Ollas comunitarias: Avivando las llamas de la memoria y la rebelión

Alrededor de las tulpas, que son el fuego milenario del encuentro, de la herencia, de los sabores y saberes, se trenza nuestra relación con los territorios, se teje la memoria, se resiste y se aviva el fuego de la resistencia y de la libertad. Hoy, aún este espacio de llamas y afectos pretenden usurparlo, proclamarlo, hacerlo imagen y propaganda, para después de robárselo vaciarlo de sentido y destruirlo como moda y mercancía pasajera. Pero la tulpa, ese centro de mujeres con la tierra en colectivo y familia, ese corazón de libertad e intimidad, ese poder ser nosotrxs sin que nos vean ni nos juzguen para pervivir, no tiene precio ni puede caber en el mercado. Este bosquejo las rememora, las invoca y nos convoca a cuidarnos cuidándolas. A defenderlas defendiéndonos. Son la vida en torno al fuego que nos mantienen de pie.

Cuando las vecinas sienten las mismas necesidades, cuando las vecinas hablan de sus problemas, o cuando las vecinas se juntan y sienten la misma hambre, muchas veces se autoorganizan alrededor de la comida, alrededor del fuego, alrededor de sus propios desafíos. Así ha pasado históricamente y sigue pasando actualmente, también en los grandes y pequeños levantamientos, movilizaciones, y marchas, donde particularmente las mujeres y todo aquel que ejerce cotidianamente el cuidado de la vida garantiza también la alimentación durante las acciones sociales. 

Por ejemplo, en el Paro Nacional de 2021 en lo que llaman Colombia, cuando la juventud convocó a levantarse contra el aumento de los impuestos y los recortes a la salud propuestos por el gobierno del Presidente Iván Duque Márquez, y luego cientos de miles de personas se sumaron buscando transformaciones sociales, las ollas comunitarias, sostenidas por el fuego, fueron el pilar esencial de la alimentación de las primeras líneas, del levantamiento que estalló en las calles por más de sesenta días. De esos hombres, mujeres y diversidades que se ponían delante de las marchas, frente a los plantones y demás acciones colectivas para cuidar las movilizaciones, para proteger al pueblo. Muchxs de ellxs fueron asesinados, desparecidos, torturados, encarcelados por el estado. 

No se sabe con exactitud cuántas ollas comunitarias se gestaron, sólo se sabe que quienes pasaban cerca de la olla donaban de lo poco que tenían en su casa -arroz, fríjol, lentejas, sal, aceite, papas, plátanos, o todo lo que estuviera a su alcance- y los distintos ingredientes se cocinaron en diversos arroces, sopas, sancochos y caldos en ollas gigantes comunales que alimentaron a las masas movilizadas en las ciudades. Grupos de mujeres y hombres recolectaban los alimentos, y luego los seleccionaban, los preparaban para que las ollas comunitarias estuvieran en acción constante. Mientras lavaban, pelaban, picaban, condimentaban y mezclaban los alimentos para lograr un deliciosa y humeante sopa, también compartían palabra sobre la lucha en las calles,  sus necesidades, las mentiras de los medios de comunicación, la represión, la resistencia, y sus sueños además de la vida y la muerte.

Las ollas comunitarias fueron ese lugar donde llegaban los muchachos y las muchachas a disfrutar de una buena comida, ahí se alimentaron colectivamente luchando juntxs por una causa común. De hecho, varios jóvenes empobrecidos y firmes en las primeras líneas, decían que durante el paro lograron comer tres veces al día gracias a las ollas comunitarias. A la vez, varias familias y colectivos, desde sus casas prepararon alimentos y bebidas para llevarles directamente hasta donde estaban las barricadas, porque les preocupaba cuidar a la juventud movilizada y también les indignaba que la llamada fuerza pública derribara las ollas comunitarias para dejarles sin alimentos. Pese a esto, las ollas comunitarias se mantuvieron en palabra y acción para la movilización extensa. Ojalá se sigan sosteniendo desde la autogestión y la solidaridad de los pueblos, más allá de las ataduras que las institucionaliza y las hace dependientes del estado.

