Conflicto «interétnico» en el norte del Cauca: ¿Quiénes lo causan, atizan y se benefician?
A propósito del texto de Anthony Dest que compartimos abajo y les invitamos a leer, anotamos: Los conquistadores, los terratenientes, el agronegocio y las mafias que hoy encabezan abiertamente los industriales de la caña de azúcar se robaron con violencia y con trampas las tierras más fértiles del mundo para convertirlas en un desierto verde. Sus víctimas fueron despojadas y hoy son o esclavas o esclavos que les sirven a cambio de condiciones de explotación y abuso innegables o bien se encuentran arrinconados en las cordilleras o en las villas miseria de ciudades y campos rodeados de caña de azúcar. Cuando los pueblos se organizan para luchar por sus tierras, los ingenios movilizan un “conflicto interétnico” entre sus esclavxs y explotadxs y los indígenas que reclaman los territorios. Aprovechan y estimulan las contradicciones que sin duda existen en las comunidades enfrentadas. Esta estrategia bien calculada, cínica y perversa se consolida cuando los empresarios de la caña manifiestan públicamente “su preocupación” por este conflicto y se promueven para ayudar a encontrar una “salida dialogada” al mismo.
El conflicto lo crearon ellos. Del conflicto y de los muertos y heridos que ahora se produzcan se beneficiarán ellos así como se han beneficiado de masacres, guerra, represión y despojo. Sí pueden participar en una solución dialogada a este viejo problema. Pero la única manera de hacerlo es a partir de reconocer abiertamente su responsabilidad y culpa en la generación de este conflicto. Ello les impone respetar por fin y por primera vez a los legítimos dueños de esas tierras que ellos han convertido en mercancía, ganancia y muerte. Si por fin están dispuestos a aceptar que ya ganaron suficiente, que es hora de aportar a la salvación de los territorios y de sus pueblos, entonces será un privilegio sentarse a esa mesa en la que se negociaría como debe ser el camino pacífico hacía la libertad de la Madre Tierra con sus pueblos. Estamos seguros de que el único futuro para todas y todos en la región es compartir la urgente e impostergable tarea de sanar los territorios para que las futuras generaciones de afros, indígenas, campesinos y herederos de los dueños de los ingenios convivan en libertad con uno de los territorios más bellos y ricos del planeta. El capitalismo colonial enferma, destruye y maltrata tanto a quienes perpetran y perpetúan el abuso como a quienes son víctimas del mismo. Tarde o temprano esta libertad tendrá que alcanzarse.
Anthony Dest conoce de primera mano el norte del Cauca. Esto quiere decir que conoce gente, que ha caminado con quienes conoce y que quiere saber, entender, discutir, debatir, estar en desacuerdo, señalar contradicciones, no saber lo suficiente, equivocarse y que todo ello es parte de compartir de su interés por compartir la lucha por la liberación de los pueblos con los territorios. Es que un compañero o compañera no lo son cuando nos aplauden, cuando buscan beneficiarse en lo personal de las luchas y procesos o cuando hacen propaganda. Lo son cuando asumen con nosotras y nosotros que el camino es difícil, que el enemigo está allá y acá y que uno se equivoca y a partir de saberlo habla claro y escucha abiertamente. Acierta Anthony cuando señala: “Al limitar el diálogo a traslapes, formalizar títulos y extender servicios de gobierno, se profundiza un modelo que exacerba el racismo, el malestar y la muerte: eso es el capitalismo colonial.”
Así No!!! Dominación y despojo. Pueblos en Camino
Agosto 27 de 2022
La tierra no es solo para trabajarla…
Luchar por la vida y la paz en el norte del Cauca
Desde la primera vez que visité el norte del Cauca me han hablado del “monstruo verde” – ese mar de caña que consume el agua represada por la Salvajina y amenaza las luchas por la autonomía y autodeterminación de los pueblos de la región. Según H.H., el comandante paramilitar del Bloque Calima que fue extraditado a los EE.UU., las aguas del río Cauca no solo se convirtieron en un combustible para los monocultivos de caña, también sirvieron como un “cementerio” donde se arrojaban los cuerpos de las personas afrodescendientes, indígenas y mestizas que vivían en la región. Hoy en día los azucareros nos piden disculpas porque están “generando progreso para la región” como indican los trenes cañeros que transitan por las carreteras, pero hay comunidades vecinas a la represa de la Salvajina que no tienen acceso a agua potable gracias al supuesto “progreso”. Algunos dicen que hace falta la presencia del estado pero nunca falta un retén de policía o militares. Los movimientos sociales y comunidades del norte del Cauca, en cambio, siguen siendo de los más atacados y amenazados del país.
