Viejas pellejas: tradiciones y vanguardias

«… Envejecer en el siglo XXI es un privilegio, y sin embargo crecemos con el miedo a la vejez (y a la muerte), ignorándola o estigmatizándola. Muchas personas se reconocen en “la pesadilla de levantarte un día y ver tu cara de viejo”. Es una cuestión de tiempo. Es un proceso. Y entonces ves a las abuelas de la Plaza de Mayo, a las mayores de Les Quilles en Benasque, a las Old Women Movement de California, a Lynn Margulis (saludos cósmicos) o a Margarita Salas, y lo flipas. Y piensas: joder, yo quiero ser como ellas. Yo quiero llegar a vieja y hacer lo que me dé la gana. Quiero ser una vieja pelleja. «
 

 
Viejas pellejas: tradiciones y vanguardias
 
La Pellejos era una señora a la que todos los críos teníamos miedo en el bloque de viviendas vacacionales de Torredembarra, un pueblo costero de Tarragona que el espíritu ibérico urbanístico transformaría con el tiempo en una miniciudad. En el patio de los apartamentos se hablaba de la OTAN y del misterio de aquella mujer que vivía sola y a la que los adolescentes de la pandilla llamaban “la bruja”. No tenía marido. No tenía hijos. Tampoco nietos. Pero tenía instrumentos de cuerda. Era 1986 y a mí me inquietaba y atraía por igual la casa de La Pellejos. Otra chica y yo la espiábamos a escondidas, pero nunca llegamos a ver nada “raro”. Nunca nos atrevimos a hablar con ella. Mi familia dejó de veranear en Catalunya y yo me olvidé de aquella señora. A veces pienso que La Pellejos fue la bajista estadounidense Carol Kaye, y que no hablar con ella fue mi gran oportunidad perdida.
 
Hoy formo parte de un grupo de música punk rural que todavía no ha hecho su presentación oficial en los escenarios. Vitoriana, María, la Maña y yo montamos el grupo en Braojos de la Sierra (Madrid) el 8 de abril de 2013, después hacer juntas varias performances dentro del proyecto Ayer es hoy. Nuestra banda se llama El Día Que Murió la Thatcher porque empezamos a ensayar la misma jornada en la que el neoliberalismo europeo perdió a su máximo exponente, otra vieja que rompió, a su manera, el mandato sociocultural de la juventud y la belleza.
 
Tomemos los setenta años como punto de partida de la vejez, como expuso en su minucioso estudio sociológico del mismo título la francesa Simo­ne de Beauvoir. Gran parte de los cambios sociales conseguidos en torno a la imagen de las personas viejas y a la visibilización del edadismo (discriminación por edad) se deben al movimiento y pensamiento feministas. En diciembre de 2009, el Encuentro Estatal Feminista de Granada incluyó la vejez como eje temático. Aquellos debates desgranaron la construcción social de la vejez, y plantearon la necesidad de redefinir los roles tradicionales asignados a las personas mayores en relación con la familia, la pareja, el trabajo remunerado, el dinero y la sexualidad.
 
Las formas de reinventar la vejez entroncan con la creatividad, las redes de apoyo mutuo, y la creación de comunidades. Que se lo digan hoy al movimiento de Yay@flautas. “La vejez es un regalo que no puede malgastarse cuidando a los nietos, pagando los alquileres de los hijos, y llevando la misma vida que cuando trabajabas en la ciudad”, dice hoy una de las Thatcher, aunque ella dedica el cotidiano a cuidar a sus hijos, nietos y bisnietos.
 
Tenemos el edadismo incrustado en nuestra piel. Es el miedo a envejecer y también el miedo a la muerte.
 
Señoras de pelos largos y canos, interesantes y seductoras, sin necesidad de ser una Sofia Loren ni una Juana de Grandes, habitan pueblos y comunidades de todo el planeta, chamanas y estrategas expertas, dispuestas a transmitir conocimientos, técnicas y placeres.
 
Cuerpos hermosos de mujeres mayores, como los que retrata la artista estadounidense Aleah Chapin: “La vejez en todo su esplendor y la belleza imperfecta contrariando los mandatos del Photoshop”. Pellejos y arrugas bonitas, una sensualidad profunda que aparece después de la efímera tersedad y que dota de otro tipo de glamour a los seres viejos que han evolucionado, privilegiados, en un planeta en guerras donde relativamente pocos llegan a los 70.
 
“En la juventud aprendemos, en la vejez entendemos”, dijo la escritora austríaca Marie von Ebner Eschenbach.
 
