Toronto: En este Centro, la dignidad se encarga de los nacimientos
“Fueron muchos años y muchas lágrimas, muchas”. Esta frase sentida y que nos conmueve hasta hacernos llorar, contrasta con este espacio amplio, iluminado, alegre y abierto. Este Centro es un parto de muchas abuelas, parteras, mujeres y madres. Un monumento vivo a culturas y sabidurías ancestrales negadas pero presentes en medio de uno de los centros del capitalismo y de la conquista globales…
Este Centro es un parto y un monumento:
La dignidad se encarga de los nacimientos.
(Entrevista con Sarah Wolffe, Directora del Centro de Nacimientos de Toronto. Parteras de la Séptima Generación)
“Normalmente, las parejas no indígenas, de clase media, llegan solo con su pareja al Centro de Nacimientos y se encierran en su habitación hasta el parto. Poco tiempo después del nacimiento, empacan sus cosas y se van. En cambio, ella llegó en trabajo de parto acompañada de 20 familiares. Era una fiesta. Ocuparon el espacio completamente. Dejaron algunas cosas en la habitación donde suceden los nacimientos y se instalaron en la sala. La abuela preparó una cena grande para todas y todos. El aroma de café se mezclaba con el de guisados y postres. Ella caminaba entre sus familiares haciendo su trabajo de parto. Hubo muchas risas, muchas historias y recuerdos. Minutos antes del nacimiento, entraron todas y todos a la habitación con las parteras. El nacimiento se dio en la bañera, bajo el agua. En torno de la madre, toda la familia observaba y participaba. Los gritos, risas y lágrimas se tejieron a ese primer canto de vida. Realizamos así un sueño. Sacamos el parto de los espacios de intimidad, del cuarto trasero. La comunidad volvía a poner el nacimiento en el centro de sus actividades. La reproducción como el eje de la vida. La recibieron su madre, las parteras y 20 personas a quienes se tejía de inmediato.
Pero no fue solo allí. Arriba, en el segundo piso, en la sala de conferencias y reuniones se llevaba a cabo un encuentro de mayoras y mayores indígenas de diferentes pueblos en torno del doloroso y persistente tema de feminicidios indígenas. Un problema sin solución en Canadá que pone en evidencia la verdad de este país frente a las culturas originarias y las mujeres. Naturalmente, todas y todos sabían del primer nacimiento indígena que habría de darse en este Centro de Nacimientos. Al nacer, la noticia llegó a este encuentro triste y serio. De inmediato suspendieron las discusiones y levantaron los tambores para entonar cantos plenos de alegría que retumbaron llenando el espacio. Un nacimiento de la comunidad, de los pueblos. La vida reproduciéndose a pesar de todo, frente a todos y presentándose como un clamor, una presencia y un camino. Fue muy hermoso. Sentimos que por fin estábamos llegando.”
Sarah Wolffe es alta, joven y transmite una fortaleza arrasadora. Su sonrisa permanente, lejos de cordial es una exigencia contagiosa, reclama un diálogo franco, verdades directas: nacimientos. Según cuenta, llegó a Toronto del norte de Ontario, de la comunidad indígena “Española” a orillas del río al que los conquistadores impusieron el mismo nombre. Estudió enfermería y se hizo partera con las mayores. Parteras a quienes, hasta hace muy poco, las metían a la cárcel por cometer el “delito” de acompañar nacimientos con su saber. Sintió en carne propia el vacío, la soledad, la ausencia de cualquier cosa que tuviera sentido en esta ciudad grande y ajena. Una ciudad del conquistador, “donde somos extrañas y nos perdemos en la invisibilidad y el racismo”. Nos recibe para conversar en las salas y oficinas del centro que ella dirige y que hicieron nacer las “Parteras de la Séptima Generación”(Seventh Generation Midwives Toronto). Un núcleo de 6 a 8 mujeres indígenas que soñaban hace tiempo con una herramienta, un espacio, “mucho más modesto que este”, para que nacer como nuestras abuelas y nuestra cultura enseñan, no fuera una vergüenza, algo oculto e irrelevante. “Muchas personas reconocieron en mi espíritu las ganas, la fuerza, la chispa, la creatividad y mi capacidad de recoger lo de todas y buscarle salidas sin dejarme vencer”, dice riendo. No hay vanidad en su recuento, por el contrario nombra hechos con claridad y agradece con humildad. Asume que recoge el trabajo de muchas otras “campeonas” y le corresponde su parte. Es una vocera y una luchadora. Su tarea es de todas y todos, pero asume su parte y así, al realizar su tarea como líder, responde a su mandato y recoge lo sembrado y cosechado.
