Amazonía: Exterminio y ecocidio, políticas de Estado

“Los indios no hablan nuestra lengua, no tienen dinero, no tienen cultura. Son vagos y no sirven para reproducirse. Cómo es posible que tengan el 13 % del territorio nacional”. Estas eran las aseveraciones de Jair Bolsonaro durante su campaña presidencial. Está actuando con coherencia, tal como lo muestra ésta imagen de un cementerio de Manaos del foto-reportero Felipe Dana. Está despojando a los indígenas, los está exterminando y está impulsando, en articulación con actores poderosos, la destrucción de la Amazonía, al punto que el Profesor Bruno Carvalho de la Universidad de Harvard asevera que «vamos a tener que acostumbrarnos a vivir sin ella«. Felipe Dana publica en 5W un fotoreportaje desde la ciudad de Manaos en la Amazonía. El COVID 19 está devastando la ciudad y toda la Amazonía, hasta los lugares más remotos. Acá nos queda claro el infierno que allí se vive (o muere) y el «efecto Bolsonaro», acusado por el alcalde de Manaos de estar cometiendo un genocidio contra los pueblos indígenas. No exagera, les convenció que es una «gripita». Se sub-registran contagios, casos, muertes y no hay medidas de protección. Tal como durante la conquista, esta enfermedad está ayudando al genocidio que facilita la ocupación de la Amazonía.
Walter Medina en Nueva Tribuna señala que son por lo menos 20000 lxs indígenas contagiados, de los por lo menos 3 millones de afectados en Brasil que es el país con mayor incidencia de la pandemia. Pero son muchos más. Muchísimos más y tal como lo han declarado la OMS y la OPS, estos pueblos se encuentran en riesgo inminente de exterminio. Es, el exterminio, según lo manifestó abiertamente el Presidente de Brasil, la intención de su política. No un abordaje irresponsable y equivocado, sino su política para la Amazonía.
Para completar el cuadro, garimpeiros, narcotraficantes y toda clase de mafias extractivistas y actores armados vienen, a través de la violencia, despojando, asesinando y ocupando territorios que luego pasan a manos del agro-negocio y de las transnacionales mineras, madereras, hidroeléctricas, petroleras, entre otras. Como lo señala el Profesor Bruno Carvalho, de la Universidad de Harvard en el texto del New York Times, la otra estrategia es la de incendiar la Amazonía, como ya se hizo, pero en proporciones mucho mayores. Van a quemar la Amazonía: ésta es parte de la política pública integral de despojo y conquista a sangre y fuego.
No podemos vivir sin Amazonía. No podemos acostumbrarnos a vivir sin ella. No podemos vivir sin los pueblos que la protegen desde hace milenios, tal como lo demostró Charles Mann en su obra 1491: Una nueva historia de las Américas antes de Colón. La Amazonía es el pulmón sagrado para la vida toda, para la Madre Tierra. Sin pulmón dejamos de respirar y morimos. Eso lo hace el Corona virus y eso exactamente es lo que está haciendo el capitalismo con la ayuda de Bolsonaro ahora mismo. Davi Kopenawa, el chamán y sabio Yanomami lo predijo desde hace mucho tiempo. Para su pueblo, la devastación y el exterminio provocados para la codicia del capitalismo generarán «La caída del cielo», es decir, la destrucción de la vida de la Amazonía y de todo el planeta. O detenemos este exterminio, esta conquista integral y sistemática, o nos condenamos al fin de la humanidad y de la vida. ¡Así No! ¡No Más! Pueblos en Camino

Y LA DESINFORMACIÓN

ESTOS SON LOS EFECTOS DE LA PANDEMIA EN MANAOS,
DONDE REINAN EL NEGACIONISMO Y LA CONFUSIÓN
POR LOS MENSAJES DE LOS LÍDERES POLÍTICOS

FELIPE DANA

Fotoperiodista
31 de mayo de 2020

Llamó “gripezinha” al coronavirus. Dijo que los brasileños tienen “los anticuerpos” para evitar que se propague. Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la COVID-19 como una pandemia, la actitud pública y la gestión del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, han encadenado polémicas: la destitución del ministro de Salud y casi inmediata dimisión de su sucesor, su insistencia en usar la hidroxicloroquina pese a los estudios que apuntan a su falta de eficacia y posibles efectos secundarios, sus ataques contra los gobernadores locales que sí decretaron medidas como la cuarentena o el aislamiento social… 

Mientras todo esto ocurría, los casos y los muertos aumentaban. Brasil se ha convertido ya en uno de los países del mundo con más fallecidos: unos 26.000, según los datos oficiales. 

