Blanca Andrade:“…Si nosotras podemos parir es porque somos muy fuertes…”

Compartimos un bello texto publicado recientemente en Crónicas Desarmadas, que narra una partecita de la lucha histórica que viene caminando la compañera Blanca Andrade con nuestro pueblo Nasa. Lo que allí se nombra con fuerza no es otra cosa que parimientos concretos que se han forjado colectivamente para defender las territorialidades que habitamos y que nos habitan. Las recuperaciones de tierra para re-existir, la lucha armada para defenderse de la muerte y la autonomía para garantizar la vida, han sido unas etapas concretas que se han gestado desde la colectividad y la conciencia milenaria de reconocernos como hijas e hijos de Uma Kiwe. Blanca Andrade es una de ellas, quien con su palabra y acción fuerte no solamente tiene la sabiduría para señalar y denunciar al opresor que viene de afuera, sino también para reconocer y nombrar al enemigo interno, a quienes a nombre de los pueblos se suben en las cumbres más altas para esperar que todo les llegue a costa de las mayorías enraizadas en la tierra. Justamente por esto, ella es la palabra y acción que camina desde abajo para ponernos el espejo y decirnos de frente cuando nos estamos equivocando. Así lo hace siempre, sin pelos en la lengua y sin tapujos, así lo hizo hace algunos años desde la María Piendamó. Sintámosla (ver video):

 

Blanca Andrade, la fuerza del páramo, como se narra en este texto, una vez más nos habla a los pueblos, particularmente a nosotras las mujeres indígenas, nos hace un llamado a su estilo: “–A veces hacen ver que las mujeres somos de un sexo débil, que somos delicadas, y no, por el contrario, si nosotras podemos parir es porque somos muy fuertes, sino que a nosotros la misma educación, el sistema, nos ha hecho ver que las mujeres somos flojas, que somos blandengues, que somos atembadas. No. Nosotras somos muy inteligentes y muy fuertes, yo lo digo por yo, a mí me ha tocado que soportar cosas y cosas…

Escuchémosla, sintámosla, con-movámonos, mirémonos ante el espejo de nuestras propias contradicciones, imperfecciones y debilidades, levantemosnos organizadas y de este modo dejemos de ser «atembadas». A continuación el texto de Crónicas Desarmadas. Así sí!!!. Pueblos en Camino

Blanca, la fuerza del páramo

                                         Raíces de un pueblo, de plantas y de viejos fusiles.

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1984, balazos en Santander de Quilichao

En un paraje escondido al suroeste de Colombia, siguiendo el costado occidental de la Cordillera Oriental de Los Andes, allí por donde corre raudo el río Naya rumbo al Océano Pacífico, una columna de humo se levantaba desde el techo de una cocina, confundiéndose con la niebla espesa. En el interior, negro de hollín, tres piedras redondas –el padre, la madre y el hijo– sostenían el fuego frente a la cara joven de Blanca.  Para muchos se trata de un fogón, para Blanca y su pueblo, es la tulpa, el espacio sagrado donde se transmiten los saberes y se cuentan las historias. Con unos granos de maíz en la mano o unas cerezas coloradas de café, frente al fuego, Blanca escuchó la voz que salía de la radio: …asesinado… padre Álvaro… balazos… Santander de Quilichao…

De inmediato Blanca dejó a sus pequeños hijos al cuidado de una vecina y con el otro creciendo en su barriga y una mochila terciada, salió rumbo a Santander de Quilichao. Echó a andar por los caminos que parecen cicatrices en la piel de la montaña y, tras 9 horas de marcha, finalmente llegó, la manifestación era ya enorme. Ella, como los demás, tenía el corazón herido y henchido de rabia.