“Fueron muchos años y muchas lágrimas, muchas”. Esta frase sentida y que nos conmueve hasta hacernos llorar, contrasta con este espacio amplio, iluminado, alegre y abierto. Este Centro es un parto de muchas abuelas, parteras, mujeres y madres. Un monumento vivo a culturas y sabidurías ancestrales negadas pero presentes en medio de uno de los centros del capitalismo y de la conquista globales: Toronto, entre otras cosas, el corazón de la especulación minera global y de empresas como Barrick Gold, cuyo dueño, Peter Munk, figura como gestor del progreso y filántropo incansable empeñado en causas nobles. Desde esta ciudad, se promueve, se defiende y se acumula a costa de la destrucción de pueblos y territorios indígenas en el mundo entero.
No hace falta abstraerse del concreto de esta ciudad para sentir su poder opresivo y despojador. Toronto es grande, ordenado, impersonal. El Centro de Nacimientos se encuentra en Regent Park. La miseria aún recorre las calles. Miseria con rostros indígenas y de inmigrantes del mundo entero. Despojados, alcoholizados, drogadictos, desempleados, rebuscadores. Pero la apariencia encierra este despojo y lo desprecia. Todos son edificios nuevos. Postmodernos. Mucho vidrio y metal. Todo limpio y organizado. Quedan pocos edificios de los que ocupaban toda esta zona del Centro Este de la ciudad hasta hace apenas una década. Se trataba de torres cúbicas de ladrillo. Todas iguales, ocupadas por afro-caribeños en condiciones de despojo y sometidos a programas de “asistencia social”. Contenidos y confinados por la vía policial-represiva o por la vía de la atención y de las donaciones en especie y dinero. Rodeados de barrios elegantes y excluyentes como Cabbage Town. Allí la violencia era y sigue siendo altísima. La que llaman violencia social. El exterminio de pobres contra pobres que resulta tan eficaz para generar ese desprecio por uno mismo y esa sin salida que encuentra ilusiones y trampas en los tráficos y las mafias.
Pero el futuro es y está en concreto. Se expulsa al indígena, al inmigrante pobre, sembrando edificios, centros comerciales, hipermercados, para que tengan que desaparecerse avergonzados los desplazados desde otros lugares. Así, silenciosamente, ni se sabe para dónde se fueron. Todo “mejoró”. Ahora la infraestructura limpia y linda trae otra gente, seguridad y orden. Allí, en la primera y segunda planta de un edificio nuevo dice bien grande “Birth Centre” (Centro de Nacimientos).
Sarah explica que el estado impone condiciones, con pretextos Higiénicos y de reglamentación, que obligan a que el Centro no sea físicamente como debería ser, pero que esto es secundario frente a los objetivos propuestos y conseguidos. “Este es un centro indígena”, asevera con firmeza. “Lo es no porque nos hubieran hecho una concesión, ni porque les permitiéramos crear un lugar excéntrico y alternativo donde se puede experimentar la aventura indígena. Exigimos y pusimos condiciones hasta lograr el reconocimiento de un derecho y una obligación de Estado. Este Centro y lo que aquí hacemos no es una alternativa al modelo médico. Es el modelo-otro. El ancestral, el de los pueblos y saberes de estos territorios, de los pueblos de esta tierra”. Sarah deja bien claro que no se venden al gobierno por un dinero a cambio de sacrificar su saber, su modo de vida, sus condiciones. Es el único momento en que aconseja “si a cambio de conseguir este espacio hay que venderse, son ellos, los conquistadores, quienes han ocupado nuestro centro. No podemos vendernos o seguirnos vendiendo como sucede acá y en otros lugares, a cambio de administrar los programas del poder. No se trata de salud diferencial, que tiene como referente el poder dominante. Se trata de hacer realidad lo nuestro, hacernos respetar sin vendernos.”
Hay 3 habitaciones grandes donde se dan los nacimientos y una de emergencia más pequeña. Tienen nombre de árboles nativos. Afuera de las habitaciones se comparten salas y cocinas colectivas.
Lo más impactante de estas habitaciones son los murales que ve la madre en el momento del nacimiento desde la bañera. Llenos de colores, se inspiran en las enseñanzas de la mayor María Campbell, escritora, luchadora y sabia, cuya vida y memorias han sido inspiración para el renacer y la pervivencia de saberes y pueblos indígenas en Canadá y el Continente. “La abuela de María le enseñó la forma en que los primeros siete años de vida se pasan en compañía de las abuelas, en la tierra y en el campo. Durante estos años, al aprender las lenguas, aprenden también a nombrar plantas, animales, huertos, alimentos, cuidados del hogar, medicinas ancestrales y relaciones, para que al llegar a los siete años pasen a una nueva etapa habiéndose tejido a la vida comunitaria y al territorio” cuenta Sarah. “Esa historia se la contó María a una artista indígena que diseñó y pintó los murales que se ven en las habitaciones. Se trata de estar, en el momento del nacimiento, en el mundo natural que tiene sentido para nosotras y nosotros.” Las parteras atienden los partos. La dinámica, la cultura del espacio, las relaciones, la vivencia es indígena. Eso, que se vive dentro del edificio, fue lo que tomó más tiempo diseñar, recoger, rescatar y hacer realidad. Hay otras parteras no-indígenas y mujeres no-indígenas pueden tener sus nacimientos acá. Pero no es una visita a un mundo indígena. “Acá se vive lo que somos. Acá hemos vuelto a nuestra tierra en medio de esta ciudad y en estos tiempos.”
