Zapatismo. Otras geografías circa “el Fin del Mundo”
Compartimos este excelente texto de Álvaro Reyes en el que aparece un recorrido político del zapatismo y reconoce su fuerza y su validez para todas y todos los pueblos, en sus propios términos. Mientras la derecha global, es decir, el sistema, el régimen que inventó la geografía del mundo diseñando mapas -según la imaginación y las necesidades de la codicia- para los territorios, fronteras, estados-nación, continentes. Mientras todos los ámbitos delimitados y los mapas que hemos aprendido y aceptado, que nos ubican en el mundo del abuso y del poder para que lo aceptemos, respondieron al imaginario y a las necesidades de la conquista. Mientras hoy, siguiendo esa historia y a partir de esas cartografías ya obsoletas para los intereses de los poderosos, está en curso una re-territorialización desde arriba que hace y deshace fronteras para consolidar la acumulación y el despojo. Desde abajo y a la izquierda, los otros territorios, los que fueron sometidos en mapas y administraciones pero siguieron resistiendo, las otras geografías -empezando por las de los imaginarios- no solamente siguen existiendo sino que -como en el caso ejemplar de las y los zapatistas que acá se recorre- desde adentro y tejiéndose siempre hacia afuera- son verdades, mapas de la vigencia de nuestras vidas, que se caminan y se viven aunque derechas e izquierdas modernas las declaren muertas. Resistir y vivir otros mundos es lo mismo y simultáneo. La opción no es el poder ni el estado, sino un mundo de muchos mundos, frente al cual, el de ustedes se derrumba estruendosamente. Así sí. Carajo!!! Resistencias y Caminos. Pueblos en Camino
«… Es importante señalar que, a pesar de la inspiradora perseverancia del EZLN, el marco temporal a largo plazo implícito en la presente estrategia política de los zapatistas torna arbitraria cualquier conclusión sobre su éxito o fracaso final. No obstante, resulta innegable que el EZLN ha añadido coordenadas estratégicas a nuestra “geometría política” contemporánea, ofreciendo un camino diferente a una izquierda global que ha tendido a oscilar desbocadamente y con poco éxito entre la contrahegemonía (verticalización) y la espontaneidad (horizontalismo) en su esfuerzo por “cambiar gobiernos”. Es decir, nuestra época ha estado marcada, por un lado, por las estrategias contrahegemónicas de reconstrucción de la soberanía sobre el territorio nacional o de trabajo dentro de los “no lugares” del capital transnacional y, por otro, por las prácticas espontaneístas de protesta, ocupación y creación de zonas autónomas temporales. Pero en ninguna de estas estrategias de izquierda (y mucho menos en su combinación) aparece en realidad la posibilidad de una producción territorial innovadora, ya que todas ellas son en último extremo intentos de ocupar, reproducir o, en el mejor de los casos, redistribuir el territorio dado…»
Zapatismo. Otras geografías circa “el Fin del Mundo”
Alvaro Reyes[1]
El presente texto fue escrito entre junio de 2013 y julio de 2014 y apareció publicado en Environment and Planning D: Society and Space 33, 2015.
Resumen. Un coro de activistas e intelectuales afirman que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional ha dejado de existir o bien se ha vuelto irrelevante desde el punto de vista político para México y para el mundo. En este artículo, propongo otra tesis: a pesar de la enormidad de su tarea, el proyecto zapatista mantiene el pulso y se merece una cuidadosa consideración. A este fin, sostengo, en primer lugar, que gran parte de la confusión con respecto a la “muerte” del zapatismo procede de un cambio en la estrategia zapatista en respuesta a la descomposición de la sociedad mexicana a resultas de la actual crisis global del capitalismo. A continuación, detallo cómo, habiendo previsto esta descomposición, los zapatistas se propusieron teorizar la naturaleza del capitalismo contemporáneo y reconceptualizar en consecuencia la política anticapitalista. Desde principios de la década de 2000, esta reconceptualización ha conducido a un desplazamiento en la estrategia zapatista que, aunque no sea fácilmente inteligible para los medios de comunicación contemporáneos o para buena parte del discurso académico actual, se centra en la construcción de “otras geografías”. Por último, argumento que, a juzgar por los acontecimientos de los últimos años, esta estrategia ha permitido a los zapatistas no sólo perseverar, sino, además, plantear una alternativa concreta a las corrientes dominantes de la izquierda con respecto a la estrategia política y espacial.
Palabras clave: Zapatistas, México, crisis capitalista, territorio, reterritorialización, nuevas territorialidades, anticapitalismo.
Introducción. Los muertos vivientes
Al romper el alba en el Sureste mexicano, Estado de Chiapas, el 21 de diciembre de 2012, las cámaras de televisión clavaban sus objetivos en la multitud de turistas que habían tomado el lugar para presenciar “El Fin del Mundo” que confusamente se pensaba habían vaticinado los antiguos mayas. Sin embargo, en las ciudades de Altamirano, Palenque, Las Margaritas, Ocosingo y San Cristóbal de las Casas empezaron a llegar relatos de una actividad inusual: grupos de indígenas construyendo escenarios improvisados de madera en la parte trasera de sus camionetas. Algunas horas más tarde, 45.000 miembros encapuchados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), todos ellos indígenas choles, tzeltales, mames, tojolabales, zoques y tzotziles, llegaban a estos centros urbanos en columnas perfectamente ordenadas. Los transeúntes se paraban con incredulidad ante los escenarios improvisados a la espera de que estos mayas enmascarados hicieran algún tipo de declaración, pero miles de zapatistas pasaron por los escenarios en un silencio escalofriante con el puño izquierdo levantado. En cuestión de horas, el contingente zapatista había dejado los centros urbanos en el mismo silencio y con la misma y tan comentada disciplina con la que había llegado, dejando a muchos con la pregunta sobre el sentido de todo aquello: una de las mayores marchas en la historia de Chiapas y la mayor movilización nunca vista de los zapatistas. A última hora de la tarde, un mensaje de cinco líneas, igualmente críptico, apareció en la página web del EZLN. Firmado por el Subcomandante Insurgente Marcos en nombre de la Comandancia General del EZLN, decía:
A quien corresponda.
¿Escucharon?
Es el sonido de su mundo derrumbándose.
Es el del nuestro resurgiendo.
El día que fue el día, era noche.
Y noche será el día que será el día
(EZLN, 2012a).
En un comunicado unos días más tarde, los zapatistas vendrían a ofrecernos algo de ayuda para resolver el misterio que rodeaba sus acciones del 21 de diciembre de 2012, declarando que lo que otros habían tomado por una profecía (es decir, “el fin del mundo”), ellos tenían la intención de convertirlo en promesa (es decir, ponerle fin a este mundo) (EZLN, 2012b).
