…desde Guatemala…“¡Indios hijos de puta, aquí vienen a trabajar, cabrones!”
Desde Guatemala Sergio Palencia nos comparte un texto inicial sobre el libro Memorias del Tajumulco, escrito por el combatiente kaqchikel Santiago Boc Tay que abarca el período 1974-1981 en el que un niño-joven indígena peón-jornalero hace memoria sobre el recorrido hacia la decisión de sumarse a la lucha guerrillera; el camino que lo lleva a hacerse revolucionario. Compartimos este texto justamente cuando desde Guatemala se informa que “en este momento se acciona un Golpe de Estado, desde el poder ejecutivo y la juntita militar que el gobierno de la mano con la Oligarquía: Quieren disolver la Corte de Constitucionalidad.”
Bajo esta ola fascista global, en una Guatemala que se viene levantando una y otra vez contra un régimen corrupto que se instala a partir de unos “acuerdos de paz” en 1996, cuyo propósito central es consolidar la historia que niega y entierra en el olvido la constelación de luchas de los pueblos con propaganda, terror y corrupción. El régimen Guatemalteco da continuidad a una narativa racista y de despojo en tierras mayas despreciadas y ensangrentadas. Los militares asesinos se hacen gobernantes y, a pesar de las insurrecciones en curso y en ciernes, cambian de rostro y de nombres, pero se ratifican en el poder con el poder violento del engaño, la compra y, claro, la guerra. Nunca ha habido paz en Guatemala, nunca. Dice Sergio Palencia al respecto: “La mirada al pasado debe estar presta a desentrañar vivencias que rebasan las explicaciones generales. Sólo teniéndolas en cuenta y situándolas en la miríada de las luchas humanas se pueden captar como momentos que aún en el presente exigen vinculación.” Santiago Boc Tay recuerda y al hacerlo teje, trenza y hace memoria; la otra memoria. La forma y el accionar concreto, las fincas y las aldeas, jornalerxs y peones y el levantamiento guerrillero no son fórmulas ni recetas desde vanguardias infalibles. Son experiencias en contextos particulares y concretos de un mismo espíritu, de una misma fuerza, de un entusiasmo que se hace sabiduría, decisión y toma forma en luchas específicas en contextos que las demandan y nos exigen conocerlos y conocernos. “Dos generaciones convergen.”“Así como su padre se resguardó de la persecución castilloarmista tras el derrocamiento de Árbenz, sus hijos, veinticinco años después, vuelven a hacerlo. Una nueva lucha está naciendo con sus características generacionales.” Señala Palencia re-conociendo este tiempo pleno de las luchas de los pueblos cuya forma responde a momentos y desafíos, pero cuyo sentido permanece en la dignidad libre que exige un mundo. La memoria de los pueblos, de sus hijas e hijos negándose a la sumisión desde el olvido corresponden y habitan un tiempo que es aquí y ahora siempre que la ira y la dignidad nos reclaman: “El dolor de la finca, el abrazo de su madre, la historia de su padre, de su abuelo, van abriendo en el relato el momento y la explicación de por qué decide alzarse en armas.”
Ese porqué que motiva la decisión y la hace impostergable, no se debe, como en ese momento, únicamente a las armas, sino a lo que haga falta, aún las armas, para levantar en unidad de generaciones una constelación de dignidad que nos abarca, nos exige y nos convoca siempre. A través de la memoria de una fase de la vida de Santiago Boc Tay en lucha, antes de la arrasadora represión del régimen Guatemalteco, el mismo que se restableció a partir de la guerra más sangrienta y cruel del Continente, habitando ese ámbito y arrancándolo de la reinterpretación que llaman historia y que se escribe para negar a quienes lucharon doblemente, a sangre y fuego y luego con la narrativa que se apropia de hechos para vencedores, Sergio Palencia nos recuerda que: “«En ningún otro momento los pueblos oprimidos de Guatemala habían mostrado tanta valentía en comparación después de su invasión. Una y otra vez debemos decir que la lucha fue necesaria, no nos usaron, no nos empujaron, era el momento de actuar». Constituye un elemento crucial pensar la revolución en términos de procesos de atrevimiento, de quiebre, como también de construcción de horizonte compartido. La revolucionaria o, en este caso, el revolucionario, se constituye desde las decisiones que va tomando y la develación de su labor individual en consonancia con una historia que hereda, que hace propia, por la cual se responsabiliza. Es tanto desgarramiento de los vínculos primarios como creación de nuevas comunidades en pos del novum transformador.” Por eso, luego de este recorrido y mientras propone unas conclusiones señala: “La mirada al pasado debe estar presta a desentrañar vivencias que rebasan las explicaciones generales. Sólo teniéndolas en cuenta y situándolas en la miríada de las luchas humanas se pueden captar como momentos que aún en el presente exigen vinculación.”
Hoy, cuando Guatemala, territorio del despojo, es sometida en esta fase mafiosa-fascista del capital patriarcal racista a la conquista que elimina excedentes de población y capital para apropiarse de riquezas y recursos rehaciendo geografías y territorios globalmente, hoy, cuando el bufón Jimmy Morales, comediante-presidente desnudo en su mediocridad perversa, hoy cuando el Congreso de ese país está hundido en el fango de su inmundicia, hoy cuando ya se sabe que la paz era la entrega de tierra y pueblos a transnacionales extractivistas y del agro-negocio, hoy cuando no puede negarse que el racismo habitó aún a los propios movimientos guerrilleros y que la paz capturó con recursos y cargos procesos que costaron sangre y fueron ejemplo de dignidad, hoy, cuando esto que sucede en Guatemala sucede acá que es todo el planeta que necesitan capturar los fascistas del capital transnacional, hoy, repasar la memoria como lo hace Sergio Palencia, de la mano de Santiago Boc Tay, es una convocatoria, un llamado a entender quienes somos nosotrxs ahora mismo y quienes son ellxs, a entender esta fase de la conquista y a levantarnos no sólo con fórmulas y cuadrillas para resistirla sino con lo que haga falta, organizándonos y tejiéndonos desde abajo para resistir, claro, pero sobre todo, para parir ese mundo otro que todavía sí habitamos y nos espera desesperando. Nos corresponde no repetir sino aprender y alzarnos ahora mismo desde la memoria-experiencia-constelación. Los mediocres y bandidos de siempre se coordinan y desvergonzados, atroces, ejecutan su golpe, con la “juntica militar” de turno en Guatemala, con Bolsonaros, Trumps, Erdogan, Macri, Duque-Uribe, AMLO y tantos otros disfrazados pero al servicio de lo mismo. Hoy, la memoria no es recuento de hechos y datos objetivos, es herramienta para desenterrar, para desentrañar la nostalgia por la vida en libertad que nunca nos ha abandonado y nos exige sabiduría para hacer el camino de pie, en femenino y con la frente en alto. Dicho de otra manera “un momento donde la memoria de lucha está volviéndose a asumir. Esto posibilita engarzar de manera dialéctica la variedad de la particularidad con el movimiento de la totalidad.”¿Dónde Estamos? Lectura de Contexto. Pueblos en Camino
SANTIAGO BOC TAY
Y LA MEMORIAREVOLUCIONARIA INDÍGENA,
1974-1981[1]
Resumen
Durante la Guerra Civil guatemalteca gran cantidad de indígenas del Altiplano decidieron empuñar las armas contra el Estado. La memoria de sus decisiones a lo largo de esta lucha han sido silenciadas o ignoradas. El libro Memorias del Tajumulco, escrito por el combatiente kaqchikel Santiago Boc Tay, abre nuevos caminos para explorar la subjetividad de los trabajadores indígenas que cuestionaron las condiciones de explotación en las fincas cafetaleras y cañeras localizadas en la boca costa del Pacífico. En este ensayo seguimos la narración y consciencia de Boc en su decisión de buscar al movimiento revolucionario entre 1974 y 1981. Al mismo tiempo explicamos el momento del conflicto en otras áreas para así comprender sus experiencias desde una perspectiva amplia. El objetivo de este trabajo es combinar la crítica dialéctica histórica con la narrativa y experiencias de Santiago Boc Tay.
Palabras clave: finca, organización campesina, jornalero, decisión revolucionaria, levantamiento indígena.
Abstract
During the Guatemalan Civil War many indigenous from the Highland decided to take arms against the State. The memory of their decisions during this struggle has been silenced or ignored. The book Memories of the Tajumulco, written by the Kaqchikel combatant Santiago Boc Tay, opens new ways to explore the subjectivity of indigenous workers who questioned their exploitation in the large scale coffee and sugar canne estates located in the Pacific piedmont. In this essay we follow Boc’s narration and awareness of his decision to search the revolutionary movement between 1974 and 1981. At the same time we explain the moment of the conflict in other areas in order to understand his experiences in a broader perspective. The purpose of this work is to combine dialectical historical critic with the narrative and experiences of SantiagoBoc Tay.
Key words: plantation, peasant organization, laborer, revolutionary decision, indigenous uprising.
Introducción[2]
En ningún otro momento los pueblos oprimidos de Guatemala habían mostrado tanta valentía en comparación y después de su invasión. Una y otra vez debemos decir que la lucha fue necesaria, no nos usaron, no nos empujaron, era el momento de actuar[3].
El libro Memorias del Tajumulco, testimonios de la guerra interna en Guatemala se publica en 2015 y reedita un año después. Su autor, Santiago Boc Tay, fue combatiente de la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA) entre 1980 y 1996, principalmente en el departamento de San Marcos, Guatemala. El libro comparte una serie de vivencias más o menos ordenadas cronológicamente de lo que fue el periodo más álgido de la guerra en el país. El siguiente trabajo empero no es una reseña del libro entero o un análisis de todos los capítulos. A medida que lo iba leyendo me di cuenta que el libro guarda varios conjuntos de memorias en periodos distintos de la historia de guerra en Guatemala, desde el movimiento campesino de reclamo por la tierra, las ofensivas guerrilleras hasta la resistencia frente a los operativos del Ejército guatemalteco, cada una tejida desde vivencias colectivas. Dado que en los últimos años he venido trabajando la reconstrucción de la guerra entre 1972 y 1982, pensé en hacer un escrito que acompañara y analizara los relatos de Boc por periodos específicos, describiendo el marco general en el cual se mueve. Dicho de otra forma, elrelato de la experiencia particular desde el contraste y cotejo del momento del conflicto. El enfoque se dividió en dos partes: uno, cómo describe su vida como jornalero en las fincas y su decisión de alzarse en armas con la revolución; dos, el periodo de ofensiva del Ejército guatemalteco en el área de San Marcos.
El siguiente ensayo trata del primer periodo el cual comprende específicamente entre mayo de 1974 y mayo de 1981. Las fechas son específicas: la primera corresponde a la ocupación de tierras en una finca colindante de su natal San Martín Jilotepeque, Chimaltenangoy, la segunda, su incorporación con entrenamiento guerrillero en el área de lucha de Tajumulco, San Marcos. Un posterior ensayo se enfocará en la campaña de ataque del Ejército guatemalteco, las masacres en los departamentos occidentales y la crisis de ORPA entre junio de 1981 y finales de 1984. Este trabajo está acompañado de dos fotografías de la época y de dos mapas del momento de la guerra en 1980 y 1981. La idea es situar al lector en una constelación histórica donde todavía no habían pasado las masacres de 1982 y la revolución desde abajo se concebía como posible. Resulta central conocer la lucha por constelaciones de experiencia humana, emotividades, reflexiones que dibujan un horizonte que quiebra con la normalidad, no solo del momento in situ de la vivencia, sino de una narrativa general y homogenizadora. Al finalizar, a manera de cierre de este primer momento, se presentan los aportes del libro en la reconstrucción de la subjetividad indígena revolucionaria durante estos años.