Consiguieron que el estado financie este programa y a las parteras como a cualquier otro programa del sistema de salud. No es un favor. Es un reconocimiento y costó mucho enfrentar el machismo, el patriarcado, el racismo, el sistema médico y la medicalización del embarazo y del parto. “El centro se volvió muy atractivo para mujeres de clase media que querían tener sus hijas e hijos en una experiencia indígena. El resultado es que aparecieron unos vacíos e incoherencias graves. Más fácil resulta para una mujer de clase media llegar acá que para una inmigrante o una indígena. Por eso nos negamos ahora a esperar a quienes lleguen a buscarnos y vamos a recorrer las comunidades, a buscar a las mujeres indígenas y las invitamos al Centro. Este tipo de trabajo activo, de acercarnos a la comunidad, de no convertirnos en negocio, centro comercial, producto en el mercado, hay que estarlo haciendo.”
Las comunidades indígenas se agrupan en el Canadá según etnias y organizaciones y desde allí, con contradicciones y dificultades, hacen su trabajo de visibilización y exigencia de derechos. En contraste, la ciudad crea comunidades indígenas genéricas, una vez que se da la ruptura con el territorio. “No hay sentido de comunidad. No te dejan olvidar que eres indígena a través de la discriminación, pero tampoco quieres olvidarlo porque todo lo demás es un sin sentido, un lugar hostil, extraño y amenazador. De allí que acá, en Toronto, hay que reconocer esas comunidades y a esas y esos indígenas perdidos en las márgenes, en las zonas grises, desconocidas y desconocidos aún por sus propios pueblos.” Es un trabajo duro, muchas veces ingrato. “¿Cómo explicarle a un joven de 18 años, que acaba de asumirse como padre, que siente el impulso de salir a cazar para traer un regalo de la Madre Tierra a su compañera para cumplir con el mandato de cuidar y armonizar, que acá, en la ciudad, eso resulta absurdo?”. La experiencia cotidiana de desplazamiento, de soledad, de extrañamiento. Saber que lo que uno es, resulta inútil y es motivo de burla y condescendencia. “Consultamos a mayores, a abuelas, a comunidades. Hacemos rituales a dos horas al norte de acá con una abuela sabia, una de las que conservan los conocimientos y saberes. Vamos pensando en maneras de proyectar y vivir la relación con el territorio en esta ciudad, en este contexto y de tejernos al territorio a través de los nacimientos.”
Nadie paga ni se cobra en el centro. Indígenas, inmigrantes, mujeres y familias excluidas encuentran este espacio abierto. Sarah y las Parteras de la séptima generación han logrado que el Estado cumpla con su deber y garantice los nacimientos, pague el trabajo de las parteras, la construcción y el funcionamiento del Centro de Nacimientos.
Sarah señala los errores, las dificultades, como parte de un camino largo, muy largo en el que nacer, al centro de la comunidad y de la ciudad, regresan y son palabra y camino por sí mismas. La niña Dené, el primer nacimiento indígena que nos narra, siembra con fuerza los pasos por venir.
“¿Se imaginan lo que hace a la comunidad ser testigos colectivos de un nacimiento en familia? ¿Saberse en casa y ocupar un espacio para la fiesta de la reproducción de la vida? ¿Compartir los alimentos con un bebé en brazos colectivamente? ¿Que suenen los tambores y los cantos de los mayores celebrando nuestra presencia, nuestro saber y un nacimiento? ¿Se imaginan?” Pregunta Sarah. Una pregunta que resuena desde el Canadá y el Toronto racista y minero, despojador y símbolo del sistema, donde aquellas mujeres parteras e indígenas que respetan y perpetúan el saber de las abuelas y viven desde 7 generaciones precedentes, pero siempre para 7 generaciones venideras, han rescatado el nacimiento de la vergüenza y el olvido y lo están devolviendo a la tierra y al futuro desde un espacio pequeño pero grande, un Centro de Nacimientos. Es, de verdad, un territorio indígena donde se nace en presente desde lo ancestral, para que haya futuro. No es un favor del capital, es la resistencia de las parteras y de las abuelas de este territorio, cuya dignidad se ocupa de los nacimientos.
Autor y fuente: Pueblos en Camino