«…no será más posible delegar la propia muerte.» Achille Mbembe ante este «momento de asfixia y putrefacción»
En borrador y a gritos, una convocatoria, un reclamo, un silencio como el de tantos, como el que se compone ahora de tanta palabrería, de tanta mentira acumulada. Esta mentalidad encerrada en lo que pueden predecir, clasificar y manipular algoritmos, decretos, miserias, dependencias y necesidades consumistas. Ni memorias ni afectos, ni cuerpos…somos fantasmas en medio de la vida que bajo el dominio de una arrogancia dotada de engaños y violencias, de leyes y discursos, es conducida, nos conduce y aceptamos en el camino inefable a la destrucción. Pero acá (en medio de este aborrecimiento que queda incluido bajo el efecto pandemia, bajo el contexto pandemia), no tenemos siquiera capacidad de empezar a (re)conocernos. Es mi propio asco el que manifiesto ante la incapacidad para ver el mundo de otro modo. Para dejar de verlo y de vivirlo así, en esta mediocridad desterrada, mezquina y servil en la que va culminando una historia de mezquindad, de engaños y de trampas asesinas. Nos embarcamos en el destino desatado de bandidos sin escrúpulos y no sólo obedecemos; es peor, les adoramos, aplaudimos, nos negamos a desatarnos. Nos basta, en el mejor de los casos y bajo su batuta, con culparlos de aquello de lo que hemos decidido no desatarnos, criaturas que somos del entretenimiento y la servidumbre. De la critica refrita e inútil. Del llamado a tejernos a la vida y liberarnos que denigra y desprecia en lo concreto los caminos. De la libertad aquí y ahora siempre negada. Achille Mbembe lo señala acá en esta palabra que debería ser prólogo, desafío, introducción y ni siquiera se propone como planteamiento para el debate sino como exigencia: el virus mata de asfixia y putrefacción, eso mismo hacemos como plaga con el planeta, con la libertad, con la creatividad. La gloria de la mediocridad es la sociedad humana…esta que constituimos, la que le ha dado la espalda a la tierra que le da vida y hogar, la que ha sido nombrada, que reproducimos. En esta hora en la que de nuevo a la vista está la futilidad del horror que nos arrodilla y veneramos, en esta hora en la que los planes se desatan e implementan, el comportamiento de poblaciones plenamente identificadas y sometidas permite ejecutar el exterminio que se requiere para que se siga acumulando. Asfixia y putrefacción, destino de la perspectiva, destino que la peste promete y frente al que repetimos discursos envejecidos e inútiles. Nos movemos en el espacio que nos concede la (in)capacidad de ser más que lo que nos permite el lenguaje, el referente neutro, la moral de lo posible que es la historia de los vencedores…y vencer es someter y destruir por una ganancia, por un precio. La hora de descubrirnos a partir de detener esta miseria pasará…asfixia y putrefacción, o una humanidad en libertad de lo que nos hemos vuelto y aceptamos. Libres de nuestra normalidad. Gracias Achille Mbembe por «El derecho universal a la respiración», porque lejos del aplauso, lejos del mercado, lejos de tu propio nombre te haces resonancia y desafío. Es la hora de hacernos otrxs porque la muerte no es alternativa ni camino. Pero otrxs, porque esto que somos, es lo que nos lleva a la asfixia y putrefacción inexorablemente.
«Ahora, sin embargo, el momento es de asfixia y putrefacción, de amontonamiento y cremación de cadáveres, en una palabra, de resurrección de cuerpos vestidos, ocasionalmente, con sus más bellas máscaras funerarias y virales. ¿Será que la Tierra, para los humanos, estaría en vías de transformarse en una rueda de despedazamiento, una Necrópolis universal? ¿Hasta dónde irá la propagación de bacterias de animales silvestres en dirección a los humanos si, a cada veinte años, casi 100 millones de hectáreas de selva tropical (los pulmones de la tierra) fueran cortadas?»…
«En breve, además, no será más posible delegar la propia muerte a otras personas. Ellas no van a morir más en nuestro lugar. Seremos simplemente condenados a asumir, sin mediación, nuestro propio fallecimiento. Habrá cada vez menos oportunidades de decir adiós. La hora de la autofagia está aproximándose y, con ella, el fin de la comunidad -porque difícilmente habrá comunidad digna para este nombre cuando el decir adiós, o sea, recordar a los vivos, no sea más posible.»