 
Todo había sucedido frente al albergue infantil. Desde el interior se escuchó la bocina del carro y de inmediato una niña corrió para abrir el portón. Con su cara pegada a la reja alcanzó a ver al tipo que desde el otro lado de la calle descendía de la moto y se encaminaba directamente hacia el carro estacionado. Mientras atravesaba la carretera, el tipo iba desenfundando el arma y enfilándose rumbo a la ventanilla donde el padre Álvaro seguía con las manos sobre el volante. Los ojos de la niña, desde el lado interior del portón, miraban los ojos de él. No gritó, no consiguió decir palabra. Cuando sonaron las detonaciones, ella continuaba convertida en una estatua. La puerta del carro se abrió y el padre se dejó caer sobre el camino de tierra. El tipo volvió sobre sus pasos y accionó varias veces más el gatillo. Después, la moto se alejó a toda marcha en medio de la mañana de ese sábado negro de noviembre, en Santander de Quilichao.

El padre Álvaro, a diferencia de todos los que solían predicar entonces desde los púlpitos dorados, no era blanco, no era mestizo. El padre Álvaro, Álvaro Ulcué Chocué, como su amiga Blanca, era indígena nasa. Él fue el primer cura indígena en Colombia y, desde las capillas y por las montañas, no sólo habló del dios de los católicos, habló de tierra usurpada, de derechos, de fuerza indígena.

Blanca y todos los que se reunieron en los días siguientes para protestar por la muerte del Padre, arengaban entre el humo de las llantas quemadas señalando como culpables a los cañicultores de la región, a los grandes hacendados, a miembros de la policía, al F2 (organismo de inteligencia militar de la época). Se lanzaron piedras, se dispararon balas. Hubo heridos del lado de la población indígena adolorida por la muerte del padre y también del lado de los uniformados de la policía.

Hasta ese día, Blanca había estado cumpliendo con sus tareas de docente de escuela mientras evadía la diana que tenía dibujada en el pecho y sobre la que apuntaban las armas de los guerrilleros del Comando Ricardo Franco *, que por entonces ya empezaba su plan paranoico de limpieza de todo lo que oliera a infiltraciones en sus filas o a delatores en la región.

 
 
Varios meses antes de ese sábado triste, en su casa encumbrada en una loma, Blanca vio al padre Álvaro. Ella tenía unos libros que debía entregarle y él sin prestar atención a las amenazas que desde hace tiempo lo rondaban, llegó detrás del volante de su pequeño carro, pasadas las 9 de la noche.
– Tranquila, Blanquita. A uno no lo matan cuando dicen que lo van a matar, sino cuando a uno le toca. Además, yo no ando solo, andan conmigo los espíritus y mi Dios.

El padre no fue el primer muerto durante aquellos años en que el Cauca, tierra de montañas y valles fértiles, que se fue llenando de gente armada; años en que los hijos de los dueños milenarios de esas tierras, se organizaron y decidieron que recuperarían lo que sus abuelos, los ancestros Nasa, les habían dado en herencia: el territorio.

 
–No se preocupe Blanquita, usted siga para adelante, si me matarán a mí, ustedes quedarían para seguir luchando. Eso me decía él padre.

Eso le decía también su amigo Moncho, eso le decía su esposo Maximiliano, a lo mejor algo semejante le decía su mamá mientras extendía la cabuya en el tendal. Todos ellos se fueron, todos murieron. Blanca se quedó y hoy con la cabeza canosa, cubierta por el sombrero, camina por el Páramo sagrado en Tierradentro, territorio de los indígenas Nasa. Blanca saluda a los espíritus y les hace pagamento sobre la misma tierra que ha visto a tantos pasar, a tantos morir. La misma donde hace mucho tiempo nació Quintín Lame, el hombre Nasa que se volvió leyenda y, décadas después, nació Quintín Lame, la guerrilla indígena.

