrás, invisible). El presente es apenas el instante que estamos habitando ahora mismo, siempre moviéndose, cambiando constantemente, recordándonos que todo es tránsito, que todo fluye como una corriente de agua viva.
Estas particularidades del Namtrik no son solo fascinaciones lingüísticas; son formas distintas y profundas de comprender y habitar el mundo. Mi objetivo al compartirles estas reflexiones es mostrar cómo, a través de la lengua, podemos enriquecer nuestra visión del mundo y nuestra comprensión mutua. Cada idioma lleva consigo una forma única de ver y entender la realidad, y al conocer otras formas de percepción, como la misak, aprendemos no solo de otras culturas, sino también sobre nosotros mismos y sobre lo que nos une como humanidad diversa y plural.
Honorable audiencia, queridos amigos:
Hoy, al convertirme en la primera mujer indígena miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, recibo este honor con profunda gratitud, alegría y un enorme sentido de responsabilidad. Soy consciente de que este reconocimiento va más allá de lo personal: simboliza la apertura, la inclusión, y la valoración de nuestras culturas ancestrales dentro del tejido vivo de nuestra nación.
Este día no es simplemente un punto de llegada; lo percibo más bien como un punto de partida, un nuevo inicio en el diálogo profundo y respetuoso que debe existir entre todas las culturas y lenguas que cohabitan este país diverso. Mi presencia aquí representa la esperanza de un futuro donde nuestras voces indígenas sean escuchadas no solo desde la tolerancia, sino desde un interés auténtico y una valoración genuina hacia nuestra forma de entender el mundo.
Quisiera aprovechar esta oportunidad para expresar mi compromiso firme e inquebrantable de continuar trabajando desde la educación intercultural bilingüe, desde la investigación lingüística, y, sobre todo, desde el diálogo intercultural, por la preservación y el fortalecimiento de nuestras lenguas indígenas. Me comprometo también a contribuir desde esta honorable Academia al enriquecimiento mutuo, al entendimiento profundo y a la convivencia respetuosa entre todas las culturas que componen nuestra nación colombiana.
La diversidad lingüística de Colombia es un tesoro que debemos proteger. Con más de 65 lenguas indígenas, nuestro país es un mosaico de voces y saberes. Sin embargo, esta diversidad está en peligro. Por eso, propongo que la Academia Colombiana de la Lengua establezca proyectos de investigación y colaboración con las comunidades indígenas.
Imaginen un proyecto en el que lingüistas y académicos trabajen mano a mano con los misak para documentar y analizar el namtrik. Podríamos explorar áreas como la fonética, la sintaxis y la semántica, pero también la relación entre la lengua y la cosmovisión misak. Además, podríamos crear materiales educativos bilingües que no solo preserven el namtrik, sino que también promuevan su uso en contextos modernos.
Uno de los proyectos más emocionantes en los que he trabajado es la creación de un diccionario bilingüe español-namtrik. Este diccionario no solo será una herramienta paran la preservación del namtrik, sino también un recurso invaluable para la educación bilingüe y la investigación lingüística.
El diccionario incluirá no solo traducciones, sino también ejemplos de uso, notas culturales y referencias a historias y tradiciones misak. Además, el diccionario estará disponible en formato impreso y digital, lo que permitirá su difusión tanto en comunidades rurales como en el ámbito académico.
La elaboración de este diccionario ha sido un desafío. ¿Cómo capturar la esencia de una lengua oral en un formato escrito? ¿Cómo asegurar que el diccionario sea accesible tanto para los hablantes de namtrik como para los investigadores? Estos retos nos han llevado a innovar y a colaborar estrechamente con la comunidad misak.
El diálogo entre el namtrik y el español no es solo un intercambio lingüístico; es un encuentro de mundos, un puente entre tradiciones y modernidad. Este diálogo tiene el potencial de enriquecer no solo a la Academia Colombiana de la Lengua, sino a toda la sociedad colombiana.
Hoy, hago un llamado a la acción. Necesitamos financiamiento y apoyo para publicar y difundir el diccionario bilingüe español-namtrik. Este diccionario no es solo un libro; es un acto de resistencia, un paso hacia la preservación de nuestra diversidad lingüística.
Colombia es un país de muchas voces. Cada lengua indígena es un tesoro que nos habla de nuestra historia, nuestra identidad y nuestro futuro. La Academia tiene el poder y la responsabilidad de ser un faro en la preservación de esta diversidad.
En este recorrido vital y académico, he tenido la fortuna de contar con personas maravillosas que han creído en mí, apoyado mi trabajo, y enriquecido profundamente mi vida con su sabiduría y afecto. Quiero expresar mi más profunda gratitud a la doctora Cecilia Balcázar de Bucher, quien ha jugado un papel esencial en este camino. Cecilia, gracias por tu amistad generosa, por tu apoyo incondicional, por haber creído en mí desde el primer momento.
Agradezco también profundamente a mi comunidad Misak, especialmente a nuestros mayores, a quienes debo mi formación más profunda y significativa. Sus voces sabias, pacientes y siempre dispuestas a enseñar, son las que han nutrido cada una de mis palabras y reflexiones. Mis logros son, sin duda, también los suyos.
Gracias a mi familia, a mis amigos, a mis compañeros de trabajo, estudiantes y a todas las personas que de alguna manera han estado presentes en este largo recorrido. A cada uno les debo parte de este logro y esta alegría que hoy me embarga.
Quiero cerrar este discurso con una imagen que resume la visión misak del tiempo y del espacio que he tratado de transmitirles hoy, y que refleja también nuestro sueño colectivo hacia el futuro:
Nuestros mayores enseñan que el tiempo no es una línea recta, sino una corriente viva que siempre vuelve sobre sí misma buscando lo que aún no se ha dicho. El espacio, por su parte, no es algo que se posee o se delimita, sino que es un “territorio conversado”, tejido por palabras y pasos compartidos.
Finalmente, quiero dejar en sus corazones una frase que refleja nuestra identidad y nuestro compromiso con el futuro: “Mananásrɵnkutri mananásrɵnkatik misak misak ɵsik warɵntrap.” (Los Misak permaneceremos en el tiempo y en el espacio).
Que esta Academia, este honorable espacio de palabras y saberes, sea entonces ese fogón común desde donde nuestras voces puedan seguir caminando, enrollándose y desenrollándose juntas, para construir una Colombia más justa, más diversa, y profundamente orgullosa de todas sus raíces culturales.
Unkua unkua.
Muchísimas gracias.