Brasil avisa que quiere ser potencia

A Raúl Zibechi le interesa el conflicto. Lo dinámico. Lo que cambia o lo que constantemente está en proceso de transformación. En fin, le gustan los problemas. Por eso investigó temas como el estallido social de la Argentina en el año 2001. Y por eso su último trabajo lleva como título un disparador: «Brasil, ¿el nuevo imperialismo?», editado por Lavaca Editora. El periodista uruguayo, especialista en temas internacionales, explicó ante Tiempo Argentino, la importancia que tiene Brasil en el contexto regional y global, la agonía que experimenta Estados Unidos como potencia hegemónica y los desafíos que tiene por delante el proceso de integración latinoamericana. 

 
 
–¿Por qué Brasil?
 
–Mi interés en Brasil es porque el mundo está cambiando muy rápidamente. La hegemonía estadounidense hoy ya no es lo que era. Y en la región aparece una reconfiguración importante que viene de los ’90. Hoy eso se profundizó, sobre todo con la crisis de 2008. La aparición de Brasil como potencia regional y global es, en parte, una consecuencia de los cambios que están habiendo en el mundo: la aparición de los BRICS, de que en poco tiempo China va a superar el PBI de Estados Unidos. También es consecuencia del crecimiento de Brasil, no sólo económico, sino como factor de poder. En general, en el mundo se hace un paralelismo entre economía y poder, y no es tan así.
 
–¿Qué otros factores influyen?
 
–Hay un factor subjetivo, de orden político, que es que un país tenga un proyecto estratégico: un proyecto de Nación y un proyecto de región, que es lo que tiene Brasil. En 2008, el país definió la estrategia nacional de Defensa. Brasil está construyendo su primer submarino nuclear. Hay solo cinco países en el mundo que pueden hacerlo, eso quiere decir que Brasil domina buena parte del ciclo de la tecnología nuclear y, aunque no tiene bombas atómicas, podría hacerlas. Si vos mirás los cinco países más importantes del mundo desde el punto de vista del tamaño de la población y de las riquezas que tienen, Brasil está ahí.
 
–¿Brasil representa un nuevo tipo de imperialismo?
 
–No, por tres razones básicas. Una, porque los países del sur no están condenados a repetir la historia del norte. Eso sería una visión muy colonial que yo no comparto. El imperialismo es la consecuencia de una historia europea y norteamericana que nace con el colonialismo. Los países del sur no tienen por qué repetir esa misma historia. La segunda cuestión es que Brasil definió un proyecto de integración regional salvaguardando las asimetrías con los países más chicos (Uruguay, Bolivia, Paraguay y Ecuador) y está transitando un proceso de integración regional más o menos igualitario, cosa que no hizo Estados Unidos con su periferia. Y en tercer lugar, para que haya un imperialismo, tiene que haber un país imperialista y elites locales sujetas a ese imperialismo. No está claro que los países de la región estén dispuestos a servirles a Brasil como plataforma de una expansión imperialista. Yo creo que hay un escenario abierto: Brasil puede llegar a convertirse en un imperialismo, pero hoy no lo es.
 
–¿Cómo influye esa posición de Brasil a nivel regional?
 
–Implica la creación de círculos concéntricos. Brasil tiene una alianza estratégica con Argentina y Venezuela. Esa alianza lo lleva a negociar permanentemente sus vínculos. Se habla mucho de las asimetrías comerciales, el problema de la industria automotriz. Bueno, ahí hay una negociación permanente: Brasil no impone todo lo que quiere. Obviamente, tiene la quinta industria del mundo, tiene multinacionales muy poderosas, y Argentina y Venezuela no están en esa situación. Entonces, no puede haber igualdad total, pero sí hay negociación. Brasil, además, tiene una industria militar importante y está tratando de que otros países de la región se sumen a esa industria.
 
–¿Cómo ve la relación entre Brasil y EE UU?
 
–La relación histórica ha sido de lo que se llamó «cooperación antagónica». Durante mucho tiempo Brasil jugó el papel que le venía bien a EE UU, e incluso por momentos fue el subgendarme de la región. Hoy en día, y gracias a Edward Snowden, aparece al desnudo el antagonismo. No es que Dilma estuviera enojada en la Asamblea de Naciones Unidas: es que no podía decir otra cosa, porque es una potencia y una potencia no puede permitir eso. Además, el espionaje no sólo fue a Dilma, sino también a Petrobras, la primera petrolera en explotación en aguas profundas. Y hoy en día, teniendo en cuenta que el petróleo en tierra se está agotando, vemos que el espionaje de EE UU fue estratégico. No hubo un berrinche de Dilma, sino una reacción de un país potencia.
 
–¿EE UU perdió poder hacia el resto del mundo?
 
–Sin dudas, pero los procesos de pérdida de influencia son como granitos de arena, que en cierto momento se ven como una tormenta. Hoy por hoy, cualquiera desafía a EE UU. Países muy chiquitos, muy débiles. Sin dudas, la capacidad de EE UU de alinear al resto del mundo es cada vez menor, incluso con sus socios habituales.
 