Increíblemente, apenas unos meses antes de su masiva marcha del “Fin del Mundo”, una serie de sectores de la sociedad mexicana había declarado al EZLN prácticamente muerto. En este artículo, intentaré cubrir una laguna dentro del discurso académico anglófono ofreciendo un análisis extenso de los acontecimientos que rodearon tanto la “muerte” como el “resurgimiento” del EZLN. El artículo se divide en dos apartados. El primero, titulado “¿Muerte del EZLN? ¿O muerte de México?”, empieza con un examen de la manera en que, después de una reorientación explícitamente “anticapitalista” de su estrategia política en la primera mitad de la década de 2000, la izquierda “progresista” e institucional de la sociedad mexicana aisló por completo al EZLN y el gobierno mexicano lo declaró de facto muerto. Con objeto de comprender los cambios sociales e históricos que hicieron necesaria la reorientación estratégica del EZLN, analizo la descomposición contemporánea de México, que se inició con el descuartizamiento de la propiedad comunal de la tierra y del Artículo 27 de la Constitución mexicana, abriéndolos a las dinámicas destructivas de la reterritorialización neoliberal. Tras haber explicado el fin del contrato social que hizo del “pueblo de México” una realidad, termino este primer apartado delineando el actual crecimiento de la excepcionalidad legal en México y de la gobernanza por el terror que ahora sepulta el país con plena complicidad de toda la clase política mexicana. En el segundo apartado de este artículo, “Vida después de la muerte. Cómo el EZLN propone construir el poscapitalismo”, desarrollo tres argumentos principales a través de una lectura detallada de los textos zapatistas y de una explicación directa de las instituciones políticas zapatistas contemporáneas. En primer lugar, demuestro que el EZLN, a través de un análisis sistemático de la crisis estructural del capitalismo, predijo y explicó la situación en la que ahora está sumido México y, cada vez en mayor medida, a juicio de los zapatistas, el resto del mundo. En segundo lugar, analizo que el EZLN, al añadir nuevas dimensiones a la “geometría” de la lucha política, es capaz de conceptualizar un “mundo” en el aquí y ahora más allá de aquel del capitalismo neoliberal, liberando potencialmente el pensamiento y la acción políticos allende Chiapas de dos callejones sin salida que se retroalimentan mutualmente: la revitalización del capitalismo neoliberal y la caída en la desesperación apocalíptica. Por último, a través de un breve relato personal de mi propia experiencia en 2013 como alumno de “la Escuelita” zapatista, examino la manera en que la estrategia política de los zapatistas, basada en la construcción de una institucionalidad alternativa, ha estado íntimamente ligada a prácticas de construcción de lo que ellos llaman “otra geografía”. Esta construcción de nuevas prácticas territoriales no separatistas ha sido incorporada en la actualidad por otras organizaciones de todo México y se superpone y entra en contradicción cada vez más claramente con los territorios del cálculo y de la destrucción. Sostengo que estas “otras geografías” zapatistas podrían funcionar de ejemplos concretos de estrategia espacial anticapitalista viable y, por lo tanto, hay que tomarlas mucho más en serio en la izquierda dominante y, de manera más específica, dentro de la geografía crítica.
Apartado I. ¿Muerte del EZLN? ¿O muerte de México?
- Crónica de una muerte anunciada
Al EZLN todavía se le conoce ante todo por su levantamiento contra el gobierno mexicano del 1 de enero de 1994. Aquellos doce días de acción armada resultaron ser la primera salva de lo que se convertiría en una oleada generalizada de resistencia en toda la región contra la consolidación de un proyecto neoliberal cada vez más inestable y brutal (Reyes, 2012). El levantamiento del EZLN pronto dio paso a negociaciones con el gobierno mexicano y el entonces gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) −negociaciones que, desde el principio, se centraron en la demanda del EZLN de una reintroducción de la protección de jure de la propiedad colectiva de la tierra, suprimida como condición de la entrada de México en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC). A través de estas negociaciones, la lucha del EZLN se convirtió en un punto de unión central para una amplia panoplia de adversarios de la “reforma” neoliberal en México, de los sindicatos radicales a las organizaciones de deudores, desde las organizaciones indígenas y campesinas hasta los elementos progresistas del partido de la “centro-izquierda”, el Partido Democrático Revolucionario (PRD).
A tal fin, los zapatistas optaron por desarrollar (al menos en público) una estrategia discursiva centrada en la voz y en la imagen del Subcomandante Insurgente Marcos. En formulaciones que, de forma sugerente, tienen similitudes con el análisis de Ernesto Laclau (1996) con respecto a la centralidad política del “significante vacío”, los zapatistas describen su estrategia discursiva como un intento de construir la figura de “Marcos” a modo de referente para los deseos de la franja más amplia posible de la sociedad mexicana. Tal y como comenta el EZLN, en aquel momento, había un “Marcos” para cada ocasión y para cada ideología política (EZLN, 2014a). La sociedad mexicana se apropió de esta figura, tal y como demuestra el muy circulado lema “Todos somos Marcos”[2]. Esta frase tenía la virtud de ilustrar precisamente el potencial político del significante vacío, en la medida en que denota el poder de esta figura para unir (“Todos somos Marcos”), a la par que basa ese espacio de unidad en su difusión social radical (“Marcos es todos nosotros”). Los zapatistas esperaban que a través de este significante vacío, una “sociedad civil” mexicana extremadamente fragmentada pudiera unirse contra el enemigo neoliberal común, encarnado por el PRI. La figura de “Marcos” era, por lo tanto, un referente para la “contrahegemonía de la diferencia” (página 402) que buscaría no tanto imponer “una revolución”, sino coordinar las fuerzas dentro y fuera del Estado para construir un espacio de articulación igualitaria (Rabasa, 1997). Éste sería una “democracia radical” (página 418) donde la “sociedad civil” mexicana podría debatir la dirección y el objetivo de esa revolución futura (Rabasa, 1997). Hay que señalar que, a través de esta estrategia discursiva, la influencia del EZLN en aquel momento fue tal que, tal y como nos recuerda el analista mexicano Luis Hernández Navarro (2013), su levantamiento y su posterior oposición fue el motivo más importante (aunque no el único) para la caída final de la dictadura septuagenaria del PRI.
Salinas de Gortari y sus sucesores del PRI, por su parte, evitaron toda negociación seria con el EZLN e intentaron, en lugar de ello, aislar al EZLN a través de un plan de contrainsurgencia detallado en el Plan de Campaña Chiapas 94*, de la Secretaria de la Defensa Nacional (SEDENA), que incluía la formación de organizaciones paramilitares en las regiones de influencia zapatista, así como el uso dirigido de ayudas gubernamentales para dividir a las comunidades zapatistas[3].
En 2001, con el PRI fuera de la presidencia por primera vez en setenta años, los zapatistas pusieron en marcha su Iniciativa de Reformas Constitucionales en materia de Derechos y Cultura Indígena en todo México, en lo que llamaron “La marcha del color de la tierra”. Acudieron millones de mexicanos, con representantes de cincuenta y seis pueblos indígenas de México y no pocos internacionales, en una muestra arrolladora de apoyo a esta nueva iniciativa. La marcha culminó el 11 de marzo de 2001, con más de un millón de partidarios del zapatismo llenando el enorme Zócalo* de Ciudad de México. La magnitud del apoyo que obtuvo el evento generó expectativas generalizadas de que al menos algunas versiones de las reformas propuestas por los zapatistas fueran aprobadas por la asamblea legislativa mexicana y firmadas por el entonces Presidente Vicente Fox. A pesar del apoyo generalizado a su iniciativa, los esfuerzos de los zapatistas por reformar la Constitución acabaron en un fracaso, ya que los tres grandes partidos políticos del senado mexicano (el derechista Partido Acción Nacional o PAN, el PRI, de centro-derecha, y la “izquierda” institucional representada por el PRD) se unieron para oponerse a las reformas constitucionales del EZLN. Así, después de años de elaboración (al menos hacia fuera) de un proyecto de contrahegemonía nacional, lo que había sido la estrategia discursiva de los zapatistas hasta aquel momento llegó a un evidente callejón sin salida.