Finca, guerra silenciosa, 1954-1974
Santiago Boc Tay nace en 1963 dentro de una finca de mozos llamada Don Tomás, en San Martín Jilotepeque. Desde finales del siglo XIX este municipio del departamento de Chimaltenango constituía un eje central para la producción de las grandes fincas cafetaleras localizadas al sur, rumbo a la boca costa. Durante las primeras décadas hasta aproximadamente 1940 estas fincas en el Altiplano kaqchikel autorizaban parcelas a los campesinos indígenas a cambio del trabajo en la producción de café[4]. Tal relación laboral todavía estaba integrada por medidas coactivas que obligaban a las familias a cumplir el trabajo bajo la constante inspección y control de los capataces. Este fenómeno afectó de semejante manera a las aldeas mam de San Marcos y q’eqchi’ de Alta Verapaz. Santiago Boc, por su parte, narra cómo su infancia y adolescencia están atravesadas por la explotación y discriminación en las fincas. En su libro recuerda cómo su abuelo y su padre también habían sufrido pero también luchado contra la gran propiedad finquera:
«Me comentó mi padre que cuando cayó el gobierno de Jacobo Árbenz en 1954 hubo movimientos en la capital y ellos fueron citados para defender al gobierno que había decretado que se parcelara la finca de donde éramos mozos. “Ya no subimos al carro que nos iban a llevar”, dijo, “porque llegó la noticia que el presidente había sido derrocado. Después subían los alcahuetes del pueblo y nos perseguían. Era la gente de Castillo Armas, se perdió la posibilidad de que las tierras fueran para nosotros”. Contaba [mi padre] que por el mucho hostigamiento se iban abajo, al bosque, para esconderse hasta que un día los coparon y los golpearon con la culata de los rifles mientras los calificaban de comunistas»[5]. Su padre era miembro del Partido de Acción Revolucionaria (PAR) durante el movimiento agrarista previo ydurante la presidencia de Árbenz. Resalta Boc este precedente de lucha generacional donde su abuelo y su padre fueron parte del movimiento agrarista en búsqueda de la Reforma Agraria. Por primera vez se relaciona la acusación de comunistas con la persecución y golpes de indígenas organizados. El lugar de refugio, ya en 1954, era el bosque, la montaña como lo había sido para Kaji Imox y la resistencia kaqchikel en la década de 1530, en la región colindante.
Lo particular en el escrito de Santiago Boc es que va surgiendo la comunidad indígena como sujeto de lucha, tanto en las gestas públicas, de carácter nacional, como en las silenciosas al interior de las fincas de mozos. En mayo 1974 la comunidad kaqchikel del caserío La Unión reclama el pago de las prestaciones debidas por la finca Don Tomás. El capataz, un hombre llamado Ángel María Gálvez según el libro, es quien llama a la Policía Judicial para reprimir al movimiento en este caserío chimalteco. Al no encontrar a uno de sus líderes, su tío Aurelio, los agentes estatales secuestran a su esposa, hija y otros vecinos: «Los desconocidos llevaban un listado y de los nombres que ellos mencionaban nadie aparecía. Dispararon ráfagas, algunas personas dijeron que sonaban como cuetes. Se llevaron a mi tía Natalia, con su nena en brazos. Ella les suplicó que le permitieran entrar a su casa para llevar ropa de su nena, no dejaron que se moviera. Se llevaron de otras casas a Julio, un señor vecino del lugar, a Lázaro, mi primo. Eran seis en total los vecinos capturados violenta e inexplicablemente. Yo asustado, bordeando el río llegué a la casa y conté lo que vi. Al anochecer se reunieron los mozos a comentar el acontecimiento»[6].
Estamos hablando de un secuestro colectivo cuatro años antes de la llegada de las guerrillas a la región. A pesar de la persecución las familias del caserío La Unión trabajaron la tierra ocupada. Las amenazas de represión son cada vez mayores. Boc trae a colación una en especial por parte de la hermana del capataz de la finca: «¡Ay indios, la policía les vamos a meter!»[7]. En los meses siguientes, estando la milpa ya alta, un policía llegó para resguardar los tractores usados por el finquero para destruir el trabajo de La Unión. El conflicto arreciaba. Sin aclarar la fecha Santiago Boc recuerda cómoel líder del movimiento por la tierra, Isidoro Ajú, fue baleado por un esbirro ladino del patrón. Si bien sobrevivió, los ánimos se caldearon y la comunidad de La Unión manifestó en plena cabecera municipal, algo inusitado en una región de marcada división estamental entre las aldeas y la cabecera. Ante la constante lucha y la incapacidad para someterlos, el propietario cedió una caballería a favor de sus antiguos mozos, falto de una indemnización monetaria. Para el año de 1977 los trabajadores del lugar habían logrado una transformación agraria por sí mismos, una suerte de reforma agraria local, desde abajo, fenómeno de disputa por la tierra que se intensificaba hacia finales de la década en varias regiones de Centroamérica[8].
En el ámbito de la política municipal también estaban sucediendo cambios. Felipe Álvarez Tepaz era electo en 1974 alcalde de San Martín Jilotepeque, dejando afuera a los candidatos ladinos de partidos anticomunistas como el MLN. El caserío La Unión, por su parte, se fue convirtiendo en centro de organización regional campesina. «Siempre acompañé a mi padre a los lugares del pueblo donde se reunía la liga de campesinos y, cuando llegaban invitados, las reuniones se hacían en la escuelita de los mozos. No olvido las reuniones alrededor del ocote, el humo que tiznaba y la luz que reflejaba el rostro y los sombreros de los señores»[9]. Ante el logro del parcelamiento de parte de la finca y la creciente organización indígena, los finqueros, apoyados por sus capataces y comisionados militares, capturan y torturan a doce miembros de la familia Ajú y otras tres personas, Fidel Xicay, Marcelo Coy y Salvador Boc. Varios de estos casos son mencionados por la Comisión para el Esclarecimiento Histórico[10], intensificándose entre 1980 y 1983[11]. La represión sobre caseríos como La Unión, pertenecientes a la aldea El Molino, sigue un patrón similar al resto del occidente de Chimaltenango. Esto lo analizaremos más adelante cuando comparemos el momento de la guerra en dos de los departamentos donde estuvo el combatiente Santiago Boc.
Como vemos, la constante en la memoria de Boc es la finca, sea como disputa por la tierra o en la explotación del trabajo. En su libro Boc enumera las fincas en las que trabajó de niño a partir de 1973 hasta sus experiencias en 1979, siendo ya un adolescente que inicia un proceso de cuestionamiento del orden social. Su primer trabajo es en la finca La Esperanza, en el sur de Chimaltenango: «Mis hermanos mayores tenían más de diecisiete, yo tenía diez años. Nosotros en la nómina estábamos como ayudantes. A los dos más pequeños, mi hermana mayor y yo solamente nos daban la mitad de ración de comida, consistía en 15 tortillas divididas para la cena y que alcanzara para el desayuno del díasiguiente»[12]. El contrato laboral finquero consistía en aprovechar la fuerza de trabajo familiar, comunal, como agregado a un representante, generalmente hombre mayor. La medida de las tareas podía por lo tanto exigir la cooperación familiar de mujeres y niños en un sueldo, de por sí, bajo. Los campesinos se organizaban por cuadrillas esperando la instrucción del caporal: «En columna caminamos como una formación en busca del señor caporal, quien soplaba el cacho o una bocina brillosa de metal»[13]. Muy distintas serán las columnas que nos describirá después en su vivencia con las aldeas mam de San Marcos ya en los años del alzamiento.
Entre 1974 y 1975, mientras su caserío disputaba la tierra a la finca Don Tomás, Santiago Boc, su padre y sus hermanos migraban a las fincas La Suiza y San Bernardo, en Escuintla y SantaRosa respectivamente. «Durante este viaje recuerdo que mi hermano Max se enfermó y hubo que evacuarlo de la finca. Papá lo sacó tres horas a tuto para tomar el bus en la aldea más cercana. Lo regresó a la casa sin medicina y lo dejó a la suerte en los brazos de mamá»[14]. El país entero es experimentado por el autor como una enorme finca, llena de enfermedades, hambre y trabajo extenuante. Pero no solo esto, la finca está presente tanto afuera de la comunidad como adentro. Lo que los capataces representan en el espacio finquero los comisionados militares lo cumplen en las calles de los pueblos. Así, en 1976, trabajando para la finca El Colorado en Santa Rosa, el autor relata una de estas cacerías de jóvenes para ser integrados a las fuerzas armadas estatales: «Fuimos el primer día domingo al pueblo de Barberena cuando de repente un grupo de comisionados militares armados se apearon de un camión civil y con fuerza agarraron a mi primo y a mi hermano Joaquín y se los llevaron. Yo me quedé horas perdido y asustado»[15].
Ese mismo año en una finca algodonera de La Gomera, Escuintla, Bochabla del ambiente militarizado en el día de pago: «Tractores y carretones abundaban a la vista. Varios hombres de guardia sostenían en el hombro sus escopetas, carabinas y unos revólveres brillosos, sus cachas largas, sus cañones que les bajaban hasta las rodillas. Se movilizaban hasta la ventanilla, donde por fin fueron llamando por lista para recibir la gran cantidad de pisto,según a cada quien le tocaba lo que había cortado en quintales de algodón»[16]. En su aguda observación de los detalles, el autor recrea el día de pago como concentración de la disputa por el salario, el trabajo y el producto en la lucha de clases finquera. El día del pago se convertía en un momento de lucha latente, muchas veces abierta, entre los medidores finqueros y los trabajadores. Describe su vivencia Boc como una denuncia: «La medición por caja era el método más tramposo de medición pues con el método de pesar con romana era mucho más efectivo para el cortador que el grano de café maduro con tanta miel pesa más. Esto lo fui aprendiendo en otras fincas, ésta fue una de las trampas más explotadoras»[17].
El carácter local, no publicitado de las luchas fue expandiéndose por la charla y la experiencia común de explotación. Los triunfos en la recuperación de tierras en el caserío La Unión, las condiciones de enfermedad y explotación en las fincas así como el aumento de la organización campesina propiciaron en el agro la voz de una posibilidad de transformación radical. Desde los intersticios de los espacios finqueros son los jornaleros mismos quienes comentan la presencia de la guerrilla pasando por sus aldeas. Un horizonte se abría y desde el mismo Santiago Boc lo describe en el movimiento de su memoria.
Cuestionamiento y decisión, 1975-1979
Santiago Boc trabajó en fincas cafetaleras y algodoneras en Chimaltenango, Escuintla, Santa Rosa, Alta Verapaz, San Marcos. Su libro se mueve como un entrelazamiento de memorias de experiencias donde la explotación finquera se vive de distintas maneras. Su narración empero llega al punto más álgido con la dolorosa vivencia en la finca Nuevo Mundo, en el municipio de Malacatán, San Marcos: «Era la época de limpieza del cafetal y nos enteramos que recientemente una cuadrilla se había retirado. En el lugar para acampar había vacas y caballos, en estos lugares no se reunían las condiciones indicadas para el uso del ser humano. Al llegar las personas hacían grupos por afinidad, por familia, por amistad o como mejor les conviniera. Cada grupo limpió el lugar y su sector para hacer su fogata. El primer día nos picaron las garrapatas. Las cuerdas por tarea eran muy grandes, tanto que un día no logramos sacar la tarea, sin embargo lo intentamos el primero y el segundo día. Una semana después decidimos abandonar el lugar por el maltrato que el caporal nos daba. A pesar de medir solo un metro cincuenta centímetros de estatura, el caporal siempre cargaba un arma en la cintura y dentro de sus expresiones nos decía: “¡Indios hijos de puta, aquí vienen a trabajar, cabrones!”. Ante esto nos retiramos. Dijo mi padrino: “¡Nos vamos, Tabicó!»[18].