–¿Por qué cree que ocurrió?
 
–Todas las hegemonías (la española, la británica, la estadounidense) tienen un período de auge, uno de meseta y otro de decadencia. Y en los últimos 20 años entramos en un período de decadencia importante en EE UU. Una decadencia que no se notaba porque era económica nada más. Tras la segunda guerra mundial, EE UU era el 50% del PBI mundial, y hoy ya es menos del 20 por ciento. La crisis de 2008 es la muestra de la debilidad del sistema financiero, cuyo núcleo es Wall Street y la City de Londres. Cuando vemos que China en los próximos años superará el PBI de EE UU o que ya lo superó en el rubro industrial, estamos diciendo que hay un cambio.
 
–¿Dónde se posicionará la nueva hegemonía?
 
–Ahí hay una gran discusión. Los períodos de transición son grandes crisis. La primera transición que vivimos fue la del dominio español al británico. La segunda fue del dominio británico al estadounidense, con grandes cimbronazos. Y ahora, estamos en un período similar en el cual no es fácil garantizar qué va a pasar. Lo que sí sabemos es que habrá una transición muy potente de un mundo dominado por EE UU a otro mundo. Todo apunta a que va a ser un mundo multipolar, en el cual Estados Unidos va a seguir siendo una gran potencia. Pero también va a haber potencias regionales, como China, Rusia e India. Y todo indica que Brasil va a ser el país hegemónico en Sudamérica. Pero cuidado, hegemonía no es lo mismo que dominación: en la hegemonía hay un consentimiento y en la dominación, una imposición. La apuesta es que el crecimiento de Brasil sea en el marco de una hegemonía sin dominación. ¿Será así? No lo sabemos.
 
–¿Cómo cree que será ese proceso de caída?
 
–Eso va a ser una cuestión muy importante: cómo afrontará su pérdida de hegemonía global. ¿Va a haber guerra o no? Todo indica que va a ser traumático. Un país como EE UU no va a dejar su posición tan fácilmente.
 
–¿Qué análisis hace de las masivas movilizaciones en Brasil durante la Copa de las Confederaciones de este año?
 
–Desde el año ’92 no había habido protestas importantes en Brasil, pero en los últimos años empezaron a surgir pequeños núcleos de movimientos sociales de nuevo tipo: el Movimiento Passe Livre (MPL), los Sin Techo, pequeños grupos estudiantiles y de clase media-baja. Desde los Juegos Panamericanos en Río, surgieron comités contra la Copa del Mundo y las Olimpíadas. La creación de estos mega-eventos deportivos obliga a desalojar a 250 mil personas para ampliar estadios, autopistas, aeropuertos, villas olímpicas y, al mismo tiempo, se da el proceso de «pacificación» de favelas. Había una pequeña resistencia que cada vez se hacía más fuerte y que aumentó cuando el pasaje aumentó de 3 reales a 3,20. Un disparate: son 25 pesos argentinos en un viaje de ida y vuelta. Entonces, el MPL convoca movilizaciones y hay represión y en un clima de descontento, sobre todo con el tema del autobús, en San Pablo y Rio hay una reacción fuerte. Una serie de analistas que dijeron que esto favorecía a la derecha.
 
–En Argentina, muchos intentaron hacer una comparación con el 8N, o con las movilizaciones de la clase media. 
–Eso es un disparate. No fue una movilización conservadora, ni apolítica. La gente tenía muy claro que estaba desafiando, por un lado, el aumento de un pasaje que ya es abusivo y, en segundo lugar, al poder. Llevamos diez años de gobierno del PT con una situación económica brillante. Pero lo que no se arregló, no se va a arreglar, y eso es culpa del gobierno. El transporte en San Pablo es un desastre: si vivís en la periferia, desde tu casa al trabajo demorás dos horas para ir y dos horas para volver. La gente viaja mal, caro y encima te aumentan el precio. Al mismo tiempo, San Pablo es la ciudad con más helipuertos del mundo, porque los ejecutivos se mueven en helicóptero. La desigualdad es tan brutal que la gente reaccionó. Hubo una conjugación de motivos y factores que provocaron una indignación masiva.
 
–En ese contexto y en base a la respuesta de Dilma tras las movilizaciones, ¿considera que su gobierno es progresista?
 
–Si uno toma la idea de progresistas versus conservadores, yo creo que el gobierno de Dilma es progresista. Sin lugar a dudas, es un gobierno en el que, incluyendo el período de Lula, la represión ha bajado mucho (aunque siga existiendo) y hay un discurso progresista, aunque hay continuidades del neoliberalismo, sobre todo en el modelo productivo. Es un discurso que habla de la redistribución, de la defensa de los sectores más vulnerables. Al mismo tiempo, es un gobierno muy vinculado al capital financiero. Hoy el capitalismo es soja, minería, y ninguno de los gobiernos progresistas de la región se plantea romper con eso.
 
–¿Venezuela podrá mantener el proyecto bolivariano, aun sin Chávez?
 
