Las fuerzas de la catástrofe climática desatadas, encubiertas e impunes
El ciclón Idai arrasó Mozambique, Zimbabwe, Malawi en el sur de Africa. Un millón de personas afectadas. Más de 100 perdieron la vida. Bautizando un ciclón y ubicándolo geográfica y cronológicamente, se aísla el hecho, la noticia y los «afectados«. Ya pasó, fue en otra parte, o aquí y es «la fuerza de la naturaleza«. Nos engañamos. La guerra contra la tierra genera una catástrofe global. La «fuerza de la naturaleza» manipulada, se convierte en un dispositivo letal contra territorios y pueblos, con mayores impactos, claro, contra poblaciones empobrecidas. Los medios de comunicación «manejan» la información sobre el «estado del tiempo» de manera descriptiva, distante, acrítica y funcional a las necesidades del comercio, el transporte, las dinámicas de acumulación. Se niega la integridad y profundización de esta sin salida. Enfrentar la destrucción de la naturaleza y de la vida a manos humanas y en respuesta a intereses de acumulación y concentración de riquezas es un asunto aplazado, desplazado a ámbitos de esfuerzos y distante de la cotidianidad de pueblos y sociedades. Poner el énfasis de las causas y de la transformación en pequeñas acciones voluntaristas individuales, hace poco para generar consciencia crítica y, en cambio, hace mucho por generar un activismo que lava culpas. Voluntariado de y para clases medias consumista que buscan cambios de comportamiento para defender privilegios y beneficios que no cambien nada ni cuestionen el poder destructivo y la complicidad: «yo ando en bicicleta y camino, reciclo basura, no desperdicio agua…hago lo que puedo.» Para detener esta calamidad hay que dejar atrás el sistema que la causa. Mientras tanto, en todas partes repetimos como un mantra eso de que «el clima ha cambiado tanto» y constatamos las tormentas, sequías y alteraciones climáticas que «no se habían visto antes» en todas partes. Pero eso no quiere decir que mientras no cambie el sistema no hay nada que hacer. Al contrario. Hay que hacer y ya. Detener la experimentación y acción militar y transnacional del clima y la tierra, desmontar y no construir más represas hidroeléctricas, acabar con megaproyectos y agro-negocio, realizar masivas reformas agrarias, transformar la producción energética, el cuidado y uso del agua y la vida toda en asuntos colectivos políticos y éticos, es decir, quitarlos de las manos y del dominio de la acumulación. Los científicos descubren y anuncian que es peor de lo que sabíamos. Todo esto se sabe, se asume poco y genera menos como acción insurgente de los pueblos. En realidad, los pueblos empobrecidos sufren el azote de esta venganza del poder contra la vida por ganancias y luego, ante la calamidad sin responsables, se les refuerza la convicción en el sentido de que no pueden hacer nada contra esta fuerza que los arrasa. Por ahora, lo que es un hecho es que ese ciclón devastador, poderoso y codicioso que destruye la vida y causó Idai, sigue su curso sin que lo estemos evidenciando y dejando atrás. ¡Así No! Dominación y Despojo. Pueblos en Camino.
Científicos alertan que cambio climático
es más grave de lo que se cree
El estudio advierte que se ha subestimado los impactos en la agricultura, la vegetación terrestre y la mortalidad humana causada por las olas de calor.
Los modelos sectoriales que estudian el cambio climático subestiman el efecto de los fenómenos climáticos extremos, según un estudio internacional firmado por medio centenar de científicos, que alertan de que los riesgos para la humanidad pueden ser mayores de lo que se cree hasta ahora.
Según el estudio, que publica la revista Nature Communications, la mayoría de los modelos sobre cambio climático usados para proyectar escenarios futuros subestiman la gravedad de los impactos en importantes sectores como la agricultura, la vegetación terrestre y la mortalidad humana causada por las olas de calor.
La investigadora del español Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) de Barcelona Marta Coll explicó que el trabajo, en el que han participado 42 instituciones, analiza si los modelos actuales que evalúan el impacto climático por sectores son capaces de reflejar las consecuencias de las condiciones climáticas extremas.
Para ello, tomaron como caso de estudio la ola de calor y sequía ocurrida en Europa en 2003, el evento climático más extremo de los observados hasta ahora y que afectó de forma intensa al este y centro de Europa, cuando se registraron temperaturas anormalmente altas, especialmente durante junio y agosto.