Muchos analistas creían en aquel momento que el EZLN simplemente volvería a Chiapas y limitaría sus actividades a sus comunidades de influencia directa, dejando a otros las cuestiones de poder político nacional. Más específicamente, gran parte de la izquierda “progresista” de México imaginaba que el EZLN apoyaría la fuerza creciente de la izquierda electoral, encarnada en el PRD −un partido que muchos en México imaginaban que llegaría al poder a la par que se producía el auge de los “gobiernos progresistas” contrahegemónicos en toda América Latina. Para gran consternación de todos ellos, en lugar de ello, el EZLN lanzó la Sexta Declaración de la Selva Lancandona el 25 de junio de 2005, cortando explícitamente todos sus lazos con la clase política mexicana. Lo más sorprendente, sin embargo, fue su definitivo y duro distanciamiento de la campaña presidencial del candidato del PRD, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), advirtiendo que no podía participar ni participaría en el “cambio” que la izquierda electoral imaginaba que AMLO representaba. El EZLN argumentaba que el PRD había trabajado de forma explícita para frustrar la iniciativa zapatista de reformas constitucionales, que representantes del PRD (en su mayoría antiguos agentes del PRI) habían participado en acciones de contrainsurgencia contra los zapatistas y, lo más importante, que el PRD y AMLO habían firmado una paz explícita con el orden neoliberal internacional (EZLN, 2005a). AMLO había elogiado a Vicente Fox, del PAN, por haber logrado para México lo que calificó de “equilibrio macroeconómico” (haciendo referencia específica a los axiomas neoliberales de reducción del déficit público y baja inflación). AMLO prometió mantener este “equilibrio” y prometió asegurar que la acción del Estado “no asfixie la iniciativa [privada] de la sociedad civil” (Petrich, 2011). Gracias a documentos obtenidos por wikileaks, sabemos que tales declaraciones obtuvieron el efecto deseado, aunque sólo fuera en la embajada estadounidense en México. En una comunicación acertadamente titulada “AMLO: no supone el apocolipsis”, el embajador estadounidense Tony Garza concluyó que AMLO estaba “colocando las piezas correctas en su sitio” y que, entre los ministros propuestos para su gabinete, “no había ningún radical”. De hecho, comunicaciones posteriores de la embajada estadounidense pasaron a conjeturar que gran parte del “populismo” de AMLO no era más que “retórica de campaña” y, ante propuestas procedentes desde sectores de izquierdas de la clase política mexicana, la embajada tranquilizó a Washington: “No creemos que AMLO apoye estas ideas más radicales” (Petrich, 2011, p. 2).
No obstante, los zapatistas no leyeron la traición política del PRD únicamente como un ataque en contra de ellos, ni tampoco como resultado de los defectos personales de AMLO. Tal y como se evidenciaría más tarde, veían sus dificultades como una señal clara de la llegada de una nueva situación política objetiva a todo México. A partir de lo que habían aprendido a lo largo de los años anteriores, declararon: “Nos levantamos contra un poder nacional sólo para darnos cuenta de que ese poder ya no existe […], lo que existe es un poder mundial que produce dominaciones desiguales en diferentes lugares, contra lo que nos levantamos es contra el capital financiero y contra la especulación” (Zapatista, 1999). Esta constatación exigía, pues, una nueva perspectiva estratégica, cuya tonalidad el Subcomandante Marcos captaba al manifestar: “Ya no hacemos las distinciones que antes hacíamos [dentro de la clase polĺitica mexicana], entre los malos y los que son mejores. No, son todos iguales” (Castellanos, 2008, p. 54).
A modo de impugnación directa de la clase política, los zapatistas pusieron en marcha en 2006 lo que llamaron “La otra campaña”. No se trataba de una iniciativa de apoyo de ninguno de los candidatos presidenciales existentes, ni tampoco de un llamamiento a la abstención. Era más bien una campaña para poner de relieve la necesidad de construir una red de organizaciones explícitamente anticapitalistas por todo México que creara en los hechos lo que denominaban “otra política” y, así, funcionara de contraparte frente a la alianza actual entre la clase política y el capital. Los zapatistas pronosticaron que muchos de sus antiguos partidarios se pondrían rápidamente en su contra y defenderían de manera incondicional la candidatura presidencial de AMLO y, en términos más generales, el electoralismo. De hecho, estaban tan seguros de este resultado que escribieron una carta preventiva de “(no) despedida” dirigida a la “sociedad civil”, intentando explicar su posición y, en cierto modo, vaticinando públicamente su muerte inminente (EZLN, 2005b). Su intuición se demostró correcta: la izquierda institucional se quedó atónita, las reacciones a las nuevas iniciativas del EZLN no tardaron en llegar y muchas fueron feroces. El aislamiento al que la izquierda institucional sometió al EZLN se haría aún más severo cuando, después de lo que con casi total seguridad fue un fraude electoral durante las elecciones a la presidencia de 2006 (Díaz-Polanco, 2012) (cuya mecánica el Subcomandante Marcos detalló y denunció duramente en una entrevista en directo en la radio al día siguiente de las elecciones)[4], parte de la izquierda electoral llegó incluso a vincular la crítica hecha por el EZLN a la derrota electoral (Rodríguez Araujo, 2006). Después de aquello, la cobertura del EZLN y de sus comunicados prácticamente desapareció de la prensa “progresista” de México. A partir de aquel momento, no era nada raro encontrar entre la izquierda institucional y la intelectualidad progresista (en particular en la Ciudad de México) la idea de que “el EZLN ya no exist(e)(ía)”[5].
Nada más acceder a la presidencia, en diciembre de 2006, Felipe Calderón, del derechista PAN, aprovechó el aislamiento político del EZLN. Calderón designó a un antiguo miembro del PAN, Luis H. Álvarez, no indígena, como Comisionado para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. De acuerdo con sus propias palabras, Álvarez dedicó gran parte de sus primeros años en el cargo a intentar organizar una estrategia de contrainsurgencia “pacífica” en Chiapas. La estrategia de Álvarez sirvió en realidad de mecanismo de instensificación de la estrategia de contrainsurgencia Plan Chiapas 94*. Destinando ayudas federales a comunidades zapatistas que accedieran a dejar la organización (y abandonaran así su política de no aceptación de dinero gubernamental), Álvarez esperaba quitarle a la dirección del EZLN su base social, una estrategia que, en 2012, Álvarez aseguraba había tenido un éxito rotundo.