¿Pero son datos reales? El fotoperiodista de Associated Press Felipe Dana (Río de Janeiro, 1985) y la reportera Renata Brito (Londres, 1991)  llevan semanas documentando los efectos que la COVID-19 está teniendo en Manaos, uno de los lugares más afectados por la pandemia en Brasil. Allí se descubren los efectos —en forma de más muertos— de la desinformación, los mensajes contradictorios de los líderes políticos y la negación.  

Manaos es la capital del estado de Amazonas, una región al norte de Brasil con la mayor tasa de fallecidos per cápita de todo el país. Más de 2.000 personas han muerto hasta la fecha por coronavirus en esa región, aunque la falta de test hace imposible determinar la cifra real, que se estima muy superior. El número de muertos en Manaos en abril y mayo casi ha triplicado los datos habituales.

El negacionismo de buena parte de la población también influye en la dificultad de cálculo. Más del 65% de la población votó aquí por Bolsonaro en las últimas elecciones. Por eso, si el presidente sale en la televisión diciendo que el virus es en realidad una gripe por la que no merece la pena paralizar la actividad laboral, la gente lo cree. “Estamos hablando de personas que necesitan de su trabajo para el día a día, que necesitan trabajar hoy para tener algo que comer mañana”, explica Dana.

Justo antes de viajar a su Brasil natal, Dana estuvo dos meses documentando los efectos de la pandemia en España. Las diferencias que ha encontrado entre ambos contextos, dice, son notables. “En España el confinamiento era total, pero en Brasil, sobre todo en la zona de Manaos, la gente está en la calle sin mascarillas ni distancia de seguridad, y muchos bares y comercios están abiertos”. Otra diferencia: Dana hizo estas fotografías en Brasil porque logró acceso, pero cree que en España se ha intentado esconder lo que está pasando. “Si lo que está pasando es chocante, hay que mostrarlo; la gente tiene derecho a saberlo”, sostiene. 

A través de varias fotografías comentadas por el mismo Dana, recorremos las contradicciones de la pandemia en Brasil y su traducción en sufrimiento y muerte.

Las personas que transportan el féretro son miembros de SOS Funeral, un servicio municipal que ofrece servicios funerarios gratuitos a las personas que no tienen recursos para costear un entierro. En circunstancias normales comprueban el estado financiero de la persona, pero durante la pandemia no hay tiempo ni recursos logísticos, así que están atendiendo a todos los que llaman.

Para mí esta imagen es muy representativa de lo que es Manaos: un espacio ubicado en el interior de la Amazonia y rodeado por el río Amazonas y el río Negro. Buena parte de la población de la zona son ribeirinhos, personas que viven en pueblos pequeños en la ribera de los ríos a los que se accede con dificultad. En este caso era una anciana de 86 años que había presentado síntomas de COVID-19. Me gusta esta foto también porque refleja algo que no estamos acostumbrados a ver: que el virus ha conseguido llegar incluso a sitios a los que solo se puede acceder con embarcaciones de este tipo.

Me ha sorprendido la amabilidad de la gente para dejarnos acceder con estos equipos al interior de las casas. Son momentos difíciles para las familias y entendería que no quisieran a reporteros allí, pero aquí la gente es muy abierta. Casi todo el mundo me abría sus puertas y me dejaba trabajar.

