Enseñar a escribir como un loco
Dicen que eso de enseñar es una vocación. Y dicen también que enseñar artes es complicadísimo, porque se supone que las personas tenemos o no la capacidad de cantar, de componer piezas musicales, de pintar un cuadro, de esculpir una figura, de dirigir una película, de actuar en un escenario o frente a una cámara, de danzar, de escribir un poema o un cuento o una novela. Y la letra con sangre no entra.
Pero hay gente que se empeña en enseñar artes. Y a fe que lo logra. Una de esas personas es Isaías Peña Gutiérrez, quien con su pausada persistencia de huilense lleva no sé cuántos años combinando su actividad como periodista, abogado, historiador, escritor, crítico literario, docente de literatura.
Con terquedad fundó en 1981 el Taller de Escritores de la Universidad Central, luego la carrera de Creación literaria en la misma universidad y después la especialización en Creación narrativa, allí mismo. A él se le debe eso, y a su poder de convicción a las directivas del plantel educativo, que aunque hubieran querido no habrían podido decirle que no. Es más: el exrector de la Universidad Central, Guillermo Páramo Rocha, dijo que el Taller de Escritores es “la obra de arte de Isaías”. Además de todo, creó una revista, Hojas universitarias, donde son publicados poemas, cuentos, reseñas, ensayos.
Es un gran tipo, Isaías Peña Gutiérrez. Algunos le dicen Maestro, pero yo le digo Isaías, con el mismo respeto y reconocimiento a su labor.
Es que soy uno de los beneficiados con el Taller de Escritores, hace 19 años, en la que entonces era la única sede de la Universidad. A veces no había salones y nos reuníamos en la biblioteca, donde hablaba de la estructura narrativa de “El Decamerón” y de las “Las mil y una noches”, para pasar a Edgar Allan Poe y a José Saramago, el grande portugués. Recuerdo el pormenorizado análisis del cuento “La silla”, inspirado en la caída del dictador António de Oliveira Salazar. Millones de Anobium actúan en una sucesión de siglos y entonces, con la magia de Saramago, comienza el cuento: “La silla empezó a caer, a venirse abajo, a inclinarse, pero no, en el rigor del término, a desatarse. En sentido estricto, desatar significa quitar las sujeciones. Bien, de una silla no se dirá que tiene sujeciones, y, si las tuviera, por ejemplo, unos apoyos laterales para los brazos, se diría que están cayendo los brazos de la silla y no que se desatan. Pero es verdad que se desatan lluvias, digo también, o recuerdo más bien, para que no me suceda caer en mis propias trampas: así, si se desatan chaparrones, que es apenas un modo diferente de decir lo mismo, ¿no podrían, en resumen, desatarse sillas, incluso no teniendo sujeciones? ¿Al menos como libertad poética? ¿Al menos por el sencillo artificio de un hablar que se proclama estilo? Acéptese entonces que se desaten sillas, aunque sea preferible que se limiten a caer, a inclinarse, a venirse abajo. Sea desatado, sí, quien en esta silla se sentó, o ya no está sentado, sino cayendo, como es el caso, y el estilo aprovechará la variedad de las palabras que, finalmente, nunca dicen lo mismo, por más que se quiera”.
Libertad poética, variedad de palabras, es lo que les enseña Isaías a sus estudiantes, que los sigue teniendo y tendrá mientras la palabra exista, mientras la libertad exista, por lo menos como palabra.
En entrevista concedida a Francisco Celis hace tres años, Isaías dijo al respecto del taller de creación narrativa que la palabra creación “no era muy aceptada porque el mundo marxista la asociaba con la religión. Para mí crear es un hecho material y espiritual, pero ante todo material; de ahí se desprende el espíritu. Yo lo reivindico después porque cuando tensas una cuerda o aplicas un pincel son hechos materiales”.
Estas líneas, cargadas de afecto y agradecimiento, surgen porque Isaías, el profesor, el Maestro, dejó la dirección del Taller de Escritores y de la carrera de Creación literaria en la Central. Ya sus profesores-pupilos le hicieron una despedida, ya el rector Rafael Santos escribió una carta, ya el poeta Roberto Burgos Cantor se sentó en la silla de Isaías para dirigir eso que llaman docencia de literatura. Difícil labor, pero el poeta también tiene con qué. Silla que no correrá la misma suerte de la del cuento de Saramago, porque está hecha con materiales que no aceptan Anobium como el que tumbó al dictador de la península ibérica.
Isaías nació en Saladoblanco, Huila, el 13 de junio de 1943. Eso significa que acaba de cumplir 73 años, durante los cuales –incluso siendo un niño– se ha dedicado a las letras. Primero en un periódico y una emisora estudiantil, luego con tertulias, después con sus propios libros y columnas de opinión, hoy con el blog “Escribir como un loco”.
Escribir como un cuerdo es para los académicos y aunque Isaías lleva tantos años en la academia, en sus talleres, en sus clases es lo menos esquemático que uno pueda imaginar. Les da plena libertad a los que aspiran a ser escritores y a quienes ya lo son pero no se la creen y quieren perfeccionar su pluma.
Sí, es un gran tipo Isaías, así escriba como loco. Porque de Quijotes es emprender tareas como la suya, aunque tenga plena conciencia de que “la meta de un curso de creación literaria no es convertir a sus estudiantes en premios Nobel”, como declaró hace poco. La tiene clara, así que no es tan loco. O es que, como don Quijote de la Mancha, a veces parece cuerdo.
Por Javier Correa Correa
Colaborador de Quijotadas
Correo-e: quijotadaselespacio@gmail.com
Julio 5 de 2016