Con la publicación en junio de 2012 del libro de Álvarez, Corazón indígena. Lucha y esperanza de los pueblos originarios de México, el relato de la supuesta defunción del EZLN que circulaba entre la clase política alcanzó su punto máximo (apenas unos meses antes de la reaparición atronadora de los zapatistas el 21 de diciembre de 2012). La publicación del libro se convirtió en una celebración y en una especie de funeral, organizado para mostrar a la nación mexicana el cuerpo del difunto EZLN por streaming. Tanto Calderón como un exultante Álvarez se regodearon sin tapujos en la desaparición del EZLN y se atribuyeron personalmente el mérito de haber resuelto lo que denominaron el “problema indígena” en Chiapas. Si, tal y como aseguraban Álvarez y Calderón, el EZLN había sido de verdad exterminado, el cuerpo del portavoz y estratega militar del EZLN, el Subcomandante Insurgente Marcos, llegó a simbolizar al conjunto del EZLN. De acuerdo con la narración de Álvarez, sacada directamente de su libro, un Marcos languideciente en los estertores de un cáncer de pulmón terminal se habría dirigido al gobierno mexicano en busca de ayuda médica que pudiera salvarle, sin que el resto del EZLN lo supiera. Es más, de acuerdo con otra historia, puesta en circulación por el Canal de Noticias de Al Jazeera, Marcos estaba a punto de sufrir lo que con toda seguridad debe ser el único destino peor que la muerte para un dirigente guerrillero latinoamericano: había aceptado una oferta para dejar el EZLN y vivir el resto de sus días como profesor universitario en una pequeña y monótona ciudad del norte del estado de Nueva York (Arsenault, 2011)[6]. En resumidas cuentas, para la clase política tradicional de México, su izquierda “progresista” y sus defensores en el ámbito internacional, para mediados de 2012, los zapatistas y su portavoz, el Subcomandante Marcos, estaban muertos.
- Reterritorialización neoliberal
Desde finales de la década de 1980 hasta el año 2000, el PRI, que aún actuaba como el partido estatal de facto, intentó poner en marcha una serie de reformas estructurales para privatizar la electricidad, la educación, las tierras de propiedad colectiva y la industria petrolera nacional, erosionando así los mecanismos de redistribución establecidos por la constitución posrevolucionaria de 1917. El PRI y, más en concreto, Carlos Salinas de Gortari habían publicitado este paquete inicial de reformas como el amanecer de una nueva y radiante era neoliberal para México.
A lo largo de las décadas de 1980 y 1990, bajo la guía del Banco Mundial y de cara a preparar el terreno para la llegada del TLC, el pujante establishment neoliberal en México veía las formas colectivas de tenencia de la tierra como el impedimento clave para la inversión extranjera directa y el “crecimiento económico”[7]. Estas formas de propiedad de la tierra inalienable, imprescriptible e intransferible (ejidos* y comunidades agrarias*) habían quedado protegidas por el Artículo 27 de la Constitución Mexicana. El Artículo 27 también había otorgado a las comunidades agrarias derechos sobre las tierras comunales y sus recursos, haciendo de todos los recursos naturales encontrados en el subsuelo propiedad de la nación. A través de cambios en el Artículo 27, que abrían la posibilidad de que las tierras comunales se alquilaran, vendieran y utilizaran de aval para obtener créditos comerciales, y a través de programas públicos como PROCEDE[8], que ofrecían ayudas económicas a cambio de la “titulación” individual de tierras colectivas (primer paso dentro de un proceso que se esperaba desembocara en privatización de estas tierras), el PRI apuntaba directamente a lo que, desde su punto de vista, era el sector menos “rentable” de la economía mexicana.
Si aceptamos la lección del teórico del orden jurídico Carl Schmitt (2003, Cavalleti 2010) de que “no existe ideas políticas sin un espacio al cual sean referibles, ni espacios o principios espaciales a los que no correspondan ideas políticas”, no hay ninguna legislación del México posrevolucionario que mejor ejemplifique este principio de manera más evidente que el Artículo 27 de la constitución mexicana. El reordenamiento territorial que los ataques contra la tierra ejidal* y comunal implicaron, analizado con frecuencia desde el punto de vista de la mera conveniencia “económica”, constituyó en realidad nada menos que un ataque directo contra el status quo político postrevolucionario que había imperado sutilmente en México desde 1917.
Las fracciones capitalistas del México postrevolucionario habían esperado contener la amenaza de fuerzas radicales como el Ejército Libertador del Sur* de Emiliano Zapata creando un orden territorial que ofreciera la costura material y simbólica entre el crecimiento económico capitalista, las instituciones de mediación estatal y la mayoría del pueblo mexicano entendido como campesinos. Lo hicieron colocando el ejido* (y, con él, el trabajo productivo) en el centro mismo del orden jurídico postrevolucionario. En efecto, creo que debemos interpretar el Artículo 27 como terreno espacial y jurídico sobre el que la entidad constitucional del “pueblo mexicano” encontró una existencia material más allá de la entidad existencial abstracta, es decir, más allá de la “identidad”. El Artículo 27 contenía el ordenamiento espacial específico en el que “el pueblo” (ya fueran los capitalistas o los zapatistas) podía (co)existir dentro de una tregua sin duda jerárquica pero (potencialmente) redistributiva.
De esta manera, México prefiguró en un contexto agrícola lo que Antonio Negri llama las “constituciones del trabajo” formadas en las sociedades fabriles de Europa y Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. En estas sociedades, se reconoce el trabajo (en el caso de México, el trabajo agrario) a la par como base de la valorización social y como “fuente de las estructuras institucionales y constitucionales” (Negri, 1994)[9]. Habría que recalcar entonces que cuando los tres grandes partidos políticos fulminaron la iniciativa del EZLN de reavivar el Artículo 27 a través de las Reformas Constitucionales en materia de Derechos y Cultura Indígena, su actuación no respondía únicamente al deseo de la clase política mexicana de excluir a los pueblos indígenas de México del “pueblo mexicano” (aunque este deseo sin duda se hizo presente). Respondía también a una situación mucho más novedosa donde la clase política mexicana, a través de su completo abandono del ordenamiento territorial implícito en el Artículo 27, quería ahora admitir abiertamente que la descomposición del Estado mediador postrevolucionario era de hecho irreversible. La actuación de la clase política estaba alertando a todo México (aunque pocos fuera del EZLN parecieron prestar atención) de que la muerte del “pueblo mexicano” había tenido ya lugar y que nadie podía ser incluido o excluido de algo que había dejado de existir.
- El terror como estrategia
Hacia mediados de la década de 2000 y a pesar de enormes esfuerzos como el PROCEDE y de los recortes en las ayudas agrícolas, se hizo evidente que la gran mayoría de propietarios de tierra colectiva de México se negaba a renunciar a sus títulos colectivos, prefiriendo incluso arrendar su tierra para generar ingresos antes que modificar su carácter colectivo (De Ita, 2006). Esto llevó a actores dentro del Banco Mundial, la comunidad siempre intervencionista de analistas militares estadounidenses y la clase política mexicana a afirmar que, para que pudieran tener éxito nuevas reformas neoliberales, había que redoblar los antiguos esfuerzos para desmantelar la propiedad colectiva de la tierra (Bessi y Navarro, 2014; Banco Mundial, 2001).
