Roque Dalton. Acá estamos: La poesía, la literatura y las luchas que las hacen camino no son destrezas propias de los verdugos
Hace 41 años, los compañeros del ERP, los compañeros de izquierda revolucionaria e insurgente asesinaban de dos balazos cobardes al irreverente y revolucionario hermanito nuestro, de todas y todos. El que en un “Poema de Amor” se asumió como uno de tantos “guanacos hijos de la gran puta” y allí mismo, creyendo que nombraba a sus compatriotas de El Salvador llegó a nombrarnos a todos y todos, pueblos, sin nombre, negadas, despojados y entrañables. El que en una semana escuchando sin grabadoras en Praga a Miguel Mármol dejara la más maravillosa biografía de este legendario zapatero y luchador. Roque Dalton, hermanito, pueblo, luchador, revolucionario aún frente a esos que se robaron las guerrillas, los partidos, las luchas y que a nombre de la causa después de matarlo por rebelde, por coherente, por atrevido, por pensar, por enamorado en serio y en vida, por no andar engañando a balazos y discursos y mafias e intrigas la libertad, esos que se lo siguen robando todo y se vuelven hasta presidentes y gobiernos para enriquecerse y no les da vergüenza pararse encima de tanta sangre y tanta madre luchadora; esos a los que no se puede cuestionar o uno es “agente de la CIA” como dijeron que él lo era, esos que no se merecen el honroso título de guanacos hijos de la gran puta, esa basura repugnante que anda mandando siempre o con ganas de hacerlo o enriquecida ufanándose de sus millones y sonrisas, o dando lecciones de la verdadera lucha y la línea, esos, enemigos de nosotras y nosotros que nos convierten por soñar de pie y en vida, en material de purgas y limpiezas de izquierdas y derechas, esos siguen haciendo hoy lo mismo. Esos, que son muchos y muy respaldados. Esos, la izquierda de la derecha, la que manda y se impone, nos lo mataron a todas y todos. Nos lo siguen matando con su nombre y su vida y tantas otras de quienes buscamos sin descanso verdades y no aceptamos que nos manoseen ni unos ni otros según los manuales y las conveniencias prácticas de los siempre reverenciados vende culos y come mierdas. Y acá estamos con Roque esperando “El turno del ofendido” y convencidas de la revolución que no cabe en una palabra fácil de decir y que cuesta tanto. No son sólo ellos, la derecha fascista y asesina de siempre, ni los otros, la única alternativa cobarde, iluminada y sinvergüenza a su servicio con nuestra ilusión hecha entrega. No, no cabemos allí. Nunca hemos cabido. Es mejor la soledad a esa desolación arrodillada. Somos todas y todos Roque, carajo, y nunca más podrán asumir que entre esas dos mentiras, entre esas dos bandas criminales, se hace la historia, aunque te maten y nos maten y para que respeten, mierda, y no sigan por ahí creyéndose intocables o peor, diciéndose nosotras y nosotros y arrogándose el derecho de matar a balazos la libertad y la dignidad. “No fui uno de los tuyos”, dicen que le dijo el ahora Sub-Moisés al gamonal asesino, militar, ex-gobernador, cuando lo entregó para que se arrastrara en su vergüenza, condenado por la verdad de su vida despreciable. No somos de los tuyos y lo sabemos. No nos sigan nombrando en su bando cobarde. No somos de los suyos. Porque Roque Dalton nos ha nombrado y nos ha dado presencia: “ahora es la hora de mi turno/el turno del ofendido por años silencioso/a pesar de los gritos/callad/callad/oíd” Resistencias y caminos. Pueblos en Camino.