Algo que me ha llamado la atención es que la mayoría de la gente se apresuraba a decir que lo que había ocurrido con su familiar no era un caso de COVID-19. Decían que ya era muy mayor, o que tenía alzheimer, o cáncer. Pero entonces empezaban a hablar de síntomas como fiebre alta o problemas respiratorios: una descripción perfecta del coronavirus. En cualquier caso, el médico que firmó su certificado de fallecimiento no llegó a ver a este paciente antes de determinar que la causa de la muerte había sido por “parada cardiorrespiratoria”.

Eliete das Graças, la mujer que aparece en la fotografía, es una persona que tiene mucho contacto con la realidad, que trabaja ayudando a personas pobres, pero se negaba a admitir que su padre había muerto por COVID-19.

Pensaba que podría hacer un velatorio en casa para darle una despedida digna, pero este tipo de actos se han prohibido por la pandemia. “Una persona ya ni puede morir con dignidad”, nos dijo entre lágrimas. “¡Pasará la noche en un congelador cuando podríamos estar velándolo en casa!”. Es otro de los motivos por los que mucha gente oculta la presencia del coronavirus: creen que las normas solo se aplican a sus víctimas.

Esta fotografía está tomada un domingo por la noche en un barrio pobre de Manaos. La gente se agolpaba en el bar sin ningún tipo de distancia de seguridad. Intenté comprar una botella de agua allí y casi no podía entrar. Aparte del hombre que está jugando a las cartas y la lleva en la barbilla, creo que yo era la única persona con mascarilla.

No tienen miedo. Una de las personas me dijo: “Si nos toca morir, nos toca morir”. Muchos confían en lo que les dice el presidente, que sale por la televisión quitando hierro a la situación. 

No es así en todas partes, pero en barrios humildes como este no hay ningún tipo de control. Aunque no hay decretado un confinamiento oficial, este bar, por ejemplo, no debería estar abierto. En el centro de la ciudad, quizá por la imagen pública, sí se controla más y los establecimientos están cerrados.

También he acompañado al servicio de emergencias. En esta imagen están trasladando a un anciano con síntomas de COVID-19 que estaba muy enfermo. 

El personal sanitario me comentaba que la gente espera al último momento para llamarlos, porque existe la creencia de que el virus está en los hospitales. Hay personas enfermas en casa que ni se plantean que puedan tener coronavirus y que no quieren ir al hospital por miedo a infectarse allí. Por eso la cifra de muertes en casa es tan elevada: cuando el servicio de emergencias llega, ya es demasiado tarde. 

Esta es una imagen hecha con dron en Educandos, uno de los barrios de Manaos. Muestra bien el tipo de viviendas humildes que existen en estas zonas.

El virus llegó a esta región en plena época de lluvias, según las autoridades sanitarias. La particularidad de la zona es que es remota e internacional a la vez. Remota porque solo una precaria carretera conecta la ciudad con el resto del país y para acceder a pueblos aledaños son necesarios viajes en barco que duran horas. Internacional porque sus paisajes atraen cada año barcos llenos de turistas y su espacio de zona franca hace lo mismo con empresarios.

El primer caso mortal de la zona por COVID-19 se registró el 25 de marzo, y desde entonces la cifra no ha dejado de aumentar. Sin embargo, la falta de test ha provocado que solo el 6,5% de los más de 4.500 fallecidos entre abril y mayo hayan sido confirmado como casos de coronavirus.

Este es otro caso de una persona fallecida en casa. Tenía cáncer desde hacía años y los familiares me contaban que en los últimos días había tenido una gripe, pero insistían en que no era COVID-19. Estaba en una habitación muy pequeña y los familiares y amigos tuvieron que ayudar a sacarlo por la ventana.

Hay otro problema en la ciudad del que todo el mundo es consciente porque sale constantemente en la televisión: la saturación de los cementerios. Hay una decena en Manaos, pero solo uno público, el Nossa Senhora Aparecida, tiene aún espacio. En el resto se requiere tener una sepultura familiar ya comprada.

Pero el espacio en el público también es limitado y empezaron a recibir tantos fallecidos que no les daba tiempo a enterrarlos uno a uno. Empezaron a construir fosas comunes, una especie de cuevas horadadas con excavadoras para colocar unos cinco ataúdes juntos. En un momento dado llegaron a ponerlos unos sobre otros, pero hubo mucha indignación y dejaron de hacerlo.

