En defensa del extractivismo en Ecuador: la retórica de lucha con «el cadáver en el sótano»
Aunque creemos que no vale la pena desgastarnos respondiendo a afirmaciones calculadas como la de Emir Sader con discusiones que en la práctica no aportan a la defensa de la vida y los territorios en disputa, compartimos los argumentos que Verónica Gago expone para responder a las acusaciones de este defensor del progresismo; y el texto de Juan Cuvi en el que nos recuerda un poco «la vieja tradición soviética de intelectuales enajenados». Ambas respuestas son claras y aplican más allá de Ecuador.
Precisamente «… 5) Lo que Sader llama “la disputa mayor del continente” es claramente el modo retórico de defensa abstracta a algunos gobiernos. Que para hacerlo tenga que despreciar a las luchas concretas y atribuirse el “ser de izquierda” (en este caso como sinónimo de defender el oficialismo en Ecuador) revela uno de los mayores problemas del progresismo: el desprecio a las fuerzas sociales que no se encuadran y que cuestionan los cimientos neoliberales que el progresismo en el poder no se animó a confrontar. El texto de Sader revela un modo de argumentar más amplio que es incapaz de dar lugar a una verdadera discusión sobre los efectos perversos y violentos de las formas de articulación entre capital y Estado en el ciclo de los gobiernos llamados progresistas. Este cierre revela bastante de sus recientes derrotas.»
En realidad lo que la historia de ellos nos ha impuesto y hoy sigue quedando claro es que «Escribir por encargo, o hacerse de la vista gorda con el cadáver oculto en el sótano, no es una práctica novedosa entre ciertos sectores que fungen de izquierda. Fue una práctica instaurada por el estalinismo a partir del argumento de la confrontación mundial con el capitalismo. Para ello se diseminó por el planeta un ejército de escribanos que reproducían a nivel local las disposiciones emanadas desde el Partido Comunista Soviético. Se echaban loas a Hitler o a Churchill alternativamente, dependiendo de la marcha de los acontecimientos y del desarrollo de las estrategias. Lo único impensable en este juego de simulaciones era formular alguna crítica contra la URSS.». ¿Cómo Así?
Respuesta a Emir Sader // Verónica Gago
La acusación de Emir Sader (ver acá) a quienes firmamos el manifiesto impulsado contra el despojo de la comunidad Shuar a manos de proyectos de minería megaextractiva y la persecución de lxs militantes de Acción Ecológica es útil: explicita muchas de las razones que contribuyen a lo que él dice querer evitar: la debilidad –envuelta en soberbia– de lo que fueron o son los llamados “gobiernos progresistas” y de muchos de los intelectuales que se consideran orgánicos a ellos. Veamos los puntos:
1) El lugar en el que ubica a las luchas sociales por el territorio y por la vida. Él dice: “Más allá de la justicia o no del reclamo, más allá de la mayor o menor importancia del tema”. El menosprecio que implica ese “más allá de la justicia” y el lugar en el que intelectuales como Sader creen ocupar para marcar ese más allá, que no es más ni menos que el lugar del calendario electoral ubicado como instancia superior, reitera una vez más cómo los conflictos y las luchas concretas sólo son nombradas o convocadas cuando refrendan la legitimidad de un gobierno. Y cuando no contribuyen a tal propósito, además de poner en duda su “justicia” o de relativizar el peso de esa “justicia” con relación a una escena supuestamente “mayor”, son reducidas a un mero “tema”. De nuevo: el desprecio a las luchas concretas no es más que una pirueta para no discutir la articulación de los gobiernos con la trama de negocios con las multinacionales y el modo en que eso se traduce en violencias concretas para comunidades concretas. No se pide un purismo a los gobiernos llamados progresistas, sino un balance político sobre los efectos concretos que se esconden una y otra vez en nombre de la “soberanía nacional”.
2) El tiempo en el que ubica a las luchas sociales por el territorio y por la vida. Dice Sader que en las inminentes elecciones presidenciales en Ecuador de lo que “se trata es del futuro del país”. ¿Debemos entender que las luchas que piden un acompañamiento y un pronunciamiento público complotan contra el futuro? La culpabilización a los movimientos y a las organizaciones que no se cuadran es bien jodido: justifica su criminalización en nombre de una soberanía abstracta y a futuro, justifica en el presente la avanzada neoextractiva depredadora. Pero aún de modo más irónico, Sader dice que la eventual victoria del candidato opositor al oficialismo representará “la devastación de la Amazonia y de los pueblos que la habitan”. Es llamativo cómo ese “tema” le interesa sólo a futuro y como argumento a favor del voto del candidato que apoya Correa (es gracioso incluso que advierta sobre la amenaza que viene con la palabra “desmonte” de todo lo conquistado).