LA MUERTE DE ROQUE DALTON:
DOS BALAS PARA SILENCIAR UNA INTELIGENCIA INCÓMODA
El 10 mayo de 1975 fue asesinado el poeta, periodista, ensayista, novelista y militante revolucionario Roque Dalton, considerado “el escritor más universal de El Salvador” y uno de los más brillantes narradores centroamericanos. En Argentina es uno de los grandes ausentes en los suplementos literarios dominicales, sean conservadores o “progres”

Las dos balas que lo alcanzaron a traición desde atrás –la primera lo hirió en un hombro, la segunda le destrozó la cabeza– no salieron de una pistola policial o militar. Fueron disparadas por alguien que se suponía uno de sus compañeros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), organización en la que militaba y que más tarde se sumó al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).
Lo habían arrestado el 13 de abril de 1975 por “indisciplinado, revisionista de derecha y agente pro cubano”. Días después, la acusación cambió: era “agente de la CIA”, dijeron. Hoy se conocen varios testimonios acerca de que esta versión ya había circulado por boca de algunos dirigentes del Partido Comunista Salvadoreño, que envidiaban al poeta por su talento y lo detestaban por transgresor, irreverente, bebedor y enamoradizo. En lo que se refiere a moralina “proletaria”, el stalinismo, el maoísmo y la ultraizquierda rabiosa al estilo Sendero Luminoso, tuvieron un punto en común con el fundamentalismo religioso que exudan la Inquisición, el Opus Dei, Tradición, Familia y Propiedad, los Caballeros de Colón y otros desechos tóxicos.
La ejecución fue decidida por Alejandro Rivas, Vladimir Rogel, Jorge Meléndez y Joaquín Villalobos, integrantes de la dirección del ERP. Lo mataron en la misma fecha en que El Salvador celebra el Día de las Madres. Cuatro días más tarde, el escritor hubiera cumplido 40 años.
El cuerpo ni siquiera fue enterrado. Se cree que los ejecutores lo abandonaron en un paraje denominado El Playón y el cadáver terminó devorado por perros y aves de rapiña. Si la versión es cierta, hay un detalle aún más tenebroso: en ese lugar, los escuadrones de la muerte salvadoreños dejaban los restos acribillados a tiros de políticos, sindicalistas y estudiantes sospechosos de colaborar con la guerrilla.
Un “error de juventud”
Ninguno de los ejecutores de Roque Dalton tuvo un final heroico o, siquiera, un destino más o menos digno.
Alejandro Rivas, jefe máximo del ERP, huyó del país en 1976 con dos de los cinco millones de dólares que la organización había cobrado como rescate por el secuestro de un empresario que terminó asesinado. Se realizó una cirugía plástica que cambió su fisonomía, adquirió otra identidad y se sumergió en el ostracismo político.
Su protegido Vladimir Rogel –un militarista de escasa inteligencia, que despreciaba a los intelectuales y se había dedicado a golpear e insultar al poeta durante su cautiverio– fue “ajusticiado” con sus antiguos compañeros por motivos que no tenían nada que ver con la muerte de Dalton.
Jorge Meléndez ingresó al Partido Social Demócrata y se convirtió en director de Protección Civil del gobierno de Mauricio Funes, candidato del FMLN y primer presidente de izquierda en toda la historia de El Salvador. En mayo de 2010, Meléndez declaró: “Yo no recuerdo el asesinato de Roque Dalton.
Recuerdo un proceso político en el cual salieron muertos varios compañeros, uno de ellos, Roque Dalton”. E insistió sin inmutarse: “Es una persona que murió fruto de un proceso político dentro de una guerrilla”.

Villalobos le obsequia su fusil AK-47 al presidente Salinas de Gortari
Luego de la firma de los acuerdos de paz en México entre el gobierno de El Salvador y el FMLN en enero de 1992, el ex comandante Joaquín Villalobos pasó por la universidad inglesa de Oxford y se metamorfoseó en politólogo. Convertido impúdicamente en “consultor para la resolución de conflictos internacionales”, fue asesor de cuatro presidentes conservadores en política y neoliberales en economía, alineados con Estados Unidos: el salvadoreño Francisco Flores, el colombiano Álvaro Uribe y los mexicanos Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón.