En aquel verano, la temperatura media en Europa subió en 2ºC, llegando a ser 5ºC por encima de la media, en una ola de calor que vino acompañada de graves sequías y que causó la muerte de centenares de personas, la mayoría con patologías de base.
Los resultados muestran que los datos de impacto documentados de la ola de calor no necesariamente coinciden con los impactos que se obtienen en las proyecciones de los modelos sectoriales.
La mayoría de estos modelos sectoriales subestiman la gravedad de los impactos en sectores como la agricultura, la vegetación terrestre y la mortalidad humana, mientras que otros modelos sobreestiman los efectos sobre los recursos hídricos y la energía hidroeléctrica en algunas cuencas.
Según Coll, estos resultados se observan también en los ecosistemas marinos, ya que los datos y los modelos parecen coincidir en que el evento extremo de 2003 afectó los parámetros físicos del océano, pero la señal no se propagó a niveles tróficos superiores de forma inmediata porque el evento fue demasiado breve como para causar un cambio significativo en ellos.
Coll destacó que las diferencias entre lo observado y lo proyectado por los modelos tienen importantes implicaciones para las evaluaciones económicas basadas en estas proyecciones.
Significa también, según la investigadora, que los riesgos a los que se enfrentará la sociedad por futuros eventos climáticos extremos podrían ser mayores de lo que se había pensado hasta ahora.
Los investigadores avisan de que, aunque la ola de calor de 2003 fue un evento excepcional en el registro histórico, el aumento del calentamiento global puede hacer que episodios como este se vuelvan más frecuentes en el futuro.
Periodista Digital: EFE
Martes, 12 de Marzo de 2019
Impactos del Cambio Climático en los mas pobres.
Caso Mozambique
Podríamos afirmar que es un país-víctima de los desarrollados-industrializados, (incluyendo en el grupo a China e India) ya que está lejos de ser un responsable de las causas que producen ese Cambio.
El continente africano, como un todo, tiene un aumento de su temperatura de 0.5 ºC en los últimos 100 años (esto es un promedio: en algunos casos puntuales, por ejemplo en Kenya, la elevación de los últimos 20 años ronda los 3.5 ºC); desde 1987 se registraron los 6 años más cálidos y el 2005 fue el de más alta temperatura.
Esa tendencia térmica seguirá agudizándose, con varias consecuencias; entre otras: afectará la disponibilidad del agua (sobre todo el recurso de los acuíferos), alterará los ciclos de lluvias, la producción agrícola (con efectos adversos sobre la seguridad alimentaria), y provocará cambios en la distribución de patógenos transmitidos por el agua.
Durante el siglo XXI, el 30% de la infraestructura costera de África podría verse inundada debido al aumento del nivel del mar. Los mozambiqueños ya conocen parte de este cuadro: a las inundaciones de 2000-2001 le siguió una grave sequía en la región central y sur; esto significó para ellos la destrucción de viviendas, cosechas e infraestructuras.
En suma, África –y por tanto Mozambique- es un continente de alta vulnerabilidad al Cambio Climático.
Las “violencias” que se padecen en África.
Sabemos que la violencia de los conflictos en África (Mozambique padeció los efectos de una guerra civil que duró 16 años, finalizada en 1992) y las presiones sobre las tierras cultivables son las principales causas de degradación del ambiente que se aprecian en la deforestación, comercio de carne de animales silvestres, así como en la reducción de la capacidad de reacción de las comunidades locales.
Para África, el establecimiento de una paz duradera como fundamento del desarrollo y la prosperidad humana seguirá siendo una prioridad durante mucho tiempo. No caben dudas que las acciones en la esfera del Medio Ambiente pueden contribuir a esa paz.
Muchas de las culturas africanas están basadas en prácticas agrícolas de pequeña escala, la que está siendo forzada a ser reemplazada por cultivos como la azúcar de caña o la casava para producir biodiesel; en otras regiones se están implantando árboles con el mismo propósito comercial (para proveer combustible al desarrollo extracontinental), provocando desplazamientos de las poblaciones de agricultores con las consecuencias fáciles de imaginar.