–El fallecimiento de Chávez agrava una situación que ya era muy grave. En Venezuela hay una sociedad muy pesadamente partida al medio. Aunque las cosas vayan bien, una sociedad partida al medio es problemática. La situación económica es mala y uno de los mayores problemas de Venezuela es que no ha logrado salir de la renta petrolera: cuando Chávez llegó al gobierno, el 90% de las exportaciones eran petroleras y hoy sigue siendo así. El 70 u 80% de los alimentos se importan. Y después tiene problemas de gobernabilidad porque hubo una pérdida de apoyo de su propia base social y aparecieron casos de corrupción muy graves en el seno del gobierno. Todo ese paquete indica que, cuando pasen dos años y medio del gobierno de Maduro, la oposición va a poder pedir legalmente un referéndum revocatorio y ahí se va a jugar el futuro.
 
–¿Cómo lo ve a Maduro en ese contexto tan delicado?
 
–Maduro está intentando tener una gestión más prolija, más ordenada, y eso habla bien de él. Pero tiene menos capacidad de cohesión dentro del chavismo y en la sociedad. Tiene luces y sombras, pero está intentando resolver algunos problemas.
 
–Teniendo en cuenta los problemas de Venezuela, las manifestaciones en Brasil y las perspectivas del kirchnerismo en la Argentina, ¿cree que el proceso de integración regional está en una situación preocupante?
 
–Hay desafíos. El primer desafío es la estabilización positiva de dos países claves junto a Brasil: Argentina y Venezuela. Son dos países con muchos problemas de estabilidad interna y de continuidad del proceso, y donde la oposición juega más a desestabilizar abiertamente. El segundo problema es cómo enganchar a los países del Pacífico en el proceso de integración. El núcleo de la disputa geopolítica en la región es Perú, porque es el país que puede torcer las cosas en un sentido o en otro. Es un país rico, con fuerte presencia de minería, pero con muchos conflictos internos y con una clase dominante muy entreguista. El tercer tema es cómo conseguir que las economías de la región sean complementarias. Uruguay, Argentina, Paraguay y Brasil exportan los mismos productos a los mismos mercados: soja, minerales y carne, a Europa y China. Sobre esa base no hay integración posible. Estos desafíos se ponen sobre la mesa, se discuten y se hace algo para resolverlos, o estamos en un problema.
–Está el caso de Botnia también, otro eje de conflicto.
 
–Claro. No puede ser que porque Botnia aumente en 10% la producción, terminás en La Haya. Ahí hay responsabilidad del gobierno uruguayo y del argentino, porque además el problema no es la contaminación del río. Es un tema de poder y de vínculos entre dos países. Y claro, que una industria se instale en Uruguay es que no se instale en Argentina.
 
–¿Cree que hay posibilidad, dentro del capitalismo, de conjugar desarrollo industrial con cuidado del medio ambiente?
 
–Yo creo que sí y que no. En Alemania hay un cuidado exquisito del medio ambiente y hay un gran desarrollo capitalista. Claro, lo que contamina lo llevan afuera. ¿Los países dependientes o del sur podemos conjugar capitalismo y medio ambiente? Yo diría que no, porque el desarrollo capitalista realmente existente en el sur en este momento es soja, minería, celulosa, y todo eso contamina. Lo que sí puede ser compatible es un tipo de desarrollo más lento, no en base a la acumulación, muy tecnificado. Por ejemplo, Cuba es una potencia en producción e investigación de la industria médica, y eso no está contaminando. Nuestros países pueden desarrollar sectores importantes, en industrias estratégicas o capaces de derramar, de alto valor agregado. Y no lo estamos haciendo. Brasil sí: Embraer fabrica un avión cada tres días. Pero Argentina tiene condiciones para hacer trenes de alta velocidad, ¿entonces por qué se importan vagones chinos?  «
 
La izquierda hoy
 
Raúl Zibechi es muy crítico del papel que la izquierda latinoamericana está jugando en el actual contexto regional. Y no tiene empacho en ponerlo en negro sobre blanco. 
«Buena parte de las ideas y de las teorías de la izquierda hoy ya no nos sirven. O sea, no podemos resolver los problemas de hoy leyendo a Marx. Está muy bien leer a Marx, yo lo defiendo, pero no están ahí las respuestas. Como también está muy bien leer a Trotsky, pero ¿cómo hacés para resolver el tema Botnia con eso?», insiste, con ironía, el periodista uruguayo.
 
Para él, la izquierda de la región tiene un discurso y una práctica «para un mundo que ya no existe». «La cultura juvenil, la cultura de las mujeres, es una cultura y un modo de vida que no tiene ninguna relación con lo que fue la izquierda de los ’50 o ’60. Es otra cosa. Entonces, ahí hay una disonancia muy fuerte», explica.
 
Brasil, ¿el nuevo imperialismo?
 
Tras doce años de investigación, el analista uruguayo Raúl Zibechi resume en este trabajo el rol de Brasil en el actual contexto geopolítico latinoamericano, visto desde abajo. Es decir, cómo afecta a los movimientos sociales el nuevo paradigma que domina la región.
 
Por: Manuel Alfieri

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