Esther Ferrer, Susanne Linke, Charo Francés, María Bonomi, Iben Nagel Rasmussen, Arianne Mounskine, Brigitte Fontaine, Helene Cixous, Rena Mirecka, Fina Miralles, Las Chicas de Oro, Tina Turner o Vanessa Redgrave –la lista de artistas mayores podría ocupar toda la página– encarnan con su prácticas artísticas y culturales la frase “envejecer es un logro, no un cataclismo”, y negocian el sentido del envejecimiento a partir de posiciones vitales e intelectuales muy diferentes a las estructuras sociales en las que nacieron.
 
El mundo está poblado de personas viejas (como de costumbre, más visibles ellos) que hacen arte, cultura, ciencia y política. Y también está poblado de tabúes. La sexualidad de la gente vieja es un tabú. La imagen del ‘viejo verde’ convive con el imaginario puritano de la abuelita asexual. El deseo de las personas mayores se silencia o estigmatiza. Este­reo­tipos falsos que responden a una división sexual de la sexualidad, valga la redundancia. Pero las realidades son tan variadas como las personas (sin importar su edad) y van desde el “a mí no me han comido el coño nunca y quiero probarlo antes de morir”, pasando por el “cuando eres vieja tardas más en correrte, dura más y es más interesante”, hasta el “¿por qué no organizamos orgías con el Imserso?”. El libro Relatos Marranos, antología editada por Pollen Edicions o el sensual videoclip de Loretta Lynn con Jack White cantando Portland, Oregon pueden ayudarte a cambiar la mirada.
 
Otro mito igual de penetrante: los “abuelitos” y “abuelitas” no pueden ser vanguardia intelectual de nada y tampoco bajar línea política a la mesa familiar. Para este apartado, se aconseja el cómic de Raquel Franco y Cristina Bueno Las abuelas dan el golpe, en el que cuatro colegas deciden atracar un banco en medio de la crisis del capitalismo. También Arrugas, cómic de Paco Roca que después se hizo película y que narra las aventuras cachondas de unos viejos que viven en un geriátrico.
 
En materia de creatividad y vejez (tema tan serio como los 10.000 millones de euros que “deberá” España a la Troika en enero de 2016), sobresale el documental Young at heart, tra­ducido al castellano como Cora­zones rebeldes, que Ste­vem Walker grabó en 2007 sobre el Young@Heart, un coro mo­der­no en Northampton (Mas­sa­chu­setts, EE UU) formado por gente vieja de entre 75 y 95 años que se autodenominan “mayores portándose mal” y que siguen triunfando con sus versiones de Jimi Hendrix, Radiohead o Sonic Youth.
 
El espíritu edadista muestra su cara más gris en las conversaciones sobre médicos, pastillas y dolores. La vejez no es una enfermedad, sino “una obra de arte en sí misma” que puede provocar a un continente entero. Ahí están las piezas teatrales La visita de la vieja dama de Friedrich Durrenmatt o Los Días Felices de Samuel Beckett.
 
Mitos rotos
 
Vayamos al último grupo de mitos de viejunos: la bondad y la fragilidad. Pobrecitas las abuelas que dan codazos para agarrar el asiento en el bus o colarse en una fila. Violencia Rivas (Peter Capusotto) es la vieja incorrecta precursora del punk que más mola de la Argentina internetera. En alguno de sus crapuleos quizás conoció a Grace, de la película Saving Grace (traducida al castellano como El jardín de la Alegría), una señora mayor muy british que se montó un invernadero de marihuana para superar los apuros económicos heredados del marido.
 
Lina Morgan, ¿qué dirías tú desde el cielo sobre el precio que pagan las mujeres mayores por ser como son, guerreras, solteras, amantes, artistas en la España cañí y amén del 2015? “Carmen Sevilla se hacía la tonta con sus ovejitas, pero era más lista que el hambre”, dice una Thatcher fan de Amparo Baró y de Concha Velasco, aunque le horrorice el anuncio de las compresas para escapes de pipí, “por no haber apretado el coño más veces”.
 
Envejecer en el siglo XXI es un privilegio, y sin embargo crecemos con el miedo a la vejez (y a la muerte), ignorándola o estigmatizándola. Muchas personas se reconocen en “la pesadilla de levantarte un día y ver tu cara de viejo”. Es una cuestión de tiempo. Es un proceso. Y entonces ves a las abuelas de la Plaza de Mayo, a las mayores de Les Quilles en Benasque, a las Old Women Movement de California, a Lynn Margulis (saludos cósmicos) o a Margarita Salas, y lo flipas. Y piensas: joder, yo quiero ser como ellas. Yo quiero llegar a vieja y hacer lo que me dé la gana. Quiero ser una vieja pelleja. 
 
Autora: Laura Corcuera
Fuente: Diagonal
Publicado el 1 de noviembre de 2015

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