Achille Mbembe en «El derecho universal a la respiración», señala la grieta y la nombra descarnada, directa, abierta. Asfixia y putrefacción. Que resuene su desafío, su palabra; lo que enfrentamos o nos negamos a reconocer. Largos días de encierro en los que el destierro permanente que dio origen a todo este que va desembocando vía pandemias en la asfixia y putrefacción definitivas, se nos aparece, nos mira, nos rodea, nos manosea, nos amenaza y nos declara la sentencia definitiva. De una parte es claro que no hay pandemias en un planeta socializado, humanizado, perteneciente al patriarcado, al capitalismo-racista y colonizador, a la codicia sacralizada, no hay pandemias en un planeta invadido, conquistado y aplastado bajo el yugo de la mediación del dinero al servicio de la ganancia, no hay nada y menos una peste, una plaga, que no sea socialmente determinado. Todas las pandemias son sociales y esta señala la putrefacción simultánea y aterradora de los micro ambientes biológicos con los macro sistemas ecológicos. Dirán los ideólogos del orden y de la normalidad, que la causa es el virus y nos conducen, como en toda negociación que pertenece al orden racional y suicida, al debate razonable, conceptual que logra demostrar que la causa es el virus…no el capitalismo, no ésta relación social putrefacta que nos habita y habitamos rumbo a la sin salida. Por esta vía, aún ante el imperativo de detener este rumbo de colisión, habrá algún argumento que impida retóricamente demostrar con evidencias que las causas lo son. Diremos, como se viene diciendo sobre las pestes y plagas de y desde la humanidad bajo el desprecio y el poder, que el mundo es como es (para conveniencia de quienes así lo defienden ganando) que estas son naturales y responden a dinámicas biológicas de la normalidad. Será como máximo posible aseverar que la sociedad tiene determinantes de salud y enfermedad en las relaciones sociales al servicio de la expoliación, la explotación y la ganancia. Restauramos anticipadamente la normalidad aún antes de examinar los hechos y los riesgos y así, el orden social resulta inevitable e inalterable y todo lo que hagamos será transitar por un túnel para retornar del otro lado a lo que debe ser, a lo que siempre ha sido. Debe ser lo que es. El mundo de la compra-venta, de las ganancias, del despojo que consolida e infla hasta la obscenidad el privilegio. De poblaciones con precio y comportamiento. Este planeta existe, bajo el yugo de una sociedad humana en expansión canalla, para alimentar el apetito devastador e insaciable de unos pocos a cuyo servicio está absolutamente todo hasta la destrucción. Necesitan entretenerse teniendo. Les creemos. Adoramos lo mismo en todas sus variantes; incluida la que esto critica y rechaza para acumular y entretenernos de otros modos.
Dicho de este modo: el COVID 19 (y con él las demás pandemias usualmente ignoradas y en su mayoría no-infecciosas), demuestra, más allá de toda duda posible, que el capitalismo racista y patriarcal, que el patriarcado racista y capitalista, que el racismo patriarcal y capitalista dinamizado por la mediación del dinero y la mercantilización expansiva y absoluta de la vida toda, -es decir, la naturaleza (recursos-insumos) y la humanidad (trabajo)- solamente sirve para digerir y consumir la vida transformándola en mercancías y en ganancias para que todo, toda la vida fluya en la dirección de la posesión de privilegios en cada vez menos manos y las mercancías en movimiento despojándose de vida para venderse. Todo sustentado en mentiras, engaños, propaganda y una lógica que se retroalimenta convenciéndonos de que esa muerte que todo lo arrasa es la vida y que la vida es así: este camino hacia la destrucción para que el privilegio crezca y se concentre. El planeta casi todo abarcado. Los territorios físicos, del imaginario, de los cuerpos (no sólo humanos) ocupados y vaciados. Transformados en ganancias. Por esta vía se llega a las pandemias. Al COVID 19 y a las demás. El virus es una partícula de material genético capaz de reproducirse, signada a su reproducción debido a la dinámica de migración, despojo, explotación, deforestación, acumulación, urbanización y un largo etcétera que se resume bajo un sólo recuerdo: la historia de los vencedores acumulando ganancias y siervxs. El ejercicio de una mentalidad que desprecia dominando la vida.
