Gabo…Acá nos quedamos
en «La patria de Tinieblas de la Verdad del Olvido»
Más allá y muchísimo más acá de las adulaciones y del vacío…Para mí, las últimas páginas del Otoño del Patriarca, a partir de la llegada de Nicanor en el sueño, son una totalidad y un torrente cuya fuerza no caben en ninguna parte. Menos en tanta carreta que transforma el viaje maravilloso de un palabrero enamorado de las mujeres y alucinante como los inútiles hombres que deshacemos la historia que ellas, desde la cocción de los garbanzos y el amor a lo que se reproduce mantienen, hasta cuando llegue el día de vivir. Por dentro y amarrados de ganas de estar por fuera de lo que todo encierra y negocia en palabrerío inepto y recursos manoseadores que desdicen nombrando. Esas palabras desaforadas, son una convocatoria y una necesidad que estalla.
Yo las devoré, las viví, necesito que se hagan realidad. Nombran en el lenguaje de lo que tiene que venir y cuya postergación sangra en contraste con lo que somos encadenados entre todas y todos a esta farsa que duele y asfixia, el momento en el que el mundo otro florece y este otro que conocemos y repetimos y alimentamos y producimos en transacciones todos los miserables días, se queda atrás para siempre, ahogado en su inmundicia, en su falsedad. Sumido en su propio material ilusorio y repugnante.
Si alguna vez me tocara resumir mi vida sin más, diría que es la nostalgia rabiosa y rebelde, la necesidad apremiante y agobiante, este equivocarme tratando, un irreverente vomitar de mis entrañas y mi ser entero hasta vaciarme de las palabras que no existen para nombrar ese final del tiempo incontable de la eternidad que es ese alter-nacimiento imposible, profundo, total, pero hecho de esto mismo que nos hace y conmueve y que no cabe dentro de nada que nombramos con palabras del sistema y de la historia que nos secuestran desde antes de nacer o pensar o pasar hojas amarillas del calendario… que es esto por lo que luchamos resistiendo, desde eso otro de verdad que sale a las calles ese día que acá nombra Gabo en llanto feliz y júbilo de nacimiento, dejándose ser.
Ahí van para siempre estas palabras que se persiguen para brotar, hasta ese día en el que merezcan ser espejo de lo que pase en las calles:
«…padeció el holocausto final de la micción exigua en el excusado portátil, se tiró en el suelo pelado con el pantalón de manta cerril que usaba para estar en casa desde que puso término a las audiencias, con la camisa a rayas sin el cuello postizo y las pantuflas de inválido, se tiró bocabajo, con el brazo derecho doblado bajo la cabeza para que le sirviera de almohada, y se durmió en el acto, pero a las dos y diez despertó con la mente varada y con la ropa embebida en un sudor pálido y tibio de vísperas de ciclón, quién vive, preguntó estremecido por la certidumbre de que alguien lo había llamado en el sueño con un nombre que no era el suyo, Nicanor, y otra vez, Nicanor, alguien que tenía la virtud de meterse en su cuarto sin quitar las aldabas porque entraba y salía cuando quería atravesando las paredes, y entonces la vio, era la muerte mi general, la suya, vestida con una túnica de harapos de fique de penitente, con el garabato de palo en la mano y el cráneo sembrado de retoños de algas sepulcrales y flores de tierra en la fisura de los huesos y los ojos arcaicos y atónitos en las cuencas descarnadas, y sólo cuando la vio de cuerpo entero comprendió que lo hubiera llamado Nicanor Nicanor que es el nombre con que la muerte nos conoce a todos los hombres en el instante de morir, pero él dijo que no, muerte, que todavía no era su hora, que había de ser durante el sueño en la penumbra de la oficina como estaba anunciado desde siempre en las aguas premonitorias de los lebrillos, pero ella replicó que no, general, ha sido aquí, descalzo y con la ropa de menesteroso que llevaba puesta, aunque los que encontraron el cuerpo habían de decir que fue en el suelo de la oficina con el uniforme de lienzo sin insignias y la espuela de oro en el talón izquierdo para no contrariar los augurios de sus pitonisas, había sido cuando menos lo quiso, cuando al cabo de tantos y tantos años de ilusiones estériles había empezado a vislumbrar que no se vive, qué carajo, se sobrevive, se aprende demasiado tarde que hasta las vidas más dilatadas y útiles no alcanzan para nada más que para aprender a vivir, había conocido su incapacidad de amor en el enigma de la palma de sus manos mudas y en las cifras invisibles de las barajas y había tratado de compensar aquel destinoinfame con el culto abrasador del vicio solitario del poder, se había hecho víctima de su secta para inmolarse en las llamas de aquel holocausto infinito, se había cebado en la falacia y el crimen, había medrado en la impiedad y el oprobio y se había sobrepuesto a su avaricia febril y al miedo congénito sólo por conservar hasta el fin de los tiempos su bolita de vidrio en el puño sin saber que era un vicio sin término cuya saciedad generaba su propio apetito hasta el fin de todos los tiempos mi general, había sabido desde sus orígenes que lo engañaban para complacerlo, que le cobraban por adularlo, que reclutaban por la fuerza de las armas a las muchedumbres concentradas a su paso con gritos de júbilo y letreros venales de vida eterna al magnífico que es más antiguo que su edad, pero aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad cuando se convenció en el reguero de hojas amarillas de su otoño que nunca había de ser el dueño de todo su poder, que estaba condenado a no conocer la vida sino por el revés, condenado a descifrar las costuras y a corregir los hilos de la trama y los nudos de la urdimbre del gobelino de ilusiones de la realidad sin sospechar ni siquiera demasiado tarde que la única vida vivible era la de mostrar, la que nosotros veíamos de este lado que no era el suyo mi general, este lado de pobres donde estaba el reguero de hojas amarillas de nuestros incontables años de infortunio y nuestros instantes inasibles de felicidad, donde el amor estaba contaminado por los gérmenes de la muerte pero era todo el amor mi general, donde usted mismo era apenas una visión incierta de unos ojos de lástima a través de los visillos polvorientos de la ventanilla de un tren, era apenas el temblor de unos labios taciturnos, el adiós fugitivo de un guante de raso de la mano de nadie de un anciano sin destino que nunca supimos quién fue, ni cómo fue, ni si fue apenas un infundio de la imaginación, un tirano de burlas que nunca supo dónde estaba el revés y dónde estaba el derecho de esta vida que amábamos con una pasión insaciable que usted no se atrevió ni siquiera a imaginar por miedo de saber lo que nosotros sabíamos de sobra que era ardua y efímera pero que no había otra, general, porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado. «
Eso, por lo que viene Nicanor en andrajos, ese Patriarca violador y miserable, es lo que llamamos el sistema, eso es la modernidad, el capital, lo contrario de la vida, la transacción a que nos condenamos, y, ese, su fin. Ese es el fin de los nacimientos y el cadalso de las palabras-mercancía que nos nombran y nombramos. Mientras tanto acá estamos encerrados en el tiempo incontable de la eternidad y el despojo donde resulta imposible vivir…Imposible y repugnante!
Manuel Rozental