El desprecio como jornaleros se expresa como un insulto racista. Esto nos recuerda el insulto del capataz Gálvez y su hermana en la finca Don Tomás, en San Martín Jilotepeque. Los golpes propiciados por las policías judiciales a su padre por comunista y agrarista, el secuestro de la esposa e hijo del líder campesino Ajú, la agarrada violenta y abusiva de los comisionados militares en Barberena, todas ellas, son heridas sociales que escucha como testimonios de dolor de su familia y su comunidad. La finca como productora de café se basa también en la constante repetición de la violencia contra los indios. En el caso del capataz de la finca Nuevo Mundo, es el mismo Boc quien presenta la experiencia propia de las condiciones inhumanas de trato. Junto a su padrino deciden regresar a pie desde San Marcos hasta Chimaltenango. Primero bajan de la finca hasta el pueblo de Malacatán donde pernoctan en la calle frente a la iglesia local. Por no contar con dinero deben caminar hasta Coatepeque, en Quetzaltenango, para llegar a un pueblo cercano a Santa Lucía Cotzumalguapa, Escuintla. «En el camino los camiones que transportaban caña botaban algunas cañas y nosotros con tanta necesidad y sed masticábamos caña mientras caminábamos»[19]. Siguiendo la ruta el conductor de un pick up les ofrece llevarlos hasta Chimaltenango al escuchar su historia. Duermen esta vez debajo de trailers «entre volcanes de olotes y nuestra ropa tiesa de sudor». Pocas horas descansaron pues antes del amanecer su padrino lo llama a retomar el camino.
Nuevamente otro conductor los terminó de llevar a su caserío en San Martín. La llegada de regreso con su madre se convierte en el centro de la experiencia de dolor y cansancio en las fincas. Esto lo relata con sumo detalle y parece ocupar un lugar central en su rememoración del dolor como jornalero: «Al llegar a mi rancho mi madre abrió sus brazos y con suspiros hizo que la maleta hecha de costal se me cayera. Nos abrazamos y en ella se notó mi sufrimiento. Entre llantos ya no pude hablar y con la mirada en alto traté de controlarme serenamente. Momento difícil que no olvido desde esa edad. De esto mi padre estaba consciente y nos contaba la vida que le había tocado vivir junto a mi abuelo pues no hubo otra alternativa»[20]. Originalmente el libro Memorias del Tajumulco se llamó El espejo del campesino como una manera de reflejar en la historia particular del autor el trabajo, la familia, las circunstancias, las alegrías del campesino indígena guatemalteco. En su narración el abrazo con su madre es un momento que marca un antes y un después, esto en varios sentidos.
Uno, lo plantea como un reconocimiento familiar del sufrimiento de la familia indígena. El regreso de Boc a los brazos de su madre es una imagen reflejo del propio dolor recibido desde el amor materno, del hogar. Dos, su padre está presente como recuerdo de vivencias semejantes, como vivencia histórica. En este sentido Santiago se reconoce en su padre y viceversa, es una historia de lo que también a él «le había tocado vivir». Tres, en medio del dolor Boc enfatiza el recibimiento de su madre, el abrazo como de llegada – e inicio – emocional. La narración del abrazo materno, después del sufrimiento como jornalero e indígena, da marcha a una paulatina transformación crítica respecto la finca, no solo como consciencia sino como deseos de actuar. No es casualidad que en los próximos párrafos hable de las pláticas de los jornaleros y empleados capitalinos sobre la guerrilla. El dolor de la finca, el abrazo de su madre, la historia de su padre, de su abuelo, van abriendo en el relato el momento y la explicación de por qué decide alzarse en armas.
La opción de ser combatiente revolucionario se va presentando paulatinamente por el autor. Son tres los preámbulos a la decisión de alzarse. La primera es cuando aún está en su caserío, hacia 1976, en un lugar que describe como rodeado de milpas, de nuevo junto a su padre: «cuando cumplí trece años estábamos entre las milpas con mi papá y le dije: “papá, si yo viera a los guerrilleros me iría con ellos” y le causó risa. “Pues un día otras personas comentaron que los vieron arriba del municipio de Santa Lucía Cotzumalguapa, que cargaban mochilas y estaban armados”, le dije. Las milpas se movían como un mar que me cubría hasta el cuello con sus hojas. Este comentario tan alegre lo hice el día de mi cumpleaños»[21]. La segunda vez ya no es sembrando milpa en su tierra sino ya como jornalero en la finca La Marina, ubicada en Santa Rosa. Junto a sus paisanos Fulgencio y Reginaldo habían llegado en busca de trabajo entre los meses de junio y julio de 1978. Por esos días las manifestaciones en la capital iban en aumento, no solo con la reciente salida a luz pública del Comité de Unidad Campesina (CUC), el 1 de mayo de 1978, sino con las protestas de estudiantes y campesinos contra la masacre de medio centenar de q’eqchi’es en Panzós, Alta Verapaz[22].
En ese ambiente de efervescencia e indignación social Santiago Boc escucha cómo varios jornaleros de Huehuetenango ya hablan de dejar de trabajar para las fincas y alzarse en armas con el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), movimiento rebelde que operaba en ese entonces en los departamentos del occidente del país entre población indígena ixil, mam y q’eqchi’ principalmente. El lugar que nos narra ya no es la milpa de la aldea sino el de una porqueriza en una finca. «Cuando estaba todavía en la finca La Marina, la de la cochiquera hedionda, dos jóvenes del departamento de Huehuetenango me contaron que ellos veían pasar a los guerrilleros por su aldea. Yo muy inquieto les pregunté: “¿Quiénes y cómo son?”. Los jóvenes huehuetecos dijeron que ya no iban a seguir trabajando en las fincas. Me dijeron: “nosotros nos vamos con los guerrilleros”. Esto me sirvió de información. También el caporal de esa finca que era mi paisano me comentó: “hay que irse preparando porque pronto nos iremos a unir para luchar”. Me ofreció que me fuera a recibir un curso, yo me entusiasmé pero al terminar la jornada de la temporada de trabajo no nos volvimos a ver con ellos jamás»[23].
Este momento de su libro es importante porque nos muestra las pláticas que tenían entre sí los jornaleros en diversas fincas. Estos trabajadores son de origen mam y kaqchikel, han visto pasar a los guerrilleros cerca de sus aldeas, sintonizan por las noches la radio sandinista. Denota una experiencia colectiva donde la organización campesina se genera desde una situación donde se veía cada vez como más inminente un enfrentamiento armado. «En las reuniones en las que participé junto a mi padre siempre escuché las palabras: “organización”, “lucha”, “los ricos tienen las mejores tierras y se ubican en la Costa Sur, nosotros los pobres que sabemos producir la tierra, no las tenemos”. En el caserío nos reunimos diez jóvenes, el término generador salió de nosotros mismos aunque más era una interrogante: “¿Por qué somos muy pacíficos nosotros?”. Platicamos, nos entró la noche. Para mí esto fue muy importante. Ya habíamos escuchado radio Sandino. Esas noticias habían llegado a nuestros oídos. En conclusión: “hay que rebelarse y eso es en contra del gobierno de los ricos”. Así lo puntualizamos. Yo me mantenía en espera de que llegara el momento que alguien me platicara de eso. En una radio escuché: “Si Nicaragua triunfó, Guatemala también debe triunfar”. Lo recuerdo como un comentario relevante para aquellos momentos, no me acuerdo de la emisora»[24].
La tercera ocasión también sucede en un ambiente de trabajadores, esta vez urbanos. Se trata de albañiles y fontaneros en una construcción de una zona popular de ciudad de Guatemala. Santiago Boc recuerda las meditaciones que tuvo mientras un compañero de trabajo, de nombre César, lo quería convencer para prestar servicio militar. Boc recrea la escena como una de silencio y escucha pero también de salida hacia una decisión. «“¡No mano!”, me dice él, “andá y te presentás al cuartel, metete en el Ejército! Este chance no es para vos, allí te van a poner fibra mano”. En el caserío La Unión en donde vivía con mi familia ya se rumoraba de la Organización del Pueblo en Armas. Habían aparecido pintas de ORPA en algunos postes de los caminos. Mientras escuchaba a César y su propuesta no contesté nada. Él me repetía “yo trabajo en la Policía Militar Ambulante” mientras por mi parte pensaba en las pintas de ORPA que había visto en los caminos»[25].Esto acontece en agosto de 1979. Para comprender la situación en un conjunto más amplio, veamos qué sucedía en ese y los próximos meses.
En 1979 el EGP había hecho una campaña de propaganda armada tomando las cabeceras municipales de Nebaj, Cotzal, Sacapulas y Uspantán, en el departamento del Quiché. El Ejército lanza las primeras ofensivas en la región. Por su parte el CUC organizaba una enorme huelga en el corazón de la producción finquera, en la Costa Sur, la cual finalmente estallaría en febrero de 1980. La unidad entre estudiantes de Universidad de San Carlos, catequistas, obreros de los sindicatos capitalinos y de Amatitlán iba cobrando fuerza a pesar de la represión. Por su parte, la Organización del Pueblo en Armas (ORPA) se da a conocer a nivel nacional el 18 de septiembre de 1979 con la toma de la finca Mujuliá, en el municipio de San Martín Sacatepequez, Quetzaltenango. Durante estos meses es cuando Boc observa las pintas de ORPA en su municipio natal y conversa con el albañil sobre la Policía Militar.
De regreso en el caserío La Unión los comisionados militares pasan casa por casa haciendo un sondeo de hombres, jóvenes y viejos, en la región oriental de Chimaltenango. El Ejército había ordenado a los comisionados locales preguntar por la edad de los jóvenes kaqchikeles, potenciales combatientes en una esperada guerra. «Ese era el clima. Ya comenzaban los movimientos de lEjército. Mi instinto para percibir el peligro me indicaba que no deberíamos con mi hermano de dieciocho años dormir en la vivienda, sino en el monte»[26].Para muchos jóvenes, catequistas y organizados del CUC, el año de 1980 trastocaría más agudamente la vida cotidiana. Muchos para este momento ya ven en la montaña un espacio de seguridad frente al incremento de presencia de la policía judicial y de soldados encubiertos. Así como su padre se resguardó de la persecución castilloarmista tras el derrocamiento de Árbenz, sus hijos,veinticinco años después, vuelven a hacerlo. Una nueva lucha está naciendo con sus características generacionales.
Un jornalero se alza, mayo 1980
Luego de trabajar en fontanería y limpieza, Santiago Boc regresa a su comunidad. Tiene 17 años. Corre el mes de mayo de 1980. Anteriormente había escuchado de la guerrilla por dos jornaleros huehuetecos, un caporal kaqchikel y la radio nicaragüense. No será la excepción ahora, un vecino le lanza la invitación: «Un líder campesino de la finca La Merced cruzó por el campo del caserío. Recordaba haberlo visto antes en el pueblo mas no conocía su nombre. Me preguntó: “¡Hola muchacho! ¿Quién es tu papá?”. Rápido le respondí lo que me preguntaba. “¡Con ustedes queríamos hablar!”, me dijo otra vez. “¿De qué?”, le respondí de nuevo. Me dijo que querían que cinco jóvenes se fueran, sin decirme a dónde. Sin embargo dijo: “creo que te gustaría” y yo le pedí que me dijera el día en que hablaríamos. “Yo les aviso”, me contestó. Me quedé muy inquieto, pero solo yo guardé dentro de mí esa conversación»[27].Así inicia el relato de la opción por incorporarse a las filas revolucionarias. Una lectura detenida nos muestra puntos que el autor da por conocidas en el lector, algunas de una importancia central. Es bueno resaltarlas en lo que es la ambientación del momento de su alzamiento guerrillero.
Uno, el hombre que cruza por el caserío conoce a su padre y es parte del movimiento campesino surgido contra las fincas La Merced y Don Tomás, al norte del pueblo de San Martín Jilotepeque. La tradición agrarista de 1954 y revitalizada en 1974 ahora se realiza en torno a La Resistencia, redes fomentadas por el comunista Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), luego presentes en la región con las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). ORPA es una escisión de este movimiento por lo que no llega como algo completamente extranjero sino con tradición organizativa de lucha en esa región kaqchikel. Dos, sorprende hoy en día la familiaridad con la que invita al muchacho a una plática, no solo de conscientización, sino de ofrecimiento para ir directamente al campamento madre de la guerrilla ORPA. Boc relata una atmósfera de disposición en 1980, de entusiasmo, convocatoria, llamado. Tres, el movimiento agrarista, campesino, de los adultos se torna movimiento guerrillero en los jóvenes. Dos generaciones convergen.
