Los temas de los políticos y los problemas de la gente

«Habría innumerables decisiones concretas para resolverle problemas a la gente, muchos de ellos creados por otras leyes que ahora hay que derogar o modificar. La brecha entre los temas de los políticos y los problemas de la gente es cada vez más amplia.» Todos los políticos
 

 
Estamos a punto de entrar en un largo debate sobre cambios institucionales y de reglas de juego del ejercicio de la política. Todos los actores políticos están promoviendo reformas de múltiples artículos de la Constitución para supuestamente resolver problemas relacionados con el fenómeno de corrupción o con distorsiones del sistema electoral. La gente en cambio –según lo dicen las encuestas- reclama que se atiendan prioritariamente los problemas de educación, salud y seguridad ciudadana.
 
Los políticos asocian reforma a la justicia con la doble instancia para el juzgamiento de congresistas que cometen delitos, por ejemplo. Los ciudadanos en cambio entienden por reforma a la justicia la dotación de instrumentos al poder judicial para que un proceso para reclamar un derecho laboral que se considera vulnerado no dure diez años, sino uno.
 
Los políticos creen que la corrupción se desbordó por que el Senado se elige por circunscripción nacional. Los ciudadanos entienden que hay unos políticos bandidos que se meten a la actividad pública para enriquecerse sin el menor empacho.
 
El Presidente cree que hay dificultades para conseguir resultados en materia de políticas sociales porque el período del Presidente no coincide con el de los alcaldes y gobernadores. La gente –en cambio- espera que la educación superior no resulte un privilegio inalcanzable por sus costos, ni una frustración enorme por su baja calidad. La gente espera que conseguir una cita médica no sea una odisea para la que haya que esperar meses.
 
Los políticos están juiciosamente diseñando un nuevo ministerio: el de seguridad ciudadana. Los ciudadanos esperan que los niños no mueran en medio de la refriega entre pandillas y autoridades en los barrios de Cali o Cartagena como ocurre al menos dos veces al mes. La gente quisiera poder salir tranquilamente con su teléfono celular si un riesgo de ser asaltado y que ese asalto termine en asesinato.
 
Los políticos debaten si se hace necesario una nueva Asamblea Constituyente, para cualquier cosa, por ejemplo para recortar los poderes del Procurador para que no abuse destituyendo alcaldes que no compartan sus convicciones políticas. La gente de Bogotá espera que alguien resuelva el problema de movilidad que tiene prácticamente bloqueada la ciudad.
 
 
Los políticos están preocupados por los escrutinios y la gente en las encuestas contesta que el problema prioritario a resolver es el del desempleo. 
 
Es increíble que los políticos estén engolosinados con una supuesta “gran reforma política” y que nadie proponga nada concreto para superar la crítica situación de Buenaventura o la pobreza sin nombre que aqueja al departamento del Cauca, o el drama de Tumaco o los problemas del Chocó. 
 
Habría innumerables decisiones concretas para resolverle problemas a la gente, muchos de ellos creados por otras leyes que ahora hay que derogar o modificar. La brecha entre los temas de los políticos y los problemas de la gente es cada vez más amplia.
 
Es dramático ver cómo nos acercamos nuevamente a un túnel que nos conduce a una serie de reformas constitucionales para cambiar el diseño institucional y las reglas de la política con la esperanza de que esos cambios faciliten tomar las decisiones que se pueden tomar sin meternos en la discusión que para decir verdad solo importa a los políticos.
 
Los que se viene en el período legislativo que va de marzo a junio es patético. Está pendiente la reforma a la salud pero nadie da un peso por su aprobación y mientras tanto el Presidente Santos propone y define dentro de las prioridades legislativas una “reforma política” sobre la cual seguramente se avanzara más que en la de la salud.
 
Sería interesante saber cuánto tiempo le ha dedicado el Presidente a la reforma a la salud y cuántas reuniones de la Unidad Nacional se han destinado a discutir y tratar de construir consensos en torno a ese tema. Mientras tanto nos anuncian que ya hay redactadas unas propuestas para cambiar las reglas electorales.
 
El clima político actual está signado por esa enorme distancia entre las preocupaciones de los unos y de los otros. El voto en blanco, la abstención, el pesimismo, el no sabe no responde, etc de las encuestas es el enorme porcentaje de ciudadanos que siente que no hay comunicación con los políticos, que no oyen, que están ensimismados en calcular y en pensar como les resulta más fácil hacerse reelegir dentro de cuatro años.
 
Estamos transitando un camino peligroso. El grado de ilegitimidad al que hemos llegado es uno de los más grandes de la historia, pero lo que la gente reclama no es que “cambien las instituciones” sino que les resuelvan sus problemas.
 
¿Cuánto habrá que esperar?
 
Por: Héctor Rivero

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