Este es otro factor que empuja a la gente a negar que sus familiares han muerto con COVID-19. Ven las imágenes en la televisión, piensan que los enterrarán allí y no quieren que eso pase con sus seres queridos. La ironía es que las personas enterradas en esta zona son casos no confirmados de COVID-19, porque apenas se están haciendo test. Los confirmados, muy pocos en el cómputo total de muertos, se entierran en nichos individuales en un rincón de un espacio nuevo que crearon en lo que antes era un bosque. Tuvieron que talar los árboles para tener espacio.

De nuevo una persona mayor: Luis da Silva, 82 años, con problemas médicos previos pero que en las últimas semanas había experimentado dificultades para respirar. Murió en casa.

La mujer que lo abraza es su compañera. Era el momento en que iban a sacar el cuerpo y estaba muy emocionada. Probablemente tenía COVID-19, pero no lo sabemos, porque no se realizan test a personas fallecidas en casa. Ella seguramente ni lo pensaba: solo quería darle un abrazo de despedida.

Este es un hospital de campaña público —con apoyo privado— que se montó en una escuela de Manaos.

Los pacientes utilizan una especie de cápsula que es en realidad un método de ventilación no invasiva. Se utiliza en personas que tienen dificultades para respirar, pero que todavía no necesitan ser intubadas. El sistema crea una presión negativa en su interior y además tiene un filtro que permite mantener el aire que viene del exterior menos contaminado durante más tiempo. Se trata de un invento propio. Las primeras pruebas parecen estar dando buenos resultados.

Este avión transportaba a un paciente desde Santo Antonio do Iça a Manaos. Su hija nos confirmó hace poco que murió un par de días después. El viaje duró tres horas porque es un lugar en plena Amazonía donde la mayor parte de la población es indígena. No hay vuelos comerciales ni aeropuerto, solo una pequeña pista o la posibilidad de viajar durante varios días en barco. Y el virus llegó hasta allí.

Este es un espacio poco poblado pero muy extenso. El acceso es complicado, no hay hospitales y mucho menos unidades de cuidados intensivos. No hay respiradores ni posibilidad de rellenar los escasos tanques de oxígeno existentes. Las pocas máquinas presentes en algunas poblaciones son casi imposibles de utilizar debido a los constantes cortes de electricidad.

Este tipo de aviones son imprescindibles para poder trasladar a la gente hasta hospitales. Son espacios peligrosos porque estás confinado con personas que están muy enfermas dentro de un sitio donde no circula el aire. Pero nos dejaron documentarlo porque, al fin y al cabo, es una muestra del Gobierno tratando de salvar a pacientes. Por eso me sorprendió mucho que en España no nos dejarán apenas acceder a sitios.

Llevo años trabajando en contextos de todo tipo en Oriente Medio, África y Latinoamérica, y nunca me había encontrado un control de la prensa como el que vi en España, sobre todo al inicio de la pandemia. Llegué a escuchar en Barcelona que no querían mostrar todo lo que estaba ocurriendo para que la gente no se asustara, para que no tuviera miedo. No me esperaba eso en un país europeo.

Foto Reportaje de Felipe Dana
Mayo 31 de 2020
5W Crónicas de larga distancia
https://www.revista5w.com/where/brasil-muertes-la-negacion-y-la-desinformacion

Veinte mil indígenas del Amazonas con corona virus

Veinte mil indígenas del Amazonas con coronavirus

La irresponsabilidad de Jair Bolsonaro ante la crisis sanitaria derivada del Covid-19 ha colocado al país por delante de Italia y España en porcentaje de fallecidos y contagiados. La “gripecita” a la que refería el ultraderechista líder de Alianza por Brasil está causando estragos y se calcula que cerca de tres millones de personas podrían estar infectadas. “El gobierno brasileño perdió el control de la pandemia”, dijo a BBC News Brasil, Domingo Alvez, profesor de medicina de la Universidad de Riberao Preto.

