Daniel Ortega, el liberador que se volvió un dictador

Compartimos  algunos textos que nos brindan una cronología de la transformación  de un presidente liberador a un dictador que se aferra al poder y un análisis sobre las actuales fuerzas que se disputan el futuro del país en Nicaragua. Ante el horror y la muerte que se ha apoderado de este país en los últimos meses va quedando bien claro que “Hay una trágica ironía en la situación que vive el país: quien lideró la revuelta contra la dinastía Somoza, hace 40 años, es el tirano que hoy mata y reprime. Así se aferra Ortega al poder”. Esta  es la fuerza arrinconada y blindada que se niega a escuchar y reconocer sus delitos, mientras la clase popular sigue en pie de lucha exigiendo su renuncia y justicia para lxs  muertxs ; y la burguesía de derecha atizando y esperando el momento para capturar y cooptar al movimiento desde abajo. Justamente por esto, muchos aún viendo el derramamiento de sangre de los pueblos insisten en que la insurrección es financiada desde EEUU : “En medio de la descomposición cada vez mayor del régimen Ortega-Murillo en Nicaragua, una buena parte de la “izquierda” internacional se aferra a la patética ilusión de que la crisis de algún modo es un complot urdido por Washington para desestabilizar a una revolución. En estos momentos, se libra una batalla sobre el desenlace del régimen y el futuro del país”. Esta semana ha sido más dolorosa para el pueblo Nicaragüense, “Ayer es hoy, multiplicado”, dice Sergio Ramírez militante sandinista, quién recuerda y narra como se unió hace varias décadas contra la masacre de León cometida por Somoza. Ante los recientes hechos en Nicaragua nos reitera que: “Fueron cuatro muertos y más de 70 heridos aquella tarde. Hoy, tras más de dos meses de siega, la cuenta se acerca a 300 asesinados, cazados por francotiradores, ejecutados con un tiro en la nuca, tiroteados por paramilitares, quemados vivos dentro de sus hogares, aún niños de pecho. La inmensa mayoría son jóvenes, y hay al menos 25 menores de 17 años. Como nosotros entonces. Y los heridos llegan a 1.500. Ayer es hoy multiplicado”.
    En Tiempo Real. Pueblos en Camino

Ayer es hoy, multiplicado

Tras más de dos meses de siega en Nicaragua , la cuenta se acerca a 300 asesinados.

NI01. MANAGUA (NICARAGUA), 24/04/2018.- Un joven sostiene un cartel en alusión a una marcha en contra del gobierno hoy, martes 24 de abril de 2018, en Managua (Nicaragua). Cientos de nicaragüenses marcharon hoy con velas encendidas por las vías públicas de Managua para pedir justicia por la treintena de muertos en las recientes protestas en donde exigen al Gobierno de Daniel Ortega que deje el poder. EFE/Jorge Torres

La tarde del 23 de julio de 1959 se produjo en una calle de León la masacre de estudiantes de la cual fui sobreviviente y que marcó mi vida para siempre, ejecutada por soldados del ejército de la familia Somoza.

Era una manifestación de protesta, y ya se disolvía cuando estallaron las bombas lacrimógenas, y a los primeros disparos de los fusiles comencé a correr. Me topé con la puerta de servicio de un restaurante. Subí a la segunda planta. Se oía el tableteo de una ametralladora, y seguían las descargas de los fusiles. Había tres niñas en una cama, aterrorizadas, en compañía de una empleada. “Estamos solas aquí”, balbuceó ella.

En absoluta inconsciencia me asomé por el balcón y vi a los soldados en tres filas: de pie, de rodillas y acostados en el suelo, los fusiles humeantes. El de la ametralladora, echado en la acera de la esquina. En el pavimento, los cuerpos desperdigados. Alguien me gritaba: “¡Una ambulancia!, ¡una ambulancia!”.

