Bolsonaro y lo que «Dios quiere»: una oleada de siervos que arrasa para los poderosos
Bolsonaro fue bautizado en el río Jordan…
En su monumental e indispensable trabajo, los 5 volúmenes de «El atardecer de la Vida», el sacerdote y antropólogo Guatemalteco Ricardo Falla relata los horrores de la guerra en Guatemala entre 1981 y 1987; la más devastadora y sangrienta de las guerras recientes de este continente (y eso ya es mucho decir). La contribución de las iglesias evangélicas a estas masacres es indudable. No sólo el poder del tirano General Ríos Montt y otros en cargos de poder (evangélicos y actuando desde esa fé) que ordenaron la política de tierra arrasada sino también y ante todo, la penetración de estas sectas de manera sistemática, eficaz y eficiente a las comunidades de modo que en lugar de organizarse para resistir, las y los fieles, se hicieron cómplices de la agresión militar asesina, se unieron a grupos paramilitares, denunciaron la resistencia y la insurgencia y, más aterrador aún, convencidas y convencidos de que no serían víctimas del terror estatal, la mayoría, no huyeron de la avanzada militar de terror y fueron masacradxs luego de ser sometidxs a los peores abusos. Poner masas al servicio de su propia destrucción, convencidas de su redención es un resultado final y elocuente de la larga ocupación del territorio del imaginario por el capital. La penetración de sectas evangélicas al servicio de proyectos fascistas e imperiales no es nueva ni son, contrario a lo que se asevera en la primera frase del texto que compartimos en seguida, «un nuevo actor en la política latinoamericana«.
El texto es una provocación para la reflexión y la acción. Ya es demasiado tarde, como lo demuestra la elección del fascista Bolsonaro en Brasil ayer, o la elección y reelección de Uribe Vélez en Colombia donde también fueron fundamentales para que el NO a los acuerdos de paz ganara. Pero también Reagan y George W. Bush, como Trump, se apoyaron en las iglesias evangélicas no sólo para ganar las elecciones sino para lanzar su política anti-terrorista global, el «libre comercio» y la guerra global para el capital, además de hacerse reelegir. En varios países del continente, son estas mismas iglesias, con apoyos y redes internacionales y desde los gobiernos, las que crean organizaciones indígenas, campesinas y populares paralelas a las autónomas: la OPIC en Colombia, contra el movimiento indígena del Cauca y del CRIC y la OPDIC en Chiapas, contra el EZLN, son apenas dos ejemplos entre muchos. La oleada evangélica ocupa barrios, ciudades, pueblos, aldeas. Genera y maneja recursos enormes. Cuenta con medios de comunicación propios, empresas, ganancias, alianzas con los sectores más poderosos del capital. Es, en síntesis, una estrategia de largo alcance y de una trayectoria de décadas. Algo hacen «bien» aprovechando el vacío, la dependencia, la ignorancia y el terror creado por la historia del sistema para capturar el resentimiento, la miseria, los vacíos, la ignorancia, las necesidades sentidas y los imaginarios y aspiraciones de masas urbanas y rurales. Hace años en Sao Paulo analistas políticos y académicos notaban cómo estas iglesias convocaban millares y hasta millones en las calles de esa ciudad, mientras otros movimientos iban debilitándose.
Sólo el fútbol y las iglesias convocan tanta gente. La falta de consciencia crítica, análisis y capacidad de construir una propuesta política autónoma son elementos esenciales de estos movimientos. Son verticales, muy ricos y poderosos, autoritarios y sirven a la acumulación, a la domesticación para la ganancia y, lo peor de todo, a la consolidación de fuerzas populares para el racismo, el machismo, la misoginia y la persecución a muerte de pueblos en resistencia por la vida, la dignidad y la libertad. Sus bases y fuerzas «educadas» o no, son fuerzas dóciles, serviles, agresivas y amenazantes. Pero tanto estas, como la articulación mafiosa narco-capitalista transnacional, han sido, salvo excepciones notorias, ignoradas por analistas y movimientos sociales, indígenas y populares. El más rancio y peligroso patriarcado, con un sólo Dios arriba y omnipresente que somete y arrodilla a los pueblos avanza de la mano de quienes desde los más altos cargos de poder global, sirviéndose de la soledad y la confusión de las sociedades del espectáculo y el consumismo con miseria y dependencia reclutaron ya a la mayoría de la gente en todas partes para matar-muriendo a quienes le sobramos al capital. La guerra contra los excedentes de población de los poderosos, la hacen ahora mismo, por todas las vías las sectas de quienes creen que «gracias a Dios» debe arrasarnos la catástrofe que ellas y ellos mismos apoyan y ejecutan. Resistir estas iglesias, su crecimiento, sus fuerzas, sus objetivos, sus alianzas y sus tentaciones era urgente desde hace décadas. Tarea que incluye y empieza por la propia resistencia de los pueblos e individuos a las trampas de esta fé que engaña y captura. Hay quienes ya han despertado de ese despertar evangélico que somete y cuya fé no sirve más al sometimiento y a los poderosos de esta tierra. Su palabra y experiencia, tejida a la dignidad de quienes luchamos y resistimos es indispensable, sin ignorar que las religiones ortodoxas, intolerantes y contradictorias de izquierda y progresistas han contribuido poderosamente al fortalecimiento de estas sectas que ya son pueblos. ¿Dónde Estamos? En tiempo real. Pueblos en Camino
El peligro de las iglesias evangélicas en la política latinoamericana
Los grupos evangélicos son un nuevo actor en la vida política latinoamericana y se han propagado sagazmente en cada país logrando una inédita influencia, ganando terreno al monopolio que había ostentado el catolicismo desde hace siglos. Su poder crece día a día como contracara al avance de los movimientos feministas, de las minorías sexuales e identidad de género, con un discurso conservador, autoritario y totalizador.