En Brasil la pandemia ha dejado al descubierto las desigualdades generadas por sistemas de valores basados en la meritocracia y en la supervivencia del más apto; un darwinismo social vigente desde los tiempos de la colonización y que Jair Bolsonaro ha reavivado.

El virus se ceba por estos días con los habitantes de las favelas brasileñas, familias hacinadas a la espera de recibir agua potable e insumos que el Estado no facilita. La ONU ya advirtió de que en Brasil urge la necesidad de acciones conjuntas entre gobiernos municipales y cooperación internacional. Sin embargo Bolsonaro está empecinado en minimizar la consecuencia de su propia ignorancia, y continúa desafiando los consejos de la Organización Mundial de la Salud que ya le ha advertido el riesgo al que están expuestos no sólo los miles de habitantes de las favelas de Río y Sao Pablo, sino también los pueblos originarios que “podrían desaparecer”.

Se estima que unos 462 pueblos actualmente tienen menos de 3 mil habitantes y alrededor de 200 de ellos se encuentran en aislamiento voluntario, todos en situación de extrema dificultad

“En América Latina, la población indígena supera los 45 millones de personas, poco menos del 10% de la población total de la región. Muchas comunidades tienen una “gran fragilidad”, pues están en peligro de “desaparición física o cultural”. Se estima que unos 462 pueblos actualmente tienen menos de 3 mil habitantes y alrededor de 200 de ellos se encuentran en aislamiento voluntario, todos en situación de extrema dificultad”, explican por su parte desde Naciones Unidas (ONU). “La propagación de la COVID-19 ha exacerbado y seguirá exacerbando una situación ya crítica para muchos pueblos indígenas: una situación en la que ya abundan las desigualdades y la discriminación. El aumento de las recesiones a nivel nacional y la posibilidad real de una depresión mundial agravarán aún más la situación, causando un temor de que muchos indígenas mueran, no sólo por el virus en sí, sino también por los conflictos y la violencia vinculados a la escasez de recursos, y en particular de agua potable y alimentos”.

La Organización Panamericana de la Salud también hizo llegar su preocupación por el impacto que la pandemia está teniendo entre los más pobres, los vulnerables y las poblaciones indígenas, especialmente en los grupos que viven en el Amazonas brasileño. Estos grupos viven tanto en aldeas aisladas con acceso mínimo a servicios sanitarios, como en ciudades densamente pobladas como Manaos. Los casos registrados en la cuenca del Amazonas ya ascienden a 20.000.

Las voces críticas no se han hecho esperar. “Es un genocidio indígena”, sostuvo ayer Arthur Virgilio Nieto, alcalde de Manaos, que acusó directamente a Bolsonaro. Por su parte, algunos medios televisivos reprodujeron las declaraciones del ultraderechista en época de campaña: “Los indios no hablan nuestra lengua, no tienen dinero, no tienen cultura. Son vagos y no sirven para reproducirse. Cómo es posible que tengan el 13 % del territorio nacional”.

WALTER C. MEDINA
NUEVATRIBUNA.ES
https://www.nuevatribuna.es/articulo/global/veinte-mil-indigenas-amazonas-coronavirus/20200522110231175160.html?fbclid=IwAR17KmhlzQW_gCcy618YaANkjEjFY8Mks0s3OY-kU-b-FXdf76z2GRv6f8g
22/05/20

La Amazonía pronto arderá de nuevo

El bosque tropical y sus grupos indígenas enfrentan amenazas existenciales, mientras que los delincuentes actúan como si tuvieran permiso para saquear.

Integrantes de la tribu Mura descansan en un área deforestada de la selva amazónica cerca de Humaita, estado de Amazonas, Brasil, en agosto pasado.
Integrantes de la tribu Mura descansan en un área deforestada de la selva amazónica cerca de Humaita, estado de Amazonas, Brasil, en agosto pasado.Credit…Ueslei Marcelino/Reuters

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CAMBRIDGE, Massachusetts — Cuando vuelva la temporada seca, la selva de la Amazonía arderá de nuevo, como todos los años. Por desgracia, esta vez será diferente. Los titulares internacionales del año pasado tomaron por sorpresa al presidente brasileño, Jair Bolsonaro, y a sus aliados. Con seguridad, tendrán preparados más trucos para dar respuesta a la próxima temporada de incendios. Es vital observar de cerca sus acciones.