Pregunté a la mujer si había teléfono. No tenían. Un cura bendecía a un herido. Era norteamericano, según supe luego, se apellidaba Kaplan. En ese momento escuché la sirena de una ambulancia, pero los soldados no la dejaban pasar. Fernando Gordillo, mi amigo, envuelto en la bandera de Nicaragua, marchaba a media calle, ofreciéndole su pecho al pelotón.

La inmensa mayoría son jóvenes, y hay al menos 25 menores de 17 años. Como nosotros entonces. Y los heridos llegan a 1.500.

El recuerdo de Fernando envuelto en la bandera me parece un sueño. En ese momento el pelotón comenzó a retroceder en formación, sin voltearse. Erick Ramírez, mi compañero de banca en el aula de primero de derecho, estaba tendido en la calle, un orificio en la espalda. Me arrodillé a su lado para decirle que lo llevaríamos al hospital. Cuando lo volteé vi que tenía el pecho desflorado.

Subimos a los heridos y a los muertos en taxis y vehículos particulares para llevarlos al hospital. Allá, la confusión era grande. De pronto, me vi en la morgue. Descubrí a Erick y a otro compañero de banca: Mauricio Martínez. Los tres nos sentábamos juntos en la primera fila, los tres teníamos 17 años, y ahora ellos dos estaban desnudos sobre las losas, bajo el chorro de una manguera. ¿Cómo se entiende eso de la muerte a los diecisiete años? También lavaban los cadáveres de José Rubí y Erick Saldaña, estudiantes de medicina.

Un grupo nos fuimos a la Radio Atenas para hacer un llamado a donar sangre. Entró al estudio una patrulla encabezada por el teniente Villavicencio, compañero de aula también: no se podía divulgar la noticia de la masacre, ni pedir sangre.

Regresamos al hospital, y en el portón encontramos una caravana de seis ambulancias del Hospital Militar que enviaba desde Managua el presidente Luis Somoza. Venían médicos y enfermeras. En la primera ambulancia viajaba, al lado del chofer, el arzobispo González y Robleto.

Una multitud de estudiantes impedía a los médicos y enfermeras bajarse, y luego empezó el intento de empujar las ambulancias para voltearlas. No olvido la cara de terror del anciano arzobispo detrás del vidrio de la ventanilla. Tres años atrás había decretado funerales de “príncipe de la Iglesia” para el viejo Somoza, fundador de la dinastía.

El presidente de los estudiantes impuso la cordura. Al fin, las ambulancias pudieron irse. A la medianoche llevamos los cuatro ataúdes en procesión hacia el paraninfo de la universidad.

Cerca de la madrugada, Rolando Avendaño, estudiante de derecho, me propuso que hiciéramos un periódico dedicado a la masacre. Conseguimos unas viejas máquinas de escribir, y amanecimos trabajando en las notas. Se imprimió de manera clandestina en un taller tipográfico, y antes del mediodía circulaba con sus gruesos titulares en rojo.

Fueron cuatro muertos y más de 70 heridos aquella tarde. Hoy, tras más de dos meses de siega, la cuenta se acerca a 300 asesinados, cazados por francotiradores, ejecutados con un tiro en la nuca, tiroteados por paramilitares, quemados vivos dentro de sus hogares, aún niños de pecho. La inmensa mayoría son jóvenes, y hay al menos 25 menores de 17 años. Como nosotros entonces. Y los heridos llegan a 1.500.
Ayer es hoy, multiplicado.

SERGIO RAMÍREZ
– www.sergioramirez.com
12 de julio de 2018

 

Daniel Ortega, el liberador que se volvió un dictador

Hay una trágica ironía en la situación que vive el país: quien lideró la revuelta contra la dinastía Somoza, hace 40 años, es el tirano que hoy mata y reprime. Así se aferra Ortega al poder.