Es el momento preciso para manifestar con firmeza asco y repugnancia hacia quienes ante esto encienden los circuitos de los argumentos y ponen en circulación la «Arqueología del Saber» que ha llenado de evidencias y falsedades (con verdades incluidas para que sean creídas) para presentar las pruebas de que esta aseveración condenatoria es una exageración. Asco, porque aquí y ahora manifiesto de manera contundente que la afirmación no se encuentra en este ámbito en discusión…¡BASTA! 5 mil y más de 500 años devastando y destruyendo para robar a fuerza de violencia, pestes, guerras, hambrunas y ganancias, como lo señala Humberto Cárdenas Motta y ahora, ante el argumento del confinamiento y la destrucción…de la pandemia, ¿debemos reiterar el debate construido para que vuelvan a imperar los vencedores a costa de la destrucción de todo para sus ganancias? No. No hay discusión. El orden social mediado por la transformación de todo en ganancias para la acumulación destruyendo que ha permitido transferirle en capital (D-M-D´) a unos pocos la vida toda, mientras esta es denigrada, despreciada y destruida, ha tenido, como uno de sus efectos, esta pandemia (entre otras). Ojalá esto fuera todo.
A la vista está quedando que a nombre de la salud nos niegan la vida y nos denigran y explotan. Respirar es un privilegio…negado. Una veta para hacer ganancias con cuerpos que se crean y se pudren….destino verdadero de nuestras vidas bajo este desprecio organizado y rentable: podrirnos, estorbar y que ni siquiera haya camiones que nos recojan para desecharnos. La podredumbre como orden, como discurso, como ganancia y destino. Justicia como la ley para robar y someter. Orden jurídico para la obediencia. Educación para la legitimación del privilegio y la intoxicación de la obediencia. Paz para hacer la guerra, para aceptar la violencia como dispositivo supremo. Todo es falso, salvo la falsedad que todo lo manosea y que repetimos con estos gestos estudiados y esperados; reconocidos. Nos lo han negado todo. Ahora nos matan y acá vamos, cada quien buscando volver al rumbo de abismo y destrucción con una ventaja sobre quienes se van pudriendo. No compartimos acá para aportar un texto, sino para todo lo contrario, dejar de hablar para entendernos y asumir esta hora.
¿Porqué esta palabra de Mbembe, este texto directo que describe la asfixia y la putrefacción que nos grita su rumbo, su presencia, por qué no es esto lo que estamos trabajando, buscando, creando? Porque sería peor engañarnos con la pretensión de estar haciendo lo que se requiere y para lo que ya no no parece bastarnos toda la creatividad y toda la entrega. Estar asumiendo como corresponde apenas para empezar el rumbo de alimentarnos con la vida desde territorios, liberándonos del capital, deshaciéndonos del patriarcado y que estos títulos recurrentes de temas apenas señalados, se estuvieran convirtiendo en esfuerzos, en rumbos, en dificultades señaladas y modos concretos que den respuesta, que reclamen el rumbo total de nuestra creatividad. Porque es pasada la hora de deshacernos de lo que genera estas pandemias y va a destruir la vida y estar en la tarea día por día, de romper 5000 años de aislamiento y obediencia y dejar de ser normales para poder vivir…con la vida. No es la pandemia la que nos va a matar, la que nos está matando…somos todxs…y este afán de no buscar salidas (Fotografías de Carlos Pineda cuya nostalgia por respirar es tan grande como el aire que lo anima)
¡Así No! Dominación y Despojo.
Emmanuel Rozental
Pueblos en Camino
El derecho universal
a la respiración
Hay quien evoque, desde ahora, el “post-Covid-19”. Y ¿por qué no? Para la mayoría de nosotros, sin embargo, y especialmente en las partes del mundo donde los sistemas de salud fueron devastados por años de abandono organizado, lo peor está todavía por venir. En la ausencia de camillas hospitalares, respiradores, exámenes en masa, máscaras, desinfectantes con base de alcohol y otros dispositivos de cuarentena para las personas ya afectadas, serán muchos aquellos que, infelizmente, no pasarán por el hueco de la aguja.
1.
Algunas semanas atrás, delante del tumulto y de la consternación que se acercaba, algunos de nosotros tentaron describir eses tiempos nuestros. Tiempos sin garantías ni promesas, decíamos, en un mundo cada vez más dominado por el fantasma de su propio fin. Sino también tiempos caracterizados por “una redistribución desigual de la vulnerabilidad” y por “compromisos nuevos y ruinosos con formas de violencia tan futurísticas como arcaicas”, agregábamos (1). O todavía: tiempos de brutalismo (2).