El fuego que me habita

Desde niña, el fuego ha formado parte de mi vida cotidiana. Infinitos recuerdos de nuestra relación cotidiana con el fuego ahora me habitan. Las tulpas siempre me remiten a sueños, señas, relatos, consejos, plantas, remedios, sabores, colores, olores, sonidos, tristezas y alegrías. Recuerdo la tulpa en nuestra casa en las montañas del resguardo indígena de Jambaló, al suroccidente de lo que llaman Colombia; sus tres piedras grandes en el suelo, casi en el centro de la cocina, con pedazos de leña ardiente. Siempre cerca permanecían las ollas de comida, las aguas medicinales, el café colado y la coca tostada que daban toda la energía para el trabajo cotidiano.

Recuerdo a la abuela y al abuelo maternos, con quiénes tuve el privilegio de vivir mi niñez. Ellxs siempre cerca de la tulpa preguntándonos por nuestros sueños; explicándonos el sentido de las señas (vibraciones corporales) para que reconociéramos los mensajes de la Madre Tierra; indicándonos cómo usar las plantas para protegernos y cuidar el territorio; y aconsejándonos desde sus experiencias y contradicciones para caminar la vida.

Nos enseñaron a entender las señales del fuego. Cuando el fuego suena ahogado, por ejemplo, como si desde adentro del fogón alguien estuviera soplando, es porque pronto llegará una visita. Entonces debemos coger un poquito de ceniza y tirarla al fogón diciendo en voz alta, “Que no llegue con las manos vacías, que traiga algo”. O cuando el fuego echa chispas y suenan como pequeñas explosiones agudas, es porque va a llegar una persona de mal genio. Así lo aprendí con la abuela y así lo vivencio hoy mismo, aquí y ahora, con mi familia en las montañas que me habitan.

En el 2013 cuando participé en la “Escuelita de la Libertad según las y los Zapatistas”, estando en la casa de una familia de las bases de apoyo, el fuego empezó a hacer chispas. La compañera escuchó las memorias de mi abuela mientras hacíamos las labores domésticas necesarias para comer unas deliciosas tortillas. Expliqué a la compañera que probablemente estaba por llegar una persona de mal genio a la casa. Al poco tiempo se acercó una mujer a la casa. La compañera sorprendida me dijo: “ahí llegó mi comadre y sí es muy corajuda!!!”. 

Nuestra relación con el fuego es fundamental en la intimidad familiar y también en la colectividad territorial. Los fuegos de la intimidad familiar se tejen en la colectividad territorial, no solamente por el aporte material que cada familia lleva, sino también por la energía espiritual que cada familia dispone para la comunidad. Este tejido de fuegos también ha parido palabras y acciones colectivas para defender la vida, más allá de la ruralidad y la urbanidad, que el estado nos ha asignado.

Las ollas comunitarias 

Revivo hoy la memoria de las ollas comunitarias que ayudamos a atizar en las montañas de Jambaló en 1986, cuando mi mamá llegó como maestra a la vereda El Voladero.  La comunidad hacía festivales para autogetionar recursos y las clausuras de la escuelita eran el ámbito común que permitía soñar una mejor educación. Recuerdo a las comadres, a las parteras, y a las vecinas llegando con algo de su huerta y cuchillo en la mano para cocinar. Recuerdo a los jornaleros, músicos y vecinos llegando con leña, y machete en mano por si hacía falta algo más. Le hacíamos minga- trabajo colectivo ancestral donde todxs aportamos- a la vida para disfrutar en comunidad. 

Todas y todos caminábamos una acción colectiva para lograr una escuelita digna, una mejor educación, una niñez alegre, una comunidad organizada. Desde ese espacio se soñaba y se gestaba la vida cotidiana alrededor del fuego, en esa época casi todxs tenían la tulpa en sus casas. Las reuniones en la escuela no sólo eran espacios para hablar de los avances y retrocesos de lxs estudiantes, sobre todo, eran para abordar las problemáticas de la comunidad y buscar salidas colectivas. No todo era color de rosa, pero mantener el fuego encendido durante las distintas acciones colectivas garantizó mantener la organización comunitaria en su momento. 

Las ollas comunitarias, más conocidas localmente como fogones en nuestros territorios, siempre han acompañado los trabajos comunales a través de las mingas. Han estado presentes en los trueques y en las asambleas; han alimentado las fiestas tradicionales; y nunca han faltado en las movilizaciones y acciones colectivas que hemos caminado más organizadamente desde el Consejo Regional Indígena del Cauca[2] desde hace 50 años en la Madre de los Bosques (Kauka, en idioma Namtrick de mi pueblo Misak).

