Solo para germinar
.…No existimos, era la palabra y el sentir con el que alguien que aún debe firmar con un pseudónimo desde el destierro del exilio para que no lo destruyan, nos nombró-nombrándose. Ese no-existir, es su nombre y el nuestro, pero también nuestro vivir en la oscuridad del olvido. Olvido que es destino, el destino que produce el capitalismo y sus engaños luminosos para negarnos. Pero en el olvido también hay semillas…o tal vez, seguramente, sólo allí están. Lo que en cambio sabemos, que eso es sabia/savia, es que las semillas solamente germinan en la oscuridad de la tierra, en la profundidad húmeda del olvido. Solo para germinar tiene propósito y rumbo la vida. Solo, en soledad, se escribe esta palabra; solo en la soledad de la semilla, cada una germen de la vida toda, de cada soledad tejida, nuestra, nosotrxs. Sólo así es posible seguir e in-surgir. «Arrasar alambradas, germinar«, este texto cantado desde alguien oculto y fértil tras un nombre y un rostro es la reunión de palabra y tierra; nos nombra, nos reconoce, germinamos en esta palabra. Es la palabra, no el lenguaje ni el papel, sino la palabra, la única que así puede existir germinada y solo para germinar. Estos versos son pueblos en camino. Manifiesto y vocación nuestra. Realidad enterrada para germinar. «Somos insurgentes porque somos criados por las semillas, por las palabras, por su invisible presencia multitudinaria e insurrecta.»Así sí Carajo!!! Prácticas y saberes. Resistencias y Caminos. Pueblos en Camino
Solo para germinar
Si no canto lo que siento / me voy a morir por dentro…
Luis Alberto Spinetta *
Tú no pediste la guerra, madre tierra, yo lo sé…
Alfredo Zitarrosa **
Introducción
En el capitalismo jamás existirá justicia, ni democracia, ni palabra, ni camino, ni montaña, ni río, ni mujer, ni infancia. El capitalismo arrasa pueblos, descuartiza montañas, desnaturaliza el silencio de la tierra de donde nacen todas las palabras, de donde nacen todos los idiomas, donde parir es la consigna para criarnos en armonía con todas las infancias: infancia de la quinua y de la papa; infancia del maíz y las acelgas; infancia de la lluvia y de la casa; infancia de quien cultiva y de quien canta. Criarnos en armonía es el ritual que nos convoca en mitad de todas las guerras que el capitalismo desata. La existencia del capitalismo es la guerra; la explotación del cosmos es el sustento de toda su actividad bélica. Las escuelas responden a la guerra: en las facultades de agronomía el biocidio es el saber académico por antonomasia. Mussolini es el profeta: las corporaciones fascistas mandan; gobiernan; imponen su visión de mundo; determinan las prácticas académicas; los saberes legítimos; las asépticas letrinas de la democracia. Farsa es la paz y farsa es la guerra: juntas matan. Farsa son los comestibles y farsa el hambre: juntos matan; farsa es la ley y farsa es la justicia: ambas matan; farsa es el saber y farsa es la ignorancia: ambas matan. La ley es el monocultivo de la democracia. El discurso de la ley es la semilla transgénica que coloniza las consciencias. El humanismo es el desierto verde, como la soja transgénica en argentina, como fue la MINUSTAH o cascos azules en haití, como los procesos de paz en colombia. En el capitalismo jamás existirá justicia, ni democracia, ni palabra, ni camino, ni montaña, ni río, ni mujer, ni infancia. Sin rostro, nuestras manos no nos pertenecen; sin camisa, nuestra piel es convertida en el papel para la escritura de la infamia. ¿Cómo podrán correr los ríos si nuestras palabras se estancan? ¿Cómo podremos escuchar el sueño de las lagunas si nuestros cuerpos están destrozados por las alambradas?
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Somos invisibles. Como desaparecidos, invisibles. Como desplazados, invisibles. Como asesinados, invisibles. Pero también es invisible la semilla que mantiene la vida palpitando oculta bajo la tierra. La vida está en los hombres y las mujeres desaparecidas; la vida está en las poblaciones desplazadas; la vida está en los seres asesinados; la vida está en el árbol talado, en el río contaminado, en las especies desaparecidas. La semilla espera; la semilla, agazapada con ternura bajo la tierra, espera: espera palpitando sin que se sienta, sin que se vea, sin que se sepa. La semilla es insurgente como la primavera. Las semillas nos enseñan: todos somos insurgentes; por eso las palabras tienen el perfume de la tierra. Las palabras están en nuestra carne, en nuestros nervios, y, agazapadas, esperan. Somos insurgentes porque somos criados por las semillas, por las palabras, por su invisible presencia multitudinaria e insurrecta.
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Las semillas, sin la posibilidad de regenerarse, de dar vida y de multiplicarse por siempre, han sido envilecidas. Las patentes, poder de muerte sobre la existencia de todo en la tierra y en el universo, la ejercen las transnacionales. Patentan la muerte, porque sus “semillas”, ni tienen el poder de regenerarse, ni tienen el poder de multiplicarse; las transnacionales patentan la muerte, como la dictadura del mercado que todo lo mata y que arrasa pueblos, bosques, aves, minerales, vida. Las transnacionales gobiernan al mundo, inventan países, escriben constituciones, fundan universidades, crean tribunales para ejercer su justicia, inventan honores y crean sus propios héroes, sus dioses, sus villanos. La democracia es la patente de las transnacionales para oprimir a los pueblos, para esclavizar la naturaleza, para envilecer el lenguaje de la vida. ¿Cómo se llama “semilla” a la muerte que se impone? ¿Cómo se llama “lenguaje” a aquello que no puede nombrar la vida? ¿Cómo se llama “democracia” a un sistema que mata, a un sistema biocida, genocida, ecocida?