Ante esto Santiago Boc decide no compartir con nadie el esperado encuentro, ni siquiera con su familia. La invitación lo conmueve pero al mismo tiempo lo guarda en secreto. «El 13 de mayo [1980] me llegó el aviso a través de Jaime, un amigo mío, de una reunión con alguien de ORPA. Nos reunimos a las tres de la tarde, dijo: “llegó una persona de la capital”. Los intermediarios en esta cita fueron los líderes campesinos de la finca La Merced. Los dos con Jaime fuimos a la reunión. Estábamos inquietos por saber cuál sería la noticia. Ya antes habíamos tenido reuniones con ellos en las que habíamos comentado sobre nuestra condición de campesinos»[28]. La reunión que pormenoriza Boc se da en un bosque situado en los linderos de las fincas La Merced y Don Tomás. Es la tercera vez que aparece en su relato el bosque, la montaña, como parte integral de la experiencia de los rebeldes y perseguidos de las aldeas. Empero esta vez no es para escapar en un momento de debilidad o peligro ante las autoridades y sus esbirros sino para unirse a los rebeldes armados. Muchos jóvenes se impregnan de un horizonte y una posibilidad concreta. La plática sigue así:
«La persona nos saludó y no tardó en lanzarnos la propuesta, misma que ya había sido preparada por medio de las reuniones anteriores entre los muchachos. Dijo entonces: “¿quiénes se quieren ir a la montaña?”. “¡Yo!”, dijo Jaime. “¡También yo!”, agregué. El compañero empezó a explicar la situación y nos dijo que la decisión de ahora era muy importante. Nos compartió su experiencia sobre el conocimiento que él tenía del campamento en San Marcos. Yo pregunté sobre los requisitos para ingresar, la edad a la que podíamos ingresar y que si pagaban. “Para luchar no hay edad, lo pueden hacer todas las personas que así lo deseen. Paga no hay, es voluntario”, fue la respuesta»[29]. El punto que remarca Boc es finalmente la invitación concreta del guerrillero y su anuencia personal a emprender el camino. Para el militante guerrillero el objetivo es motivar la reflexión del tipo de decisión que están tomando. De acuerdo a Boc los jóvenes responden casi en algarabía, sin completa claridad de lo que será la vida, estrategia o planes de la organización una vez destacados en el campamento de San Marcos.
Todavía hay una transición en la manera de pensar: ¿recibirá salario por parte de la organización? ¿es su edad, 17 años, apta para ser admitido? El contacto centra su respuesta en la voluntad: no hay paga y no hay edad para la lucha. El empeño del militante es llamar a la revolución si bien no se detenga ante situaciones tan importantes como la edad o la madurez en la decisión. Llega finalmente el punto culminante queda título al apartado: la fecha de la salida de su casa y el primer alejamiento de su familia: «Quedamos en reunirnos por la madrugada del 18 de mayo [1980] en la pila del pueblo, San Martín Jilotepeque, frente a la iglesia. Van otros compañeros que no conocen el campamento nos aseguraron en aquel momento. No hubo ofrecimiento de dinero alguno ni paga. Sobre mi decisión de irme solamente lo compartí con mi hermano quien no contradijo mi decisión. Salí de la casa a las tres de la mañana. Al rechinar la puerta para salir corriendo se levantó mi papá y me preguntó: “¡Bueno vos! ¿y a dónde vas?”. Yo, a diez pasos y caminando le respondí mientras seguía caminando: “voy con unos amigosa la capital a averiguar de un trabajo”. Solamente escuché: “¿pero regresás?”.“¡Sííí!”, le contesté, pero no dije qué día ni cuándo. En la mañana del último contacto asumí el compromiso al cual no fallé»[30].
La última frase es central para entender el entramado construido de la decisión. Es una reflexión posterior al compromiso asumido. Contrario a la emotividad narrada en el abrazo de su madre, luego de regresar de la finca en San Marcos, ahora denota otra actitud donde guarda para sí la magnitud de su decisión. Por momentos pareciera que reintegra la experiencia emocional de 1978 en la decisión de su alzamiento de 1980. Los silencios hablan mucho en este sentido pues la firmeza de su opción revolucionaria estuvo, hasta ese momento, siempre referida a sus padres y su tradición de lucha. No obstante esto es una aparente frialdad desde el fortalecimiento de su búsqueda personal. Tal es el grado de certidumbre en subúsqueda que incluso está dispuesto a guardar en secreto su decisión. Por eso cuando su padre le pregunta a dónde se dirige a media madrugada Santiago Boc enfatiza el hecho de no detenerse para explicar o decir adiós. Es un momento de salida y desgarramiento consciente del seno materno y paterno. Por eso en su memoria repite dos veces la misma palabra: «caminandole respondí mientras seguía caminando».
La contradicción está en pleno movimiento, por eso el carácter tan vivo de la escena que Boc expone. Solo un hermano sabe de su decisión de unirse a la guerrilla: «Él me animó: “ta bueno vos, ahí tratás de cuidarte”, me dijo. […] Esa noche me regaló una choca,una moneda de veinticinco centavos de quetzal, “para que te tomés un agua en el camino”, dijo»[31]. No es el momento de hablarlo con sus padres pues aún está tierno en el nuevo horizonte. L aincógnita de la nueva comunidad asumida – la guerrilla – se revelaría al día siguiente: «El contacto para subir a la montaña lo realizamos enfrente a lapila en la plaza del pueblo, como ya dije. Éramos cuatro y resultó que nos conocíamos desde la escuela. Nos saludamos con sorpresa. El quinto era Hernán cuyo padre era mozo colono de la finca La Merced»[32]. Todos son jóvenes kaqchikeles que comparten un pasado regional como hijos de mozos colonos en las fincas. Ahora «con sorpresa» se reconocen y son guiados en el camino por otro vecino alzado, Hernán, quien ya había estado en el campamento revolucionario de San Marcos.
Comienza entones para Boc lo que es el camino inverso a la experiencia de 1978, una donde viajaría precisamente al municipio donde estaba ubicada la finca Nuevo Mundo. Esta vez no es para ir a formar parte de la columna o cuadrilla de jornaleros, sino de una columna guerrillera. «A Malacatán llegamos en carro más o menos al mediodía, a las tres de la tarde. Pasamos por San Pablo, que está a orillas de la montaña. En algún lugar de esta ruta empezamos la marcha y entramos por la aldea Tuibuj. Luego cruzamos el río Negro y todos nos tratábamos con el término“compas”»[33]. En el fondo es un paso cualitativamente distinto: de jornaleros que trabajan para la finca a guerrilleros que buscan acabar con la misma. Boc ya no está en el bosque colindante con la finca san martineca sino en una montaña al costado de una aldea indígena mam. El paso también es significativo: la montaña resguardó a los agraristas en 1954 mientras en 1980 está cobijando un nuevo esfuerzo revolucionario con los hijos de los mozos colonos, jornaleros ahora armándose.
En su relato la noche se convierte en el momento tanto de la despedida en el caserío kaqchikel como de la bienvenida en tierra mam: «Entrando la noche con la oscuridad sobre los árboles escuchamos el “¡alto!” del compañero en posta. Hernán contestó la contraseña. Con una carabina empuñada vimos al primer compañero joven vestido de verde olivo que sonrió y terció el arma y dijo: “¡Bienvenidos!”. Abrazó a Hernán y después nos dio el abrazo a todos. Era Hugo. Otros vinieron al encuentro. Ya en la champa general, a orillas de la fogata, la luz del fuego se reflejaba en el rostro de los compañeros y en los uniformes. Llegaban otros compañeros y nos saludaban con un “¡bienvenidos compas!”»[34].Este campamento había sido bautizado El Filtro dado que ahí se había producido un quiebre entre la antigua Regional de las FAR y la reciente ORPA. El comandante Aníbal era el encargado del campamento, le seguía en jerarquía el teniente Ismael. Habían seis alzados de ciudad de Guatemala, dos de El Salvador y, como ya se mencionó, al menos cinco de San Martín Jilotepeque. El campamento El Filtro se encontraba en un área colindante a una aldea llamada Tuibuj, en el municipio de Tajumulco.
En su libro Santiago Boc menciona en muchas ocasiones cómo Tuibuj era una aldea que apoyaba a ORPA en alimentación, cargamento, información logística y posteriormente combatientes. Nos habla de un hombre al que llama solamente Miguel, líder y Jka´b´l[35] de la aldea. En los primeros meses de 1980 Miguel había realizado una B’ech[36] por la lucha guerrillera y sus dirigentes, entre ellos Gaspar Ilom (Rodrigo Asturias): «Como resultado adivinó su futuro», nos diceBoc, «dijo que su tarea sería luchar al lado de su pueblo para liberarlo de las injusticias»[37]. Ese mismo año varias escuadras del Ejército Guerrillero de los Pobres se movilizaban al norte, en Huehuetenango. En la aldea Chimban, del municipio de San Miguel Acatán, un guía espiritual realizó una ceremonia parecida con un grupo de combatientes revolucionarios y líderes akatekos de la región[38].Entre los líderes estaba el alcalde rezador o mamín, un hombre de nombre Andrés Dolores – en akateko Antil Torol, proveniente de la aldea Poza[39]. El fenómeno no es exclusivo de estas dos aldeas, Tuibuj y Chimban, sino fue parte de la confluencia en lucha durante el año 1980. La ceremonia indígena en la perspectiva del levantamiento.
Lo que nos va mostrando Santiago Boc es el movimiento de la lucha de clases en Guatemala. Diversa, sí; en fraccionamientos y disputas internas, sin duda. Empero hacia 1980 es cada vez más claro que el antagonismo fundamental era la aldea y la finca, las personificaciones enfrentadas como, también, la disgregación de la aldea desde las fuerzas propulsoras de la proletarización y la acumulación capitalista vía la renta finquera. La práctica cultural indígena está repleta entonces de una memoria de lucha que rebasa un marco rígido de la lucha de clases. Antes que los proletarios o los campesinos per se, es la aldea en su disgregación y también en sus fuerzas de solidaridad la que crea las características específicas de las perspectivas revolucionarias en el año de 1980. Doce años antes, aún bajo un canon leninista y un dejo de economicismo, el antropólogo Joaquín Noval remarcó cómo en lo que llama las comunidades pequeñas se encuentran las fuerzas de la nacionalización finquera y capitalista en Guatemala. Originario del municipio de Ayutla, San Marcos, Noval fue parte de una generación de militantes e intelectuales comunistas que buscaban conocer el eje de la lucha en las particularidades guatemaltecas.
En un escrito de 1968 Noval establece los ejes de la lucha en la aldea y la finca: «Pero hay tendencia a no ver esta polaridad, por el hecho de que los grandes propietarios burgueses de tierras no establecen en las comunidades pequeñas más que aquellas relacionadas que caen estrictamente dentro del campo de la producción de bienes materiales, y generalmente ni siquiera residen habitualmente en sus propiedades rurales.Por ello no es extraño que casi no haya relaciones interpersonales entre los miembros de dos clases separadas por una ancha brecha, a pesar del famoso “paternalismo” que muchos especialistas observaban hasta hace no mucho tiempo en las plantaciones de café, principalmente entre patronos y “mozos colonos”»[40]. El libro de Boc relata el proceso de quiebre entre los patronos y los mozos colonos en un momento donde sus hijos, ya en proceso creciente de proletarización, deciden alzarse. En el campamento El Filtro están convergiendo jornaleros kaqchikeles y mames, estudiantes universitarios capitalinos y campesinos salvadoreños.