El recrudecimiento de la violencia y la represión hacia los nicaragüenses que protestan en contra del gobierno de Daniel Ortega llegó a su punto máximo esta semana tras la toma de la basílica de San Sebastián, en Diriamba, en donde al menos 17 personas fueron asesinadas, según Amnistía Internacional. El día más violento desde el 18 de abril de 2018, cuando comenzó la represión que deja, hasta ahora, 264 muertos. La crisis sociopolítica más sangrienta de su historia, desde la guerra civil de 1980.

Las decisiones tomadas por Ortega para contener las manifestaciones, ayudado por grupos parapoliciales y paramilitares, han traído de vuelta el terror a los nicaragüenses y han acercado el régimen del actual mandatario al del dictador Anastasio Somoza, a quien el mismo Ortega, como miembro del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), ayudó a derrocar.

Por eso la consigna que más se escucha hoy en las calles del país es: “Daniel y Somoza son la misma cosa”. Quien reprime hoy, el dictador que los nicaragüenses no quieren en el poder, es irónicamente quien alzaba la voz contra quienes usaban las balas para acallar las luchas sociales. Una trágica ironía.

Ver más: ¿Quién está disparando en Nicaragua?

“La familia Ortega Murillo está haciendo lo mismo que Somoza. Siento coraje porque nosotros luchamos por la revolución, y mandan a matar a los hijos y a los nietos de quienes llevamos a Daniel al poder en 1979 y luego peleamos por mantenerlo ahí”, comenta, a la agencia AFP, Álvaro Gómez, exmiembro del FSLN y cuyo hijo fue asesinado el pasado 21 de abril, durante las protestas.

Ortega se unió al FSLN en 1963, durante la dictadura de Anastasio Somoza, el tercero de la familia Somoza en el poder. Formó parte de la Facción Tercerista con su hermano, Humberto Ortega, y fue el designado para coordinar el Gobierno de Reconstrucción Nacional, un gobierno provisional que se instauró cuando el dictador fue expulsado.

Ver más: Así vivió Nicaragua el día más violento de 2018

Entonces, se enfrentó a la tarea de reconstruir un país devastado por la guerra civil y tuvo que enfrentar a la guerrilla contrarrevolucionaria respaldada por el gobierno de Estados Unidos. Tras cinco años del gobierno de transición, Ortega acordó celebrar elecciones en 1990 y fue derrotado. Sin embargo, en sus planes nunca estuvo ceder el poder. Por eso, se presentó a cada contienda electoral desde entonces, resultando vencido una y otra vez, y se dedicó a hacer oposición a los gobiernos de turno. Hasta el año 2006, cuando acordó con un opositor una reforma constitucional que bajara el techo para la elección de primera vuelta a un 35 %. Con esta nueva regla, Ortega volvió al poder en ese año con el 38,7 % de los votos.

Ajustes a la Constitución

Desde entonces, han sido varias las jugadas por parte del mandatario para mantenerse como máxima autoridad de Nicaragua. Primero, necesitó que la Corte Suprema de Justicia declarara inconstitucional aquel artículo de la Constitución nicaragüense que prohibía la reelección presidencial. Y lo consiguió en 2009.

Un año antes, en 2008, promovió dos reformas en las que permitía ampliar el número de comisionados generales. La estructura pasó a ser de 12 comisionados y entre los nuevos nombramientos estaba Francisco Díaz, quien además de comisionado general es el consuegro del presidente, y quien ha justificado actualmente las acciones del gobierno frente a los manifestantes.

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“Por cada masacre o asedio de la Policía y las turbas paramilitares en contra de los ciudadanos, Francisco Díaz aparecía en los medios de prensa de la familia presidencial para negar los ataques o responsabilizar a los grupos previamente definidos por el guion de la propaganda oficial”, informa el diario La Prensa de Nicaragua.

Entre las acciones del mandatario también estuvo remover, a su máximo contrincante para las elecciones de 2016, del cargo de representante legal del partido de oposición, con ayuda de la Corte Suprema; sustituir a 28 diputados que eran miembros del mismo partido opositor en la Asamblea Legislativa, para lograr su tercera reelección; y permitir que su esposa, Rosario Murillo, fuera también su vicepresidenta.

