Brasil: Entre el golpe y la leyenda. Parodias que reclutan y comparsas que liberan

Eliane Brum hace girar los recuerdos, las emociones, la construcción del mito, el odio, la desmemoria, las manipulaciones, en torno de una fotografía: “Lula es llevado en volandas por sus simpatizantes tras el discurso que hizo en São Bernardo do Campo el día en que se entregó a la Policía Federal. FRANCISCO PRONER REUTERS” Compartimos ese texto que, para nosotrxs, señala una captura doble, entre dos parodias: Una, la sin vergüenza del golpista Temer, marioneta corrupta y perversa que habita y somete en medio del círculo nefasto de la oligarquía del Brasil, el ejército, el odio y siempre al servicio de las transnacionales que ahora dictan muerte y despojo ya!, que persigue a Dilma y a Lula y les niega justicia para negarla a todo Brasil …y la otra, la de Lula haciéndose mito y pretendiendo con ello negar errores, delitos, inconsistencias, contradicciones y evitar desde ese lugar sacralizado, inalcanzable, intocable, que haya espacio para la memoria, para las verdades, para un Brasil que ahora tiene que negarse entre la dictadura y el mito. Las Maes de Maio nombraron y habitan ese otro Brasil y lo hicieron manifiesto cuando se pronunciaron negándose a compartir escenario con Lula, manifestaron con firmeza una proclama que hoy debería resonar: “La revolución no será Gourmetizada”. Está siendo Aplastada y Mentida, entre el golpe y la leyenda. Está siendo negada. Están negando la revolución unos y otros, al negar al pueblo y la verdad. El poder ilegítimo ordenó la militarización de Río como respuesta a una comparsa del Carnaval de 2018; Paraíso do Tuiti. Zambando, presentaron la esclavitud que sigue viva y sometiendo a Brasil. Brasil que se debate hoy no entre las dos parodias, sino entre esa parodia que niega y esclaviza entre peores y malos al servicio del abuso y la comparsa a la que encierran en la avenida del Carnaval para que no desborde febrero y el espectáculo y se haga por fin revolución y Brasil. ¿Dónde Estamos? En tiempo Real. Pueblos en Camino.

Lula, el humano

Entender las contradicciones del expresidente y del PT en el poder es más importante y urgente para Brasil que construir un mito

“Ya no soy un ser humano. Soy una idea”. La frase del discurso de Luiz Inácio Lula da Silva antes de su encarcelamiento, en el estrado montado en el Sindicado de los Metalúrgicos de São Bernardo do Campo, ya se ha hecho célebre, como estaba programado. Pero el símbolo de ese momento para la historia no ha sido el discurso, sino la imagen tirada desde arriba, en la que el que había acabado de proclamarse no candidato, sino leyenda, parece transustanciarse en la muchedumbre: “Este país tiene millones y millones de Lulas”.

El problema de los que quieren ser mitos en vida es la propia vida. La vida estorba al mito.

La vida le recuerda al mito, día tras día, que es humano. Demasiado humano. Y eso es peligroso para un mito. Consciente de ese riesgo, el expresidente Getúlio Vargas (1882-1954) se suicidó teniendo el cuidado de dejar una carta-testamento impecable para la historia, en una última jugada de genialidad política. El “Padre de los Pobres” del Brasil del siglo XX sabía que la vida estorbaba a la leyenda.

Lula cree que puede ser mito en vida, el cuerpo encarcelado en la celda de la sede de la Policía Federal de la República de Curitiba como una muerte simbólica, mientras el mito atraviesa el cuerpo de la muchedumbre. En este sentido, fueron los mejores esfuerzos que hizo Lula desde que la prisión se convirtió en una posibilidad cada vez más segura y más cercana. Las frases fueron muchas en las últimas semanas, la más mesiánica esta: “Se están enfrentando a un ser humano diferente, porque yo no soy yo, soy la encarnación de un trocito de célula de cada uno de vosotros”.

