Colonialismo y Patriarcado // Sobre el cuerpo de las mujeres se construyó tu imperio

«Robaron los conquistadores una página del universo” José Martí 1884.
 
La cacica Anacaona (1474-1503) es parte de la resistencia a la colonización.
 
Cuando Colón llego a Isla Española (hoy Haití,  la isla empobrecida por el capitalismo patriarcal), ella y su pueblo no rechazaron inmediatamente a esos varones diferentes. Comenzaron a dar  batallas cuando sufrieron el maltrato, los abusos sexuales de esos aventureros mercantiles.  

 
Lucharon por la tierra y en defensa de la etnia. A pesar de no haber hecho más que tratar de defender a su gente de los terribles abusos de los españoles, Anacaona fue considerada como una amenaza y por esto fue condenada a morir en la horca en medio de una plaza pública.
 
Años después en esa misma tierra, se produjo el primer grito de libertad; castigado hasta la actualidad por otros imperialismos y colonizaciones.
 
Mirar la historia de los procesos de ocupación, saqueo y genocidio por parte de los “conquistadores” hace cinco siglos con lentes anticapitalistas y antipatriarcales nos permite ver que las realidades latinoamericanas tienen un pasado y un presente común que confluyen en las resistencias de las mujeres explotadas y los pueblos  oprimidos que luchamos contra el capitalismo, el patriarcado y el racismo. Nos permite observar que el neocolonialismo  agudiza  sus discursos y prácticas fundamentalistas en formas sutiles para seguir manteniendo su poderío y dominación destruyendo la diversidad y promoviendo la estigmatización del otro/a. Y que los nuevos imperialismos se apoyan y refuerzan en las lógicas instaladas por las viejas metrópolis.   Por esos motivos es insuficiente abordar la realidad desde una sola perspectiva, para entender al sistema de dominación actual debemos pensarlo desde múltiples dimensiones, entre las que pueden citarse: la clase social, el género, la etnia, la edad y las identidades sexuales, y entendiendo que los/as sujetos/as  sociales son complejos y diversos, pero sobre todo, desiguales.
 
El proceso “conquista” de América Latina en el siglo XVI implica un hecho colonial en el cual las feminidades mestizas, indígenas y afrodescendientes fueron asociadas a la ilegitimidad y la transgresión; los saberes y prácticas ancestrales considerados perturbadores del orden social y todo aquello que no fue digno de saqueo o mirada exótica fue destruido. Como explica Chandra T. Mohanty en sus estudios de feminismos del “tercer mundo”, ”La colonización supuso, en todos los casos, una relación de dominio estructural y una supresión, generalmente violenta, de la heterogeneidad del sujeto” (1991). Dicho proceso ubica, además, al continente como una periferia que en la división internacional del trabajo, América se convierte en un territorio que envía materias primas a los imperios europeos, se constituye como el espacio de transferencia de valor hacia el norte para que el norte crezca, pero también se conforma como un espacio de territorialización de un capitalismo periférico.
 
En el mismo proceso colonial, además, se configura con el correr de los años la imposición de un sistema de relaciones patriarcales como un espacio donde las mujeres son la base de un sistema económico opresivo. Las mujeres confinadas al espacio de la servidumbre y del trabajo doméstico son sujetos “superexplotados” cuyo trabajo permite la reproducción de las condiciones materiales de subsistencia pero de forma “invisible” para un mercado laboral en principio de esclavxs y luego en los siglos posteriores de obrerxs. En la actualidad, observan las economistas feministas, la mundialización de la expoliación del trabajo se alimenta de una “relación colonial de género“, basada en las desigualdades salariales y en la segregación del empleo en función de género, así como en una división internacional del trabajo que fomenta la dominación de los países industrializados en la vieja periferia (Pottier, 1998). Tal es el caso del trabajo en las maquilas ubicadas en México y Centroamérica, como para citar un ejemplo, en las que se emplea mano de obra mayoritariamente femenina. El capital permanece en los países ricos y la producción se realiza en enclaves neocoloniales donde, principalmente, se explota a las mujeres.
 
