«El largo camino hacia la libertad» es el nombre que el propio Madiba, Nelson Mandela, le dio a su vida relatada en una autobiografía modesta, hermosa y ejemplar. Nos sumamos en la celebración de su vida de la única manera que nos parece digna de su camino: convocamos hoy, ahora, al evocar su nombre e imagen a reconocer que somos prisioneras y prisioneros de un régimen global capaz de destruir la vida, despojar a los pueblos e imponer su pensamiento único con el solo propósito de satisfacer su insaciable codicia. Nombrar a Mandela es comprometernos con la liberación de los pueblos y la de la Madre Tierra y todas sus criaturas de este renovado fascismo que nos amenaza y que avanza reclamando una resistencia postergada. Te nombramos en tu palabra Madiba.
Pueblos en Camino
«Estoy dispuesto a pagar el precio de mis convicciones, aunque sé lo desesperada y amarga que es la situación de un africano en las cárceles de este país. Ya conozco nuestras prisiones. Sé lo escandalosa que es la discriminación, incluso tras los muros y las rejas, contra los africanos… No obstante, esas consideraciones no me apartarán del camino que he emprendido, ni alejarán de él a otros como yo, porque para los hombres la libertad en su propia tierra es la cima de sus ambiciones, de la que ningún poder puede apartarles. Por poderoso que sea el miedo que siento ante las aterradoras condiciones a las que puedo enfrentarme en la cárcel, mayor es mi odio por las aterradoras condiciones a las que está sometido mi pueblo fuera de ella en todo el país. «
Fragmentos del discurso de Nelson Mandela en el juicio de Pretoria en 1962, con este discurso explica como y porque se había convertido en un luchador por la libertad:
Hace muchos años, cuando era un niño que crecía en mi aldea natal del Transkei, escuchaba a los ancianos de la tribu contar historias acerca de los viejos tiempos, antes de la llegada del hombre blanco. Por aquel entonces nuestro pueblo vivía pacíficamente bajo el gobierno democrático de reyes y amapakati [literalmente, «gente de dentro», aunque también define a aquellos más próximos en rango al rey]. Circulaban libremente y con confianza por todo el país sin limitaciones ni obstáculos. El país era nuestro, en nombre y por derecho. Ocupábamos los campos, los bosques, los ríos; extraíamos los minerales que hay bajo el suelo y explotábamos todas las riquezas de éste hermoso país. Establecimos y gestionamos nuestro propio gobierno, controlábamos nuestras propias armas y organizábamos nuestro comercio e intercambios. Los ancianos contaban historias sobre las guerras libradas por nuestros antecesores en defensa de su tierra natal, así como los actos valerosos de generales y soldados durante aquellos días épicos…
La estructura y organización de las primitivas sociedades africanas de este país me fascinaron, e influyeron enormemente en la evolución de mi visión política. La tierra, que por aquel entonces era el principal medio de producción, pertenecía a toda la tribu y no existía propiedad privada alguna. No había clases, no había ni ricos ni pobres, ni explotación del hombre por el hombre. Todos eran libres e iguales, y aquella era la base del gobierno. El reconocimiento de este principio general hallaba expresión en la constitución del consejo, llamado indistintamente imbizo o pitso o kgotla, que gobierna todos los asuntos concernientes a la tribu. El consejo era tan profundamente democrático que todos los miembros de la tribu podían participar en sus deliberaciones. Jefes, súbditos, guerreros y hechiceros, todos participaban e intentaban influir en sus decisiones. Era un organismo tan poderoso e influyente que la tribu no podía dar ni un solo paso de importancia sin recurrir a él.
En una sociedad así había mucho de primitivo e inseguro y, desde luego, tal sociedad no podría ponerse a la altura de las exigencias de los tiempos presentes. No obstante, en ella se encuentra el germen de una democracia revolucionaria en la que nadie se verá sometido a la esclavitud o al vasallaje, en la que la pobreza, la necesidad y la inseguridad dejarán de existir. Ésta es la historia que incluso hoy en día me inspira a mí, al igual que a mis colegas en la lucha política.
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Diría que la vida de cualquier africano pensante en este país le lleva a un conflicto continuo entre su conciencia por una parte y la ley por la otra. No es un conflicto exclusivo de este país. también se le planta a los hombres de bien, a los que piensan y sienten profundamente, de todas las naciones. Hace poco, en Gran Bretaña, un noble del reino, sir Bertrand Rusell, probablemente el filósofo más respetado del mundo occidental, fue sentenciado y condenado por exactamente el mismo tipo de actividades por las que hoy comparezco ante este tribunal. Fue condenado por obedecer los dictados de su conciencia, por desafiar la ley en protesta contra la política en favor del armamento nuclear de su propio gobierno. No tenía más alternativa que oponerse a la ley y sufrir las consecuencias. Tampoco yo la tengo. Tampoco la tienen muchos africanos de este país. La ley, tal y como se aplica, tal y como se ha desarrollado durante un largo periodo de nuestra historia, especialmente la ley tal y como ha sido escrita y diseñada por el gobierno del National Party, es una ley que, desde nuestra perspectiva, es inmoral, injusta e intolerable. Nuestra conciencia dicta que debemos protestar y oponernos a ella, que debemos intentar cambiarla… Los hombres, en mi opinión, no son capaces de no hacer nada, de no decir nada, de no reaccionar ante la injusticia, de no protestar contra la opresión, de no luchar por una sociedad y una vida justas, tal y como ellos las entienden.