El hecho de que la que ya se ha convertido en la imagen histórica del momento se haya tirado desde arriba no es un dato cualquiera. Desde arriba, hay mito. Desde abajo, en los interiores de la muchedumbre, hay realidades y sentimientos más humanos. Pero la foto ya marca un punto, mostrando que, de política, Lula entiende mucho más que el juez Sérgio Moro, que apostaba por la foto de Lula encarcelado, vencido por la Operación Lava Jato. Y tendrá que vérselas con la foto de un mito en los brazos del pueblo. No es un peso cualquiera para un hombre tan vanidoso como Moro, que también aspira a un lugar bonito en la historia. Y nadie quiere el lugar de un Carlos Lacerda, el gran opositor de Getúlio Vargas, que quedó como imagen negativa para la posteridad.

La historia, sin embargo, es un interrogante, porque el pasado se construye en el futuro. Y nada parece más incierto que el futuro en Brasil. La memoria de Lula todavía está en disputa.

El futuro también es imprevisto en la manera como la memoria se construirá en el mundo que vendrá. Todavía no somos capaces de entender cómo internet repercute en lo que llamamos memoria y la cambia. El futuro del Lula histórico no lo determinarán —o por lo menos no solo— los libros de historia escritos por académicos o las biografías hechas por periodistas, como sucedió con Vargas y otros íconos de la trayectoria de Brasil. Y eso ya es un dato nuevo de este momento. Solo sabremos más adelante si un mártir de la izquierda en prisión tiene la fuerza que tuvo en el futuro del pasado, cuando internet no entraba en la construcción de las narrativas.

Lula está encarcelado, no muerto. Lula todavía está en el juego del presente.

1)El día más triste

El 7 de abril de 2018 es quizás el día más triste de la historia reciente. Para Lula, el humano, y para todos los brasileños. Cualquier persona que no tenga las neuronas infectadas por el odio —y una de las características del odio es ser burro— es capaz de percibir la gravedad que representa que a un político que encarnaba el proyecto de por lo menos dos generaciones de brasileños, un proyecto que de ninguna forma le pertenecía solo a él, se le acuse de corrupción pasiva y blanqueo de dinero. Y se le encarcele por eso sin pruebas convincentes en el momento en que encabeza los sondeos para las elecciones de 2018.

Cualquier brasileño serio es capaz de percibir el abismo que eso representa para Brasil. La dureza de ese momento no para Lula, sino para lo que llamamos “nosotros”, que de hecho no existe, o solo existe en algunos momentos de síntesis.

Las cacerolas resonando con furia en las ventanas de los barrios “nobles” de São Paulo es el sonido de nuestra vergüenza como país. La de que las personas que tuvieron el privilegio de estudiar, en un Brasil tan desigual, sean incapaces de comprender la gravedad del momento histórico. Ese odio enmascarado de alegría es el rostro retorcido de una distorsión. Ese odio enmascarado de alegría es obsceno.

 

Pero estas son las personas de arriba, las personas que pueden mirar e interferir en el mundo sin salir de su ventana. El hecho de que golpeen cacerolas en los edificios, en lugar de salir a la calle para luchar por el Estado de Derecho, en un país tomado por la Cotidianidad de Excepción, es la expresión del fracaso del proyecto de conciliación que Lula representó en la práctica, aunque no haya sido este el proyecto en que creían muchos que lo eligieron.

Perdimos mucho el 7 de abril de 2018. Perdimos mucho más que en el 1 a 7 contra Alemania. La manera como se ha desarrollado el proceso judicial de Lula, mucho más rápido que el de la mayoría, ha sembrado dudas sobre la justicia. El juicio del habeas corpus de Lula por parte del Supremo Tribunal Federal, que votó un caso particular en lugar de decidir sobre la prisión tras la condena en segunda instancia, ha sembrado dudas sobre la justicia. La clara división del Supremo durante el juicio ha sembrado dudas sobre la justicia. La rapidez con que Sérgio Moro decretó la prisión ha sembrado dudas sobre la justicia.

