Como el silencio es ley, el abuso es sagrado. Somos todas denunciando
A los acosadores dentro de los movimientos les decimos: «No se sigan escudando o buscando pretextos que es un acto de la derecha o el imperialismo, cuando en realidad son sus actos los que han causado tantos daños. No creemos en el punitivismo ni la cárcel, pero varias mujeres estarían dispuestas a llevar los procesos de demanda en contra de los acosadores, a sabiendas que será ante un sistema de justicia machista y victimizador». En los últimos tiempos hemos visto como desde distintos espacios, las mujeres han ido perdiendo el miedo y están denunciando activamente a sus violadores, maltratadores, acosadores… Desde las Universidades, los lugares de trabajo y los propios hogares, de distintas edades han gritado: basta de violencias contra las mujeres !!!. Lo han expresado a través de distintas redes en internet y particularmente el pasado 8 de marzo, un día en el que miles de miles salieron a marchar denunciando a familiares, funcionarios, empleadores, profesores, vecinos, compañeros, dirigentes … como los más cercanos violadores en el camino. Al mismo tiempo, en Guatemala se sumaron varias mujeres también denunciaron acoso, violencia y maltrato dentro de los movimientos sociales, por lo cual están siendo señaladas, amenazadas y revictimizadas por sus agresores. En consecuencia, la Red de mujeres indígenas y mestizas para frenar la violencia, se solidariza y abraza a estas compañeras gritándole a los abusadores que buscan individualizar a las denunciantes para aislarlas: «… que su impunidad se está desestabilizando, la puerta está abierta y más mujeres se sumarán a las denuncias. Por eso decimos: Fuimos todas». Es que «cuando el silencio es ley, la razón se desborda», como argumenta y documenta Andrés Cabanas, en este artículo del 11 de marzo que compartimos y asumimos. Cuando «los trapos sucios se lavan en casa» ni se lavan ni tenemos ya una casa porque un encierro bajo la obediencia que maltrata y tortura y el silencio cómplice a nombre de protegernos de agresores externos, no sólo no nos protege de estos agresores que aprovechan la suciedad que tarde o temprano sale de «casa», sino que el infierno que nos asfixia adentro no necesita de la agresión externa porque nos podrimos y autodestruimos sin necesidad de ataques. Que las mujeres están denunciando es algo maravilloso. Tal vez por fin las víctimas de tantas purgas encuentren gracias al valor de la verdad la justicia que les negó y ha negado nuestras luchas.
Desde Pueblos en Camino siempre hemos asumido esta posición y nos ha costado. Enfatizamos a partir de los hechos denunciados desde Guatemala, porque se suman estas mujeres, en colectivo a la decisión de abandonar el silencio y a denunciar a sus propios compañeros de lucha. El problema no es que las mujeres denuncien. El problema insoportable y repugnante es que aún hoy los compañeros no reconocen que su poder y dominio que los «engrandece» simultáneamente nos oprime, denigra, violenta y minimiza. Obviamente, el acoso, la violencia y el maltrato que las compañeras denuncian desde Guatemala, son también antiguas epidemias que matan no sólo a mujeres, además a niñxs. Recientemente en Colombia algunas mujeres se han atrevido a denunciar a sus acosadores dentro de partidos políticos de izquierda y también han sido señaladas por las reacciones y decisiones que han tomado sus victimarios. Seguramente en México, Argentina, por ejemplo, donde las marchas han sido más conglomeradas, también habrán denuncias dentro de las organizaciones que se requieren para oxigenar las luchas y empujar las transformaciones. La tendencia a someternos a una línea de disciplinamiento que sacraliza una posición oficial condenando y castigando a quienes se desvíen de esta línea, es un dispositivo establecido de este mecanismo patriarcal acrítico que tanto daño nos hace ahora mismo. Nuestra incoherencia fundamental consiste en someternos a relaciones de obediencia acrítica a nombre del pensamiento y la postura críticas. Esta incoherencia es el peor enemigo de las organizaciones y las luchas populares. Tenemos que reconocer cotidianamente nuestras contradicciones con el patriarcado, el colonialismo, el estado, el racismo, el capitalismo. En este sentido, es urgente que desde los procesos y movimientos sociales también empecemos a desnaturalizar la violencia machista y patriarcal y abordemos enserio las denuncias siendo críticas y cuidadosas al echar mano de las instancias judiciales establecidas. Y desde las mujeres, que no nos cansemos de gritar y buscar justicia. Ello requiere, por ejemplo, ser muy conscientes del riesgo siempre presente de cometer una injusticia al señalar culpables por principio, lo que puede convertir en víctimas anticipadas a quienes no hayan cometido faltas. Se trata de corregir una injusticia y abuso prevalentes y extendidos en la cultura de las relaciones establecidas dentro de las luchas. Tener cuidado de equivocarnos y corregir cualquier error fortalece la justicia de nuestro empeño. Ya basta de abuso machista dentro de las luchas populares. Pueblos en Camino ¿Cómo Así? Contradicciones
¡Por una vida digna y por una sociedad diferente!