En el siguiente mapa mostramos tres aspectos del momento de la guerra hacia mayo de 1980. Las zonas de cuadrícula celeste corresponden a regiones donde el movimiento cooperativista venía siendo impulsado con éxito, tales como Quiché, Alta Verapaz, San Marcos y Chimaltenango. Como vemos éste se extiende en áreas del altiplano y la boca costa indígena. Las zonas rojas indican lugares donde se movían escuadras guerrilleras y las flechas indican su área de expansión. Diferenciamos la zona celeste de la roja para mostrar que para ese momento todavía no se ha vuelto un fenómeno masivo el apoyo de comunidades y aldeas a la revolución armada. Es decir, no todas las aldeas de una región roja describen totalidad de apoyo, el mapa más bien refiere a áreas de operación de escuadras o pelotones guerrilleros. Durante los próximos meses las fuerzas armadas estatales empezarán una campaña de secuestro y asesinato de líderes social demócratas,cooperativistas, líderes campesinos, en una estrategia de destrucción de la oposición civil. Asimismo, en el mapa hemos resaltado las áreas donde se estará moviendo Santiago Boc entre ciudad de Guatemala, su aldea en Chimaltenango y la región donde recién empieza acciones el campamento madre de ORPA, en San Marcos y Quetzaltenango.
Patrones de la guerra durante 1980
Como Boc explicara previamente, el Ejército pone en movimiento tácticas para detener la creciente organización campesina en su municipio en Chimaltenango. Una acción consistió en las visitas de comisionados militares para conocer sobre los hombres del área y sus edades. En las aldeas kaqchikeles donde vivía Boc se agudiza la represión individual, especialmente contra los líderes organizados en disputa con las fincas La Merced y Don Tomás. Recordemos cómo él y su hermano ya dormían en el bosque durante los primeros meses de 1980. Uno de los primeros operativos en este momento incipiente de la guerra es el secuestro de Tereso Paredes Sutuc, desaparecido el 6 de febrero de 1980. Se inicia una persecución sistemática contra las redes organizativas cristianas, de Ligas Campesinas y del Comité de Unidad Campesina. El 15 de septiembre de 1980 un grupo armado mata a Pedro Ajú López, familiar de un líder campesino en el caserío Don Tomás, aldea El Molino. Pedro tenía 18 años. Ese mismo mes se da una de las primeras masacres masivas por parte del Ejército, un total de 20 personas de Varituc[41], aldea de Comalapa colindante con el caserío de Santiago Boc.
El 21 de noviembre de 1980 escuadrones anticomunistas y militares irrumpen en la casa del alcalde Felipe Álvarez Tepaz, en el pueblo de San Martín Jilotepeque, secuestrándolo y posteriormente matándolo. Se inicia así un periodo de persecución a su familia y de destrucción de las redes de la Democracia Cristiana en el municipio. El principal objetivo del Estado guatemalteco a través de su Inteligencia y del Ejército es la desarticulación de las instancias oficiales, institucionales, otrora permitidas de la oposición. Los asesinatos a líderes como Fuentes Mohr o Colom Argueta, en 1979, eran parte de la represión de personalidades públicas que representaran una posibilidad alternativa a la camarilla militar-oligárquica. En junio 1980 la Policía y el Ejército secuestran masivamente a los líderes sindicalistas en el centro de ciudad de Guatemala y en la casa de retiros conocida como Emaús, Escuintla. Una de las posibles lecturas de este movimiento estatal es forzar la guerra o definir los bandos en un enfrentamiento que se veía inminente. La separación entre Estado y sociedad es cada vez más profunda, ahondando la crisis que se resolvería con el directo enfrentamiento clasista y, en las condiciones guatemaltecas, estamental.
Hemos dado una mirada de águila sobre la represión en Chimaltenango y Ciudad de Guatemala, ahora bien, ¿qué pasaba en los departamentos a donde se dirige Boc, San Marcos y Quetzaltenango? El patrón es similar. El 20 de enero de1980 la CEH[42] registra el secuestro de Santiago Bámaca y Miguel Fuentes, el primero alcalde de Nuevo Progreso, San Marcos, y el segundo trabajador de la misma municipalidad. El caso detalla cómo ambos fueron capturados y desaparecidos al interior de una finca de nombre Verapaz, operativo donde participó un finquero junto a elementos castrenses. En marzo del mismo año el Ejército desaparece a Braulio Gonzáles, candidato a la alcaldía por el municipio de El Quetzal, también en San Marcos. Ya en la zona del altiplano marquense, en Sipacapa, militares capturan a los hermanos Antonio y Ambrosio Tema Pérez, el primero tesorero de la municipalidad y el segundo gerente de la cooperativa Movimiento Campesino[43]. En octubre los comisionados militares de San Pablo capturan y golpean a Audelio Chilel frente a su familia en la aldea El Porvenir[44].El punto en común entre esta región mam de San Marcos y la región kaqchikel en Chimaltenango es la persecución de autoridades municipales, cooperativistas y miembros de ligas campesinas, todos acusados de colaborar con los grupos guerrilleros.
Para finales de 1980 el Informe describe las dos primeras masacres masivas en San Marcos y Quetzaltenango, similar también tiempo a lo que acontecía en Chimaltenango. La primera en la aldea Tuibuj, en Tajumulco: «miembros del Ejército de Guatemala ejecutaron a alrededor de treinta personas, entre las que se encontraban niños. Algunas de las víctimas fueron quemadas vivas en sus casas. Solamente se pudo identificar a Reyes López. La aldea era un punto de abastecimiento de la ORPA»[45]. En otra aldea mam llamada La Esperanza, en el municipio quetzalteco de San Juan Ostuncalco, el Informe cita los nombres de cinco adultos y seis niños reprimidos bajo la acusación de apoyar a ORPA. Al igual que en Tuibuj, este grupo militar finaliza la represión con la quema de las casas en la aldea[46]. Un patrón que se repite en la región kaqchikel y mam es la participación directa de finqueros y capataces en denuncias, secuestros y desapariciones junto al Ejército de Guatemala. Los comisionados militares están también presentes como canales de información para la represión armada y posteriormente, en operativos de cerco.
La tendencia es una intensificación de la violencia, de la guerra propiamente, a partir del resquebrajamiento y enfrentamiento de las relaciones finqueras. El carácter de lucha de clases motiva e incendia la guerra pero no se reduce a choques de, digamos, estructuras salariales y de propiedades. Se conjuga eso y más[47]. Para entonces, ¿cuáles eran las características de los operativos de ORPA en la región? Presentamos una aproximación bastante general a sabiendas de que este periodo debe ser estudiado con mucho mayor detenimiento, tanto para el movimiento de las tropas castrenses como de las guerrilleras, siempre en el mar de las luchas ya desatadas en la región y expresadas como crisis finquera. El departamento de San Marcos comparte una historia de lucha agrarista de larga trayectoria. Al igual que en el oriente de Chimaltenango y Alta Verapaz, el agrarismo motivó la organización de mozos colonos indígenas y mestizos contra los finqueros desde el Gobierno de Juan José Arévalo y con mayor fuerza durante el de Jacobo Árbenz[48].
Para muchos campesinos marquenses el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) fue un punto de confluencia organizativa en sus demandas de tierra. Posterior a la Contrarrevolución de 1954 y especialmente desde mediados de la década de 1960, varios dirigentes marquenses del PGT pasan a pensar un frente de lucha, constituyendo el Regional de Occidente de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). Este fenómeno también se da en aldeas kaqchikeles de San Martín Jilotepeque y en redes organizativas de los municipios q’eqchi’ al oriente de Alta Verapaz, si bien sin crear propiamente un frente. Es decir, las raíces de la lucha revolucionaria por la tierra se hunden en San Marcos y Quetzaltenango en la crisis estatal abierta por la Revolución de Octubre. La Organización del Pueblo en Armas (ORPA) surge desde una escisión del Regional de las FAR. Una de las razones para separarse de FAR fue la crítica al supuesto bandidaje y al abigeato en el que había caído el grupo organizado en San Marcos[49].También afectaba la distancia entre la comandancia de FAR en Petén y el Regional en la frontera con Chiapas[50].
Como ya dijimos, ORPA finalmente sale a la luz pública con la toma de una finca en tierra caliente quetzalteca.Previamente su campamento madre se había movilizado en los municipios de Pajapita, El Tumbador y Nuevo Progreso, San Marcos. Su aparato de paso fronterizo era heredero de la organización clandestina del PGT, de la cual había sido dirigente el mismo Joaquín Noval. Para mayo de 1980 ORPA se ha desplazado de tierra caliente al altiplano mam en las aldeas del Tajumulco. Entre junio y julio se divide en dos grupos para realizar acciones de propaganda armada: uno en las aldeas fronterizas de Malacatán, al suroccidente, otro en las fincas y pueblos alrededor de San Pablo, incluyendo la toma de la cabecera de Esquipulas Palo Gordo. Cada grupo cuenta con alrededor de 30 a 40 combatientes. Es un momento que Santiago Boc describe como de numerosos alzamientos de campesinos locales a la revolución. Para septiembre 1980 el campamento llamado El Observatorio es frecuentado por aldeanos de Los Romeros y de Tuibuj.
Ese mismo mes Boc habla de la llegada de 12 alzados kaqchikeles procedentes de San Martín Jilotepeque. Con excepción de tres, el resto regresa tras el combate contra una patrulla castrense, conocido como La Pipa. De acuerdo a Santiago Boc, para octubre 1980 había entre 85 y 90 combatientes revolucionarios de ORPA solamente en el campamento El Observatorio, Tajumulco, sin contar con el otro grupo todavía en campaña de propaganda armada por las fincas de Malacatán y la costa marquense. En ese contexto Boc recibirá la instrucción de participar en un viaje de entrenamiento hacia la meca de la revolución latinoamericana..
Entrenamiento en Cuba y Nicaragua
Poco antes de cumplir seis meses de alzado, Boc y otro compañero kaqchikel pidieron permiso para visitar a sus familias en San Martín Jilotepeque. Para su sorpresa su encargado directo, elcapitán Nayo, les concede la solicitud: «también es importante decirles que la organización los ha elegido a ustedes para su preparación – por su entrega en las tareas diarias y su identificación con los principios de nuestra lucha y la organización – para realizar un viaje de entrenamiento a Cuba»[51]. Corría la primera semana de octubre de 1980. Los contactos y lugares fueron planificados para llegar a ciudad de Guatemala y, a partir de ahí, tomar un avión rumbo a Honduras. «La noticia para mí fue bienvenida, me sorprendió y me motivó. Sentí una emoción grande y empecé a buscar el momento para despedirme de un amorío que quedó interrumpido cuando eran las once de la noche»[52]. El haz de luz de una linterna los sorprendió en plena despedida amorosa: «”¡Viene el relevo!” y muy fácil nos absorbió la oscuridad de la noche entre bejucos, broza y esa posta que no olvido».[53] Al día siguiente caminaron a la aldea Tocache, luego al pueblo de San Pablo para, finalmente, llegar a Malacatán.
Eran las nueve de la noche cuando llegaron a ciudad de Guatemala. Al siguiente día, luego de pasar la noche en un hostal, Boc se dirigió al caserío La Unión en lo que sería el momento de compartir su ya tomada decisión de alzarse con la guerrilla: «Desde arriba divisé a mi padre entre las milpas, a cincuenta metros de la casa. Me dirigí a esta y nos saludamos con mi mamá. “¡Hijo!”, exclamó. Mi papá escuchó y llegó donde estábamos. Nos abrazamos después de seis meses de no vernos. Por primera vez me había ausentado tanto tiempo. Antes del abrazo nos estrechamos la mano y me preguntó: “¿Por dios, mijo, qué te hiciste vos hombre? Contanos por dónde te fuiste”. Mi madre le secundó en coro: “¡Mi muchacho! ¿Qué te hiciste mijo, hombre?”. Me contaron que me buscaron en varios lugares. Para entonces ya tenía mis diecisiete años, con claridad política ideológica básica»[54].Santiago Boc es recibido con sorpresa por su padre y su madre, curiosos pero a la vez preocupados por no saber de él. Mientras en mayo había eludido las preguntas de su padre y evitado despertar a su madre en la madrugada, seis meses después asume la decisión de presentarse como guerrillero.