Más allá de sus orígenes en el movimiento arquitectónico de los mediados del siglo XX, definíamos brutalismo como el proceso contemporáneo “por el cual el poder ahora se constituye, se expresa, se reconfigura, actúa y se reproduce como fuerza geomórfica”. Esto se da a través de procesos de “fractura y fisura”, de “lavado de las venas”, de “perforado” y “vaciamiento de las substancias orgánicas”. En suma, por lo que llamamos de “depleción”.
Nosotros llamamos la atención, con justa causa, para la dimensión molecular, química y hasta radioactiva de estos procesos: “¿No sería la toxicidad, esto es, la multiplicación de substancias químicas y residuos peligrosos, una dimensión estructural del presente? Tales substancias y residuos no atacan apenas la naturaleza y medio ambiente (el aire, los suelos, las aguas, las cadenas alimentares), sino también los cuerpos expuestos al plomo, al fósforo, al mercurio, al berilio y a los fluidos frigoríficos.”
Nos referimos, justamente, a los “cuerpos vivos expuestos al agotamiento físico y a todo tipo de riesgo biológico, a veces invisible”. No nombramos, sin embargo, los virus (son casi 600.000, transportados por todo tipo de mamífero), excepto metafóricamente, en el capítulo dedicado a los “cuerpos de frontera”. De resto, era la propia política del vivo como un todo que estaba, una vez más, en cuestionamiento (3). Y es de ella que el coronavirus constituye el nombre.
2.
En estos tiempos púrpuras – suponiendo que la característica distintiva de cualquier tiempo sea la de su color – tal vez debamos comenzar a dirigirnos a todos aquellos y aquellas que ya nos dejaron.
Una vez sobrepasada la barrera de los alveolos pulmonares, el virus se infiltró en la circulación sanguínea. En seguida, atacó los órganos y otros tejidos, comenzando por los más expuestos. A esto se siguió una inflamación sistémica. Aquellos que presentaban anteriormente problemas cardiovasculares, neurológicos o metabólicos, o que sufrían de patologías vinculadas a la contaminación, sufrieron los ataques más furiosos. Sin aliento y privados de máquinas respiratorias, ellos partieron súbitamente, como si fuera a las escondidas, sin cualquier posibilidad de despedirse. Sus restos fueron inmediatamente cremados o enterrados. En la soledad. Era necesario, nos dijeron, deshacernos de ellos lo más rápido posible.
Pero ya que estamos en estas, ¿por qué no sumar a estos todos los demás, ellos que ya cuentan con decenas de millones de víctimas de aids, cólera, malaria, Ebola, Nipah, fiebre de Lassa, fiebre amarilla, zika, chikunguña, cáncer de todos los tipos, epizootias y otras pandemias animales, como la peste bovina o la fiebre catarral ovina; todas las epidemias imaginables e inimaginables que, durante siglos, devastaron pueblos sin nombre en tierras remotas? Sin contar las substancias explosivas y otras guerras predatorias y de ocupación que mutilan y diezman decenas de miles, lanzando a las rutas del éxodo cientos de miles de otros, a la humanidad errante.
A propósito, ¿cómo olvidar la deforestación intensiva, los mega incendios y la destrucción de los ecosistemas, o la acción nefasta de empresas contaminantes y destructoras de la biodiversidad? Por cierto, ya que el confinamiento pasó a hacer parte de nuestra condición actual, ¿cómo olvidar las multitudes que pueblan las prisiones del mundo, y también aquellos otros cuyas vidas ya fueron despedazadas de cara a los muros y otras técnicas de fronterización, como los innumerables puestos de control que puntean territorios, mares, océanos, desiertos y todo el resto?
Hasta el otro día, se trataba apenas de una cuestión de aceleración, de redes de conexión tentaculares que alcanzaban la totalidad del planeta, de la inexorable mecánica de la velocidad y de la desmaterialización. Es en la esfera digital que parecía residir el destino de los conjuntos humanos y de la producción material, así como el de los seres vivos. Lógica omnipresente, circulación de alta velocidad y memoria de masa auxiliar, bastaba “transferir el conjunto de las aptitudes del ser vivo para un doble digital” (4) y así estaría todo resuelto. Estado supremo de nuestra breve historia en la Tierra, el ser humano podría, al fin, ser transformado en un dispositivo plástico. El camino estaba abierto para la realización del viejo proyecto de extensión infinita del mercado.