 

 

 Años Setenta y más atrás

Para el principio de la década, ya eran muchos los indígenas Nasa que habían caído en manos de “Los Pájaros”, esos pistoleros que trabajaban por los intereses de los hacendados dueños de enormes parcelas del territorio usurpado a los Nasa; y mientras los indígenas se organizaban en lo que dio en llamarse el CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca) para establecer su autonomía y luchar por la tierra, paralelamente se iba organizando una alternativa armada que empezó como un pequeño grupo de autodefensas y que años después se convertiría en el Movimiento Armado Quintín Lame, nombrado en honor al líder indígena encarcelado, según muchos, unas 108 veces por insistir en organizar a los suyos para recuperar las tierras al principio del siglo XX; él, el abogado de los indígenas, el que los condujo a abandonar su condición de terrazgueros **; el hombre que luchó por el territorio y la identidad del pueblo Nasa, ahora entregaba su nombre para bautizar a la que muchos llaman “la primera guerrilla indígena de Latinoamérica”, esa que luchó en beneficio de unos intereses étnicos y territoriales al interior de una guerra más grande, con muchos otros intereses ajenos a los del pueblo Nasa de entonces.
  

En el Cauca, desde épocas de la colonia española, los Nasa y los Misak viven en resguardos, pero la presión para ir reduciendo sus tierras comunales para engrosar las de los colonos y terratenientes, expulsó a muchos y a otros los volvió terrazgueros de las grandes haciendas. Aunque los hacendados negaban cualquier oportunidad, algunos indígenas, como Quintín Lame, aprendieron la lengua de los blancos y sus leyes para defender los resguardos.

 

A principios del siglo XX las luchas para abandonar el terraje y fortalecer los resguardos continuaron y la violencia contra quienes seguían a Manuel Quintín Lame, se desató. Los resguardos fortalecidos y los indios orgullosos de su pasado y dueños de su destino no era algo que a los terratenientes, las autoridades locales y los colonos les interesara estimular o al menos permitir

Para los años setenta, el Cauca seguía siendo escenario de las luchas indígenas por la tierra y la cultura. La gente organizada empezaba a protagonizar La Recuperación de la Madre Tierra para rescatar las tierras usurpadas a los resguardos y la propiedad colectiva y, una vez más, con la lucha por la tierra, vino la violencia.

 
Mientras las comunidades indígenas se organizaban y se iba conformando el CRIC, mientras la gente iba muriendo a causa de los pistoleros contratados por quienes no querían devolver la tierra a los indígenas, las visitas y las armas empezaban a rondar de cerca la vida de Blanca que llevaba ya algunos años e hijos con Maximiliano. Entre la joven pareja las discusiones eran largas y se repetían constantemente, las razón solía tener que ver con el tiempo que Maximiliano entregaba a la familia y el que daba a las preocupaciones comunitarias por la muerte de los recuperadores de tierra que no dejaban de aumentar.

 

– Maximiliano, mi esposo, era un indio inteligente, muy inteligente. Pero en esa época lo que yo hacía era pelear porque él no vivía conmigo, porque él no permanecía conmigo. Es que a nosotros nos han educado en una sociedad en que la vida del hogar es estar con las ollas, trabajando, acumulando.

 
 
En una ocasión estaban los dos acerrando la madera con la que construirían la casa, cuando de repente, vieron a lo lejos a los soldados. Fue Maximiliano quien los vio primero y de inmediato se internó en el monte, corrió por la cuchilla casi sin mover las ramas a su paso, como un fantasma. Iban por él, decían que andaba involucrado con los grupos de autodefensas indígenas armadas que empezaban a formarse. Esa vez, como tantas otras, no lograron llevárselo. En su lugar se llevaron a Blanca, que tuvo que dejar a sus hijos al cuidado de la abuela y fue obligada a caminar por el Páramo azuzada por los soldados rumbo a Silvia, allí un camión la llevó a Popayán donde la esperaba un calabozo. Intentaron que confesara de dónde estaban sacando las armas los indígenas, quién los comandaba, quién les estaba enseñando a apuntar y disparar. En el calabozo, Blanca mal dormía, esperaba salir, esperaba comida, esperaba agua.
 
