La macroeconomía y la microeconomía de los tales paros
Utilizando la conocida estrategia de propaganda estadística economicista, el Gobierno Nacional presenta la cifra de crecimiento del PIB del agro en Colombia como argumento contra los paros. Sobre la base de este mismo dato, Aurelio Suárez Montoya profundiza en el análisis económico y en las cifras y demuestra que el dato es valido pero la interpretación desde las cifras inversa: el PIB crece a costa de arruinar el agro.
En las escuelas de economía se enseña microeconomía, como el comportamiento de los agentes y de los mercados, y macroeconomía, para abordar el funcionamiento general de las cuentas nacionales consolidadas. Suelen asumirse como complementarias y en concordancia: si la una va bien, la otra también. La evidencia contradice esa tesis. En Colombia, concretamente, mientras el PIB crece, los negocios del campo y de la industria desfallecen. Bastan unas sencillas multiplicaciones para probarlo.
Hommes y otros tantos han echado campanas al vuelo porque el PIB de Colombia creció 3,4% el primer semestre del 2013, en especial el del sector agropecuario, en 6,2%. Por consiguiente, no tienen razón los paperos si los tubérculos crecieron en el semestre más del 5%, y menos aún los cafeteros, cuyo renglón subió, en igual período, el 24,4%. En conclusión, “los tales paros agrarios no tienen sentido, no debieron existir”.
Empecemos por el café. En los primeros seis meses del 2012, la producción cafetera sumó 3’665.000 sacos y para el primer semestre de 2013 fue de 4’959.000. Es decir, creció el 35,3%. No obstante, si se compara el precio interno de junio de 2012 con el del mismo mes en 2013, la caída es del 19,4%, de 592.000 pesos por carga a 477.000 pesos. Ese porcentaje de descenso llega hasta el 40%, al compararse mes por mes entre el primer semestre de 2012 y el de 2013. En síntesis, la producción de café creció 35% y los precios mensuales promedios cayeron a su vez entre el 20% y el 40%.
Ahora bien, pese a que en las cuentas consolidadas el PIB cafetero creció 24,4%, el balance de cada caficultor, paradójicamente, es negativo. Frente a unos costos de producción por carga entre 650.000 y 700.000, la pérdida por unidad producida con los precios base mencionados, aun incluyendo el subsidio entre 145.000 pesos y 165.000 pesos (según sea el caso), ocasiona que cuanto más se produzca, más se pierde. La incongruencia reside en que, si bien la economía cafetera va al alza, los caficultores van a la quiebra.
Igual sucede con los paperos. Han aumentado su productividad de 17,05 toneladas por hectárea —en 2006— a 20,83 en 2012. A la vez, las hectáreas sembradas se mantienen entre las 135.000 y las 140.000. No obstante, en 2013, los precios de venta de sus productos, sobre todo en los mercados de origen, están a ras o por debajo de los costos de producción, entre 750 y hasta 800 pesos por kilo, donde el transporte abarca más del 12% y los insumos hasta el 30%. Con estas características, en un bien perecedero, altamente sensible a las importaciones del TLC y de otros orígenes, se produce una explosión. En fin, la papa bien, los paperos mal.
Estos dos casos, el de la papa y el del café, muestran la contradicción entre una macroeconomía aparentemente sostenible y la mala microeconomía. La primera regodea a los gobernantes de Colombia, la segunda insubordina a los ciudadanos. Por tanto, en vez de tapar el sol con las manos, la situación exige adoptar las políticas adecuadas, cumplir los compromisos contraídos para sacar a los sectores “enfermos” de cuidados intensivos y, si no es mucho pedir, tener seriedad y honestidad en los análisis.
Aurelio Suárez Montoya
Octubre 2 de 2013