En medio a la embriaguez generalizada, es esta carrera dionisiaca, también descrita en Brutalisme, que el virus viene a frenar – aunque, sin interrumpirla definitivamente – mientras todo permanece como estaba. Ahora, sin embargo, el momento es de asfixia y putrefacción, de amontonamiento y cremación de cadáveres, en una palabra, de resurrección de cuerpos vestidos, ocasionalmente, con sus más bellas máscaras funerarias y virales. ¿Será que la Tierra, para los humanos, estaría en vías de transformarse en una rueda de despedazamiento, una Necrópolis universal? ¿Hasta dónde irá la propagación de bacterias de animales silvestres en dirección a los humanos si, a cada veinte años, casi 100 millones de hectáreas de selva tropical (los pulmones de la tierra) fueran cortadas?
Desde el inicio de la revolución industrial en Occidente, casi 85% de las áreas húmedas fueron drenadas. La destrucción de hábitats prosigue, inabalable, y poblaciones humanas en estado de salud precaria son casi que diariamente expuestas a nuevos agentes patógenos. Antes de la colonización, los animales silvestres, principales reservas de patógenos, estaban circunscritos a ambientes en los cuales apenas poblaciones aisladas vivían. Este fue el caso, por ejemplo, de los últimos países boscosos del mundo, en la Bacía del Congo.
Actualmente, las comunidades que vivían y dependían de los recursos naturales de esos territorios fueron expropiadas. Expulsados por la venta de tierras a regímenes tiránicos y corruptos y por las vastas concesiones estatales hechas a los consorcios agroalimenticios, esas comunidades ya no pueden mantener más las formas de autonomía alimentar y energética que les permitió vivir, durante siglos, en equilibrio con la selva.
3.
En esas condiciones, una cosa es preocuparse, a la distancia, con la muerte del ‘otro’. Otra cosa es tomar consciencia, repentinamente, de la propia putrefacción, y tener que vivir en la vecindad de la propia muerte, para contemplarla como una posibilidad real. Este es, en parte, el terror que el confinamiento suscita en muchos: la obligación de finalmente tener que responder por su vida y por su nombre.
Responder, aquí y ahora, por nuestras vidas con otros (incluyendo los virus) en esta Tierra y por nuestro nombre en común: esta es, efectivamente, la medida cautelar que ese momento patogénico direcciona a la especie humana. Momento patogénico, pero también catabólico por excelencia: el de la descomposición de los cuerpos, de la tríade y la eliminación de todo tipo de basura-humana – la “gran separación” y el gran confinamiento, en respuesta a la propagación desconcertante del virus y en consecuencia de la extensiva digitalización del mundo.
Pero no importa cuánto intentemos librarnos de esto, todo nos remete, por fin, al cuerpo. Intentamos insertarlo en otros soportes, hacer de él un cuerpo-objeto, un cuerpo-máquina, un cuerpo-digital, un cuerpo ontofánico. Y él regresa a nosotros en la forma espantosa de una gran mandíbula, vehículo de contaminación y vector de polen, esporas y moho.
Saber que no estamos solos en esta prueba, o que tal vez seamos muchos a escapar, no ofrece sino un consuelo vano. En realidad, nunca aprendimos a vivir con los vivos, a importarnos verdaderamente con los daños causados por el hombre en los pulmones de la Tierra y en su organismo. Por lo tanto, jamás aprendimos a morir. Con la llegada del Nuevo Mundo y, algunos siglos después, el surgimiento de las “razas industrializadas”, optamos, esencialmente, por una especie de vicariato_ontológico: delegar nuestra muerte a otros y hacer de la propia existencia un gran banquete sacrificial.
En breve, además, no será más posible delegar la propia muerte a otras personas. Ellas no van a morir más en nuestro lugar. Seremos simplemente condenados a asumir, sin mediación, nuestro propio fallecimiento. Habrá cada vez menos oportunidades de decir adiós. La hora de la autofagia está aproximándose y, con ella, el fin de la comunidad – porque difícilmente habrá comunidad digna para este nombre cuando el decir adiós, o sea, recordar a los vivos, no sea más posible.