En las últimas semanas de nuevo han surgido debates alrededor de los llamados “conflictos territoriales” o “conflictos interétnicos” en el norte del Cauca y otra vez hay expertos que atribuyen los conflictos a un sistema de registro de tierras insuficiente para abordar las tensiones. Se proponen soluciones tecnocráticas sin cuestionar la lógica del capitalismo colonial que orienta los regímenes de propiedad, reconocimiento y explotación. De hecho – antes de declarar que el norte del Cauca sería el lugar del “primer Diálogo Regional de Colombia por la Paz” – el recién electo presidente Gustavo Petro dijo “Nosotros vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia. No porque lo adoremos. Sino porque primero hay que superar la premodernidad en Colombia, el feudalismo, la nueva esclavitud”. Esta afirmación denota una advertencia importante sobre la forma en que se piensa convertir a Colombia en una “potencia mundial de vida”.
Para estos expertos y funcionarios parte de la solución a estos conflictos se trata de facilitar un sinnúmero de “diálogos”. Por ejemplo, se organizan diálogos “sociales”, diálogos “interétnicos e interculturales” y diálogos “difíciles” con representantes del sector privado, de organismos internacionales, de comunidades y de organizaciones porque los diálogos siempre se hacen con representantes y no de cara al pueblo. Estos diálogos muchas veces se orientan por una metodología modelada por un semáforo. En lo verde hay acuerdo; en lo amarillo hay discusión; en lo rojo hay desacuerdo. Mientras que se avanza en lo verde y amarillo se deja quieto los temas en rojo para algún entonces que no llega. Esta metodología tiene un doble propósito: (1) enganchar a las comunidades en una tecnocracia de procedimientos sin salida; (2) apaciguar expresiones más radicales de lucha por medio de favorecer un intercambio fundamentado en principios liberales. Mientras tanto, los capitalistas que se benefician de los conflictos siguen lucrándose, la violencia en contra de las comunidades continúa y los temas en rojo – los que implican detener el despojo sistemático e impulsar la verdad y justicia – no se tocan. Por eso, casi treinta años después de que la represa de la Salvajina empezó a funcionar, todavía se habla de un proceso de consulta entre las comunidades afectadas por la represa y las compañías energéticas que se benefician de ella. Cada vez más arraigado, lo rojo – en este caso el capital, el despojo territorial y la violencia genocida – no se toca ni se discute. Lo único que se puede modificar son aspectos de los efectos del modelo, pero no el modelo mismo. En esos aspectos de los efectos se define “el arte de lo posible” dentro de los diálogos y se oculta lo supuestamente “imposible”. Lo “imposible” sería enfrentar el legado duradero del colonialismo.
Desde hace siglos se ha desplegado una estrategia racista para desprestigiar y eliminar cualquier relación con la tierra que no se trate de convertirla en mercancía. Antes era la esclavitud y la mita, ahora son los proyectos de desarrollo, el paramilitarismo, el tráfico de drogas y el encaje del multiculturalismo neoliberal. A más de treinta años de la Constitución de 1991, es claro que los derechos multiculturales no han garantizado el pleno ejercicio de la autonomía y la autodeterminación frente al capital y el estado. Sin embargo, la élite política ha intentado encubrir su racismo con gestos cínicos al discurso de los derechos multiculturales. Por ejemplo, en 2015, la Senadora Paloma Valencia propuso un referendo para “decidir si partimos el departamento [del Cauca] en dos. Uno indígena, para que ellos hagan sus paros, sus manifestaciones y sus invasiones, y uno con vocación de desarrollo donde podamos tener vías, se promueva la inversión y donde haya empleos dignos para los caucanos.” Con sus ideas que reflejan más deseos por segregación que autonomía, Valencia propone una visión donde la productividad es lo que más vale en la sociedad y es lo que representa lo “caucano” y no lo indígena. Así se busca tratar a las luchas por la tierra y la vida como si fueran “conflictos interétnicos”. Pero calificar los conflictos como “interétnicos” es solo otra manera de resucitar esta estrategia racista que busca invisibilizar las relaciones de dominación que crearon las condiciones para estos enfrentamientos. Se hace por medio de un discurso que los atribuye a la “etnicidad” o “raza” misma (como si fueran defectos naturales y no construcciones sociales) y no al capital.
