¡SEGUIR EN LA OPOSICIÓN A SANTOS!
Quienes desde la izquierda desean votar por Santos para que continúen los diálogos de paz de La Habana tienen un buen motivo para hacerlo. Sin embargo, persistir en esa tesis trae un riesgo: que Santos se convierta en el único dueño del discurso de la paz. El movimiento social ha planteado fuertes críticas a la visión de paz defendida por el gobierno, planteando agendas que van mucho más allá de los puntos del diálogo entre gobierno y Farc, insistiendo en la necesidad de avanzar en escenarios de participación efectiva de los movimientos populares para construir paz con justicia social.
¡SEGUIR EN LA OPOSICIÓN A SANTOS!
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Tras renunciar a su columna semanal, al reconocido periodista Daniel Samper le preguntaron, “¿no es difícil retirarse en un momento político tan coyuntural?”, a lo que respondió: “Colombia siempre está en un momento político coyuntural”1. Sin embargo, este momento político resulta particularmente dramático para el país, en especial para la izquierda, el movimiento popular y los sectores de oposición. En una segunda vuelta que opone a la derecha tradicional con la ultraderecha emergente ¿Qué actitud debemos asumir? ¿Debemos actuar con indiferencia propiciando el retorno del embrujo autoritario? ¿Debemos olvidar nuestra abierta oposición a la política de despojo y contaminación propiciada por Santos para asegurar la continuidad de los diálogos de paz? ¿Debemos conservar la pureza de conciencia y no apoyar a ninguno de los candidatos?
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Considero que este momento es tan complejo que lo último que deberíamos esperar es una respuesta sencilla ante nuestra encrucijada. Así que me atrevo a lanzar una fórmula: ¡Es crucial, imperioso, necesario, oponerse a Santos! En suma, prefiero hacerle oposición al gobierno de Santos que al uribismo recargado.
Pilocatura La certeza de la oposición A mi juicio, hay un punto de partida que muchos sectores de izquierda han soslayado ante el pánico que produce una eventual victoria del uribismo en segunda vuelta. Sin importar el resultado electoral, a la izquierda no le queda más opción que seguir en la oposición y esa claridad debería orientar sus decisiones en el corto y mediano plazo. Tanto Santos como Uribe/Zuluaga han promovido el mismo modelo económico pero con tenues matices en su aplicación. Mientras Santos quiere aplicar un neoliberalismo propio de la tercera vía, Uribe defiende un neoliberalismo de primera generación siguiendo el ejemplo de Reagan, Thatcher o Pinochet. Una diferencia clave radica en el tratamiento de las organizaciones populares. Mientras Uribe defiende el despojo de los sectores populares para abrirle paso a la inversión, Santos busca integrar esos sectores al mercado. Así para el uribismo es crucial destrozar las expresiones organizativas de la oposición, mientras Santos busca integrarlas al mercado y a las políticas del gobierno. Buenos ejemplos son el pacto agrario y la titulación de tierras. Mientras Uribe busca reforzar el despojo para asegurar la propiedad terrateniente y ganadera, Santos le juega a restituir la propiedad de las víctimas para facilitar las transacciones e inversiones sobre el territorio. Juan Manuel Santos lleva 15 años promoviendo las políticas de la tercera vía de Giddens y Blair, aunque por momentos olvide sus contenidos al impulsar política pública. El punto de partida es mejorar las condiciones de entrada al mercado mediante inversión social focalizada, la titulación de tierras o la formalización del trabajo. El objetivo de tales políticas no es la distribución igualitaria ni la garantía de derechos sociales, sino el despliegue del mercado y la inversión2. Santos ha buscado captar a las organizaciones sociales desde el inicio de su gobierno, y no han sido pocas quienes han sucumbido a sus cantos de sirena. Por eso no considero acertado adherirse al actual mandatario, ni en primera ni en segunda vuelta, ni comparto la posición de quienes al fragor del pánico incluso le piden que recoja algunos “mínimos” en su programa, o quienes le piden un viraje de centro–izquierda3. Tales actitudes ponen en riesgo la autonomía del movimiento social y la potencial unidad de la izquierda, situación bastante grave si tenemos en cuenta el ascenso de la capacidad de movilización ciudadana de oposición. Los tiempos son aciagos, pero no podemos perder la perspectiva viendo como alternativo lo hegemónico. Debemos asumir la certeza del advenimiento de cuatro años más de luchas sociales contra el modelo, gane quien gane. No queremos que nos maten por el modelo económico, pero tampoco queremos integrarnos a él. Las mutaciones del uribismo A pesar de lo anterior, tenemos buenas razones para preocuparnos por una eventual victoria de Uribe/Zuluaga, en especial porque el uribismo versión 2014 es diferente del que gobernó el país en la década pasada. La palabra ‘uribismo’ significó en su momento un pacto entre tres sectores de clase: 1. La burguesía tradicional heredera del bipartidismo; 2. Los representantes de la inversión extranjera y las