En el preciso momento en que el Estado mexicano estaba intensificando sus esfuerzos para recortar los programas sociales y su presencia mediadora dentro de las comunidades agrícolas, una fuerza de trabajo cada vez más desprotegida estaba entrando en contacto con la economía transnacional de las drogas. Esta boyante economía no sólo trataba de utilizar México como corredor de transporte para la cocaína sudamericana con rumbo a Estados Unidos, sino que también pretendía reunir la tierra, la mano de obra y la infraestructura de transporte necesaria para hacer de México el más floreciente productor y proveedor de heroína y metanfetamina para consumo estadounidense (Watt y Zepeda, 2012, pp. 76-83). Así pues, la reterritorialización que acompañó los cambios del Artículo 27 sostuvo e incitó la reorganización territorial requerida por la creciente competencia por la tierra, las rutas de transporte y los beneficios dentro del comercio ilícito de drogas.
Aunque la competencia por los beneficios especulativos y de alto rendimiento de este comercio ilícito está abocada a generar niveles extremos de violencia, muchos creen en la actualidad que la política con la que Calderón respondió al aumento del narcotráfico (el despliegue de una “guerra contra las drogas” a gran escala) no surgió de la existencia o naturaleza del propio tráfico de drogas. De acuerdo con la hipótesis del catedrático y analista de asuntos militares, Carlos Fazio, Calderón, en colaboración con el Ministerio de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, hizo circular la idea de que el comercio ilícito de drogas equivalía a una “narco-insurgencia”, un “Estado paralelo” canalla en ciernes. Este relato, a juicio de Fazio, sirvió para propagar la idea de que la militarización generalizada de la sociedad mexicana era absolutamente necesaria para neutralizar la amenaza de lo que Calderón denominaba el pujante “enemigo interno” (Fazio, 2013). El peligro que este “enemigo interno” suponía justificaba a su vez la invalidación de medidas constitucionales que prohibían que el ejército mexicano desempeñara funciones policiales internas, así como la suspensión implícita de libertades civiles y lo que ello implicaba en la vida cotidiana de las calles del país. Para Fazio (2013, pp. 371-406), entonces, esta “guerra” equivalía necesariamente nada menos que a la imposición de facto de un “Estado de excepción” en el que, tal y como explica Giorgio Agamben (2005), se suspende la aplicación de la norma “mientras la ley sigue en vigor” (p. 31).
Es de reseñar que, después de que Calderón declarara la guerra contra las drogas y que se consolidara el Estado de excepción, el tráfico de drogas experimentó un verdadero florecimiento en México. Considérese, por ejemplo, el hecho de que, entre 2006 y 2012, aumentó la producción de heroína y de marihuana y se disparó por completo la producción de metanfetaminas, mientras que, al mismo tiempo, se destruyeron menos campos de amapola y plantas de marihuana y se redujeron las incautaciones de cocaína. Por consiguiente, seis años después del inicio de la guerra contra las drogas de Calderón, México se había convertido en el mayor punto de producción y transporte del comercio ilícito de drogas de toda América (Hernández, 2013a).
Aunque el creciente Estado de excepción parecía dejar intacto el narcotráfico, a lo que sí dio lugar es a un conflicto que Le Monde calificó como el “más mortífero del planeta en los últimos años”: entre 80.000 y 150.000 muertos, aproximadamente 30.000 más desaparecidos y cerca de 1,5 millones de desplazados forzosos (Hernández, 2013a, pp. 9-13). Tal y como señaló Melissa Wright, en lugar de provocar indignación, estas nefastas estadísticas parecían haberse convertido en el fundamento mismo de los nuevos esfuerzos de legitimación del Estado mexicano. Es decir, dada su incapacidad para proporcionar los beneficios redistributivos de décadas pasadas, el nuevo Estado mexicano empezó a redefinir el progreso social alejándose del discurso del desarrollo nacional y apuntando hacia un discurso de “seguridad” nacional. Dentro de este nuevo discurso de seguridad, el Estado mexicano pasó a funcionar bajo el supuesto de que todas las personas asesinadas a causa de la violencia ligada a las drogas son supuestos elementos de la “narco-insurgencia”. Por lo tanto, cuanto peores son estas estadísticas relacionadas con las drogas, mayor es la prueba de que el Estado mexicano ha cumplido con su deber de proteger a la población de esta amenaza interna creciente (Wright, 2011, pp. 285-298).
Dado este evidente desplazamiento del discurso del desarrollo por el de la seguridad, Fazio y la socióloga mexicana Raquel Gutiérrez (entre otros) consideran que es un error caracterizar sin más la guerra contra las drogas del Estado mexicano como un fracaso. Estos analistas creen que, además de proporcionar la base de una nueva forma de legitimación estatal, esta “guerra” se entiende particularmente bien como respuesta directa a la resistencia antineoliberal que empezó a desplegarse justo antes de la guerra contra las drogas. Es importante recordar que el paquete de reformas neoliberales introducidas a partir de finales de la década de 1980 chocó con una ola no coordinada pero inaudita de resistencia en todo México (Gilly et al, 2006). Aunque pocas veces se reconoce, esta ola de resistencia antineoliberal o de “insubordinación social generalizada” al neoliberalismo resultó ser el factor político determinante en México durante años, al igual que en el resto de América Latina (Gutiérrez Aguilar, 2005; Reyes, 2012). De hecho, estos autores sostienen que sólo es posible entender las actuaciones de la clase política mexicana en las últimas dos décadas si se las considera una contraofensiva a esta resistencia.
En términos más concretos, estos analistas aseguran que el objetivo de esta guerra contra las drogas era neutralizar estas luchas de tres maneras muy específicas. En primer lugar, la cantidad exorbitante de violencia que esta “guerra” desataba permitía a la clase política mexicana unir política y terror (practicar la política como terror), lo cual a su vez creaba una sensación de miedo y aislamiento social entre los residentes de México y socavaba la red de sociabilidades alternativas que había sustentado la resistencia antineoliberal (Fazio, 2013, pp. 377-380). En segundo lugar, la fragmentación social producida por la generalización del miedo dentro de la guerra contra las drogas tenía el “beneficio” de colapsar la capacidad de la sociedad mexicana para llegar a una comprensión general de lo que estaba sucediendo en realidad (de qué era qué y de quién era quién). Tal y como explica Gutiérrez, esto abría a su vez la posibilidad de que, en lugar de la “cooptación” política que había caracterizado las prácticas de contrainsurgencia de la dictadura del PRI, la contrainsurgencia actual (sin mecanismos redistributivos) consistiera en cambio en sembrar la “confusión”, de manera que se perdían irremediablemente los motivos mismos para luchar, incluso para los propios movimientos sociales (Brighenti, 2013). Por último, sobre el terreno, en todo México, la guerra contra las drogas permitía la actuación coordinada de fuerzas estatales y paramilitares (bajo las órdenes de la clase política, los carteles de la droga y las compañías transnacionales) contra la resistencia en el ámbito comunitario (López y Rivas, 2014). A modo de perfecta ilustración de la tesis de Gutiérrez sobre la utilización política de la confusión, los funcionarios públicos y los medios de comunicación con frecuencia presentaban estas fuerzas paramilitares al público como movimientos comunitarios de base que habían surgido contra el poder de las bandas de narcotraficantes.