3) La acusación a la construcción de alianzas y redes de apoyo. Sader habla a los intelectuales (en masculino, por supuesto). Con eso, primero desprecia a las organizaciones y luchas que son las impulsoras del manifiesto. Luego, explica que lxs firmantes o estamos engañadxs o tenemos mala fé o somos hipócritas porque la ecuación es simple: apoyar a las luchas en los territorios es hacerle el juego a la derecha y debilitar al gobierno (a escala regional). En América latina, ese binarismo logró congelar durante bastantes años las posibilidades de discusión, imposibilitó a muchas luchas tener un lugar sin quedar subsumidas en si estaban a favor o en contra de los gobiernos. La ofensiva conservadora y neoliberal de la región que estamos presenciando se debe en parte al modo en que esos espacios de debate internos, de escucha a los movimientos, de crítica no canalla fueron desconocidos, despreciados y, en muchos casos, perseguidos. Al modo en que se disciplinó desde arriba toda crítica a las articulaciones problemáticas entre neodesarrollismo, neoliberalismo y neoextractivismo. Que ahora se insista de nuevo en culpabilizar a la crítica de las derrotas electorales es, ni más ni menos, lo que permite una vez más quedar a salvo y dejar intocado un modo de pensamiento político que ya mostró sus límites.
4) La “ultraizquierda” como causa de la derrota progresista. Este argumento, que acusa de complot y de instrumentalismo a las alianzas entre movimientos e intelectuales críticxs, con el sólo propósito de una posición “aventurera” que busca conseguir un lugar en el campo político, no sólo es mezquina (se atribuye la famosa hegemonía del espacio político), sino que sobre todo pone a la crítica como “causante” de un amplio rechazo –que aun no se termina de discutir a fondo- de la legitimidad de los gobiernos progresistas, evitando así problematizar en serio las causas de las sucesivas “derrotas”. Esto implica no sólo la infantilización del electorado de distintas clases sociales, sino también el desconocimiento de cómo operan fuerzas bastante más complejas: las iglesias contra la llamada “ideología de género”, las finanzas como formas de explotación a las economías populares, las concesiones a las multinacionales como expropiaciones directas a las comunidades, etc.
5) Lo que Sader llama “la disputa mayor del continente” es claramente el modo retórico de defensa abstracta a algunos gobiernos. Que para hacerlo tenga que despreciar a las luchas concretas y atribuirse el “ser de izquierda” (en este caso como sinónimo de defender el oficialismo en Ecuador) revela uno de los mayores problemas del progresismo: el desprecio a las fuerzas sociales que no se encuadran y que cuestionan los cimientos neoliberales que el progresismo en el poder no se animó a confrontar. El texto de Sader revela un modo de argumentar más amplio que es incapaz de dar lugar a una verdadera discusión sobre los efectos perversos y violentos de las formas de articulación entre capital y Estado en el ciclo de los gobiernos llamados progresistas. Este cierre revela bastante de sus recientes derrotas.
Fuente: Lobo Suelto
Publicado el 31 de diciembre de 2016
Juan Cuvi
Coordinador Nacional de Montecristi Vive
En la vieja tradición soviética de intelectuales enajenados, Emir Sader propone la sumisión incondicional del pensamiento. Olvida –o desconoce– que los intelectuales tienen que producir ideas, no repetir consignas. Por eso se enroncha con la condena que cientos de intelectuales de izquierda han expresado frente a la decisión del gobierno de Correa de disolver a Acción Ecológica… y de reprimir al pueblo shuar, y de criminalizar y perseguir a los líderes populares, y de poner al Estado ecuatoriano al servicio de las transnacionales chinas, y de destruir la biodiversidad amazónica para facilitar la explotación minera y petrolera.
Alineado con ciertos poderes de turno, Sader no quiere aceptar que entre la demagogia de los gobiernos populistas y los derechos de los pueblos median decisiones políticas opacas e inescrupulosas. Como los negocios privados y la corrupción de una flota de funcionarios del régimen correísta alrededor de las gigantescas inversiones extranjeras y de las grandes obras públicas. Poco le importa que en la vorágine populista se hayan sacrificado las agendas de la sociedad civil, de los pueblos indígenas, de los movimientos sociales o de la izquierda. Lo fundamental es ser políticamente correcto con quien paga la cuenta del despilfarro y del clientelismo de una década.
Escribir por encargo, o hacerse de la vista gorda con el cadáver oculto en el sótano, no es una práctica novedosa entre ciertos sectores que fungen de izquierda. Fue una práctica instaurada por el estalinismo a partir del argumento de la confrontación mundial con el capitalismo. Para ello se diseminó por el planeta un ejército de escribanos que reproducían a nivel local las disposiciones emanadas desde el Partido Comunista Soviético. Se echaban loas a Hitler o a Churchill alternativamente, dependiendo de la marcha de los acontecimientos y del desarrollo de las estrategias. Lo único impensable en este juego de simulaciones era formular alguna crítica contra la URSS.