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Fui convertido por la ley en un criminal. No por lo que había hecho, sino por aquello que defendía, por lo que pensaba, por mi conciencia. ¿Puede sorprenderle a alguien que tales condiciones conviertan a una persona en un proscrito? ¿Puede sorprenderse alguien de que un hombre, tras haberse visto condenado a la clandestinidad por el gobierno, esté dispuesto a vivir como un fugitivo, como lo he hecho yo durante algunos meses, según demuestran las pruebas presentadas ante este tribunal?
No ha sido fácil para mi permanecer alejado de mi mujer y mis hijos, despedirme de los viejos tiempos en los que, al acabar un día de trabajo en mi despacho, podía reunirme con mi familia para cenar. En vez de ello, me he convertido en un hombre permanentemente acosado por la policía, he tenido que vivir alejado de quienes me son más queridos en mí propio país, enfrentándome continuamente al riesgo de ser descubierto y detenido. Ha sido una opción infinitamente más difícil que cumplir una condena de cárcel. Ningún hombre en su sano juicio escogería una existencia semejante frente a una vida familiar y socialmente normal, como la que es posible llevar en cualquier sociedad civilizada.
Pero llega un momento, como me ocurrió a mí, en el que al hombre se le niega el derecho a llevar una vida normal, en el que sólo puede vivir como un fugitivo porque el gobierno así lo ha decidido, amparándose en la ley para imponerle esa clase de existencia. Fui empujado a esta situación, y no me arrepiento de haber tomado las decisiones que he tomado. Como yo, otra gente de este país se verá obligada a seguir mi camino por culpa de la persecución policial y las medidas administrativas que el estado emplea como armas. Se eso estoy seguro.
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No creo, señoría, que este tribunal, al castigarme por los crímenes de los que se me ha acusado deba dejarse llevar por la idea de que el castigo alejará a otros hombres del camino que creen justo. La historia muestra que el castigo no detiene a los hombres cuando su conciencia ha despertado. Tampoco detendrá a mi pueblo ni a los colegas con los que he venido trabajando.
Estoy dispuesto a pagar el precio de mis convicciones, aunque sé lo desesperada y amarga que es la situación de un africano en las cárceles de este país. Ya conozco nuestras prisiones. Sé los escandalosa que es la discriminación, incluso tras los muros y las rejas, contra los africanos… No obstante, esas consideraciones no me apartarán del camino que he emprendido, ni alejarán de él a otros como yo, porque para los hombres la libertad en su propia tierra es la cima de sus ambiciones, de la que ningún poder puede apartarles. Por poderoso que sea el miedo que siento ante las aterradoras condiciones a las que puedo enfrentarme en la cárcel, mayor es mi odio por las aterradoras condiciones a las que está sometido mi pueblo fuera de ella en todo el país.
Cualquiera que sea la pena que su señoría decida imponerme por el crimen por el que he sido obligado a comparecer ante este tribunal, puede estar seguro de que cuando haya cumplido mi sentencia seguirá siendo mi conciencia la que me mueva, como mueve a todos los hombres. Cuando cumpla mi pena me veré impelido por el odio a la discriminación racial contra mi pueblo a emprender de nuevo, en la medida de mis posibilidades, la lucha por la eliminación de estas injusticias hasta que, por fin, queden abolidas de una vez por todas…
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He cumplido mi deber para con mi pueblo y para con Sudáfrica. No tengo la menor duda de que la posteridad reivindicará mi inocencia y, del mismo modo, afirmo que los criminales que debían haber comparecido ante este tribunal son los miembros del gobierno.
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He dedicado toda mi vida a la lucha del pueblo africano. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre, en la que todas las personas convivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que aspiro a alcanzar. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir.
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Estaba preparado para afrontar la pena de muerte. para estar realmente preparado para algo es necesario esperarlo de verdad. No es posible estar preparado para algo creyendo en secreto que no ocurrirá. Todos estábamos mentalizados, no porque fuéramos especialmente valientes, sino porque éramos realistas. Pensé en la frase de Shakespeare: «Estad preparados para la muerte, pues así, tanto la muerte como la vida os resultarán más dulces
Nelson Mandela
Madiba