Nuestros fogones han sido alimentados por la determinación y las solidaridades en las montañas, por la reciprocidad entre nosotrxs y la tierra, y por la necesidad de lograr un objetivo común entre pueblos originarios: recuperar la tierra. Para este objetivo, mi abuelo me contaba que hacían fiestas grandes para recaudar recursos, pero que casi siempre llegaba la Policía a derribar las ollas comunitarias y a botar las canoas de chicha para dañar la acción colectiva. 

Derribar las ollas comunitarias prácticamente ha sido ley. El estado y la policía así lo han hecho en todas partes para desestabilizar nuestra organización. Aun así, las ollas comunitarias han sido el corazón de las luchas territoriales, y ahora con más necesidad en las ciudades, pues han sido el refugio para mitigar el hambre causado por los extractivismos y despojos que mercantilizan la tierra y la vida misma. 

En las ciudades hay experiencias bonitas. Hay quienes han resistido la crisis de los sistemas que caen sobre sus espaldas, gracias a la colectividad alrededor del fogón y han logrado alimentarse pese al empobrecimiento al que han sido sometidxs en espacios urbanos. La juntanza entre gente desterrada y gente empobrecida en las ciudades les ha permitido no sólo luchar por la comida a través de ollas comunitarias, además alimentar las rebeldías para garantizar una vida digna.

El fuego alimenta al cuerpo y al espíritu 

En los levantamientos, en los paros, en las revueltas, en las huelgas, en las marchas, en los plantones, en las asambleas populares, en los cortes de ruta, en las recuperaciones de tierra, en los congresos comunales, en la apropiación de fábricas, en los bloqueos de vías, en los tribunales populares,  en los piquetes y en las barricadas … el fuego siempre ha estado presente. 

El fuego nos ayuda a soportar bajas temperaturas y a cocinar alimentos para resistir, entre muchas otras. Las ollas comunitarias y el fuego son una pareja necesaria. Han estado presentes y son vitales alimentando las dignas rebeldías que denuncian e interpelan a los estados, a las transnacionales y a todos los otros poderes que siempre nos oprimen. En su mayoría, las ollas comunitarias, han sido el fruto de la autoorganización, la autogestión y el autocuidado, mucho más allá de las promesas y mentiras del estado. 

Desde mucho tiempo atrás, en territorios ruralizados y en territorios urbanizados, las luchas contra el hambre, por la tierra y por el agua, han sostenido las ollas comunitarias como práctica para la vida y eje central para alimentarse colectivamente. Sin irnos muy atrás, bastaría recordar a algunos referentes ejemplares que en varias latitudes han atizado los fuegos de lucha: 

El Comité de Amas de Casa de la Mina Siglo XX que se fundó en los años 60 por las esposas de los mineros de estaño de la Mina Siglo XX en Potosí en lo que llaman Bolivia. Estas mujeres se organizaron contra la represión y el encarcelamiento de sus esposos que marcharon por el pago del salario. Ellas  exigían la libertad de los mineros, el abastecimiento de alimentos y el pago del trabajo. Entre ellas se distinguió como una de las más aguerridas, la señora Domitila Barrios de Chungara. 

También la Comunidad Urbana Autogestionada Villa El Salvador, que surgió en 1973 del esfuerzo de familias empobrecidas en Lima en lo que llaman Perú, en donde las mujeres se organizaron para garantizar su alimentación. En ese contexto, María Elena Moyano, una de las grandes referencias de esta comunidad autogestionada, fundó el Club Micaela Bastidas, preocupada por las problemáticas de la mujer, por la educación y por la salud de las familias. 

En Veracruz, en lo que llaman México, hay también la inspiración de Leonila Vásquez, quien en 1994, conmovida por lxs migrantes centroamericanos que pasan en la “bestia” (tren de la muerte) para cumplir su “sueño americano”, decidió compartir lo poco que tenía para su familia y entregarlo en “lanches”, lanzando las bolsas de comida  al tren para lxs migrantes. Hoy son más mujeres, conocidas como Las Patronas quienes siguen el legado de Leonilda y ahora tienen más apoyo para cumplir con esta labor humanitaria. 

Y el movimiento piquetero, que se gestó a finales de los 90 en Buenos Aires en lo que llaman Argentina. “Piquetes” (cortes de ruta, bloqueos) fueron instalados en varias partes de la ciudad rechazando  la precarización del trabajo y el hambre como consecuencia del neoliberalismo rampante. En el 2001, se consolidan los “piquetes” también con la valentía y dignidad de las mujeres que tienen más visibilidad siendo parte fundamental no sólo de la alimentación común sino en todos los ámbitos de cuidado durante los piquetes. 