Dirigente del efímero Partido Democrático, el “apagaincendios” disponía de una columna de opinión en El Diario de Hoy, de tendencia conservadora, y un espacio matutino en la oficialista Telecorporación Salvadoreña. Además, cada vez que el gobierno de su país enfrentaba conflictos sociales, viajaba desde Gran Bretaña para opinar en vivo y en directo. Y no perdía una sola oportunidad para criticar a sus antiguos compañeros del FMLN.
El asesinato de Roque fue “injusto, un error de juventud, el más grave que cometí”, le dijo el propio Villalobos casi 18 años después al periodista Juan José Dalton, hijo de la víctima, quien en 1993 lo entrevistó serenamente durante tres encuentros. El muchacho no admitió la explicación: “Ello sería aceptar que esa etapa de la vida –la juventud– es potencialmente criminal”, escribió en el periódico Excelsior, de México.
En diciembre de 1998, el periodista británico John Carlin publicó en el diario español El País una entrevista a Villalobos, a quien describe como “un luchador por la libertad que se muestra aliviado por no haber ganado la guerra a principios de los años ochenta” y “un antiguo marxista que confiesa que siempre se ha sentido más cerca de la cultura norteamericana que de los soviéticos”. Un par respuestas del ex comandante guerrillero del ERP son más elocuentes que un ensayo de cien páginas acerca de su travestismo político: “Pobrecito mi país si hubiéramos ganado”, dice. “Éramos la generación del rock. ¿Qué teníamos que ver nosotros con ese aburrido mundo soviético?”.
De El Gráfico y Borocotó al marxismo

Roque Dalton nació el 14 de mayo de 1935, en San Salvador. Su padre, Winnall Dalton, era un millonario texano criado en la frontera con México. Su madre, María García, fue una modesta enfermera salvadoreña. Realizó sus primeros estudios en un colegio jesuita. Después estudió Derecho en El Salvador y Chile y cursó Antropología en México.
En 1953 entrevistó en Santiago al muralista mexicano Diego Rivera para la revista literaria de la Universidad de Chile. Él mismo relató más tarde su encuentro con el pintor: “Me preguntó, con aquella manera exuberante que tenía, que cuántos años tenía yo. Yo le dije que 18 años. Entonces me preguntó que si yo había leído marxismo. Yo le dije que no. Entonces me dijo que tenía yo 18 años de ser un imbécil. Y me echó”.
En 1956, Roque fundó con un grupo de poetas salvadoreños y centroamericanos el Centro Literario Universitario (CLU). Ese mismo año ganó el Premio Centroamericano de Poesía otorgado por la Universidad de El Salvador. A los 22 años de edad, se afilió al Partido Comunista, al que abandonó pocos años después.
Dalton tuvo un “costado” argentino, muy anterior a su amistad con Julio Cortázar y la admiración por la poesía de Juan Gelman. Comenzó en su infancia con la lectura de las revistas Billiken y Mundo Argentino, además de libros de texto escolares que el primer gobierno peronista distribuía en casi todos los países centroamericanos a través de sus embajadas. En febrero de 1969, entrevistado por el escritor uruguayo Mario Benedetti para la revista Marcha, dijo que había crecido “en la órbita del fútbol, de El Gráfico, Borocotó, Rico Tipo, César Bruto”.
Y en cierta ocasión, según cuenta en su poema No, no siempre fui tan feo, un marido celoso que suponía que él era un diplomático argentino, le rompió una botella de ron en la cara. Dalton agradece jocosamente la confusión porque si el iracundo esposo hubiera sabido que en realidad era un poeta salvadoreño quizás las consecuencias habrían sido peores.
“Como si supiera que me van a matar al día siguiente”
Por su militancia, el escritor estuvo preso y fue desterrado. Vivió en Guatemala, Cuba, la Unión Soviética y Checoslovaquia. En ese tiempo, conoció Vietnam del Norte y Corea.