Las instituciones han fracasado. No para los intereses privados de algunos, sino para lo que deberían representar para el conjunto de los brasileños, lo que deberían ser más allá del “sentimiento social”. El Supremo, ahogado en vanidades y transformado en estrado electoral, se ha empequeñecido (un poco más). La maldición del protagonismo sin formación política, una de las desgracias de los días actuales que afecta también a jueces y fiscales, ha encogido todavía más la sensación de justicia. Y todo lo que Brasil no necesitaba en este momento tan delicado eran más dudas sobre la justicia.

2)Un “reply” al general

La intervención del general Eduardo Villas Bôas, comandante del Ejército Brasileño, la noche anterior al juicio del habeas corpus en el Supremo, fue una afrenta a la democracia. Pero como el gobierno que está ahí ya es una afrenta a la democracia en su propia existencia, el general no recibió ninguna sanción. Como el gobierno que está ahí es el resultado de un impeachment sin fundamento legal, de la destitución de una presidenta mala pero legítimamente elegida, el general continúa en activo, activísimo. Como el gobierno está encabezado por un presidente, Michel Temer, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), enfangado en denuncias de corrupción, rodeado por un ministerio que es en parte una banda de delincuentes, otros militares ya han proclamado amenazas a la democracia antes y no les ha sucedido nada. Entre todas las transformaciones que han traído las redes sociales, nadie se imaginaba que la sombra de los “generales de Twitter” se cerniría ahora sobre Brasil.

El General Villa Boas observa al Presidente Lula sonriente

Al manifestarse por Twitter la noche antes del juicio de un expresidente por parte de la Suprema Corte, el general afirmó: “Aseguro a la Nación que el Ejército Brasileño cree compartir el anhelo de todos los ciudadanos de bien de que se repudie la impunidad y se respete la Constitución, la paz social y la Democracia, al igual que se mantiene atento a sus misiones institucionales”.

Sí, general, los brasileños como yo reivindican hace décadas que los militares y los agentes civiles que asesinaron, secuestraron y torturaron a miles de personas en Brasil, incluso a niños, al servicio del Estado y durante una dictadura que duró 21 años sean investigados, denunciados, juzgados y responsabilizados. Yo y muchos repudiamos la impunidad de los asesinos, secuestradores y torturadores del régimen de excepción que se instaló cuando los militares pusieron sus tanques en las calles, apoyados por parte de la sociedad civil.

He escrito en este espacio que parte de la corrosión de la actual democracia se debe al hecho de que Brasil no ha hecho memoria sobre la dictadura. Y solo se hace memoria responsabilizando. Con asesinos, secuestradores y torturadores uniformados o de paisano circulando libremente por las calles, el país entiende que la vida humana vale muy poco. Y este dato histórico de Brasil, un país fundado sobre los cuerpos de indígenas y negros, se ha acentuado con la impunidad de los criminales del régimen, con las consecuencias que tenemos ahí.

Así que ya va siendo hora de acabar con la impunidad de los agentes del Estado que asesinaron, torturaron y secuestraron. Pero, en lugar de hacer eso, usted, general, que acaba de repudiar la impunidad en Twitter, pidió una especie de amnistía previa a los militares que hoy participan en la intervención federal en Río de Janeiro, para que no se les responsabilice cuando maten a civiles: “Los militares necesitan tener garantías para no enfrentar dentro de 30 años una nueva Comisión de la Verdad por lo que vamos a enfrentar en Río durante la intervención”.

Así que, general, nuestro concepto de “ciudadano de bien” es diferente. El ciudadano de bien no mata, no tortura y no secuestra. Y el ciudadano de bien no defiende la impunidad de asesinos, torturadores y secuestradores, estén uniformados o no, estén al servicio del Estado o no. Y los ciudadanos de bien no le ponen una bayoneta en el cuello al Supremo Tribunal Federal.

Usted es un funcionario, pagado por el pueblo brasileño, y la Constitución afirma que su intervención fue indebida.