En Nicaragua, los Ortega controlan todos los poderes: la policía, el Ejército, los jueces, todo. Y para garantizar que las cosas sigan el curso que ellos quieren, pusieron a sus hijos y otros familiares en puestos claves del país. Uno de sus hijos, por ejemplo, formó parte de la negociación del canal interoceánico con el empresario chino Wang Jing. Otro, según el diario La Prensa, es el encargado de administrar, por orden presidencial, la Distribuidora Nicaragüense de Petróleos. Otros de sus vástagos controlan 8 de los 9 canales abiertos de televisión de Nicaragua, además de las emisoras y otros canales de comunicación oficiales.

Ver más: “La manera más digna de salir de la crisis es que Ortega renuncie”, dice la escritora Gioconda Belli

Dice la escritora Gioconda Belli, excompañera de lucha de Ortega y desde hace unos años opositora, que Rosario Murillo, madre de los siete hijos del presidente, es su única consejera y la voz que le habla al pueblo cada día. Además de ocupar el cargo de Primera Dama y de Vicepresidenta, ha mantenido el control en temas de salud, parques, comunicaciones y, claro, es quien decide los nombramientos de los ministerios del gobierno.

“Rosario es una persona que fue adquiriendo poder de la manera más terrible: tras aceptar la violación de su hija Zoilamérica (reconocer que Daniel Ortega la había violado) fue que consiguió tener el dominio total. Tenía esa carta en contra de él. Realmente ambos han sido una tremenda desilusión para todos los que los conocimos, han actuado de manera terrible”, cuenta la escritora Belli a El Espectador.

Una actuación que ha sido criticada por varios países y organizaciones. Amnistía Internacional aseguró que “el actuar represivo del gobierno nicaragüense ha llegado a niveles deplorables”. Nadie se escapa: obispos, periodistas, estudiantes y hasta niños han reportado agresiones, robos y ataques.

Ver más: Rosario Murillo, la excéntrica y temida Primera Dama de Nicaragua

Tanto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (Oacnudh) han responsabilizado al Gobierno nicaragüense de graves violaciones a los derechos humanos.

Entre las violaciones denunciadas destacan “asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, malos tratos, posibles actos de tortura y detenciones arbitrarias cometidos en contra de la población mayoritariamente joven del país”.

Pero Ortega y Murillo niegan los hechos y siguen aferrados al poder. “Aquí las reglas las pone la Constitución y no se van a cambiar de la noche a la mañana, porque se le ocurrió a un grupo de golpistas”, respondió el mandatario a la propuesta de la mesa de diálogo para adelantar elecciones. “Todo tiene su tiempo”, remató. Pero el suyo ya se agotó.

Autora: Daniela Quintero Díaz
Fuente: El Espectador
Julio 11 de 2018

 

Ilusiones de la “izquierda” frente al desmoronamiento del régimen Ortega-Murillo

En medio de la descomposición cada vez mayor del régimen Ortega-Murillo en Nicaragua, una buena parte de la “izquierda” internacional se aferra a la patética ilusión de que la crisis de algún modo es un complot urdido por Washington para desestabilizar a una revolución. En estos momentos, se libra una batalla sobre el desenlace del régimen y el futuro del país.

William I. Robinson es profesor de sociología de la Universidad de California y reportero en Nicaragua durante la guerra de la contra a inicios de los 80s. 1 de julio de 2018.

En términos muy simplificados, hay tres fuerzas que están en disputa:

La primera es el régimen mismo. Ortega parece estar atrincherado en su casa-fortaleza en El Carmen, de la misma forma en que Somoza fue atrincherado en su bunker en los meses anteriores a su derrocamiento en julio de 1979 por la insurrección popular. Ortega esta aislado y cada vez mas acorralado. Aún puede contar con una base de apoyo disminuido pero no insignificante entre aquellos sandinistas que no abandonaron el partido en las ultimas dos décadas, y aun cuando ha habido un mayor éxodo de militantes históricos desde que se desató la represión en abril pasado.