La crisis de representatividad de los partidos ha ayudado al incremento de las instituciones religiosas neopentecostales y a que estas puedan entrar fácilmente en el tejido social y actuar desde ahí como “salvadores” de la fe, la vida y la política.
En una investigación del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), titulada “Iglesias evangélicas y el poder conservador en Latinoamérica”, se establece que el evangelismo explota políticamente su gran despliegue mediático, gracias a sus propias emisoras, canales de televisión y redes sociales, que deja en desventaja a los demás candidatos del sistema político, ayudadas de una “gran capacidad económica ligada al aporte-convicción de sus feligreses” y son fervientes “defensores del neoliberalismo y la sociedad de consumo”.
Por ello que la participación de las iglesias evangélicas en la política latinoamericana crece y alimenta las facciones políticas de la ultraderecha para impulsar su agenda conservadora, a través de candidatos propios o entregando el apoyo a quienes promuevan sus principios, definiendo algunas veces el resultado de elecciones y presionando en la toma de decisiones.
En América Latina han crecido de manera peligrosa y este peligro no es abstracto. En Colombia los evangélicos contribuyeron a la victoria del No a los acuerdos de paz en el plebiscito sobre la paz en el 2016. La mención a los derechos LGBT en las negociaciones de paz puso en alerta y movilización a las iglesias y los pastores. En Costa Rica tras un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a favor del matrimonio igualitario, Fabricio Alvarado, periodista y cantante de música cristiana pasó en primer lugar a la segunda vuelta como candidato del partido evangélico Restauración Nacional. Y si bien fue derrotado, pudo aglutinar el 40% de los votos, principalmente de sectores conservadores, contra la ‘ideología de género’.
Clifford Geertz, antropólogo estadounidense, postula que la religión “es un sistema de símbolos que genera ánimos y motivaciones poderosas, persuasivas y persistentes en los seres humanos”. Así, su potencial para formular concepciones no científicas que superan el contexto puramente religioso, dándole sentido a las realidades sociales, neutralizan la lógica de cómo se debería tomar decisiones políticas: la razón científica, el sentido común y la consideración incluyente.
De esto se aprovechan los evangélicos y sus líderes, que tienen a su libre disposición una gran cantidad de creyentes-electores, con quienes fundan un vínculo muy rígido basado en un sistema de símbolos, principios y valores, creando una relación de poder asimétrica y autoritaria.
El éxito que el mundo evangélico está teniendo en la vida política se debe a que es un grupo muy heterogéneo en términos de tipos de iglesias, adscripciones teológicas y posicionamientos políticos, estableciendo una relación directa entre la comunión con Dios y el bienestar material, teniendo como terreno fértil la mayor individualización e identificación por la vía del consumo de los sectores populares, ayudado por el neoliberalismo que, por su parte, propaga los mismos principios.
En América Latina han crecido de manera peligrosa y este peligro no es abstracto. En Colombia los evangélicos contribuyeron a la victoria del No a los acuerdos de paz en el plebiscito sobre la paz en el 2016. La mención a los derechos LGBT en las negociaciones de paz puso en alerta y movilización a las iglesias y los pastores. En Costa Rica tras un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a favor del matrimonio igualitario, Fabricio Alvarado, periodista y cantante de música cristiana pasó en primer lugar a la segunda vuelta como candidato del partido evangélico Restauración Nacional. Y si bien fue derrotado, pudo aglutinar el 40% de los votos, principalmente de sectores conservadores, contra la ‘ideología de género’.
En República Dominicana, Perú y México los evangélicos han organizado marchas en contra del movimiento LGBT. En Guatemala, la religión evangélica prácticamente ha alcanzado al catolicismo, cuyo gobierno es presidido por Jimmy Morales, un humorista y teólogo evangélico, que en sus discursos exhibe aires de predicador.
En Brasil el poder evangélico reside en el Congreso y ha tomado la forma de un frente evangélico que reúne a los parlamentarios que profesan esa religión, quienes todos los miércoles por la mañana se reúnen en una sala plenaria para rezar juntos, entonando cantos y plegarias. Son los mismos que influyeron decisivamente en la caída de Dilma Rousseff mediante un golpe parlamentario y han posicionado a Jair Bolsonaro como un candidato presidencial fuerte, utilizando sus medios para crear una campaña de terror y mentiras contra Fernando Haddad.
En Chile están creciendo de a poco y la débil “bancada evangélica” no ha logrado influir en la toma de decisiones y en las políticas públicas. Sin embargo, hay que mirarlos con recelo y desconfianza, porque al igual que en otros países intentarán penetrar las esferas políticas con el fin de imponer su agenda ultraconservadora, utilizando a sus pastores con un discurso de populismo religioso, más radical y de mayor alcance.
En política es necesaria la diferencia ideológica, sin embargo, cualquier religión con aspiraciones y ambiciones políticas se opone a los ideales y fundamentos de la democracia. Y en este sentido, los evangélicos suponen un riesgo para el desarrollo de una sociedad moderna y pluralista, porque forman parte de una avanzada contra los nuevos tiempos y procesos que se viven en la región, en que se debate sobre el feminismo, el matrimonio igualitario, el aborto, la identidad de género y derechos de minorías LGTBI, coartando libertades e imponiendo su visión conservadora.
Miguel Torres
Publicado el 28 octubre, 2018
Red Filosófica del Uruguay