3) Cuánto perdemos todos

Si la vida que continúa puede estorbar el propósito de Lula de convertirse en leyenda, el mito en que Lula se quiere convertir estorba la vida de los brasileños.

Lula controló la iconografía de su encarcelamiento. Al hacerlo, el Lula mito borró las contradicciones del Lula humano. Sus adversarios pueden haber conseguido impedirle que se presente a las elecciones de 2018, disputa que lidera en los sondeos de intención de voto. Pero no consiguieron hacer que sonara a justicia para una parte significativa de la población, acentuando la crisis del país y bloqueando todavía más la posibilidad de debatir, con la seriedad necesaria, el múltiple y contradictorio legado de Lula.

Mensalao, sistema de compra de votos de parlamentarios que Lula negó conocer

Claro que hay una parte de la población que golpea cacerolas y se pone la camiseta de la selección, pero muchos no. E incluso los que son críticos con los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff sintieron asco por la forma como las instituciones condujeron el proceso.

Sin entender las contradicciones de Lula en el poder (y de Dilma Rousseff, su escogida, a continuación), se hace difícil construir un nuevo proyecto de izquierda capaz de aglutinar una parte de Brasil. E incluso la derecha, por lo menos la seria, debería desear que existiera un nuevo proyecto de izquierda, porque para la democracia ese diálogo es esencial.

El Brasil gobernado por Lula tuvo un aumento real del salario mínimo, una reducción significativa de la miseria, una ampliación del acceso a la universidad, mejoras importantes en la sanidad pública, cuotas raciales (una acción afirmativa todavía tímida, pero esencial), garantía de crédito para los más pobres. Eso no es poco. De verdad no lo es. Y resonará en Brasil durante muchas décadas. Las principales voces de la resistencia de las actuales periferias urbanas nacieron de esa experiencia y de ese acceso a mundos hasta entonces infranqueables.

La realidad de un obrero que ocupó el poder por medio del voto en un país como Brasil tuvo un impacto en la vida de los brasileños que no podemos dimensionar con exactitud, porque en gran medida es subjetivo, pero es una enormidad. Y eso Lula lo consiguió, y nadie se lo puede negar.

Lula sacó a millones de la miseria. Eso no se puede negar

Pero el Brasil gobernado por Lula, principalmente tras la segunda legislatura, y continuado por Dilma Rousseff, su escogida, se alió a lo que había de peor en las oligarquías brasileñas, desde el expresidente José Sarney a los ruralistas, debilitó los movimientos sociales, capituló ante cuestiones como la descriminalización del aborto y la legalización de las drogas, avanzó poco (en el caso de Rousseff, casi nada, y a veces retrocedió) en la reforma agraria y la demarcación de los territorios indígenas y las unidades de conservación, acentuó el aumento de la población carcelaria en condiciones torturadoras, al mantener la política fracasada de “guerra a las drogas”, criminalizó a manifestantes y manifestaciones y, finalmente, construyó las grandes hidroeléctricas en la Amazonia —Santo Antonio e Jirau, en el río Madera, y Belo Monte, en el Xingú—, desencadenando procesos de graves violaciones de derechos humanos y agravando la deforestación de la selva y la contaminación de los grandes ríos amazónicos.

E, importante: en su proyecto de conciliación, Lula no tocó la renta de los más ricos.

La visión de Lula con relación a la Amazonia demostró ser muy parecida a la de la dictadura civil y militar (1964-1985). Es una visión colonizadora y explotadora. Y provocó una gran destrucción, todavía en curso, de los pueblos de la selva, los humanos y los no humanos.

29 de Mayo de 2006, Brasilia, Gliceria Jesus da Silva (Célia Tupinambá) y su bebé, Hermana del encarcelado y perseguido Cacique Babao-Tupinambá

Lula es un hombre plantado en el siglo XX y parece que solo consigue ver el mundo en términos de capital-trabajo. Demostró ser incapaz de comprender otras formas de vivir que no fueran mediadas por el empleo, ni otro concepto de felicidad que no fuera el de hacer una barbacoa los fines de semana, tener cerveza en la nevera y un coche en el garaje.