Nosotras mujeres de pueblos originarios y mestizas siendo parte de las luchas desde diferentes espacios. Queremos manifestar nuestro apoyo y respaldo a las mujeres que denunciaron acoso, violencia y maltrato en el marco de la marcha del 8 de marzo. Es conocido por todas y todos que esa es una práctica que ha venido sucediendo desde hace ya mucho tiempo en las organizaciones sociales y en otros espacios.
La denuncia hecha por las mujeres es sana para las luchas sociales y para la construcción de una nueva sociedad. Denunciar públicamente el acoso, es un mecanismo ante un sistema de justicia machista que contribuye a aumentar la impunidad de tantos actos violentos y actos de acosos.
Rechazamos las acusaciones contras los mecanismos de denuncias públicas. Las denuncias de las mujeres no están debilitando a la lucha social, al contrario, plantean bases sólidas para una transformación social. Son los acosadores y violentos quienes con sus actos lastiman, persiguen y acosan a sus compañeras y a las mujeres. Ninguna lucha se sostiene violentando otros derechos, especialmente el de las mujeres.
Consideramos que la denuncia de la forma que se haga, es una muestra y mensaje de las compañeras de un NO rotundo a los acosadores que no pudieron entender. Su denuncia es un freno al abuso de poder y privilegios que utilizan para que sus actos queden en la impunidad. Nunca más tendrán nuestro silencio. Jamás los toleraremos.
Condenamos que varios de los denunciados amenazan y han dicho que han formado una red investigación que está recopilando datos para documentar quiénes son las mujeres denunciantes y las que apoyan. Amenazan con llevar a los tribunales y Ministerio Público a las compañeras. A esos personajes les decimos que su impunidad se está desestabilizando, la puerta está abierta y más mujeres se sumaran a las denuncias. Por eso decimos: Fuimos todas.
No podemos permitir que sigan sus actos en la impunidad, y si son personas conscientes deberían de asumir su responsabilidad y dar una respuesta de lo que han generado sus actos de acoso. No se sigan escudando o buscando pretextos que es un acto de la derecha o el imperialismo, cuando en realidad son sus actos los que han causado tantos daños. No creemos en el punitivismo ni la cárcel, pero varias mujeres estarían dispuestas a llevar los procesos de demanda en contra de los acosadores, a sabiendas que será ante un sistema de justicia machista y victimizador.
Es responsabilidad de los denunciados decir con su propia voz qué piensan al respecto. No es responsabilidad de las mujeres ni defenderlos, ni clasificar quién es más o menos acosador y violento. Las denuncias les dan la oportunidad de hablar y de transformarse. Sólo así estarían contribuyendo desde el movimiento social para seguir avanzando para un buen vivir.
Como nuestras madres y abuelas nos han enseñado en los Juicios y procesos de memoria: exigimos garantías de no repetición. Alto a la violencia y al acoso.
Red de mujeres indígenas y mestizas para frenar la violencia
13 de marzo de 2020 /…. Kawoq
Cuando el silencio es ley, la razón se desborda
Andrés Cabanas, 11 de marzo de 2020
Las denuncias por violencia contra las mujeres y violencia sexual dentro de las organizaciones sociales no son nuevas ni desconocidas. No ha sido una sola, sino varias y diversas las veces que personas y colectivos de mujeres cuestionaron esta realidad. La falta de respuesta a las demandas nos estalla hoy, en la cara y en las conciencias, como un río enorme desbordado en época seca.