Pero existe otro elemento de gran importancia para explicar los reforzamientos mutuos entre el colonialismo y el machismo: el rol de la Iglesia Católica. Esta institución paradigmática, sostén y justificativo de la conquista violenta y la inferiorización de las creencias precolombinas, fue especialmente destructiva para las mujeres. La imposición del heterosexismo, el control sobre el cuerpo femenino y la sexualidad, el mandato de obediencia que había preconizado la quema de brujas en la edad media, caía como un yugo opresor sobre las mujeres americanas. La misoginia de esta institución, siempre señalando los poderes malignos de las mujeres, moldeó un ideal de madre, mujer virgen y mujer dócil ubicando además en espacios de confinamiento (la casa, el convento) a la costilla de Adán. Y hasta hoy, la iglesia decide sobre nosotras cuando nos niega el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra vida, dando cuenta de cómo se articula con los poderes actuales para sostener esta opresión colonial.
 
Hacia un feminismo popular, diverso, descolonizado
 
Nosotras, las mujeres indígenas, manglareras, campesinas, pescadoras, montubias, afroecuatorianas, mestizas, cholas,  del campo y la ciudad, mujeres profesionales, amas de casa, lesbianas, jóvenes, jubiladas, adultas mayores, discapacitadas, unidas en la diversidad, que nos encontramos organizadas en varios grupos, organizaciones y colectivos sociales, mujeres diversas y populares nos manifestamos en el Día Internacional de la Lucha Campesina. Nos es necesario hacer presencia y levantar la voz política de la igualdad en medio de las diferencias, la voz política de los sueños y las demandas, una voz unitaria, una voz cultural y ancestral, una fuerza política y social que el capitalismo y el patriarcado no han podido callar.
 
Documento de la Asamblea de Mujeres Populares y Diversas del Ecuador en el Día Internacional de la Lucha Campesina
 
A pesar de que el derrotero de la relación entre los movimientos feministas y de mujeres y los movimientos indígenas y anticoloniales muestran un camino de encuentros y desencuentros, en los últimos años en Nuestramérica se fue dando paulatinamente un proceso de confluencia en lo que se denomina “feminismo Decolonial o descolonizador”. Para las mujeres indígenas, mulatas, mestizas, negras,  ha significado empezar a poner la mirada en las herencias coloniales pero además, en aquellos comportamientos discriminatorios hacia las mujeres que se producían en el marco de sus comunidades; mientras que, en algunos casos, la reflexiones desde el feminismo, empezaron a considerar la perspectiva de género como insuficiente para entender y explicar las diversas realidades que viven las mujeres urbanas y rurales, indígenas, mestizas, negras, blancas, jóvenes, adultas, ricas y pobres. En este marco, en el plano político, en los encuentros locales e internacionales, en foros sociales, y en las activas militancias populares, barriales, territoriales, de lucha contra los modelos extractivistas y degradadores de la tierra, aparecen definiciones importantes como la de los feminismos  populares que parten del debate sobre la relación entre el colonialismo y el patriarcado.
 
Al igual que la idea de soberanía, la noción del buen vivir que retoman los movimientos indígenas en Bolivia y en Ecuador, aparecen en las nuevas constituciones plurinacionales. El buen vivir tiene como eje articulador la reproducción de la vida, asentada en la complementariedad, reciprocidad e igualdad económica, política y cultural; y puede ser un concepto útil para un horizonte sin capitalismo, colonialismo ni patriarcado. De esta manera, se pone el foco en una articulación que permite releer la historia y proyectar una resistencia común entre las mujeres explotadas, excluidas  y los pueblos oprimidos.
 
Si recordar es pasar por el corazón, la noche en la que recordamos el último día de libertad de los pueblos originarios pasamos por el corazón cinco siglos de resistencia y a las  protagonistas de esas luchas como la cacica Anacaona, a Guacolda, a la india Juliana y a otras luchadoras que resistieron la invasión colonizadora, como tantas otras mujeres indígenas y mestizas que pelearon en las guerras de la independencia. También retomamos a aquellas mujeres que custodian los saberes y los poderes ancestrales en Nuestramérica, en una resistencia humilde y cotidiana al occidente avasallante.
 
Las reivindicamos señalando la necesidad de retomar la mitad invisible de la historia. Tomamos en nuestras manos la apuesta política de construir un sujeto de la emancipación anclado en la particular historia del capitalismo colonial machista. Un sujeto que se vislumbra múltiple, feminista y popular.
 
 
 

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