– Querían que yo dijera mentiras, verdades, lo que fuera. Pero pues, yo como no sabía nada, qué me iba a inventar. A los 8 días, me dejaron libre. Yo parecía un perro muerto de hambre.
 
En aquellos días de 1976, mientras los grupos insurgentes iban lentamente arribando a las montañas, al Páramo y al monte tupido del Cauca, entre las colinas se veían los hombres recios, indígenas que mal armados con escopetas de fulminantes y machetes, patrullaban las montañas para cuidar las comunidades. Entre esos rostros duros y dorados, estaba Maximiliano.

Blanca recuerda que por esos días, en que Maximiliano permanecía muy poco tiempo en casa, empezaron a llegar los guerrilleros del M19***. Eran diferentes a los lugareños, eran altos, blancos y negros que llegaban a media noche o antes de que despuntara el sol. 

Llegó el M19 y con él vinieron las posibilidades de la alianza para los indígenas armados, de acceso a armas menos precarias, a formación por parte de quienes ya conocían las dinámicas de la guerra. Los comandantes del M19, Jaime Báteman e Iván Marino Ospina, dirigieron la primera escuela de formación, en 1977, donde los indígenas de la autodefensa aprenderían a usar armas de verdad, y a cambio, los guerrilleros tendrían resguardo en montañas estratégicas.

 
 
En ese entonces, en que el Ejército y Los Pájaros empezaron a apresar y matar aún más líderes recuperadores, justificando ahora que se trataba de guerrilleros, con mil argumentos Blanca trataba de que Maximiliano, – que ya era llamado Maximiliano Moctezuma por el M19- dejara de pensar en las armas.
 
 
 
–Mi papá también decía: “Usted mija, para qué se mete con él. Él es guerrillero y él va a terminar muerto, sino, va a terminar en la cárcel. Y usted con esos muchachitos ¿a dónde va a ir a parar?” Y preciso, así terminó mi vida. Pero, al menos… aprendí mucho de él. Él no… no iba a morirse, ni iba a ir a la cárcel porque fuera un ladrón, ni un delincuente; sino porque él era defensor de los derechos de los pueblos indígenas.
 

Los entrenamientos continuaron y las armas y los armados siguieron arribando. En 1979, el M19 hizo lo que llamaron Operación Ballena Azul, una acción espectacular donde, tras meses de inteligencia, consiguieron construir un túnel por el que accedieron al Cantón Norte, una edificación del Ejército colombiano en Bogotá que vista de lejos les hacía pensar en un enorme cetáceo. En plena celebración de fin de año, los guerrilleros consiguieron sacar más de 5000 armas de uso privativo del Ejército y dejarles estampada en la pared una frase célebre del superhéroe cómico latinoamericano: “No contaban con mi astucia”. Muchos de aquellos fusiles, del que es aún hoy el robo de armas más grande en la historia de la subversión colombiana, fueron a dar a Tierradentro, en el Cauca. Tras las armas llegó el Ejército y la represión. Perseguían y encarcelaban no sólo a los miembros del M19, a los sospechosos de colaborarles y a los indígenas armados, también cayó la represión sobre el CRIC, organización legal que continuaba con firmeza la lucha por la tierra y la pervivencia de la cultura. Los caminos se militarizaron y las aprehensiones masivas se sucedieron unas a la otras.

Por esos días, Blanca visitó a su amigo Moncho que había caído preso, eso fue antes de que él se convirtiera en el primer comandante del Movimiento Armado Quintín Lame. Fue a visitarlo a él y a otros tantos amigos que habían sido encarcelados mientras las armas del Cantón Norte reposaban enterradas en el monte. Por entonces, recuerda ella que Moncho sí había conocido al M19, pero nada más. Fue cuando salió de la cárcel, que la idea del Movimiento Armado Quintín Lame, se cristalizó.
 
