Buen vivir: Un regalo de cumpleaños para Eleuteria

“A mí se me ocurrió inventar la hiladora en el 2007. Yo la inventé porque mi mujer pasaba mucho trabajo para hilar y tejer. Al hilar con el uso se cansaba mucho. Cuando se quedaba sola en la casa aguantaba hambre porque no se podía meter a cocinar con las manos acaloradas. Una vez que se fue a capacitar a otras mujeres, se acercaba la fecha de su cumpleaños, me dio por inventar su regalo: la hiladora eléctrica”.
 

 
Llegamos de noche, Arcadio y yo, a la casa de Leandro y Eleuteria. Habíamos estado todo el día en El Tablazo, visitando la huerta tul de Yeni y su mamá, y por eso nos cogió la noche camino a La Primicia, a media hora de Toribío por la vía a Jambaló. Llamé por teléfono a Eleuteria para decirle que ya íbamos para su casa. Preguntamos a un grupo de gente que estaba en la cancha comunitaria que nos diera razón del camino hacia la casa de Leandro y nos dijeron que él acababa de bajar hacia la tienda. Lo buscamos y subimos con él por el camino real. Había bajado tarde de trabajar en la montaña. La noche era de una oscuridad intensa y había llovido todos esos días. Los perros ladraban a lo lejos. Después de avanzar un largo trecho dejamos el camino real y nos metimos por un potrero. Las reses rumiaban y alborotaban el olor dulce de la hierba. Los perros las fastidiaban corretiándolas en la oscuridad. Desde el alto donde estaba la casa se podía ver las luces de muchas casas del resguardo de San Francisco. Las luciérnagas no estaban, hacía frío.
 
Eleuteria se había levantado de la cama para decirles a sus dos niños que la acompañaban cómo se mata un pollo y cómo se echa a la olla. Había estado enferma todo el día con fiebre y dolor de cabeza. Ya en la tarde el dolor había mermado y la fiebre bajado. “Estaban pelando el pollo vivo”, nos contó entre risas y angustia. Los niños habían bajado al pollo del árbol, ya a oscuras, y le habían medio torcido el pescuezo. Le estaban echando el agua caliente para pelarlo cuando Eleuteria escuchó los aleteos del animal.
 
Mientras la olla hervía nos fuimos a la pieza a conversar, junto a la cama donde Eleuteria reposaba. Ella escuchaba con orgullo la historia de la hiladora eléctrica que él le había regalado para un cumpleaños. Leandro notaba su orgullo, lo que avivaba sus recuerdos y la historia se ponía más buena. Detrás de la casa se escuchaba el berreo de las ovejas.
 
“A mí se me ocurrió inventar la hiladora en el 2007. Yo la inventé porque mi mujer pasaba mucho trabajo para hilar y tejer. Al hilar con el uso se cansaba mucho. Cuando se quedaba sola en la casa aguantaba hambre porque no se podía meter a cocinar con las manos acaloradas. Una vez que se fue a capacitar a otras mujeres, se acercaba la fecha de su cumpleaños, me dio por inventar su regalo: la hiladora eléctrica”, contaba, mientras de la cocina llegaba el sonido y el aroma del hervor.
 
La que aparece en la foto es la versión modificada. La original está en el soberado de la casa. A pesar de que era muy grande y difícil de transportar alcanzó a recorrer Colombia en distintas ferias. La moderna es portátil y Leandro ya ha vendido muchas de ellas. Cuando la persona no tiene la plata para pagarla Leandro se la fía o recibe lana o bolsos hasta cubrir su precio, pero nadie se queda varado por la falta de billete.
 
Leandro no esconde su invento, al contrario, quiere que mucha gente lo conozca y que aprenda a hacerlo. Una vez le enseñó a un vecino. Incluso se la prestó para que la llevara a su casa y pudiera copiar bien el diseño. Cuando el vecino prendió el motor las partes de la máquina quedaron regadas por el suelo. “Es que lo de inventar no es para todo mundo”, dice.
 
Ese es el aporte de Leandro a la tecnología nasa. Así se hace a una economía familiar y apoya una comunitaria. En la búsqueda de inventos para el wët wët fxizenxi (buen vivir), nos encontramos con Leandro y Eleuteria, ejemplo al dedo del otro mundo que muchos anuncian pero que ya existe. Y más si le añadimos el de sus hijos, que a la carrera aprendieron a hacer caldo de pollo con tal de brindar comida a unos visitantes nocturnos. El caldo estaba caliente y el pernil tierno, muy tierno.
 
 
 
Autor y Fuente: Inventos Wet wet
Toribío Cauca
 

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