Primero fue el silencio y salir a hurtadillas de su casa. Ahora es recibido con abrazos y cuestionamientos. Su padre le pregunta: «¿Por qué no me contaste? ¿Por qué no compartiste conmigo?”»[55]. Es momento de enfrentar las dudas y posibles recriminaciones de sus padres: «Yo entré reprimiéndome, me reí y le dije: “pues si le digo no me hubiera dejado ir. Es más – le seguí explicando – con lo que nos ha tocado vivir con la familia, con lo que he aprendido de usted, ha sido y es lo mejor. Desde los nueve años lo acompañé a reuniones y fuimos a las fincas. Déjenme, sé que no es su culpa que yo no haya estudiado. Creo que estoy claro de lo que pasa, me siento con fuerzas y con compromiso. Los compañeros en San Marcos me esperan y, dentro de la familia, que sea a mí a quien le toque estar en la montaña. Y continué: “¿se recuerda que un día de mi cumpleaños se lo dije, para mí no hay otro futuro?”»[56]. Esta explicación es sumamente rica, resaltemos algunos aspectos que interpreta de la situación. Uno, inicia Boc con cierto temor a su padre, sintiéndose acusado y hasta con una ligera culpa. Justifica el ocultamiento de la decisión para protegerla del ámbito de decisión paterna, parecido a quien le da sombra a una pequeña planta ante la fortaleza del sol.
Sus palabras son, pues, protectoras de un ámbito de decisión individual, de separación del joven respecto a los padres. Su punto de partida es una desobediencia, una rebeldía. Dos, Santiago pasa a la ofensiva para justificar su lucha desde la situación de pobreza de la familia y del ejemplo de lucha, de organización, del propio padre. Con esto respalda su alzamiento como continuidad de las reuniones campesinas en el caserío y el recuerdo del trabajo explotador en las fincas. Su participación en la revolución, “en la montaña”, será la contribución de la familia Boc Tay a la lucha popular. Tres, la plática con sus padres se va convirtiendo en una reflexión personal y a la vez colectiva de su vida como niño, hijo de una familia indígena kaqchikel, mozos, luego jornaleros, en constante búsqueda de enfrentar la vida. Sabe que no es culpa de ellos no haber podido estudiar. Empero la falta de educación formal la contrasta con la fuerza y compromiso que siente hacia la emergente causa, hacia su nueva familia por opción. En su rememoración de aquel momento termina respondiendo a la pregunta del padre, evadida en un primer momento. Su deseo de ser combatiente no es algo nuevo, y ase lo había dicho en su cumpleaños.
La charla la enmarca en el recuerdo de los aromas, temperaturas, acciones dentro la cocina materna, espacio determinante desde donde habla. Boc narra con detalle el movimiento de la voluntad de sus padres a la par del calor del fogón, del humo: «Mientras mi madre soplaba el fuego, mi padre fue cediendo. Ella sacó el agua de adentro de la tinaja y la echó en el jarro de barro para el café. Mi padre cambió deopinión: “has cambiado mijo”, dijo y a continuación “creo que tenés la razón pero debés cuidarte mucho”. “Está bien”, le respondí y nos reímos. Tomé la iniciativa y de una vez les conté que solo tenía veinticuatro horas para estar juntos, “mañana los dejo”. “¿Otra vez?” preguntó mamá muy preocupada.“Sí, me voy a un curso”. No me lo creyeron, rápido pensaron que estaba bromeando»[57]. Es precisamente aquí donde comienza el retorno crítico, aumentado, de aquella otra vivencia de 1978 que describe con semejante detalle y detenimiento: el abrazo de su madre cuando regresa destrozado emocionalmente de la finca malacateca. Empero ahora se confronta a la retención de su madre, a su preocupación, a un momento de su amor que busca resguardarlo pero, a la vez, mantenerlo como niño indefenso.
La pregunta “¿otra vez?” es la expresión hablada del ambiente de la cocina y del soplo del fogón. Al día siguiente debe marcharse, situación que nos presenta Boc desde una polifonía de diálogos e interjecciones: «A las diez de la mañana del siguiente día llegó Haroldo, saludó a mi padre y le dijo: “paso trayendo al compañero Héctor”. Mi padre respondió: “aquí no vive”. Al escuchar salí y le dije a Haroldo: “llegó la hora, caminemos”. Rápido recordé: “¡el contacto frente a las oficinas de Galgos es hoy!”. “Sí, vamos…”. Mi padre preguntó: “¿son amigos? ¡ah, son amigos!”, se respondió. “Sí”, le dije. Mi madre lloró, me abrazó y me repitió: “¡No te vayás mi muchacho!”. Les repetí: “me voy por poco tiempo, solo serán unos meses”. Yo estaba inquieto, mi madre dolida profundamente, mis hermanas mayores se encontraban trabajando de domésticas en la ciudad y mis dos hermanos trabajaban haciendo leña»[58]. Elcontraste con la última despedida es evidente, por lo menos en dos aspectos. Uno, ahora sale de su casa acompañado de otro alzado kaqchikel que lo llama por su nuevo nombre. Ya no será Santiago ni Tabicó, ahora es Héctor. Su padre parece pasar un momento de confusión y temor: no sabe quién es el joven ni a quién se le conoce por dicho nombre.
Dos, las lágrimas de su madre no son de recibimiento, de acogida, sino de despedida y preocupación ante su hijo que se marcha para su preparación a la guerra. No obstante su hijo confrontó el miedo al punto de regresar a las fincas de Malacatán, no como jornalero sino como revolucionario, desde un movimiento que buscara expropiar las tierras para entregarlas a los sin-tierra. Boc identifica a su familia como parte también de la clase trabajadora: sus hermanas domésticas, sus hermanos cortando leña, él entrenándose para el combate. Visto desde ahora el segundo semestre de 1980 representó para muchos indígenas el momento de separarse de sus familias y alzarse por la revolución social. Mientras esto sucedía en la aldea chimalteca, tres meses antes en los Cuchumatanes del Quiché, dos jóvenes mujeres del pueblo ixil se despiden también de su familia y aldea para empuñar las armas junto al Ejército Guerrillero de los Pobres: «Les dijeron que nos íbamos y empezaron a rezar por nosotros y después empezaron a llorar, porque no saben si nos vamos a morir. Nos despedían. Todos se quedaron llorando y salimos de la casa a las 9:00 de la noche… [pero] yo me fui sin tristeza, bien contenta, feliz. No lloré nada»[59].
El testimonio recopilado por Ricardo Falla data de finales de 1983 cuando aún los recuerdos de la decisión del alzamiento estaban frescos. Lo que nos revelan las palabras de la mujer ixil y del joven kaqchikel es el arrojo de su decisión y las emociones con las cuales la vivieron. Dicho acontecimiento histórico motiva en Boc una reflexión en perspectiva: «En ningún otro momento los pueblos oprimidos de Guatemala habían mostrado tanta valentía o en comparación después de su invasión. Una yotra vez debemos decir que la lucha fue necesaria, no nos usaron, no nos empujaron, era el momento de actuar»[60].Constituye un elemento crucial pensar la revolución en términos de procesos de atrevimiento, de quiebre, como también de construcción de horizonte compartido.La revolucionaria o, en este caso, el revolucionario, se constituye desde las decisiones que va tomando y la develación de su labor individual en consonancia con una historia que hereda, que hace propia, por la cual se responsabiliza. Es tanto desgarramiento de los vínculos primarios como creación de nuevas comunidades en pos del novum transformador.
La narración que Boc hace del sufrimiento de su familia y de su pueblo es, al mismo tiempo, la razón de movilizarse en la lucha. La tristeza de la despedida se entremezcla con la afirmación individual desde y frente a su comunidad. No estamos en un momento histórico donde los relatos de los sobrevivientes enfatizan el silencio, el temor o incluso el arrepentimiento tras las masacres de 1982. Al contrario, la escritura va acompañando los distintos momentos emocionales y reflexivos del año revolucionario de 1980, no generalizándolos desde la derrota sino abriendo el pasado a las distintas vivencias que se dieron en la Centroamérica en creciente insubordinación social.
Ingresando al Altiplano en guerra, mayo 1981
Los contactos clandestinos cumplieron su papel pero el viaje se atrasó un mes. Mientras, Boc convivió con los guerrilleros urbanos en las casas de seguridad ubicadas en la capital. Finalmente subió al avión rumbo a San Pedro Sula. Allí mismo tomaron el bus hacia Nicaragua. Hacía poco más de un año Managua se había convertido en escenario de una insurrección popular que llevó al poder al Frente Sandinista de Liberación Nacional. La logística fue más rápida en un principio y tan solo dos días tardaron para abordar el avión rumbo a Cuba. Su entrenamiento estaba por empezar: «Durante 45 días recibimos preparación intensa como tropa de infantería. En tiro obtuve calificaciones regulares, así como en táctica, manejo de artillería liviana y en el arme y desarme de fusiles. Finalizaba diciembre para luego recibir el año nuevo 1981 en pleno curso. […] También subimos a unos cerros de la montaña para realizar prácticas en el día o en la noche. Éstas eran para mí como un paseo en comparación con lo vivido en las faldas del Tajumulco, lugares aquellos que había explorado, conocido y donde había acampado»[61].
La preparación militar había sido básica y en condiciones mucho menos exigentes a las enfrentadas en las montañas guatemaltecas. Cuando se piensa en las próximas y arrasadoras campañas del Ejército guatemalteco, preparándose ya en ese momento, la idea de enviar combatientes hasta Cuba, ausentándolos de sus frentes más de medio año, parece mostrar una perspectiva de que la guerra, efectivamente, sería prolongada. Sin embargo lo que se venía evidenciando concretamente es el carácter de planes rápidos y totales del Ejército guatemalteco sobre las casas de seguridad guerrilleras y las aldeas que la apoyaban. Las exploraciones en los montes cubanos los denomina paseos en comparación con su primera experiencia con la sierra marquense.
A principios de febrero de 1981 regresa Boc y otros combatientes a Nicaragua para continuar los ejercicios de preparación. Este recuerdo hace exclamar a Boc una reflexión admirada de lo que presenció: «¡Qué juventud lista para la guerra! Por dos meses recalentamos los temas aprendidos en Cuba, apoyados por un maestro vietnamita. Su especialidad era realizar el tiro de mortero sin usar la placa base»[62]. La práctica con fusilería en Cuba y con morteros en Nicaragua hacía pensar que las condiciones de abastecimiento, logística y armamento estarían presentes en las montañas guatemaltecas, cosa que no fue para nada el caso. Visto desde ahora existía una disposición social in crescendo para la guerra sin las condiciones objetivas de un enfrentamiento de tal magnitud. Después de visitar los dos países revolucionarios en la región Boc retorna a mediados de abril de1981 a una ciudad de Guatemala «invadida por fuerzas contrainsurgentes, aunque se comentaba que también por fuerzas guerrilleras. Un buen número de los que veníamos no cubrieron los contactos que les habían dado, se fueron a sus casas y se condenaron por eso»[63].
En poco menos de tres meses esas fuerzas contrainsurgentes desplegarían ataques contra las casas de seguridad de ORPA y EGP[64], desbaratando las redes logísticas y de información concentradas en el área urbana. Muchos de los combatientes listos para la guerra con quienes venía Boc murieron ahí: «Días después le cayeron en la ciudad a la casa de la Colocha, por alguna razón me salvé. Los resultados fueron dolorosos para la organización. Fue después de la Semana Santa, en abril de 1981. Cayeron en combate más de 10 compañeros. Esto es lo que medio se conoció en aquel entonces»[65]. Antes de salir Boc tuvo oportunidad de saludar a su hermano y primo. Les habló de su aprendizaje en el uso de armas, de la disposición al combate y de su regreso al Frente de San Marcos. Ellos le hablan de una masacre contra aldeanos de Chuabajito, en San Martín Jilotepeque: «Esa vez el Ejército llegó en camión. En el lugar mataron a más de veinte personas. El oficial decapitó a una niña de ocho años cuando se opuso a que se llevaran a su papá. Esto era la noticia más alarmante. En nuestra conversación les dije que se cuidaran porque no se sabía qué podía pasar por lo que se avecinaba. Solo un mi primo me felicitó»[66].