Pues la comunidad, o mejor, el en-común, no se asienta solamente en la posibilidad de decir adiós, o sea, en poder tener un encuentro con otros que sea único, a ser honrado nuevamente, cada uno a la vez. El en-común depende también de la posibilidad, siempre retomada, del compartir sin condiciones de algo absolutamente intrínseco, en otras palabras, incontable, incalculable y por lo tanto inestimable.
4.
El horizonte, visiblemente, está cada vez más sombrío. Presa en una cerca de injusticia y desigualdad, buena parte de la humanidad está amenazada por la gran asfixia, y la sensación de que nuestro mundo está suspendido no para de ampliarse.
Si, en estas condiciones, aún hay un día siguiente, él no podrá ocurrir a costas de algunos, siempre los mismos, como en la Antigua Economía. Él dependerá, necesariamente, de todos los habitantes de la tierra, sin distinción de especie, raza, género, ciudadanía, religión o cualquier otro marcador de diferenciación. En otras palabras, él solo podrá ocurrir a costa de una ruptura gigantesca, producto de una imaginación radical.
Un mero remiendo no será suficiente. En el medio del cráter, será necesario reinventar literalmente todo, empezando por lo social. Cuando trabajar, abastecerse, informarse, mantenerse en contacto, nutrirse y conservar los lazos, hablarse e intercambiar, beber juntos, celebrar cultos y organizar funerales solo pueda ocurrir por intermedio de pantallas, es hora de darnos cuenta de que estamos cercados, por todos los lados, por anillos de fuego. En gran medida, lo digital es el nuevo agujero cavado en el suelo por la explosión. Es el bunker donde el hombre y la mujer aislados son invitados a esconderse, al mismo tiempo trinchera, entrañas y paisaje lunar.
Se cree que, por medio de lo digital, el cuerpo de carne y hueso, el cuerpo físico y mortal, será aliviado de su peso y de su inercia. Al final de esta transfiguración, él podrá finalmente atravesar el espejo, sustraído a la corrupción biológica y restituido al universo sintético de los flujos. Esto es una ilusión: Así como difícilmente habrá humanidad sin cuerpo, la humanidad tampoco podrá conocer la libertad por cuenta propia, por fuera de la sociedad o a costas de la biosfera.
5.
Necesitamos recomenzar desde otro lugar, ya que, para nuestra propia supervivencia, es imperativo restituir a todo ser vivo (incluyendo la biosfera) el espacio y la energía que necesita. En su vertiente nocturna, la modernidad habrá sido, de comienzo a fin, una guerra interminable trabada contra lo vivo. Y ella está lejos de terminar. La sujeción a lo digital constituye una de las modalidades de esta guerra, que conduce directamente al empobrecimiento del mundo y al desecamiento de grande parte planeta.
Lamentablemente, es de siempre temer que, en la secuencia de esta calamidad, lejos de sacralizar todas las especies de seres vivos, el mundo entre en un nuevo periodo de tensión y brutalidad. En el plano geopolítico, la lógica de la fuerza y del poder continuará a prevalecer. En la ausencia de una infraestructura común, la división feroz del globo será acentuada y las líneas de segmentación serán intensificadas. Muchos estados buscarán reforzar sus fronteras, con la esperanza de protección contra la exterioridad. Ellos tendrán dificultad en recalcar la violencia constitutiva que, como es de costumbre, descargan sobre los más vulnerables. La vida por detrás de las pantallas y en los enclaves protegidos por empresas de seguridad privada se volverá la norma.
En África, particularmente, como en muchas partes del Sul del mundo, la extracción intensiva de energía, la pulverización agrícola, la depredación en contextos de venta de tierras y la destrucción de las selvas seguirá con más vigor todavía. La provisión y la producción de los chips y de los supercomputadores depende de esto. La provisión y la distribución de recursos y de energía necesarios para la infraestructura de la computación global se darán en prejuicio de la movilidad humana, que será aún más restricta. Mantener el mundo a distancia se volverá la norma, y será común expulsar toda suerte de riesgos al exterior. Por no atacar nuestra precariedad ecológica, esta visión catabólica del mundo, inspirada en las teorías de la inmunización y contagio, difícilmente nos permitirá salir del impase planetario en el que nos encontramos.
6.