La deforestación aumenta a un ritmo alarmante. Desde agosto de 2019 ha aumentado un 94 por ciento con respecto al año anterior, que ya había tenido el nivel más alto de deforestación en una década. A diferencia de las áreas más secas de Australia o California, en el bosque tropical no pueden originarse incendios a menos que los seres humanos talen árboles. La Amazonía sufre una devastación a escala industrial, y ¿para qué? Algunos grupos criminales han puesto la mira en terrenos de propiedad pública para realizar actividades ganaderas y mineras de baja productividad. Existen varios esquemas ilícitos de apropiación de la tierra que, aunque destruyen la biodiversidad y el potencial de las bioeconomías, generan riqueza para personas bien relacionadas. El presidente Bolsonaro y su gobierno alientan este tipo de actividades.

Muchos integrantes de las élites brasileñas han aceptado un pacto con el diablo: en tanto la política económica del gobierno les sea favorable, se harán de la vista gorda. Ahora que el planeta entero está concentrado en las crisis provocadas por la pandemia, la Amazonía y sus grupos indígenas enfrentan amenazas existenciales, mientras que los delincuentes actúan como si tuvieran permiso para saquear.

La supervisión es escasa y, en consecuencia, hay menos multas por infracciones. El mes pasado, Ricardo Salles, ministro del Medioambiente, despidió al director de una división policiaca después de que llevó a cabo una operación para desmantelar una operación minera ilícita. El gobierno federal ha evitado hacer designaciones para cargos clave y propuso recortes masivos al presupuesto de las agencias ambientales, lo que socavó las medidas de prevención, monitoreo y control de incendios. El presidente y sus aliados respaldan un proyecto de ley que incentiva todavía más la deforestación, pues permite a los acaparadores de tierra obtener la propiedad de terrenos públicos, incluso de territorios indígenas.

Este mismo año, Bolsonaro anunció la formación de un Consejo de la Amazonía coordinado por el vicepresidente e integrado por miembros de su gabinete y del ejército. Una de sus figuras más prominentes, Paulo Guedes, el ministro de Economía que estudió en la Universidad de Chicago, prefiere los tropos populistas a los enfoques sustentados en pruebas. En Davos, dijo que la gente pobre destruye la selva amazónica porque tiene que comer. Es cierto que la deforestación depende de la mano de obra de los pobres, pero requiere enormes cantidades de dinero y deja tras de sí una estela de desolación y conflicto social. No existe ninguna prueba de que acabe con la pobreza. Salles tiene una larga trayectoria de alianzas con infractores, ignora a los especialistas y trolea a los defensores del medioambiente. En público, por lo regular usa clichés y habla de dientes para afuera cuando trata temas ambientales. En un video reciente de una junta del gabinete propone reducir las protecciones ambientales aprovechando que la prensa está distraída con la pandemia.

El vicepresidente, el general retirado Hamilton Mourão, ha mostrado especial preocupación por la percepción de los inversionistas extranjeros. Hace poco, en un evento en línea organizado por un banco importante, prometió movilizar al ejército para combatir los incendios y la deforestación en la Amazonía. El 6 de mayo, un decreto federal les otorgó jurisdicción sobre ese tipo de acciones a las fuerzas armadas, medida que podría marginar a los expertos independientes.

No podemos conformarnos con ceremonias y puras poses. El Consejo de la Amazonía de Mourão no incluye representantes de la comunidad científica de Brasil reconocida internacionalmente y tampoco de las organizaciones indígenas y de la sociedad civil dedicadas a la protección del bosque tropical. El vicepresidente se apega a las reglas del partido y apoya la propuesta legislativa conocida como “proyecto de apropiación de tierras”, en contra de las recomendaciones de especialistas e incluso del Ministerio Público Federal.