Los minerales de Mozambique, incluidos los metales pesados, carbón y gas natural han sido malvendidos en tiempos recientes a empresas transnacionales. Por ejemplo, una sudafricana se lleva su gas natural, irlandeses y sudafricanos explotan los depósitos de titanio y varias empresas extranjeras realizan prospecciones en busca de petróleo, con algunas perforaciones marinas. Mozambique tiene prístinas playas y altísima biodiversidad marina lo cual constituye un atractivo turístico-económico importante; esto podría verse afectado por la voracidad de esas actividades e iniciativas.
Los “problemas” del agua.
Además, Mozambique es parte de un contexto mayor caracterizado por conflictos campesinos (pastoriles) que se extiende a vastas regiones del S de Etiopía, NO de Kenya, SE del Sudán y NO de Uganda. Todos ellos asociados a una competencia por la tierra debido a la desertificación, desplazamiento forzado de las poblaciones, proliferación de armas pequeñas (obtenidas en las guerras regionales) así como a la reducción de la seguridad alimentaria debido a la variabilidad del régimen de lluvias y a las prolongadas sequías.
Actualmente África padece en grado extremo factores climáticos como la variabilidad del régimen de lluvias, escasez de agua y bajo rendimiento de los cultivos así como enfermedades asociadas al perfil climático como el cólera y el paludismo. El alcance, la frecuencia y la gravedad de los brotes epidémicos podrían aumentar significativamente.
Es oportuno recordar que en 2004 el 57% de la población no tenía acceso sostenible a fuente de agua mejorada.
Las influencias del clima y de sus cambios en la salud humana se modulan por interacciones con procesos ecológicos, condiciones sociales y políticas. Mozambique no es ajeno a este concepto: es uno de los países africanos más afectado por el VIH-SIDA: el año pasado, 24 de cada 100 mozambiqueños entre 15 y 49 años de edad eran seropositivos. Una de las consecuencias de esta epidemia se puso de manifiesto rápidamente en una drástica reducción en la expectativa de vida.
¿Qué más sabemos sobre Mozambique?
Es una ex colonia portuguesa, con sus costas sobre el Océano Indico, que albergaba (en 2004) a 19.4 millones de personas; en este país, 10-11 de cada 100 niños o niñas nacidos vivos muere antes del llegar al año de edad; de los que sobreviven el 50.9% tiene probabilidad de no sobrevivir hasta los 40 años; apenas el 3.3% de la población tiene 65 o más años de edad.
Además, 43% de los hombres y 67% de las mujeres son analfabetas. Tienen 3 médicos por cada 100 mil mozambiqueños. El 45% de la población pertenece a la categoría de desnutridos.
Mozambique ocupa el lugar 168 en la escala de Naciones Unidas, categorizado “de Bajo Desarrollo Humano” (Argentina está en el puesto 36: “Desarrollo Humano Alto”).
La «generosidad» de los ricos para los pobres.
Mozambique está en la lista de países que recibe cada vez menos ayuda. Su índice de pobreza humana es del 49%: el 78.4% de la gente dispone de menos de un promedio de dos dólares por día (compárese con Argentina: 23% de la población; Brasil: 21,2; Ecuador 37,2).
Hasta el presente, África – incluido Mozambique – ha recibido un mínimo de la ayuda para sus esfuerzos de mitigación por parte del Mecanismo de Desarrollo Limpio que prevé que los países industrializados compensen sus emisiones de gases financiando proyectos de atenuación en países en desarrollo. Ese compromiso está lejos de su cumplimiento: en 2006 África, al sur del Sahara, sólo se beneficiaba con 5 de 410 proyectos de dicho mecanismo, 4 en Sudáfrica y uno en Nigeria (esto es nada comparada con los 192 en América Latina y el Caribe y 203 en Asia).
En general, la solidaridad con los países víctimas de los desastres ambientales atribuibles al Cambio Climático no fue lo más notorio. En el período 1991-2000, la asistencia a los países pobres por parte de la AOD bajó 11% en términos reales. Mientras los efectos adversos se agravaban, países como Alemania, Estados Unidos, Francia e Inglaterra redujeron (en promedio) sus aportes en 10% (algunos, como Estados Unidos, redujeron su ayuda hasta en un 30%). Todos lejos del objetivo determinado por las Naciones Unidas (0.7% de su PBI) excepto Suecia, Holanda, Dinamarca y Noruega.+ (PE)
Alfredo Salibián
Ecoportal.net
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica
– www.ecupres.com.ar
Publicado en Rebelión
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