De las guerras trabadas contra lo vivo, se puede decir que su trazo fundamental habrá sido el de tirar el aliento. Mientras sea un obstáculo para la respiración y para la reanimación de los cuerpos y tejidos humanos, el Covid-19 sigue la misma trayectoria. ¿En qué consiste respirar, efectivamente, sino en la absorción de oxígeno y en la expulsión de dióxido de carbono, o más, en un intercambio dinámico entre sangre y tejidos? Pero ¿en el compás en que anda la vida en la Tierra, y en vista de lo poco que queda de riqueza planetaria, estaremos tan distantes del tiempo en que habrá más dióxido de carbono para inhalar que oxígeno para aspirar?
Antes de este virus, la humanidad ya estaba amenazada de asfixia. En caso de haber guerra, por lo tanto, esta no será contra un virus particular, sino contra todo lo que condena la mayor parte de la humanidad al cese prematuro de la respiración, todo lo que ataca sobre todo a las vías respiratorias, a todo lo que, durante la larga duración del capitalismo, tendrá reservado a segmentos de poblaciones o razas enteras, sometidas a una respiración difícil y jadeante, a una vida penosa. Para escapar de esto, entonces, es necesario comprender la respiración más allá de sus aspectos puramente biológicos, como algo que es común a nosotros y que, por definición, escapa de todo cálculo. Estamos hablando, entonces, de un derecho universal a la respiración.
Como aquello que está al mismo tiempo fuera del suelo y es nuestro suelo común, el derecho universal a la respiración no es cuantificable. No puede ser apropiable. Es un derecho en relación a la universalidad no solo de cada miembro de la especie humana, sino de lo vivo como un todo. Debe, por lo tanto, ser entendido como un derecho fundamental a la existencia. Como tal, no puede ser objeto de confisco, y escapa a toda soberanía porque sintetiza el principio de soberanía en sí mismo. Se trata, además, de un derecho originario de habitar la Tierra, propio de la comunidad universal de sus habitantes, humanos y otros.
Final
El proceso habrá sido instaurado miles de veces. Podemos recitar las principales acusaciones de ojos cerrados. Así se trate de la destrucción de los bosques, la prisión de las mentes por la tecnociencia, de la desintegración de la resistencia, de ataques repetidos contra la razón, de la cretinización de los espíritus o de la ascensión de determinismos (genéticos, neuronales, biológicos, ambientales), los peligros para la humanidad son cada vez más existenciales.
Entre todos estos peligros, el mayor es que toda forma de vida sea invisibilizada. Entre aquellos que sueñan en transferir nuestra conciencia para las máquinas y aquellos que están convencidos que la próxima mutación de la especie consiste en la emancipación en relación a nuestro bagazo biológico, la distancia es insignificante. La tentación de la eugenesia no desapareció. Al contrario, ella está en la base de los recientes avances en la ciencia y la tecnología.
En medio a todo esto, se sobreviene esta parada brusca – no de la historia, sino de algo que es todavía más difícil de aprehender. Por ser forzada, esta interrupción no es resultante de nuestra voluntad. Bajo varios aspectos, es imprevista e imprevisible. Aun así es una interrupción voluntaria, consciente y plenamente consentida que necesitamos, de lo contrario, difícilmente habrá un después. Habrá apenas una serie ininterrumpa de acontecimientos imprevistos.
Si el Covid-19 es, de hecho, la expresión espectacular del impase planetario en que la humanidad se encuentra, entonces no se trata simplemente de recomponer una Tierra habitable, para que ella nos ofrezca a todos la posibilidad de una vida respirable. Se trata, en realidad, de recuperar las fuentes de nuestro mundo, con el fin de crear nuevas tierras. La humanidad y la biosfera están conectadas. Una no tiene futuro sin la otra. ¿Seremos capaces de redescubrir nuestro pertenecimiento a la propia especie y nuestro vínculo inquebrantable con el conjunto de los seres vivientes? Esta tal vez sea la pregunta ulterior, antes que la puerta se cierre de una vez por todas.
Achille Mbembe
Edicoes n-1
O direito universal a respiração
Traducción al Portugués
Ana Luiza Braga
Traducción del Portugués Omar Sánchez
Facultad de Diseño
Universidad del Cauca, Popayán
Colombia
Achille Mbembe es historiador. Es autor, entre otros, de Crítica de la Razón Negra, Necropolítica y de Brutalismo, todos publicados por la N-1 ediciones.
Disponible en: https://n-1edicoes.org/020