Como hombre del ABC Paulista, área industrializada de São Paulo, mucho más que niño de la región semiárida del nordeste, hasta sus últimos discursos defendió los coches en las calles en lugar del transporte público colectivo y de calidad. Su gobierno y, especialmente, el de Dilma Rousseff callaron las voces de la selva y sus modos de vivir, silenciando lo que había de más original en los Brasiles. A Lula lo avisaron, pero nunca fue capaz de escuchar, o nunca le convino escuchar.

6 de junio de 2006, es detenida por la Policía Federal en Ilhéus. Ni respeto, ni tierra demarcada; sólo represión

Hay varios Lulas. Y hay incluso el líder absoluto del partido que se corrompió en el poder como otros partidos que lo antecedieron. Lo que no es, de ningún modo, un dato cualquiera, porque al PT lo apoyaron por lo menos dos generaciones de brasileños porque se comprometió a llevar la ética a la política. Lula ganó las elecciones diciendo que sabía que no podía equivocarse. Y se equivocó. Y mucho.

Con el Derecho sin Justicia que determinó su prisión, el esfuerzo del mito borra las contradicciones. Y las contradicciones no deben y no pueden borrarse. No por una cuestión de venganza, como tanto quieren algunos oportunistas, sino porque es urgente recrear un proyecto para el país. Y no se crea un proyecto sin acoger todas las complejidades de una experiencia tan importante como la que fue la del PT en el poder.

En el caso de Lula, Brasil está sometido a los afectos. Quien odia a Lula, como encarnación de todos los males, solo ve una parte. Y quien ama a Lula, también como acto desesperado para no verse ante las ruinas de un proyecto tan querido, se muestra incapaz de ver la otra parte. Sorprende leer los análisis de la izquierda que creen que se puede escribir sobre el momento negando la corrupción evidente del PT en el poder. E ignorando lo que Belo Monte provocó en la vida justamente de los más desamparados. De la misma forma que sorprende ver a Lula demonizado por gente que se benefició enormemente con su gobierno, un gobierno que no dejó solo a los pobres menos pobres, sino a los ricos más ricos.

Con la sensación de que la prisión fue una injusticia, la división entre los Lulas continúa. Y se hace cada vez más difícil juntar todas las piezas del rompecabezas de esa experiencia de poder, incluso y especialmente sus contradicciones. Sin contar que, para parte de la izquierda, tanto la que se sintió muy traicionada como la que empezaba tardíamente a sentirse avergonzada, la creación de un mártir puede ser lo mejor. De esta forma, las preguntas difíciles, que son las más importantes, se aplazan hasta quizá nunca más. Tanto las que cada uno debe hacerse a sí mismo, como ejercicio interno, como las que deben hacerse y debatirse en público, en la expresión colectiva.

Este constante aplazamiento de las preguntas difíciles es otra tragedia en un país que vive a espasmos desde 2013. Sin las preguntas difíciles, Brasil seguirá girando en falso. Puede ser bueno para el mito Lula, así como para otros candidatos a mito y sus egos gigantescos, pero es malo para Brasil y para los brasileños.

4) Qué le desearía yo a Lula y a Brasil

Yo creería en la justicia en Brasil si, primero, los agentes del Estado que asesinaron, secuestraron y torturaron durante la dictadura civil y militar fueran juzgados y castigados. Creería en la justicia en Brasil si todos aquellos que son responsables por el genocidio cotidiano de los jóvenes negros en las periferias urbanas, policías y no policías, fueran juzgados y castigados. Creería en la justicia en Brasil si los asesinos de Marielle Franco y Anderson Gomes fueran denunciados, juzgados y castigados. Creería en la justicia en Brasil si todos los que mandaron matar y los sicarios que ejecutaron a ambientalistas, defensores de derechos humanos, pequeños agricultores, indígenas, ribeirinhos (ribereños) y quilombolas (descendientes de esclavos fugitivos) en la Amazonia fueran investigados, denunciados, juzgados y castigados.