Ese sencillo y perverso mecanismo no solo impidió conocer lo que ocurría al interior de los países del socialismo real, y entender las razones de su espectacular colapso a fines del siglo XX, sino que restringió toda posibilidad de construir un pensamiento alternativo de izquierda en América Latina. Generaciones enteras de revolucionarios quedaron enredados e inmovilizados entre una maraña burocrática absurda e incomprensible. Las aberraciones teóricas del estalinismo nos pasan factura hasta la actualidad. Y todo por esa visión reduccionista de la confrontación ideológica: la realidad tenía que ser embutida en los obtusos dogmas de las teorías oficiales.
Cuestionar las imposiciones políticas e ideológicas de la intelligentsia soviética era un sacrilegio. Quienes osaban poner en duda las verdades oficiales eran automáticamente tachados de contrarrevolucionarios, enemigos del socialismo, quintacolumnistas del capitalismo o, simple y llanamente, de agentes de la CIA. El control se ejercía desde la sacralización del discurso, desde el más pedestre maniqueísmo. La crítica corrió la misma suerte que la autonomía de la razón: ambas quedaron proscritas.
Aquellos intelectuales de izquierda que adscribieron a esta línea política quedaron reducidos a la más penosa mendicidad. Tenían que esperar estoicamente la caridad ideológica que chorreaba de las alturas. Y, agradecidos, morder al enemigo de turno. Como hace Emir Sader.
La justificación de estas posturas parte de una dicotomía tan elemental como burda: la validación por simple comparación. El socialismo real era positivo sencillamente porque cumplía la función de contrapeso al ruin capitalismo. Mutatis mutandi, hoy toca defender a los auto-proclamados gobiernos progresistas de la región porque hablan mal de los Estados Unidos. Antes había que apartar la vista de los crímenes masivos, de las purgas, de la devastación ecológica y de la aniquilación de los derechos y libertades en Europa del Este; ahora hay que hacerse los desentendidos con la corrupción, las políticas neoliberales o la destrucción de la organización social puestas en práctica por los susodichos gobiernos.
De más está insistir en qué terminó este fundamentalismo político. No solo que el socialismo real jamás llegó a ser una alternativa al capitalismo de Occidente; hoy, el capitalismo ruso es aún más devastador que el que en su momento pretendió combatir. Y detrás de esta dramática conversión únicamente quedaron los escombros de un sueño revolucionario que se llevó consigo las esperanzas de millones de seres humanos.
Emir Sader quiere empujarnos a un dilema que no por parecido resulta igual. Porque la contradicción entre el gobierno ecuatoriano y las fuerzas conservadoras tiene más de cascarón que de condumio. ¿O es que no se ha enterado que durante una década los mayores beneficiarios del modelo populista han sido los principales grupos monopólicos del país? ¿O que el Ecuador entero está empeñado a las transnacionales chinas, muchas de las cuales cuentan entre sus activos con capitales gringos y europeos? ¿O que el gobierno acaba de suscribir un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea en las peores condiciones imaginables?
Argumentar que la continuidad del correísmo implica una defensa de los derechos sociales del pueblo, del empleo y los salarios de los trabajadores, del medio ambiente y de la soberanía refleja un cinismo imperdonable. O simple ignorancia. O mala fe (para utilizar el mismo calificativo con que Sader aboga por la candidatura de Lenín Moreno, y que coincide con una de las muletillas favoritas de Rafael Correa). Es precisamente por el retroceso experimentado en estos diez años en estos derechos que los movimientos sociales y las organizaciones de izquierda han resistido y se han opuesto al gobierno de Alianza País. Y es justamente para impedir la profundización de estas regresiones que el movimiento indígena, las centrales de trabajadores históricas, el movimiento ecologista, las organizaciones de mujeres y la izquierda en general llevan años luchando por auténticas alternativas de cambio social.
Esto es lo que Emir Sader maliciosamente obvia mencionar. Simplifica la contradicción electoral entre el candidato oficialista y Guillermo Lasso, cuyo banco es uno de los grandes beneficiarios del correísmo, para desvanecer la candidatura de Paco Moncayo, de los partidos de izquierda, de la socialdemocracia y de los movimientos sociales. Repite mecánicamente la consigna del correísmo; medra de los discursos oficiales; mendiga instrucciones. Negando la diversidad pretende absolutizar una supuesta confrontación entre dos sectores (Moreno y Lasso) que tienen más coincidencias que discrepancias.
No son los intelectuales críticos del correísmo quienes le hacen el juego a la derecha; son la condescendencia y la marrullería de Sader las que santifican a un régimen que sistemáticamente ha buscado sepultar toda posibilidad de cambio profundo de la sociedad ecuatoriana. En su caso, no corresponde pedirle que asuma ninguna responsabilidad política; hay que exigirle un mínimo de honestidad.
Diciembre 29, 2016
Fuente: Montecristo Vive