Ficha policial del poeta, octubre de 1960
Mucho antes de su asesinato ya había sido condenado a muerte dos veces y logró escapar casi milagrosamente. La primera vez, cuatro días antes de la fecha prevista para su ejecución en octubre de 1960, fue derrocado el general de turno. La segunda, en 1965 cuando un terremoto devastó El Salvador. El escritor estaba encarcelado en el poblado de Cojutepeque, a 34 kilómetros de la capital, y aprovechó la grieta en una de las paredes de su celda para hacer un boquete y escapar a toda velocidad.
En 1967 escribió una frase premonitoria: “Desde hace algunos años siempre me propuse escribir de prisa, como si supiera que me van a matar al día siguiente”. Con el seudónimo de “Farabundo”, en 1969 ganó el Premio Casa de las Américas de poesía con su ópera-rock Taberna y otros lugares, escrita durante sus dos años de residencia en Praga.
La obra poética de Dalton incluye: Mía junto a los pájaros (1957), La ventana en el rostro (1961), El mar (1962), El turno del ofendido (1962), Los testimonios (1964), Poemas (antología, 1968) y Los pequeños infiernos (1970).
Entre sus ensayos y narraciones se cuentan: César Vallejo (1963), El intelectual y la sociedad (1969), “¿Revolución en la revolución?” y la crítica de la derecha (1970), Miguel Mármol y los sucesos de 1932 en El Salvador (1972) y Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974), donde figura el célebre “Poema de amor”, dedicado a sus compatriotas:
Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como “silver roll” y no como “gold roll”),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
(“me permito remitirle al interfecto
por esquinero sospechoso
y con el agravante de ser salvadoreño”),
las que llenaron los bares y los burdeles
de todos los puertos y las capitales de la zona
(“La gruta azul”, “El Calzoncito”, “Happyland”),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas, mis hermanos.
Luego de su muerte se publicaron Pobrecito poeta que era yo (novela), El libro rojo de Lenin (ensayo) y Un libro levemente odioso y Contra ataque (poesía).
“Cuando sepas que he muerto…”

En diciembre de 1973, Roque ingresó a El Salvador con un pasaporte falso a nombre de “Julio Dreyfus”. Dentro del ERP utilizó el nombre de “Julio Delfos Marín”. Antes de su retorno final al país, se había sometido a una cirugía facial realizada por el mismo equipo médico cubano que preparó la entrada clandestina del “Che” Guevara a Bolivia.
“Es la inteligencia y clarividencia de Roque la que disgustó a ciertas personas dentro de una organización política, que tenía mucha autoridad pero poca inteligencia y poco acierto en sus posiciones”, dijo su compatriota Fabio Castillo, médico y dirigente político, integrante de la Comisión Política Diplomática del FMLN y dos veces rector de la Universidad de El Salvador. “Era difícil para esas personas entender la inteligencia de Roque. Eso no le gusta a las personas que no tienen igual nivel de capacidad y de comprensión”.
El escritor Eduardo Galeano recuerda así al poeta asesinado:
Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto. También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos.
Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza. Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.
“Creo que a Roque, si no lo matan en el 75, lo matan después porque siempre era incómodo, ese tipo de inteligencia es un lujo que este país no ha permitido darse”, escribe Luis Alvarenga en El ciervo perseguido, una biografía de Dalton publicada en 2002.
El hombre que murió por orden de Joaquín Villalobos y otros tres esperpentos políticos, dejó un poema premonitorio:
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendría la muerte y el reposo.
(…)
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
Es casi seguro que el politólogo graduado en Oxford y “especialista en resolución de conflictos” no podría redactar una sola línea de este calibre. La poesía y la literatura no son destrezas propias de los verdugos.
Roberto Bardini
BAMBU PRESS
Mayo 10 de 2016
https://bambupress.wordpress.com/2013/04/27/1809/