 
–A Moncho, lo volví a ver después, en Mosoco. Le dije ¿Moncho qué anda haciendo?”. Y dijo él: “nosotros andamos en la lucha porque nos toca que defendernos, defender a los compañeros que están recuperando, porque nos están matando Los Pájaros. Nosotros no podemos quedarnos con los brazos cruzados”. Y ahí fue que formaron el grupo.

Lo que vino después fue una guerra con múltiples bandos. Mientras el Movimiento Armado Quintín Lame se formaba y fortalecía, El M19 salió rumbo al sur, a Caquetá, para resguardarse tras la persecución que se desató después de la Ballena Azul y fue entonces cuando las FARC, con su Sexto Frente, se apresuraron a consolidar su presencia y poder político en las montañas del Cauca, donde el CRIC estaba ya fortalecido como autoridad en territorio indígena. Las disputas fueron muchas, muchos los muertos e intimidados. Las FARC, según cuentan, trató a los recuperadores de tierra como cuatreros y ladrones y protegió a los hacendados. En este escenario, el Movimiento Armado Quintín Lame, independiente ya de cualquier otro grupo armado, se consolidó como una guerrilla que fundamentalmente daba apoyo a las acciones de recuperación de tierras, la ampliación de los resguardos, la defensa de las autoridades indígenas y el derecho a una organización autónoma.

Ochentas, años de luto y lucha

Blanca recuerda con claridad a Maximiliano sacando, cada tanto de algún agujero entre la tierra, armas de aquellas del Cantón Norte; las sacaba, las limpiaba, las aceitaba y volvía a ponerlas bajo tierra, como si se trata de un cadáver o una semilla de maíz, las enterraba en un lugar que sólo él conocía. Esas armas estaban a su cargo y sólo las entregaría cuando se decidiera, en comunidad, qué se haría con ellas.

Blanca también recuerda aquel día de 1984, estaba en un congreso con el Padre Álvaro en Tolima, poco antes de que lo mataran. Ya juntos llevaban algunos años hablando en privado y en público de la mujer indígena, de la necesidad de que se reconociera su papel en la defensa de la vida y el territorio. Blanca recuerda una llamada telefónica, casi vuelve a escuchar la voz del otro lado de la línea:

– Compañera Blanca, tiene que venir. Mataron a su marido.

Blanca sabía que Maximiliano no llegaría a viejo, seguramente también él lo sabía. Poco tiempo antes de recibir esa llamada, ella preocupada, había estado haciendo medicina tradicional con un Mayor espiritual, un The Wala, como le llaman los Nasa, que con las plantas sagradas y la sabiduría del Trueno accedió a Maximiliano, quien espiritualmente le dijo:

–Yo ya soy como un muerto, no luchen por mí
 
Blanca, aturdida por el dolor, se fue rumbo a donde estaba el cuerpo de Maximiliano, averiguó, buscó y dio con los asesinos. Ella llevaba un arma en su cinto cuando los vio correr y quedó frente a frente con Moncho, su amigo, el amigo de vida y lucha de Maximiliano. Moncho le dio una pastilla para los nervios y un abrazo, admitió que fue un error, que era todo por aquellas armas enterradas. Aunque ella rechazó la ayuda, Moncho dijo que vería por ella y sus tres hijitos hasta el día que muriera, que no fue mucho tiempo después.
 

–La gente me pregunta y a los que no son de confianza yo digo que a él lo mató el enemigo, pero no. A Maximiliano lo mataron ellos mismos, por eso, porque él me decía: yo no voy a entregar armas.

Blanca se cruzó por primera vez con Maximiliano cuando ella sólo tenía 13 años, fue allá, en el Páramo sagrado en Tierradentro donde él nació, en la población más cercana al lugar más sagrado del pueblo Nasa, la laguna donde Juan Tama ****, el hijo del Trueno y la Estrella, se fue a descansar tras haber venido a la tierra a luchar contra la invasión de los colonos españoles y a enseñar a su pueblo cómo defender el territorio.