empresas transnacionales; 3. Los sectores “emergentes”, ligados al narcotráfico, el paramilitarismo, o el contrabando que consolidaron nuevos autoritarismos regionales. No podemos olvidar que Santos y la mayoría de sus colaboradores más cercanos hicieron parte de esa alianza. Desde 2006 en adelante esa alianza se fue fisurando hasta quebrarse por completo en el año 2010. Desde entonces Uribe se rodeó de los sectores más fieles a su legado, los más cercanos a los terratenientes ganaderos y a personalidades ultraconservadoras. Lo anterior explica su cercanía con personajes como Ricardo Puentes Melo o María Fernanda Cabal, quienes han heredado las tesis más febriles derivadas de ‘Tradición, Familia, Propiedad’ o del falangismo tradicional. El uribismo de hoy está más a la derecha que hace algunos años. En un contexto mundial marcado por el ascenso de la ultraderecha en Europa (basta mirar los resultados electorales del pasado fin de semana) ese asunto no es secundario. Por otro lado, en un mundo en crisis económica, ambiental y energética, que afronta profundos cambios (como lo muestra la economía China, las elecciones en la India, la crisis económica mundial, el escenario Europeo, la primavera árabe, la tensión en Ucrania, las tensiones en el pacífico asiático, etc.) cada antagonismo es potencialmente decisivo y cada elección desborda las fronteras nacionales. En ese marco, una victoria de Uribe/Zuluaga reconfiguraría el escenario regional en América Latina. El gobierno Santos jugó frente a sus vecinos a una política de no intervención. Al inicio de su mandato Santos quiso jugar a la inestable posición de “bisagra” entre los gobiernos alternativos y la derecha del continente. Ante su fracaso se dedicó a la construcción de la Alianza del Pacífico, un acuerdo de los gobiernos neoliberales de la región que no adoptó una retórica de confrontación con los gobiernos de izquierda. Con Uribe/Zuluaga la diplomacia de la bisagra llegaría a su fin, para volver a la política de sabotaje directo contra los gobiernos alternativos. Su cercanía con los sectores de la derecha del Partido Republicano, sus nexos con la oposición venezolana, o la fracasada agenda de su fundación ‘Nuevo Internacionalismo Democrático’ son evidencias de tal pretensión. Si Zuluaga gana las elecciones, Uribe podría convertirse en el vocero de un proyecto ultraconservador de alcance continental. El debilitamiento de los gobiernos alternativos en América Latina sería una derrota para la izquierda de todo el mundo. La izquierda y la paz Quienes desde la izquierda desean votar por Santos para que continúen los diálogos de paz de La Habana tienen un buen motivo para hacerlo. Sin embargo, persistir en esa tesis trae un riesgo: que Santos se convierta en el único dueño del discurso de la paz. El movimiento social ha planteado fuertes críticas a la visión de paz defendida por el gobierno, planteando agendas que van mucho más allá de los puntos del diálogo entre gobierno y Farc, insistiendo en la necesidad de avanzar en escenarios de participación efectiva de los movimientos populares para construir paz con justicia social. En este escenario es válido defender los avances que en materia de paz se han dado en los últimos años, pero no como punto de culminación, ni como un límite que frene las luchas contra el modelo económico y político vigente. Juan Manuel Santos también ha sido un señor de la guerra, no por casualidad ha conservado en su cargo al actual Ministro de Defensa. La paz no es patrimonio del actual gobierno, los movimientos sociales también tenemos mucho que decir y hacer al respecto. Contra la banalidad del bien En tiempos aciagos es usual intervenir políticamente en contravía de nuestras intuiciones. Recordemos a Federica Montseny, militante anarquista quien debió asumir como Ministra del gobierno Republicano en la guerra civil española. En esa situación límite, las y los anarquistas debieron actuar en contravía de sus convicciones para fortalecer la lucha contra el fascismo. Por todo lo anterior, considero que hoy no basta la pureza de conciencia, hoy debemos intervenir políticamente contra la profundización de la guerra, contra un nuevo proyecto de ultraderecha que ponga en riesgo las democracias de la región, contra una nueva etapa de embrujo autoritario. Por eso votaré en contra del proyecto de ultraderecha que representa Uribe/Zuluaga. No obstante, no creo que podamos ser de izquierda y a la vez llegar a acuerdos programáticos con el gobierno Santos, como ya lo han hecho algunos. Creo que la mejor alternativa en estos tiempos aciagos es asegurarnos de seguir en la oposición al actual gobierno. En tiempos de crisis los revolucionarios no solo luchamos por una sociedad nueva, también lo hacemos para impedir la catástrofe. (Este texto refleja mi posición individual y no compromete la posición de las organizaciones sociales y políticas en las que participo).
Alejandro Mantilla Palabras al Margen *** 1Puede consultarse la entrevista en: http://noticiasunolaredindependiente.com/2014/04/13/secciones/top-de-los-otros-famosos/daniel-samper-pizano-se-retira-del-periodico-el-tiempo/ |