La charla se realizó en un barrio popular de la zona 7 capitalina, cercano al lugar donde hacía año y medio había trabajado como ayudante de fontanero. Es una charla con sus familiares jóvenes en un área popular. La ciudad mientras era patrullada día y noche por la policía, los judiciales y los militares. La noticia de la masacre en Chuabajito se daba al mismo tiempo de las palabras sobre el combate guerrillero a iniciarse pronto. ¿En qué momento del enfrentamiento estaba regresando Boc? En esos primeros meses de 1981 ya operan en Comalapa y San Martín Jilotepeque escuadras del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP)[67], así como las redes de la Resistencia y un grupo armado de la Organización del Pueblo en Armas (ORPA). Las acciones se extienden desde el sur de Quiché por segmentos de la carretera Panamericana hasta Chimaltenango. Entre enero y junio de 1981 se toman cabeceras municipales y estaciones de policía. Tanto el EGP como ORPA abren nuevos frentes de guerra: el Frente Augusto César Sandino (FACS) y el Frente 5 respectivamente. Durante estos meses el Ejército desarrolla operaciones con pelotones de kaibiles atacando objetivos específicos.
Aldeas como Las Lomas, Parraxaj y Xiquín Sanahí son arrasadas en operativos militares de desembarco masivo, sobretodo a partir de febrero 1981. La guerra comienza a enfrentar no solo a los bandos armados sino a las poblaciones en lo que respecta información del enemigo, canales de abastecimiento, apoyo en emboscadas o secuestros. En las aldeas de Santiago Boc la guerra genera una dinámica basada en las luchas por la tierra de 1974. En finca La Merced el Ejército captura y desaparece a tres hombres el 18 de abril 1981. Por su parte el EGP desaparece a Salvador Boc el 5 de junio 1981 en el caserío Don Tomás[68]. Este patrón de guerra se radicalizaría aún más en los próximos meses. Santiago Boc, por su parte, regresa a Tajumulco durante la primera semana de mayo 1981.«El siguiente día salí de retache al Gran Volcán en el departamento de San Marcos. Subí acompañado por Audiel quien cuando me vio en el lugar convenido para el contacto, me dijo: “Bueno ¿y usted qué hace aquí? Vámonos para el campamento”. Le respondí: “si para eso vine”»[69]. Una descripción sobria del retorno al área de operaciones de lo que sería el Frente Luis Ixmatá, de ORPA. El momento de la guerra que presencia Boc tiene como característica una participación masiva de algunas aldeas mam de San Marcos y Quetzaltenango con la ORPA.
Aquella aldea donde se había realizado la ceremonia mam, Tuibuj, ahora se movilizaba en columnas para transportar alimento y armas. El efecto masivo se repetía en diferentes comunidades indígenas en Huehuetenango, Quiché, Chimaltenango. Los pelotones guerrilleros en San Marcos y Quetzaltenango habían pasado de una campaña de propaganda armada a emboscadas a convoys militares y ataques a destacamentos locales. Boc une en una sola descripción el momento de la lucha: «Entre los meses de junio y julio del año 1981 montamos una emboscada en el crucero del Tajumulco, en la carretera que comunica a los municipios de Ixchiguan y Tacaná. Éramos alrededor de cuarenta armados con fusiles M-16. Entre los jefes de escuadra estaban Delfina, Camilo, el capitán Rubén y Nery comandante y los tenientes Ismael y Manolo. Con anterioridad habíamos recibido un desembarque de chas [comida], la que al mismo tiempo había servido para embutir armas,entre los granos recibidos. Nos llegaron fusiles M-16 y Fal 7.62. De acarrear y esconder la chas se encargaron los compas de la aldea Tuibuj, fueron cerca de200 quintales de granos. Parecían hormigas que subían y bajaban, los costales con vituallas blanqueaban en la oscuridad de la noche, era como un hilo movido por el ritmo de los pasos de una columna guerrillera. Pero en este caso era una columna de compas de la población mayoritariamente. La noche del desembarco, a media noche, trepamos arriba de las fincas La Patria y La Igualdad, y por fin llegamos al campamento ya en ese lugar limpiamos las armas para usarlas en la emboscada»[70].
Entre junio y julio de 1981 las fuerzas armadas estatales lanzan ataques en la capital contra casas de seguridad de ORPA, EGP y, en menor medida en ese momento, del PGT. El siguiente mapa muestra en este sentido el momento de la guerra hacia mayo de 1981. Destacan los operativos estatales contra líderes del movimiento cooperativista y de Democracia Cristiana, así como la extensión del área de influencia y apoyo comunitario a la revolución armada. En Boc se menciona principalmente el apoyo de la aldea Tuibuj, Tajumulco, la cual posteriormente es arrasada por el Ejército. Otras apoyaban en distintos modos o bien ya se organizaban como bases del Ejército, característico de algunas aldeas del municipio de San Pablo, colindante con Tajumulco. Este momento de la guerra como enfrentamiento poblacional será analizado en un trabajo posterior sobre el periodo entre julio 1981 y 1984[71]. Al ser concebida la ciudad como centro de logística e información nacional, se pierde la comunicación entre lo que había llegado a ser la retaguardia urbana y la vanguardia rural. Los pelotones en el campo operan una guerra regional, sin posibilidades de conformar un frente de avance unificado para tomar la ciudad estamental y derrotar el régimen surgido de 1954. Al parecer el Estado como movimiento armado ya se había preparado ante una eventual ofensiva guerrilla sobre la ciudad. Apenas en enero de 1981 las fuerzas guerrilleras en El Salvador habían lanzado la llamada Ofensiva final.
Es más que probable que losmovimientos avanzados en el país vecino fueran concebidos como precauciones y advertencias por el Ejército guatemalteco, de ahí que las ofensivas guerrilleras por separado aún no constituyeran un peligro de unificación en tanto simetría de enfrentamiento armado. El Estado como movimiento contrainsurgente había iniciado desde mediados de 1980 hasta finales de1981 una campaña de destrucción del poder local indígena, asociado a redes del movimiento cooperativista, de partidos de oposición y ligas campesinas. Demanera que el Estado guatemalteco ya había lanzado campañas militares contra áreas de población definidas como enemigas. La guerra estatal se fue construyendo para ser total al mismo tiempo que la lucha de clases, en su forma particular guatemalteca, se había potenciado desde la aldea como núcleo de relaciones de lucha. Mientras aldeas como Tuibuj ya habían optado por apoyar masivamente el movimiento revolucionario, en otros pueblos y aldeas mam como Estancia de la Cruz, Zunil, el Ejército desaparecía la mayoría de la alcaldía indígena entre mayo y julio de 1981. Arriba, cerca del cráter del Tajumulco, el combatiente Boc en las filas de ORPA estaba parado al borde de un momento histórico que definiría la guerra. La finca temblaba, las aldeas estaban en pie. Sin embargo los cañonazos en la ciudad contra las casas de seguridad guerrilleras eran el preámbulo de lo que sucedería durante el próximo año en elresto del altiplano.
Reflexión: Aportes a la reconstrucción histórica de la guerra
Es tan rico ese instante en duración conductiva y transitoria (como remanso del cual él ofrece un momento de consciente contemplación) que esa riqueza se comunica también a lo pasado y a lo perdido, y hasta adorna con el valor de la vivencia lo que entonces pasó sin ser percibido[72].
La mirada al pasado debe estar presta a desentrañar vivencias que rebasan las explicaciones generales. Sólo teniéndolas en cuenta y situándolas en la miríada de las luchas humanas se pueden captar como momentos que aún en el presente exigen vinculación. El libro de Santiago Boc Tay permite adentrarnos en los recuerdos y experiencias de los años previos al momento más intenso de la guerra. En este trabajo nos hemos centrado en acompañar su relato en un periodo de ocho años entre 1974 y 1981. Claro, el libro en sí abarca hasta el final de la guerra y abarca otras experiencias detalladamente contadas por el autor como el cerco a San Pablo en 1984, la resistencia ante los operativos del Ejército en 1987 o los operativos en Quetzaltenango en 1995. Más que una visión general del libro nos pareció importante centrarnos en el primer momento, el cual abarca una quinta parte del mismo[73]. En este cierre quisiéramos plantear algunos de los aportes que brinda el libro deBoc para repensar la historia de un momento tan importante en la historia de Guatemala y Centroamérica.
Uno, el escrito de Boc nos ofrece la mirada en retrospectiva de un combatiente revolucionario maya-kaqchikel. Aquí se combinan varios rasgos que hay que tomar en cuenta. Boc crece en el seno de una familia indígena dedicada a la agricultura en un municipio donde la disposición de tierra dependía de las fincas locales. Este aspecto se repite constantemente no solo como memoria individual sino en la que hereda a su vez de su padre y de su abuelo. Cuando habla de los trabajos estacionales cortando caña, tapiscando café, mirando la medición de su producto, no lo hace en términos externos, sino él mismo y su familia lo experimentan. A su vez sus padres deciden no enseñarle el idioma materno y Boc crece en un mundo indígena que se expresa en castellano, propio del campo, lo cual le permite entablar conversaciones con jornaleros mames o albañiles mestizos. Así pues no solo hablamos de proletarización económica sino a su vez de una nueva manera de los pueblos indígenas desde el castellano, el trabajo y el mercado finquero.
Dos, la redacción de Boc gira entorno a recuerdos concretos que se van relacionando hasta formar una constelación histórica de experiencias. Cuando nos habla del viaje con su padre a una finca a Palín o de regreso de Malacatán con su padrino, Boc no parte de una conclusión final sino de la descripción detallada de las vivencias. Así, por ejemplo, nos encontramos no solo con la finca de Palín sino con la enfermedad de su hermano, cómo su padre lo cargó, el poco dinero que ganaron en esa gira y luego su reflexión del sufrimiento bajo tales condiciones. Pareciera que se hace presente de nuevo como adolescente que observa y relata. Por eso, contrario a una seguidilla de relatos de actos heroicos lo que nos parece una fortaleza en el libro de Boc es la descripción pormenorizada de los ambientes, el recuerdo de los diálogos entablados y las emociones despertadas en él y los suyos. El énfasis por captar lo concreto es lo que a su vez va hilando las posibilidades de comprender conjuntos de vivencias humanas, acendradas en lo que se comparte como generación.
Tres, la explicación de la guerra como enfrentamiento entre ejército y guerrilla es profunidzada al describir su génesis en la violencia de las relaciones finqueras. Al recordar sus experiencias de niño y adolescente la constante en Boc es la finca: la lucha de su aldea por la tierra, las condiciones de enfermedad e insalubridad en el trabajo, la tensión en el día de pago, los insultos racistas de capataces y familiares ladinos. En los relatos de Boc el país entero parece reproducir en distintas áreas geográficas, étnicas y clasistas la contradicción entre finca y mozos-jornaleros. Pero no solo eso, la finca lleva consigo aparejada toda una lógica armada en sus espacios internos y externos, sea en las bandas con escopetas que custodian durante el día de pago, de los capataces que llaman a la policía y al ejército o, como en su vivencia de Santa Rosa, las cacerías de jóvenes para obligarlos a prestar servicio militar en los pueblos. El punto de partida es el enfrentamiento entre esta formación jerárquica, racista, apropiadora de renta y las comunidades que sobreviven, persisten e incluso luchan como jornaleras. El Ejército como forma estatal, en particularidades como la guatemalteca o la salvadoreña, surge de las condiciones conflictivas y violentas de la producción finquera.
Cuatro, la narración de Boc ofrece un flujo vivencial que puede nutrir una comprensión de los orígenes dela guerra en el país. Ahora bien, en el mismo sentido, la ciencia social como tarea y tenacidad crítica puede aportar en la vinculación de los extremos no mediados desde lo que constituye una de sus principales fortalezas: la capacidad de conexión de las relaciones entre particularidad y totalidad. En este trabajo hemos acompañado los motivos del alzamiento con el desarrollo de los distintos momentos del conflicto entre 1974 y 1978 y, finalmente, el desatamiento de la guerra en 1980. La gran deuda de las ciencias sociales en este país es una visión explicativa de la guerra, de la rebelión social, sus expresiones, como de una reconstrucción de las campañas militares entre 1980 y 1984. El legado de la constelación histórica del armisticio de 1996 fue la neutralización y la ahistoricidad del relato jurídico, en el fondo, subordinante del análisis sociológico. No es cuestión solamente de voluntad,l os testimonios y libros como los de Boc llevan menos de una década de salir a la luz, en un momento donde la memoria de lucha está volviéndose a asumir. Esto posibilita engarzar de manera dialéctica la variedad de la particularidad conel movimiento de la totalidad.