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Una palabra que fluya con la savia, una palabra que fluya con el viento, una palabra que fluya con los ríos, una palabra que fluya con las cordilleras, con el canto de los pájaros, con los silencios del camino; una palabra que fluya con las estrellas, con la lluvia, con el musgo que canta; una palabra que estalle como el rayo, o como el maíz que eleva su corazón de tierra a la luz de nuestros oídos. La palabra es la semilla que ha plantado en sus hijos nuestra madre tierra.
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Es el tiempo del fascismo. ¿Luchar por hechos que el fascismo siempre ha prometido y que jamás van a suceder? ¿Luchar porque la escritura del poder del fascismo se haga realidad? El oculto dominio político del fascismo se ejecuta en público sobre la vida de los pueblos; la internalización, la subjetivación del oculto dominio político fascista se asume públicamente, en muchas situaciones y desde algunas perspectivas, como reivindicación. Pero la realidad, esta que escarba en la carne de los pueblos; esta realidad que tritura el aliento de los explotados y de los desposeídos, continúa arrastrando este horizonte en ruinas que es la historia (W. Benjamin), este horizonte esculpido a balazos y economía, este horizonte tallado con el filo brutal de un lenguaje vacío, de un lenguaje genocida. ¿Existe la palabra sin la tierra? ¿Existe la palabra sin la ternura de las cordilleras y de los ríos? ¿Existe la palabra sin la fuerza de la madre tierra? Un rotundo no, un descarnado no, un iracundo no. Luchamos al lado de los pueblos que luchan; luchamos al lado de los pueblos que sangran; luchamos al lado del pueblo Mapuche expoliado por los estados argentino y chileno al servicio de la transnacional Benetton (¿dónde quedan las fronteras, la patria, los andrajos del himno nacional? En la bolsa de valores del fascismo cotizan sus monedas las patrias del capital). Luchamos al lado del niño palestino masacrado, del pueblo paraguayo perseguido, de los campesinos sin tierra brasileros; luchamos al lado de quienes construyen otra historia; una historia anticapitalista, sin esta deyección del fascismo a la que pregonan como “democracia”, sin esta deyección que llaman en la colombia genuflexa “proceso de paz”, sin esta deyección que llaman “comunidad internacional”, sin la deyección de las banderas y las patrias, sin la deyección de los himnos y de sus ejércitos. Es el tiempo del fascismo. En semillas se ha de hablar; en semillas se ha de hablar. En su lenguaje, en su coraje, en el horizonte de su andar.
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La importancia del “proceso de paz” en colombia radica en que se ha escrito en un papel, lo han firmado quienes asumieron sus papeles en el espectáculo, mientras los medios de comunicación escriben en papeles los guiones de sus programas y noticiarios para contar el cuento del “proceso de paz”, como si el “proceso de paz” existiese, o hubiera existido tan siquiera un instante. Lo importante no es que el “proceso de paz” haya sucedido, sino que ha sido escrito en un papel por la escritura del capital. Escritura sangrienta que se repite en los cuerpos de cada asesinado, de cada niño y niña desplazada, de cada territorio violentado, de cada desaparecido. El “proceso de paz” narra día a día la historia sangrienta del capital. El “proceso de paz” es un hecho que jamás ha sucedido. Pretender que todo ha sido un engaño, un truco, una farsa, es pretender no saber que el poder ha envilecido el lenguaje, y lo ha envilecido porque históricamente ha vaciado de sentido la existencia de los pueblos, de nuestros hermanos los árboles, de nuestras madres las semillas, de nuestros sueños los ríos. Las palabras, sin la naturaleza, nada dicen. Sin la naturaleza las palabras no existen. ¿Cómo puede existir algo que no se puede vivir, que no se puede experimentar? ¿Cómo puede generar efectos un hecho que jamás ha sucedido? ¿Cómo se puede dialogar sin el perfume de la tierra en las palabras? ¿Cómo se puede dialogar sin la memoria de los árboles en las entrañas? Para el capital, la defensa de su modelo económico es un acto de guerra. ¿Cómo pueden entronizar y sostener el modelo sociópata de la muerte sin matar?
La paz es la semilla que fluye con el universo en el lugar sagrado de la chacra mientras escucha el canto de las cordilleras y la música del agua. ¿Se puede ser insurgente sin germinar?
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Los letrados opresores acumulan sus cartones universitarios que dan crédito de que sus saberes son sistemáticos para el ejercicio de la opresión política, tal como es sistemático el crimen para la acumulación de capital, mientras los oprimidos levantan sus cartones en las periferias de las ciudades para resguardarse de los fríos de la miseria a la que los arroja las múltiples formas de opresión.
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Hombre sin rostro, muchacha sin rostro, niño sin rostro. Semilla sin rostro, agua sin rostro, mineral sin rostro. Tierra sin rostro, estrella sin rostro, laguna sin rostro. Ternura sin rostro, labio sin rostro, voz sin rostro. Rostro es la voz de la semilla en el regazo silencioso de la cordillera. Descender como los ríos. Arrasar las alambradas: germinar.
Autor: Humberto Cárdenas Motta
Agricultor Orgánico, Antropólogo, Poeta
Se terminó de escribir el 14 de abril de 2018
Pueblos en Camino
*Versos tomados de la canción Barro tal vez, de Luis Alberto Spinetta.
**Versos tomados de la canción Adagio en mi país, de Alfredo Zitarrosa.
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