Los científicos concuerdan en que nos aproximamos a un momento crítico en la deforestación que podría conducir a la “sabanización” de la Amazonía. Un fenómeno así tendría consecuencias desastrosas, no solo para la selva ecuatorial, sino para actividades de Brasil como la agricultura y el abasto de energía y agua a las ciudades, además de para las temperaturas globales. Las consecuencias ecológicas y socioeconómicas serían inconmensurables, entre ellas, la amenaza de enfermedades zoonóticas. Ya se tiene evidencia de que la destrucción de humedales y bosques tropicales está relacionada con la sequía en la región metropolitana de São Paulo, áreas a medio continente de distancia.

Si perdemos la Amazonía, no será por falta de alternativas. Brasil cuenta con los conocimientos técnicos necesarios para darle un giro a esta situación. A partir de 2003, Marina Silva, ministra del Medioambiente en esa época, trabajó para reducir drásticamente la tasa de deforestación, que en ese momento era todavía más elevada.

Tanto las organizaciones internacionales como los inversionistas deben aprovechar su posición privilegiada y ejercer presión sobre sus homólogos en Brasil. El proyecto de ley que busca permitir que se asigne a los acaparadores de tierra la propiedad legal de la misma y contribuye a la deforestación podría someterse a voto en cualquier momento. Los líderes del Congreso de Brasil se han doblegado ante amenazas de sanciones, boicot y desintegración. Si nuestras crisis actuales no nos dan un sentido de responsabilidad y nos impulsan a actuar, entonces se agravará aún más esta situación, que ya se siente como un apocalipsis gradual.

El futuro de la biodiversidad del bosque tropical depende de su diversidad humana. Demarcar las tierras indígenas y establecer reservas extractivas, donde las comunidades locales se dedican a actividades económicas sostenibles y muchas veces tradicionales, ha demostrado ser una medida efectiva para combatir la destrucción ilícita de la selva. Es una de las razones por las que Bolsonaro y sus aliados han puesto tanto empeño en erosionar los derechos indígenas.

Lo cierto es que, en contraste con lo que muchos podrían pensar, el bosque tropical ha dado sustento a sociedades complejas sin ser destruido. Millones de personas vivían en la cuenca del Amazonas antes de la llegada de los europeos. Algunos arqueólogos y etnobotánicos ahora conciben a la selva como un paisaje fabricado, como un gran jardín, debido a las decenas de miles de años de interacción humana con la fauna y la flora. Hablar del regreso a la selva “virgen” nunca tuvo mucha lógica. Más bien, necesitamos reconocer que los chamanes pueden tener los pies más plantados en la tierra que los directores ejecutivos. Permitir la degradación de ecosistemas de los que depende la estabilidad del planeta no tiene nada de práctico.

La receta es sencilla: debemos permitir que las instituciones de investigación y las agencias ambientales hagan su trabajo, en vez de desintegrarlas. Solo entonces podremos avanzar en las conversaciones sobre las bioeconomías. Existen varias iniciativas que ya integran a los pueblos locales y sus conocimientos con aliados responsables. Negocios como los cosméticos, el ecoturismo y las actividades agroforestales (desde huasaí hasta la producción incipiente de cacao), por ejemplo, por lo regular son más lucrativos que la explotación ganadera.

El momento presente debería servir como un llamado de alerta para concientizarnos de la fragilidad de tantos recursos que no valoramos.

Pase lo que pase, la Amazonía arderá de nuevo. Nos toca hacer todo lo posible para no descubrir cómo sería vivir en un planeta sin ella. Si mantenemos el rumbo actual, solo será cuestión de tiempo. Coordinar esfuerzos para evitar la destrucción del mayor bosque tropical del mundo a manos de delincuentes y de los ideólogos que les dan poder debería ser la acción más obvia. Mientras todavía podamos hacerlo.

Por Bruno Carvalho
Opinión, New York Times
https://www.nytimes.com/es/2020/05/27/espanol/opinion/amazonia-bolsonaro.html
27 de Mayo de 2020

Bruno Carvalho es profesor en la Universidad de Harvard, donde es uno de los directores del Programa de Estudios Brasileños y forma parte del Centro para el Medioambiente.

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