Dados los efectos de estas estrategias, la clase política se sentía ahora preparada para cuadrar el círculo macabro de la política neoliberal en México. En diciembre de 2012, después de doce años de ausencia, el PRI, a través de Enrique Peña Nieto, volvió a la presidencia. En lo que se ha denominado una estrategia “relámpago” y contando con el debilitamiento de la resistencia antineoliberal, Peña Nieto presentó una vez más las antiguas propuestas de privatización del petróleo, la educación y la atención sanitaria, nuevo descuartizamiento de la protección de la propiedad colectiva de la tierra, eliminación de los elementos progresivos del ordenamiento tributario y desregulación de la legislación laboral. En pleno aturdimiento por la reactivación de la ofensiva neoliberal (así como por las 25.000 muertes nunca mencionadas relacionadas con la guerra contra las drogas durante su primer año en el poder), la revista TIME concluía que Peña Nieto y este paquete de reformas estaban preparados para “salvar a México” (Crowley y Mascareñas, 2014). En esta ocasión, a diferencia de lo que sucedió a mediados de la década de 1990, toda la clase política mexicana hizo frente común a favor de la política del PRI. De hecho, a las pocas semanas del retorno del PRI a la presidencia, los tres grandes partidos políticos (PAN, PRI y PRD) firmaron el “Pacto por México”. Este pacto nacional era un acuerdo general sobre la manera en la que cooperarían estos partidos en la asamblea legislativa y en el senado mexicano para conseguir por fin las reformas neoliberales que la resistencia de las décadas anteriores había impedido. Para muchos, la participación del PRD en el “pacto” neoliberal de Peña Nieto hizo dolorosamente patente a dónde había llevado la estrategia electoralista de la izquierda en México: en palabras de uno de los fundadores del PRD, Porfirio Muñoz Ledo, durante las últimas dos décadas, el PRD y las viejas estructuras partidistas gener[aron] “un fracaso y una paradoja, pues al final se propicio justamente lo que se pretenda evitar: el triunfo del neoliberalismo que ha desbastado el país” (Villamil, 2013, p. 32).
Así pues, hay que resaltar que el México al que el EZLN “volvió” con su marcha del 21 de diciembre de 2012 no era el mismo país. Por el contrario, las tendencias hacia la descomposición nacional que el EZLN había señalado hace tiempo habían pasado sin lugar a dudas una factura devastadora a la sociedad mexicana. Tal y como se evidenció para el resto del mundo a través del caso ampliamente divulgado de Ayotzinapa, Guerrero (Gibler, 2015), las consecuencias de esta desintegración social habían sido graves: la muerte del “pueblo mexicano”, la generalización del terror, el debilitamiento de la resistencia antineoliberal, una izquierda institucional por completo cómplice y decenas de miles de muertos y desaparecidos. Dado este contexto, no resulta exagerado proponer que, en sus prisas por enterrar a los zapatistas, la izquierda “progresista” mexicana había olvidado preguntarse si a lo largo de aquellos mismos años no era el propio México que agonizaba.
Apartado II. Vida después de la muerte. Cómo el EZLN propone construir el postcapitalismo
- El mundo que se derrumba
A pesar del papel desastroso desempeñado por la izquierda electoral a la hora tanto de legislar como de legitimar el neoliberalismo en México, tal y como sintetiza la atinada frase anterior de Muñoz Ledo, existen pocas interpretaciones sistémicas (es decir, interpretaciones que vayan más allá de los relatos personalistas de “codicia” y “traición”) que nos ofrezcan un marco explicativo global para la descomposición contemporánea de México y para la transformación del papel estructural del Estado y de la clase política dentro de tal descomposición. A falta de esta interpretación sistémica, algunos teóricos han dirigido la atención hacia la ruptura de los zapatistas con la clase política mexicana y sus intentos de construir “otra política”, concluyendo que esto no ha sido sino una deriva sectaria “antipolítica” que ha conducido al “fracaso” de las iniciativas zapatistas y a su creciente irrelevancia política (Almeyra, 2014; Wilson, 2014). Habría que mencionar aquí que estos supuestos fallos del EZLN con frecuencia se explican en función de los defectos personales (es decir, la intransigencia, el sectarismo y la envidia) de su (antiguo) portavoz, el Subcomandante Marcos (Almeyra, 2014; Rodríguez Araujo, 2008).
Y, sin embargo, en abierta contradicción con estos análisis, después del fracaso de su iniciativa de reformas constitucionales, los zapatistas emprendieron una amplia evaluación del capitalismo contemporáneo que, en muchos sentidos, predecía la dinámica destructiva en la que está sumido en la actualidad México y, cada vez más, el resto del mundo. A fin de analizar la interpretación que los zapatistas hacen de esta dinámica, podríamos empezar preguntándonos a qué se refieren cuando, en su mensaje del 21 de diciembre de 2012, dicen que “su mundo” se está “derrumbando”. La revisión de la amplia bibliografía de los zapatistas al respecto evidencia que, para ellos, el mundo que se está derrumbando es el del capitalismo. En su descripción del derrumbe de este mundo, los zapatistas nos piden que imaginemos el capitalismo como una especie de edificio. En el pasado, los que estaban arriba en este mundo añadían pisos al edificio: lo que Marx denominaría la constante “autovalorización del valor” (Marx, 1976) o lo que con frecuencia se denomina erróneamente como “crecimiento” económico. Se trata de un proceso posibilitado a través de la explotación, la desposesión, la represión y el desprecio de los de abajo: lo que el EZLN denomina “las cuatro ruedas del capitalismo” (EZLN, 2013). Esta dinámica permitía a los de arriba seguir distinguiéndose, a la vez que creaba la posibilidad (por más que remota) de que los de abajo (al menos aquellos dispuestos a sucumbir a las relaciones sociales de la forma valor) pudieran subir un piso (en la mayoría de los casos a través de la acción redistributiva del Estado).
En la actualidad, tal y como explican los zapatistas, dentro de la globalización neoliberal, las cuatro ruedas del capitalismo siguen girando con virulencia, pero se han desconectado del motor capitalista que antes impulsaba la construcción de nuevos pisos (EZLN, 2013). En ausencia de la capacidad de construir nuevos pisos (de ascender apoyándose en la constante autovalorización del valor), los de arriba del edificio mundial capitalista no tienen otra opción que recurrir sistemáticamente al “reino de la especulación” (es decir, al intento de mantenerse arriba a través de una producción de beneficios sin aumento del valor) (EZLN, 2014a). A juicio de los zapatistas, estos intentos “especulativos” de los de arriba de mantener sus elevadas posiciones sólo pueden producirse a expensas de la demolición desastrosa y miope de los pisos y cimientos del edificio que tienen debajo (EZLN, 2013). Por consiguiente, las relaciones sociales, los territorios y las instituciones que dependen de la dinámica constante de autovalorización del valor (en particular el Estado) experimentan una completa reconfiguración de sus funciones.
Desde esta perspectiva, los espacios políticos (es decir, aquellos espacios entre el Estado y la sociedad civil) que antes funcionaban como lugares de mediación, deliberación y representación, se ven ahora reducidos a la labor de garantizar a las grandes empresas la obtención inmediata de ganancias. Desprovisto del material con el que mediar el conflicto social (es decir, una autovalorización del valor cada vez mayor) que en épocas anteriores podía haber permitido la redistribución y cierta dialéctica entre demanda y reforma, el Estado se convierte ahora en la máquina central de demolición, despojo unilateral y represión (lo cual origina la dinámica de “excepcionalidad” que Fazio pone de relieve). Así pues, los zapatistas sostienen que la época en la que el capital y el Estado podían mantener una apariencia siquiera de paz y estabilidad ha llegado a su fin (EZLN, 2014a).