Pero aún mas importante, Ortega cuenta con fuerzas paramilitares encapuchados que el régimen ha armado y organizado y que funcionan como una fuerza de choque en las sombras, de manera paralela a la policía y, al parecer, ciertos elementos del ejercito, si bien este ultimo en su mayor parte no se ha involucrado en el conflicto. Si no se desarman estas fuerzas paramilitares, Nicaragua enfrentará una situación similar a la de los países del Triangulo del Norte (Guatemala, Honduras, El Salvador) del crimen organizado y la violencia pandillera y paramilitar a la par de la corrupción de aquellos que control el estado y del pillaje del capital transnacional. Desde hace varias semanas comenzó un éxodo de migrantes que abandonan el país.

La estrategia del régimen es desgastar y desarticular la resistencia desde abajo por medio de una constante represión de baja – y en ciertas instancias, de alta – intensidad, y de manera paralela, negociar con la burguesía y Estados Unidos un llamado “aterrizaje suave” que permite al régimen y sus adeptos preservar sus intereses económicos y hasta reconstituirse políticamente y competir en las elecciones que – según el plan – se adelantarían del 2022 a principios del año entrante. Sin embargo, al final de la cuenta, el régimen ha perdido su legitimidad y la misma no puede ser resucitada.

La segunda fuerza la constituyen los estudiantes, los jóvenes, y los campesinos anti-canal, junto con las masas quienes desde los barrios populares de Managua y otras ciudades, escarban para ganarse la vida en el abultado sector informal. Estos sectores lanzaron la sublevación en abril pasado, agarrando por sorpresa al régimen y la burguesía. Pero es una cosa lanzar una resistencia, y es otra cosa construir una contra-hegemonía. Desgraciadamente, el orteguismo tanto ha monopolizado y pervertido un discurso “izquierdista” que no existe una alternativa izquierdista de mayor peso en Nicaragua. Estos sectores populares desde abajo no tienen proyecto propio que se podría plantear como alternativo viable al régimen. Esta realidad les deja susceptible a la manipulación y la cooptación por parte de la tercera fuerza.

Esta tercera fuerza es la burguesía, organizada en el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), la elite oligárquica, el capital transnacional, y Estados Unidos. La burguesía estuvo estrechamente alineada con el régimen y solamente rompió con Ortega en mayo, cuando ya se hizo evidente que el régimen había perdido su legitimidad y su capacidad de gobernar y defender los intereses capitalistas. Lo que Washington y la burguesía mas temen no es el régimen. Mas bien, les aterra una insurrección de los pobres y los trabajadores que ellos mismos no pueden controlar y que podría desembocar en un vacío de poder que amenaza sus intereses de clase.

Desde mayo la burguesía, en coordinación con Washington, ha intentado secuestrar la sublevación popular hacia una estrategia de “aterrizaje suave” bajo su hegemonía. La resistencia popular ha tenido que presionar continuamente a la burguesía para apoyar a las huelgas y las marchas. En estos momentos, se libra la batalla crucial sobre el desenvolvimiento de la lucha anti-régimen. ¿Quien dará liderazgo y quien ejercerá la hegemonía sobre esta lucha? ¿Qué tipo de escenario post-Ortega se desenvolverá?

El escollo de la falta de un proyecto popular articulado en Nicaragua y la ausencia de organizaciones izquierdistas de la base que pudieran desarrollar dicho proyecto, ha sido desconcertado y agudizado por la traición de la “Izquierda” internacional, precisamente en un momento cuando el capitalismo global enfrenta una profunda crisis estructural y cuando el fascismo del siglo 21 esta en ascenso alrededor del mundo.

Autor: William Robinson
Pensamientos Guatemala
1 de julio de 2018

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