–Yo creo que mi esposo como es de un sitio muy sagrado, por eso él tenía esa sabiduría, ese conocimiento. Yo le decía que nos pusiéramos a trabajar, que hay gente que trabajando consigue cosas y andan bien. Él decía “Blanca eso no es vida. Hay que andar es enseñando a la gente cómo nos debemos liberar, porque este Estado a nosotros no nos garantiza vida para el futuro de nuestros hijos”.
 
Tras la muerte de Maximiliano, Blanca, de sólo 25 años, sintió que se quebraba.
 
– Yo quedé como un vaivén sin agua, tambaleando pa’lla y pa’cá. Entonces escuché otra vez al Padre Álvaro que llegó acá a hacer una misa, en la misa él no hablaba así como los otros padres, así no. Él hablaba de reclamar derechos, decía que los indígenas también tenemos cabeza, somos inteligentes. A nosotros nos han tenido adormecidos, esclavizados, nos han quitado toda la riqueza, nos han dejado como un niño peladito, desnudo, pero decía él que nosotros somos ricos, nosotros no somos pobres.
 
Tras el dolor por la muerte de Maximiliano, su camino se hizo más firme y empezó no sólo a participar de las Recuperaciones de la Madre Tierra, sino a emprenderlas.
 
 
–Ya cuando lo matan a Maximiliano, como que mi cassette espiritual empieza a soltar. Me tocó que hacer muchas cosas, recuperar tierra e ir a denunciar en la época de la persecución a la organización (CRIC).

Luego, llegó la amenaza del Comando Ricardo Franco y salió huyendo camino al río Naya con sus hijos, hasta que la noticia en la radio del homicidio del Padre Álvaro, la trajo de vuelta. Y entonces retumbaban en su cabeza las palabras aquellas que él le había confiado : “Si me matarán a mí, ustedes quedarían para seguir luchando”. Y lo que vino fue lucha.

 

 

Raíces en el Páramo

Maximiliano se fue, el padre Álvaro se fue, a Moncho lo mataron en una emboscada, la mamá de Blanca murió cuando un camión cargado de cabuya se despeñó por un camino. Se fueron muchos recuperando la tierra para los resguardos, otros disparando los fusiles y recibiendo los impactos. En el territorio fue aumentando el narcotráfico con la amapola, la coca, la marihuana y con esto llegaron los grupos paramilitares.

Mientras la guerra mutaba y crecía como un monstruo de muchas cabezas, en alguna montaña caucana, muchas semillas echaban raíces. Entre el frijol, el maíz y la amapola, crecían como plantas también los ombligos de los hijos de Blanca y los demás Nasa recién nacidos que, como manda la tradición, son enterrados bajo las cenizas de la tulpa o al pie de un árbol macizo. Junto a los ombligos en la tierra, fueron también echando raíces los fusiles que sembró Maximiliano, germinaron los cañones y los gatillos de las armas que no llegaron a ser disparadas.

 
El Quintín Lame continuó sus acciones, algunas veces de manera independiente y unas pocas en alianza con otras guerrillas, hasta que en 1991 abandonaron las armas, entre otras razones, por la presión de sus comunidades para que la lucha armada no interfiriera en la consolidación de la autoridad y el poder comunitario en el proceso indígena. La guerrilla de indígenas vestida de verde oliva, abandonó las armas y regresó a casa*****.
 
Blanca, con la fuerza de sus muertos, empezó a encabezar las luchas de los suyos por la tierra, la autonomía y los derechos indígenas que, tras mucho esfuerzo, fueron reflejados en la nueva constitución colombiana que reconoció la existencia y derechos de los pueblos indígenas, de las comunidades afrodescendientes y de los raizales.
 

 

 

Blanca se hizo líder, fue gobernadora de su resguardo y desde allí tuvo que seguir lidiando con la guerra en forma de escuadras armadas y de aviones fantasma que de repente sacudían las montañas con su estruendo de fuego y, alguna vez, con su caída en picada por las balas que recibía desde abajo.