Dada esta reconfiguración de las funciones del Estado, el problema para México bajo el “reino de la especulación” (es decir, bajo la globalización neoliberal), a juicio de los zapatistas, no es que el sistema político “tenga relaciones con el crimen organizado, con el narcotráfico, con los acosos, las agresiones, las violaciones, los golpes, las cárceles, las desapariciones, los asesinatos, sino que todo esto ya es parte de su esencia” (EZLN, 2014b). El periodista italiano Roberto Saviano ofrece una visión sorprendentemente parecida en su prólogo para la edición inglesa de 2013 del libro de Anabel Hernández, Los señores del narco. Saviano observa que con demasiada frecuencia se ha minimizado y malinterpretado la violencia catastrófica a la que se enfrenta México atribuyéndola a una “mafia que se ha convertido en una empresa capitalista [transnacional]”, cooptando de facto el Estado mexicano. Para Saviano, sin embargo (al igual que para los zapatistas), esta perspectiva pasa totalmente por alto que, en la era de la especulación, “es el capitalismo [transnacional] se ha convertido en una mafia”, creando en realidad un mundo en el que la economía política y la economía criminal son una sola y misma cosa (Hernández, 2013b, pp. VIII-X). De acuerdo con los zapatistas, entonces, el problema no es que los Estados hayan desaparecido, sino, más bien, que han sido reconfigurados por completo como nodos de una única red global de “capitalismo mafioso” contemporáneo (lo que el EZLN llama “el imperio del dinero”).
Creo que debemos entender tres cuestiones importantes que se derivan de este análisis zapatista. En primer lugar, en abierta contradicción con el análisis sugerido en 2009 por el (ahora extinto) US Joint Forces Command [Mando de las Fuerzas Unidas de Estados Unidos] (Debusmann, 2009), los zapatistas en absoluto creen que México sea (o esté a punto de convertirse en) un “Estado fallido”. Para ellos, México es más bien un ejemplo paradigmático de un “Estado (no) nacional” capitalista contemporáneo exitoso, con toda la muerte, fragmentación y destrucción que ello implica (EZLN, 2005a). En segundo lugar, la clase política y la izquierda institucional no pueden colocarse simplemente por encima de esta transformación de las funciones del Estado. Por el contrario, si aceptamos que la izquierda ha tenido históricamente cierta relación con lo igualitario, pero que hasta los mecanismos mínimamente redistributivos del Estado han desaparecido, por definición, no puede haber en la actualidad ninguna izquierda basada en este Estado. Estas posiciones, que los zapatistas califican de “arriba y a la izquierda”, no son sino intentos de escenificar lo que es, para ellos, en el mundo actual, una “imposible geometría” (EZLN, 2005a). Sería mucho más acertado, sostienen, hablar de la existencia dentro de la política del Estado de una extrema derecha, una derecha y una derecha moderada, todas ellas en pugna durante el ciclo electoral por aparecer bajo el estandarte del “centro” (EZLN, 2005a). Esto nos ayuda a entender por qué (más allá de fallos personales) aquellos que se sitúan en la izquierda institucional se ven una y otra vez reducidos a ofrecerse como mejores gestores de exactamente la misma demolición de las instituciones y de las relaciones sociales que requiere el capital contemporáneo (de ahí la insistencia de AMLO en la necesidad de mantener el “equilibrio macroeconómico”) (EZLN, 2005a). Más allá de México, este análisis podría también ayudarnos a entender cómo es posible que proyectos contrahegemónicos del resto de América Latina (tan admirados por la izquierda progresista en México) hayan pasado de la construcción del “socialismo del siglo XXI” hace apenas una década a postular en la actualidad el “capitalismo andino-amazónico”, o de la idea de construir una “soberanía petrolera” a través de la “Revolución bolivariana” a suplicar por la titularización de la deuda petrolera en las oficinas de Goldman Sachs (Rathbone y Schipani, 2014; Svampa y Stefanoni, 2007). En tercer lugar, dado el derrumbe del mundo de arriba, surge la necesidad de reconstruir la política desde fuera del aparato del Estado (lo que los zapatistas denominan “otra política”). Esta necesidad adquiere el rango de urgencia sin precedentes, dado que el carácter destructor y desbocado del capitalismo contemporáneo, tal y como lo describen los zapatistas, plantea la posibilidad, muy real, de que, tal y como puede intuir la sociedad mexicana a partir de la experiencia de las dos últimas décadas, el edificio entero del capitalismo pueda desplomarse, llevándose consigo las condiciones de la vida social y biológica sobre el Planeta Tierra (EZLN, 2013).
- La política de cambiar de mundos
Tal y como debería haber quedado ya claro, el análisis coyuntural que los zapatistas hicieron después de 2001 del capitalismo contemporáneo les llevó a concluir que el mundo de arriba estaba en efecto derrumbándose y que, tal y como expusieron, “allá arriba no hay nada que hacer” (EZLN, 2005a). No obstante, evitaron con cuidado promover tanto alguna forma de parálisis (es decir, no hay nada que hacer), como alguna forma de automatismo (es decir, el capitalismo desaparecerá por sí solo). En lugar de ello, insistieron en que, de la misma manera en que la expansión de la valorización capitalista ya no era una posibilidad, sin acción colectiva coordinada, los procesos de explotación, desposesión, represión y desvalorización podían continuar de manera indefinida. No obstante, si los zapatistas creen que una política “arriba y a la izquierda” constituye hoy una “imposible geometría”, sigue abierta la pregunta de dónde, dentro del diagrama social, creen que podría surgir su idea de “otra política”.
Para entender la respuesta de los zapatistas a esta pregunta, debemos empezar subrayando su insistencia, muy parecida a la de Marx al hablar de los “métodos idílicos” (1976), en la idea de que el capitalismo no nació de la producción de mercancías. En lugar de ello, tal y como afirman, “el capitalismo se nació de la sangre de nuestros pueblos [indígenas y de] los millones de nuestros hermanos y hermanas que murieron durante la invasión europea” (Congreso Nacional Indígena y EZLN, 2014a). Desde el principio, entonces, lo que posibilitó el capitalismo fue ese “despojo”, ese “saqueo” y esa “invasión” llamados “la conquista de América”. Esta tentativa de conquista, sostienen los zapatistas, inició una “guerra de exterminio” contra los pueblos indígenas que ha durado más de 520 años y se ha caracterizado por “guerras, masacres, cárcel, muertes y más muertes” (Congreso Nacional Indígena y EZLN, 2014b). Así pues, para los zapatistas, el capitalismo ha tenido siempre un doble filo: por un lado, los procesos, instituciones y sujetos asociados con la dinámica de autovalorización del valor (es decir, el “mundo de allá arriba”); y, por otro lado, una excepcionalidad crónica y fundacional, un estado de guerra permanente, dirigido contra los “pueblos originarios” no europeos del mundo. Al identificar este “apartheid global” (EZLN, 2013) como la condición indispensable para la producción de valor capitalista, los zapatistas son capaces de ver que, aunque estén firmemente inscritos dentro del mundo del capitalismo, no todos los sujetos tienen existencia social dentro de ese mundo. Al recuperar esta posición estructural única (y nótese que no se trata de una “identidad” ni de una “cultura”) de los “condenados de la tierra” (Rodríguez Lascano, 2013) dentro de la modernidad capitalista, el EZLN es capaz asimismo de identificar que, debajo de la red de grandes compañías transnacionales, ejércitos y Estados que componen el mundo de la valorización capitalista, existe una red de relaciones sociales y estructuras de valor diferentes, creadas por los sujetos siempre ya muertos vivientes de la modernidad capitalista. En este punto, pues, los zapatistas son capaces de añadir coordenadas a nuestra “geometría política” contemporánea: existe el mundo dominante de la valorización capitalista “allá arriba”, pero existen al mismo tiempo muchos mundos, inmanentes al primero, aquí abajo.