Ésta es sólo una muestra de un sinfín de ilustraciones. Y sin duda, las ochenta fogatas de Cherán en la meseta purépecha en lo que llaman México son nuestra referencia. Día y noche durante más de seis meses se resistió, encendido por las mujeres prendiendo las fogatas que, a su vez, se convirtieron en la chispa del gobierno comunal k´eri que hoy inspira y contagia al mundo.[3] 

Durante la pandemia, el hambre, el hartazgo y la indignación fueron lo que obligaron a los pueblos a organizarse. Vieron claramente la necesidad de alimentarse colectivamente para resistir el sometimiento económico; la urgencia de estallar juntxs frente a políticas y reformas que se siguen empobreciendo; y la premura para decidir como sostener los distintos levantamientos y garantizar la vida. Además, en un contexto de fascismo creciente, de abandono social y de guerras presentes y otras en ciernes, es insuficiente nombrar a las autoproclamadas Madres Primera Línea en las ollas comunitarias desde lo que llaman Chile, Ecuador, Colombia, o Perú – las mujeres- que son fundamentales para autogestionar todo en la vida cotidiana, además cuando se juntan, logran alimentar revoluciones. También hay que mencionar a las madres, a las mujeres, a la niñez, y a la juventud que día a día está siendo bombardeada, desterrada, y desaparecida, y hasta impedida de gestar sus propias ollas comunitarias. 

Habitar el olvido y cuidar las tulpas

Entre muchísimas otras ollas comunitarias que ni siquiera se autonombraron, solamente garantizaron comida digna para las resistencias y los sentipensares que caminaron codo a codo en acciones concretas mayoritariamente desde las mujeres.  Es decir, de lo más reciente que hemos atestiguado con resistencias desde Abya Yala, no basta con listar los espacios autogestionados, con escribir los nombres de las ollas comunitarias, y con citar las frases de las mujeres cocinando para enumerar la plenitud de las acciones colectivas. 

Tenemos que ir más allá de los reflectores. Debemos juntarnos en la penumbra para ir garantizando que las ollas comunitarias se consoliden desde la autoorganización, el autocuidado y la autogestión y no se pierdan en la política asistencial que intenta burocratizar hasta la comida. Que no se pierdan en la institucionalización que buscan los partidos políticos. Que no se conviertan en la bandera de la compañera ni del compañero de lucha que se candidatiza para tomar el poder desde arriba. Que sigan germinando como semillas que florecen en tierra fertilizada por la digna rebeldía y la urgencia de autonomía.

En un contexto donde los poderes desde arriba nos han demostrado que por más libertarios que sean siempre deben cumplirle al régimen sacrificando a los pueblos (basta con mirarnos en el espejo desde lo que llaman Venezuela, Nicaragua, Chile, y Bolivia), nuestros fuegos son fundamentales. En un contexto en el que se avecinan otras pandemias, como la del hambre, en el que las guerras siguen siendo el mayor negocio; en el que los extractivismos siguen triunfando, en el que el patriarcado sigue convirtiendo la tierra en mercancía, las ollas comunitarias son una necesidad emergente para sostener la vida y las relaciones colectivas entre pueblos. Así lo sigue demostrando aquí y ahora, la Red de Ollas Comunitarias en Popayán.  Nos invito a sumergirnos en el olvido que habitan las ollas comunitarias, cuando las luces del espectáculo dejan de darle luz a sus sudorosos rostros y callosas manos detrás de las humeantes ollas.

Autora: Vilma Rocío Almendra Quiguanás


Texto traducido a inglés y publicado en el libro “Constellations of Care: Anarcha-Feminism in Practice”. Editado por Cindy Barukh Milstein, Pluto Press, Londres, 2024. Ver página web del libro en inglés: https://www.plutobooks.com/9780745349954/constellationsofcare/.

[2] El consejo fue creado en 1971 para luchar por la unidad, por la tierra, por la cultura y por la autonomía de los pueblos en las montañas del Cauca. 

[3] Para conocer la historia de estas fogatas y las estructuras de autogobierno comunal que surgieron de ellas, véase Scott Campbell, “The Bonfires of Autonomy in Cherán”, en Deciding for Ourselves: The Promise of Direct Democracy, editade por Cindy Milstein (Chico, CA: AK Press, 2020), 161-98.

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