Claro, la tarea por la historia conlleva tanto un momento acumulativo como uno de irrupción, semejante al rayo intuitivo. La cuestión de la objetividad en los testimonios o relatos de la revolución, de la guerra, debe ser asimismo puesto en práctica dentro de la fragmentación contemporánea de la voz. El vaivén y la balanza de los discursos ideológicos en un momento histórico debe ser enfrentado, asumido, no distanciado bajo la aparente neutralidad valorativa. Todo conocimiento apunta hacia una praxis incluso cuando la niega como principio metodológico. Enfrentar la pregunta por la objetividad conlleva, como taladro crítico, la cuestión de la subjetividad. No es evidente o dado cómo deberá ser la nueva escritura de la historia o si más bien, en el espíritu de los tiempos presentes, siquiera se realice como algo unitario. Empero, una certeza nos asiste: la batalla conceptual debe estar moviéndose en la escritura de la historia, no como elemento adherido desde afuera sino como atención, audacia y enraizamiento en las vivencias populares. Lo obviado de la emoción y el lanzarse al vacío son riesgos y oportunidades de actualización en las experiencias de quiebre social.
Sergio Palencia Frener
Publicado originalmente en Revista Eutopía, Año 2, Núm. 4, Julio-Diciembre 2017. Universidad Rafael Landivar,Guatemala, Centroamérica.
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Fotografías
Imagen 1. Campamento El Brote, ORPA, 1979. Colección fotográfica de Gilberto Morales.
Imagen 2. Combatientes kaqchikeles en ORPA. Colección fotográfica de Gilberto Morales.
Mapas
Mapa 1. Momento de la guerra hacia mayo de 1980. Elaboración propia.
Mapa 2. Momento de la guerra hacia mayo de 1981. Elaboración propia.
[1] Publicado originalmente en Revista Eutopía, Año 2, Núm. 4, Julio-Diciembre 2017. Universidad Rafael Landivar,Guatemala, Centroamérica.
[2] Agradezco la lectura y los comentarios a este escrito hechos por Gilberto Morales, Niix Méndez, Belind aRamos, Leticia González, entre febrero y abril 2017. Asimismo, agradezco las fotografías compartidas por Gilberto Morales.
[3] Santiago Boc Tay, Memorias del Tajumulco. Testimonio de la guerra interna en Guatemala.(Quetzaltenango, Los Altos, 2015), 14
[4] En el Archivo de la Escribanía del Gobierno y Sección de Tierras (1944) se puede dar seguimiento al proceso expropiador – y de defensa de tierras comunales – en los departamentos. Si bien no es objetivo de este escrito en particular, al estudiar el proceso de certificación de propiedades en Chimaltenango, SanMarcos y Escuintla se puede ver el proceso de capitalización y oligarquización como proceso inversamente proporcional a la transformación de las comunidadesen mozas colonas y, luego, cuadrillas proletarizadas. Véase sobre todo el periodo entre los años 1860 y 1930, con la raíz histórica de familias finqueras como Barrios, Arzú, Herrera, como también de empresas alemanas, estadounidenses y bancos salvadoreños.
[5] Ibid. 17.
[6] Ibid., 21.
[7] Ibíd., 22.
[8] Semejante sucede para los años de1975 y 1978 en municipios de los departamentos de San Salvador, Usulután y Chalatenango en El Salvador. Consúltese el ya clásico trabajo de Carlos Cabarrús, Génesis de una revolución. Análisis del surgimiento y desarrollo de la organización campesina en El Salvador (México, Ediciones de la CasaChata).
[9] Ibid., 23.
[10] Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), Guatemala: Memoria del silencio, tomo VI(Guatemala, UNOPS, 1999).
[11] Para esos años la mayoría de desapariciones forzadas y masacres son atribuidos por la CEH al Ejército y dos de ellos por parte de laguerrilla.
[12] Ibid., 24.
[13] Ibid.
[14] Ibid., 25.
[15] Ibid., 27.
[16] Ibid., 28.
[17] Ibid., 24.
[18] Ibid., 29.
[19] Ibid., 29.
[20] Ibid., 30, cursiva propia.
[21] Ibid., 36
[22] Un finquero llamado Flavio Monzón había pedido con urgencia la presencia del Ejército ante el creciente descontento de las comunidades q’eqchi’es por el robo de sus tierras y la represión de sus líderes.
[23] Ibid., 33.
[24] Ibid.
[25] Ibid., 32.
[26] Ibid., 33.
[27] Ibid., 35, cursiva propia.
[28] Ibid.
[29] Ibid.
[30] Ibid., 36, cursiva propia.
[31] Ibid.
[32] Ibid., 37.
[33] Ibid., 38.
[34] Ibid.
[35] Jka´b´l es la palabra mam de lo que ahora se denomina guía espiritual o sacerdote maya.
[36] La palabra mam B’ech es traducida en castellano como ceremonia maya. Al igual que en idiomas como el kaqchikel o el k’iche’, kotzijo b’ech significan flores. Una estimada amiga de Quetzaltenango nos explica: «B’ech es flor u ofrecimiento de flores. B´ech estácargado de muchas cosas. Pero en ella se encierran las flores. Lo mejor que se puede ofrecer» (Guatemala, 28 de febrero 2017)
[37] Ibid., 37.
[38] Margarita Hurtado era una de las revolucionarias presentes en las aldeas akatekas en 1980. Por esos años su nom de guerre era Susana. En un escrito presentado en Brasil para la Asociación de Estudios Latinoamericanos y en FLACSO-Guatemala, en 2009, Hurtado presenta lo que es una de las primeras reflexiones sobre la relación entre la guerrilla y las comunidades indígenas en los años más fuertes del levantamiento, 1979-1981. Respecto de la reunión, Hurtado (2009: 21) expone: «Por invitación del Alcalde Rezador y su “corporación”, una representante del EGP participó en diciembre de 1980 en la primera reunión en el centro ceremonial de Chimbán. El objetivo principal de los Mamines, era escuchar directamente acerca de las ideas de la revolución y obtener respuestas a una serie de preguntas que tenían al respecto. La reunión se llevó a cabo durante la noche, asistía el Alcalde Rezador, su esposa, el mayordomo, los síndicos y demás miembros de la corporación, así como algunos Mamines de aldeas vecinas. Empezó con una ceremonia en idioma Akateko, muchas candelas, mucho incienso y mucho rezo frente al altar. El discurso guerrillero fue básicamente el mismo, aunque quizás con especial énfasis en los derechos de los pueblos indígenas a vivir y expresar libremente su espiritualidad.»
[39] En diciembre 2011 asistí al cambio de alcaldes rezadores de San Miguel Acatán, en la aldea Chimban. Me acompañó y guió un antiguo combatiente akateko del EGP en la región. Con él visitamos el lugar en el camino donde Antil Torol, mamín en 1980, había sido torturado y asesinado por el Ejército el 19 de julio de 1981. Al día siguiente, después de la ceremonia de cambio de autoridad, conversamos con el nuevo mamín. Fue él quien nos compartió el nombre en akateko del mamín que había realizado la ceremonia con la guerrilla en diciembre 1980. La traducción directa de acuerdo al antiguo combatiente es Andrés Dolores. Al regresar a la ciudad busqué en laspáginas del informe de la CEH si existía tal referencia. Allí estaba. El Informe lo presenta en la descripción del caso 6096 con el nombre de Andrés Juan Félix, «quien era sacerdote maya de ochenta años de edad.» (CEH-IX, 1999:425). El mamín elegido en 2011 recuerda los motivos de la ceremonia akateka: «Él pidió pues para protección de comunidad y pidiéndole pues que el Ejército no viniera a hacer daños a ello sy a la vez pidió al movimiento y luego pedirle a que el Ejército no viniera a destruir todo lo que hay.» (Entrevista Mamín Diego, 16 diciembre 2011). Esto nos da luces del tipo de experiencias sociales sucediendo entre la guerrilla y algunos líderes indígenas en distintas partes del altiplano guatemalteco.
[40] Joaquín Noval, «Acerca de la existencia de clases sociales en la comunidad pequeña», en Revista Estudios No.2, pp.31-41, Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala (Guatemala, 1968) Guatemala. 6-7.
[41] Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), Guatemala: Memoria del silencio, tomo VI(Guatemala, UNOPS, 1999), caso 371.
[42] Ibíd., caso 7162.
[43] Ibíd., caso 7195.
[44] Ibíd., caso 7049.
[45] Ibíd., caso 8026.
[46] Ibíd., caso 8269.
[47] La división entre campesinos insurgentes y campesinos asociados a finqueros y militares no puede entenderse linealmente. Un estudio detallado de estas contradicciones lo realizó el antropólogo jesuita Carlos Cabarrús en tres aldeas del municipio de Aguilares, en el centro de El Salvador. Véase: Cabarrús, Carlos, Génesis de una revolución. Análisis del surgimiento y desarrollo de la organización campesina en El Salvador (México, Ediciones de la Casa Chata), pp. 411
[48] Los ensayos y libros de Jim Handy(1988, 1994) y de Cindy Forster (2001) son primordiales para conocer la organización de las comunidades indígenas durante la década revolucionaria(1944-1954).
[49] Conversación con GilbertoMorales (24 de febrero 2017), cotejado con la narración presentada por Santiago Boc (2015).
[50] Empero, esto debe estudiarse con más detenimiento y cotejar los múltiples conflictos en perspectivas, no solo de estrategia y táctica, sino de mandos, relación con el campesinado local y redes de abastecimiento, todo lo cual rebasa este escrito.
[51] Ibid., 47.
[52] Ibid.
[53] Ibíd.
[54] Ibid., 48.
[55] Ibid.
[56] Ibid., 48.
[57] Ibíd., cursiva propia.
[58] Ibid., 49.
[59] Falla, Ricardo, Ixcán: El campesino indígena se levanta, 1966-1982 (Guatemala: Editorial Universitaria, Avancso, URL, 2015), 362
[60] Ibid., 14.
[61] Ibid., 50.
[62] Ibid.
[63] Ibid. 51.
[64] En un ensayo previo titulado El concepto de revolución en laBiografía de Turcios Lima (2016) ya vimos cómo ya desde 1967 existía una perspectiva que centralizaba en la ciudad capital los elementos logísticos, de financiamiento y de comunicación guerrilla para los esfuerzos de guerra rurales, situación que se mostraría como una enorme debilidad en la lucha desatada en 1980-1982.
[65] Ibid., 52.
[66] Ibid.
[67] Los datos concernientes a la región kaqchikel durante la guerra son parte de un escrito mayor, presentado en parte en la conferencia A Conflict: Resistance and Genocide in Guatemala organizado por la Shoah Foundation, University of Southern California. Palencia, Sergio. (septiembre 2016) Chimaltenango, levantamiento revolucionario, 1979-1982. Guatemala: inédito, pp. 106
[68] Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), Guatemala: Memoria del silencio (Guatemala: ONU), caso648.
[69] Ibid., 52.
[70] Ibid., 53, cursiva propia.
[71] Otras apoyaban en distintos modos obien ya se organizaban como bases del Ejército, característico de algunas aldeas del municipio de San Pablo, colindante con Tajumulco. Este momento de la guerra como enfrentamiento poblacional será analizado en un trabajo posterior sobre el periodo entre julio 1981 y 1984.
[72] Lukács, György. Teoría de la novela. Ensayo histórico-filosófico acerca de las formas de la épica grande.(Madrid: Editorial Nacional),127
[73] Exactamente de la página 1 a la 56 de un total de 247 páginas en la edición del año 2015.