Los azucareros capitalistas también han aprendido a beneficiarse de las tensiones que emergen del régimen de los derechos multiculturales fomentando el resentimiento de campesinxs mestizxs que no fueron reconocidxs en el giro multicultural. Por ejemplo, en las afueras de Corinto se pueden encontrar vallas que utilizan una imagen elogiando al mestizaje y un lenguaje aparentemente incluyente de un “territorio pluriétnico e intercultural” para decir “no al resguardo” “con respeto a la propiedad privada” (ver foto de portada). No debe sorprender que INGSE – la compañía publicitaria que hizo esta valla – destaca su trabajo con los ingenios azucareros de Manuelita, Pichincha, INCAUCA, Mayagüez, Riopaila Castilla, Providencia y San Carlos, en la misma página web que aparece en la esquina de la valla. Aunque es poco probable que los consultores que ayudaron a montar esta imagen y sus benefactores se dejen ver, literalmente intentaron usar el mestizaje para socavar el alcance de las luchas históricas de los pueblos indígenas defendiendo la “propiedad privada”. Esta estrategia se replica en los múltiples comunicados de los ingenios de azúcar, los informes de los medios dominantes, los reportes académicos y algunas ONGs que tratan el tema de los “conflictos interétnicos” en el norte del Cauca. También se replica por medio de reclutar y cooptar a individuos con ofrecimientos de remuneración o trabajo para que se presten al trabajo sucio de convencer a las comunidades mismas de estigmatizar e irse en contra de las personas que reclaman el territorio.
Sin embargo, estos territorios también han visto nacer experiencias que afirman la vida mucho más allá del capitalismo y el estado. Las luchas de la Cacica Gaitana, Casilda Cundumí Dembelé, Manuel Quintín Lame y Sinecio Mina demuestran cómo los pueblos han resistido a pesar de una presión inmensa a sangre y fuego para integrarlos a un proyecto de estado que se fundamenta en su destrucción. Las comunidades se han organizado para liberar y cuidar a la Madre Tierra por medio de las mingas hacia adentro y lo que los ingenios perversamente llaman “invasiones” como si no existiera la memoria. Se tejen alianzas y autonomías que no se dejan engañar por las trampas identitarias o las lógicas extractivistas.
Pero en las últimas semanas la violencia y el odio se han agudizado de nuevo. Los conflictos entre comunidades se nutren de la precariedad impuesta por un modelo explotador y las estrategias de afuera de dividir y cooptar a las comunidades. Se echa la culpa a una comunidad o la otra por “no dejar trabajar” o por cruzar fronteras que muchas veces fueron impuestos por el mismo estado.
Los nuevos “Diálogos Regionales de Colombia por la Paz” sólo representan una posibilidad de paz viable si parten de un principio que busque una salida del capitalismo y eso implica transformar una ideología que equipara el valor de la vida con la productividad y la mercancía. Al limitar el diálogo a traslapes, formalizar títulos y extender servicios de gobierno, se profundiza un modelo que exacerba el racismo, el malestar y la muerte: eso es el capitalismo colonial. Otro tipo de diálogo también existe–el diálogo entre los pueblos y para los pueblos. Por ejemplo, aunque se ha intentado demonizar el Proceso de Liberación de la Madre Tierra por provocar los conflictos actuales, quienes liberan han insistido: “La pelea no es con ustedes [las comunidades de la región]–es con los que los mandan. Ustedes no ganan nada con esto”. Esa claridad es lo que más temen los que buscan lucrarse de las tierras nortecaucanas y es el diálogo que empezó de nuevo el 23 de agosto en el territorio. Las luchas históricas por la vida, la paz y el territorio han sobrevivido gracias a esta forma de encontrarse dialogando y resistiendo.
Autor: Anthony Dest
Agosto 23 de 2022