 

Blanca se hizo abuela con la llegada de sus nietos y se hizo Mayora, que para las comunidades Nasa implica no sólo contar con varias décadas de vida sino con una historia invaluable, con un acervo de conocimiento cultural, espiritual, con la capacidad de ser guía.

–A veces hacen ver que las mujeres somos de un sexo débil, que somos delicadas, y no, por el contrario, si nosotras podemos parir es porque somos muy fuertes, sino que a nosotros la misma educación, el sistema, nos ha hecho ver que las mujeres somos flojas, que somos blandengues, que somos atembadas. No. Nosotras somos muy inteligentes y muy fuertes, yo lo digo por yo, a mí me ha tocado que soportar cosas y cosas…
 
Blanca, la Mayora Blanca, va con su nieta y su hija, la última, la que terminó un corto tiempo en las filas de las FARC pero regresó en medio de la voz furiosa del Padre Trueno que ese día retumbó sobre la loma donde se levanta la casa. Las tres caminan por el Páramo sagrado en Tierradentro, han pedido permiso a los espíritus, porque no se debe entrar como ladrón de la noche. Se bañan en el agua helada del arroyo para limpiarse y visitar las tres piedras erguidas de la cima de una montaña que mira hacía la Laguna Seca, –como la tulpa, son la familia espiritual –dice ella –las piedras son el padre, la madre y el hijito.
 
La Mayora Blanca habla en nasayuwee ****** con la montaña mientras deja caer chorros de chirrinche sobre el suelo que ella ha pisado cientos de veces para llenarse de fortaleza, el suelo donde nació Maximiliano y que recorrieron hombres y mujeres con el fusil al hombro. El suelo de Juan Tama y de Quintín Lame, el hombre. El suelo por donde aún la vida de los que nunca han tomado las armas transcurre de cara a los dioses Nasa.
 

 

Autora: Ana Karina Delgado
Publicado: enero 12 de 2018. 

 

 
Notas: 
 
*Juan Tama, fue un gran cacique del pueblo Nasa. Se presume que lideró a su pueblo en el siglo XVI. Pasó a ser parte fundamental de la cosmovisión Nasa que lo considera hijo de la Estrella, líder de la resistencia a los colonos españoles e instructor de las expresiones culturales y las normas de convivencia Nasa.
 
**El terraje se refiere a una antigua relación colonial donde los indígenas tenían que pagar una renta en trabajo o en especie a cambio de que les fuera permitido vivir en un terreno de la hacienda llamado “encierro”. Los terrazgueros pagaban el terraje trabajando para el patrón durante varios días al mes o dando una parte de sus productos.

***M19, Movimiento 19 de Abril, guerrilla nacida a raíz de lo que muchos llamaron un fraude electoral en las elecciones presidenciales del 19 de Abril de 1970 que dieron como ganador a Misael Pastrana. Tras años de acciones, principalmente en las grandes ciudades del país, el M19 firmó en 1990 un acuerdo de paz con el Gobierno y depusieron las armas.

****Comando Ricardo Franco, grupo guerrillero disidente de las FARC, recordado por ejecutar la masacre de Tacueyó. Entre noviembre de 1985 y enero de 1986 los dirigentes del Ricardo Franco torturaron y mataron al menos 164 militantes de sus filas, acusándolos de ser infiltrados del Ejército Colombiano y la CIA. 

 
*****1991 El Movimiento Armado Quintín Lame se agrupó en Pueblo Nuevo, Caldono, para negociar con el Gobierno colombiano y, finalmente, en Mayo de ese año, 150 combatientes entregaron las armas. En otro predio de Pueblo Nuevo, también un grupo de excombatientes de las FARC-EP se agruparon desde el principio del 2017 para dejar las armas en el marco de los Acuerdos de la Habana.
 
 ****** Nasayuwe, lengua del pueblo indígena nasa.

 

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