Creería en la justicia en Brasil si todos los presos sin condena del sistema penitenciario fueran puestos en libertad y el Estado les pagara una indemnización por el período que permanecieron encarcelados sin juicio. Creería en la justicia en Brasil si todas las mujeres encarceladas por abortar fueran puestas en libertad. Creería en la justicia en Brasil si nadie fuera detenido por llevar pequeñas cantidades de droga en las favelas y periferias y las acciones se concentraran en quien realmente se enriquece con el mercado ilegal de drogas y armas.

Creería en la justicia en Brasil si todos los corruptos, de todos los partidos, empezando por los que están hoy en el Ejecutivo y en el Congreso, fueran juzgados y encarcelados. Creería en la justicia en Brasil si todos los corruptos de las empresas privadas fueran juzgados y encarcelados, al igual que los empresarios que colaboraron con el asesinato, la tortura y el secuestro de personas en la dictadura civil y militar.

Temer y su patrón de Nestlé Paul Bulke

Creería en la justicia en Brasil si a la magistrada Rosa Weber se la criticara por haber suspendido mediante una medida provisional, cuatro días antes de Navidad, los efectos expansivos de la prohibición del amianto en Brasil. La magistrada se justificó diciendo que era necesario esperar que se cumpliera el plazo para que los abogados presentaran un recurso contra la decisión tomada en el plenario, que era la de extender la prohibición de la fibra cancerígena a todo Brasil. Ella, que tanto defiende la decisión del colegiado, tomó una decisión monocrática. Mientras tanto, el amianto, que ha matado a miles de brasileños desde hace décadas y está prohibido en Europa y en varios países del mundo, sigue produciéndose y comercializándose en los estados donde no está prohibido: la mayoría.

Creería en la justicia en Brasil si los brasileños exigieran a Lula y a Dilma Rousseff por qué nunca tiraron adelante la prohibición del amianto, que tanto mató y enfermó —y sigue matando y enfermando hasta hoy— a trabajadores pobres de la industria, trabajadores cuya vida por lo menos Lula debería conocer.

Creería en la justicia en Brasil si Lula y Dilma Rousseff fueran responsabilizados por haber violado derechos humanos y no humanos en la selva amazónica, y especialmente en la construcción de Belo Monte. Creería todavía más en la justicia en Brasil si a los brasileños les importara.

Desearía que Lula fuera candidato a la presidencia y que fuera derrotado en las urnas por lo que hizo en el Xingú y en otros ríos amazónicos. Por la Fuerza Nacional que envío su escogida, Dilma Rousseff, para reprimir obreros en huelga en las obras de Belo Monte. Por la Fuerza Nacional que impidió el derecho a manifestarse de los indígenas y ribeirinhos en las obras de Belo Monte. Por los ribeirinhos y pequeños agricultores y pobres urbanos que firmaron con el dedo papeles que no eran capaces de leer para que Belo Monte pudiera ser construida sin “escollos” humanos. Por el etnocidio indígena en la región del Xingú causado por Belo Monte. Creería en la justicia en Brasil si Lula fuera derrotado por haber materializado Belo Monte en el Xingú y, por ello, haber producido pobres en la periferia de Altamira.

Si esto sucediera, una derrota en las urnas en nombre de los derechos humanos y de los derechos de los pueblos de la selva, Brasil avanzaría. Pero esto no sucede en el Brasil actual.

Aun así, desearía que Lula fuera candidato y disputase las elecciones en el proceso democrático. Y posiblemente ganaría, por la simple razón, que también es legítima, de que la mayoría empieza a concluir que la vida era mejor en su gobierno. Y los brasileños son supervivientes, y muy pragmáticos.