Recuerdo, por ejemplo, las discusiones ásperas durante el Foro Social Américas Guatemala (Universidad de San Carlos, 7 a 12 de octubre de 2008) cuando movimientos sociales guatemaltecos se negaron a condenar a Daniel Ortega, acusado por su hija Zoilamérica (22 de mayo de 2008) de abuso sexual y violaciones continuadas.
Me consta que articulaciones de mujeres han propuesto desde hace años pactos políticos para el reconocimiento de las luchas diversas y el combate a la violencia, sin resultado. Por el contrario, mientras estos pactos no sucedían, en asambleas, talleres, marchas, se formaban comités de seguridad para evitar que compañeros asaltaran durante las noches los cuartos o lugares donde las compañeras pernoctaban. Paradoja: mujeres dignas y libres expuestas al sueño-monstruo emancipador.
He tenido conocimiento y he participado en debates donde organizaciones de mujeres y feministas demandaban que el combate a la violencia machista fuera prioritario -o visible- en la agenda estratégica de los movimientos; que se abordaran las relaciones de poder y la toma de decisiones desigual, sin que esa demanda se hiciera proyecto político real, más allá del discurso.
En ocasiones he acompañado (sin herramientas metodológicas, por cierto) denuncias individuales de acoso, agresión, violación, violencia en el espacio físico y/o el espacio seguro de la organización. Las denuncias se cerraban sin reconocimiento real de la gravedad de los hechos y la responsabilidad del autor, y, por tanto, sin medidas de rectificación. En el peor de los casos (o sea, la cotidianidad) las agredidas denunciantes eran cuestionadas (qué andabas haciendo y dónde estabas cuando te sucedió eso), acusadas de dividir movimientos, expulsadas de su puesto de trabajo, insultadas…
En fin, conozco situaciones en las que la judicialización era negada por medio de amenazas telefónicas de muerte realizadas desde la propia institución social. En otras, los procedimientos de diálogo colectivo para la reparación (una vía a explorar, distinta de la conciliación) se saldaban con regaños a la agredida y demandante, y recomendaciones de que desistiera de acusar para no perjudicar la labor de las organizaciones.
El silencio pesa como una losa y se convierte en sepulcro
Mientras los movimientos sociales crecíamos en discursos, proyectos, estrategia, nos hundíamos en las contradicciones y las incoherencias del día a día organizacional. La mano izquierda proclamaba utopías, mientras la mano derecha agredía, y operaba a partir del silencio.
Esta es una clave: el silencio. La violencia machista intramovimientos es práctica demasiado común y normalizada, que se ha mantenido invisible por el miedo comprensible de las mujeres agredidas, y el miedo incomprensible de testigos, como yo mismo. ¿Miedo a qué? Todavía me lo pregunto: a debilitar los movimientos, a ser excluidos de espacios de decisión, a romper el pacto patriarcal, a cuestionar los mandatos…
El 8 de marzo se difundió en las calles y en redes sociales una imagen con una pregunta-interpelación muy poderosa: ¿Hasta cuándo las organizaciones sociales seguirán solapando agresores? La interpelación señalaba las responsabilidades colectivas, por acción y por omisión, además de responsabilidades individuales por resolver. Esta pregunta continúa sin respuesta y, lo más peligroso, sin suficiente debate.
Es difícil saber a dónde vamos a llegar. Todavía hoy, 11 de marzo, días después del cuestionamiento directo, seguimos esperando posicionamientos de movimientos sociales, que reconozcan la gravedad del problema y propongan salir del lodazal colectivo en el que nos metimos. Deseamos que las organizaciones, al menos algunas, den el paso y respondan con argumentos y propuestas.
Necesitamos autocrítica, reconocimiento, rutas para encontrar el equilibrio (o recomponer la cordura) entre la denuncia pública y la necesidad de preservar la seguridad de las denunciantes y las mujeres agredidas. Entre la justicia oficial que no existe y los mecanismos de justicia social que no están desarrollados: reconocimiento público, reparación. Entre la presunción de inocencia (como derecho, no como formalidad legal) y la negación sistemática de lo que es evidente. Entre la violencia que se ejerció y la rectificación necesaria para no volver nunca a hacer lo mismo.
Mientras el silencio pretende seguir siendo, a costa de la coherencia, la ética y la dignidad, el hartazgo desborda con razón los cauces reglamentados.
Fuente: Memorial de Guatemala
Autor: Andrés Cabanas
Marzo 11 de 2020.