Passe Livre. PT aumentó tarifas y luego reprimió violentamente la reacción popular

Pero también desearía que Lula fuera candidato y ganara para que la gente tuviera que enfrentarse al hecho de que no les importa la corrupción mientras su vida vaya más o menos bien. Pero principalmente desearía que Lula fuera candidato para que la gente tuviera que enfrentarse al hecho de haber votado y quizá hacer que resultara elegido el presidente que hizo posible Belo Monte. Y que así tuvieran que enfrentarse a su hipocresía llena de facundia y de buenas intenciones, protegidas por la distancia de los que mueren de varias maneras en el Xingú y en las Amazonias. Y tuvieran que enfrentarse al hecho de que su preocupación con relación a los derechos humanos es selectiva.

Pero el Derecho sin Justicia interrumpió el proceso de los deseos.

Temer ordenó la Militarización de Río y el Congreso lo respalda. El Golpe se hace Militar

5) El retorno del humano

La mística que antecedió a la prisión —misa + discurso— fue cuidadosamente planeada para que Lula volviera a ser el Lula que ya no es. El Lula que lideró las huelgas del ABC Paulista, fundó el PT e hizo las Caravanas de la Ciudadanía. El lenguaje, los gestos, el contenido. Pero lo que ya no es no puede volver a ser.

Hay, entre un Lula y el otro, por lo menos ocho años de poder directo, como presidente, y otros cinco años y medio de Dilma Rousseff, sin contar la Carta al Pueblo Brasileño, en las elecciones de 2002. El discurso sonaba, como suena hace tiempo, a una imitación del Lula joven hecha por el Lula viejo.

Pero en un mundo que ya es diferente. Como algunas tonterías sobre las mujeres que se volvieron vergonzosas, los habituales juegos para los simpatizantes y una especie de conversión en Jesús. Ese Lula era, ya no es. Lo que no impide que ese discurso todavía mueva —y conmueva— a mucha gente a la que le gustaría que todavía fuera lo que ya no puede ser.

En este sentido, el de Lula fue un discurso más de borrar, lo cual es fundamental para quien pretendía salir de allí como un mito, que de construir. Por eso también la foto se volvió mucho más importante. El domingo pasó con varios mensajes de WhatsApp: “Esa es la foto oficial que Lula ha enviado y pide que sea la más divulgada por todos. Tendrán la foto que tanto quieren, Lula encarcelado tendrá al pueblo”. No se puede afirmar si fue Lula quien la envió, pero se puede afirmar que siempre fue un buen biógrafo de sí mismo. No deja de ser fascinante esta construcción de mitología en vida.

A efectos inmediatos, el acto más importante del discurso fue el gesto de lanzar, simbólicamente, a Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y a Manuela D’Ávila, del Partido Comunista de Brasil (PCdoB), como sus herederos, predicando la unión de las izquierdas en este momento límite. Ambos son precandidatos a la presidencia en las elecciones de 2018. Boulos representa una de las fuerzas más potentes de este momento, los movimientos de los sintechos en las ciudades, que en cierto modo ocupan el lugar de lo que fue el Movimiento de los Sintierras (MST) en la trayectoria de Lula. Manuela trae la potencia de los nuevos feminismos, mostrando en la vivencia de la política también una experiencia distinta de maternidad. Son las dos figuras más interesantes de la nueva política.

El gesto también marca el abismo del PT. En gran parte debido a la omnipresencia de Lula, no hay nadie dentro del propio partido con la fuerza suficiente para representar el futuro y liderar una alianza de izquierda. Lula no creó su Lula dentro del PT. Ni permitió que lo crearan.

Pero el gesto fue bonito. Y si hay una escena con grandeza en este momento, esa es la de Guilherme Boulos y Manuela D’Ávila juntos. Todavía falta que se muestren capaces de conciliarse de hecho con la selva y las otras maneras de vivir los Brasiles.

Comprender el hombre que es Lula, así como la experiencia del PT en el poder, es más importante y urgente para el país que construir un mito. Sin acoger las contradicciones, Brasil seguirá con “un enorme pasado por delante”, a pesar de todo lo que representó la llegada de un obrero al poder.

*Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – O avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.

Comparsa de Tuiuti completa.
Carnaval de Río de Janeiro, 2018

 

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