A pesar de haber identificado estas nuevas coordenadas de arriba y abajo, los zapatistas no tiran sin más por la borda la distinción entre izquierda y derecha. A su juicio, en la actualidad, tales valoraciones dualistas deben complejizarse aun más: todo debe analizarse en función de una rejilla cuadrangular compuesta a un mismo tiempo de izquierda/derecha y arriba/abajo. En un plano conceptual, esta rejilla permite a los zapatistas evitar caer en una serie de trampas latentes en los marcos dualistas. En primer lugar, al identificar las dos caras de esa contradicción móvil que es el capitalismo (la de la valorización capitalista y la de una desvalorización genocida), evitan la trampa de extender la vida de aquella a expensas de los sujetos sometidos a ésta (es decir, evitan caer en la complicidad de los de arriba y a la izquierda con los proyectos coloniales e imperiales). En segundo lugar, a medida que el mundo de arriba se derrumba y, por consiguiente, expulsa a grandes masas de gente de su terreno, esta perspectiva abre el horizonte para una política más allá de la tentativa de estabilización de ese mundo (es decir, proyectos que puedan intentar tender un puente entre el mundo de abajo y el mundo de arriba y a la derecha). Por último, desde esta perspectiva, los zapatistas pueden resistirse a la tentación de creer que es posible esconderse simplemente en los mundos de abajo, como si fuera posible olvidar que la existencia del mundo de arriba requiere de la destrucción de esos otros mundos. Esto les permite reconocer como una mera quimera cualquier estrategia desde abajo que se presente como “más allá de la izquierda y de la derecha”, intentando así saltar por encima de la necesidad de poner fin al capitalismo (estrategias que los zapatistas muy posiblemente calificarían de “abajo y a la derecha”).
A vistas de este análisis, los zapatistas concluyen que sólo una política “desde abajo y a la izquierda” podría abrir el camino más allá tanto de la desesperación apocalíptica como de la ilusión socialdemócrata. Si, para los zapatistas, la estrategia contrahegemónica “arriba y a la izquierda” de “cambiar de gobiernos” se ha visto agotada por la embestida neoliberal, su nueva geometría política ayuda a esclarecer que la política hoy debe ser de “cambiar de mundos” (EZLN, 2013). En concreto, en lugar de limitarse a suponer la exterioridad de los mundos de abajo (de acuerdo con la tendencia despolitizadora del discurso académico arraigado en Estados Unidos que se hace llamar “decolonial”, véase Rivera Cusicanqui, 2012), los zapatistas plantean que la política de cambiar de mundos requiere el aprovechamiento de las estructuras de valor y de las relaciones sociales presentes abajo para la construcción de fuerzas organizativas que hagan posible la exteriorización definitiva de esos mundos con respecto al mundo del capitalismo.
- Otras geografías. La construcción zapatista de nuevas territorialidades
El 5 de agosto de 2013, apenas unos meses después de la marcha del “Fin del Mundo”, me subí a una camioneta de tres toneladas rumbo a territorio zapatista como uno de los cerca de 7.000 estudiantes que asistirían a la “Escuelita Zapatista” durante los siguientes seis meses. Cada estudiante de la Escuelita fue enviado a una de las cinco zonas del territorio zapatista y se le asignó una familia y un “votán” (guardián) responsable de nuestro cuidado y educación. A continuación, nos distribuyeron entre los cuarenta municipios autónomos y, por último, entre los cientos de comunidades zapatistas que constituyen cada uno de estos municipios. La propia Escuelita merece mucho más análisis y atención del que puedo ofrecer aquí; me limitaré a una descripción muy preliminar de lo que los zapatistas compartieron a través de este evento, con el objetivo específico de brindar elementos para una mejor comprensión de la estrategia que el EZLN ha desarrollado dado el análisis del capitalismo contemporáneo que tienen.
Al llegar a la Escuelita, cada estudiante recibió un paquete con cuatro cuadernos de texto zapatistas, titulados: Gobierno Autónomo I y II, Participación de las mujeres en el gobierno autónomo, y Resistencia Autónoma. No se trataba de una serie de directrices impartidas por la dirección organizativa, sino más bien de relatos de cientos de miembros de las comunidades de cada zona zapatista donde ellos explicaban sus experiencias cotidianas de construcción de otra política. Estos cuadernos no sólo hacían las veces de manuales para que los estudiantes conociéramos la historia de la construcción del autogobierno en cada zona, sino también de introducción a las áreas de trabajo zapatistas que veríamos en persona: educación, salud y medicina tradicional y proyectos productivos colectivos, que servían de fuente principal de ingresos a escala local. Cada día se nos mostraban metódicamente las escuelas, clínicas, colectivos de mujeres y campos donde se llevaban a cabo estas áreas de trabajo y muchos estudiantes pudieron estar presentes en asambleas locales convocadas en cada comunidad para planificar nuestras lecciones. Después, continuamos nuestra educación en cursos de ámbito zonal, donde nuestros profesores zapatistas detallaron cómo era la coordinación de cada una de las áreas de trabajo que habíamos presenciado entre las comunidades locales (comisiones), el ámbito municipal (municipios autónomos) y la zona (Juntas de Buen Gobierno). Aquí también conocimos los proyectos de radio y vídeo comunitarios de ámbito municipal y, en la escala más amplia, proyectos agroecológicos y de intercambio comercial entre zonas. Esto tenía lugar, por lo menos en parte, en los cientos de miles de hectáreas de tierra recuperadas por el EZLN en el levantamiento de 1994.
A través de la Escuelita, lo que se hizo patente incluso en este rápido vistazo a las complejidades de la vida institucional autónoma zapatista es que el EZLN había seguido durante mucho tiempo lo que en el lenguaje del maoísmo tradicional podría llamarse “una estrategia de dos patas”. Si los zapatistas habían intentado públicamente contribuir a unificar un proyecto nacional contrahegemónico a través del significante vacío de “Marcos”, desde la fundación de sus municipios autónomos a finales de 1994, habían dedicado también una energía enorme a la estrategia paralela de construir un “poder dual”: la creación de un conjunto de instituciones que se presentaran como una alternativa directa a las instituciones existentes del Estado (Lenin, 1964)[10]. Parece que, una vez que el EZLN concluyó que el derrumbe del mundo de arriba había destruido el lazo ya débil entre lo contrahegemónico y lo antisistémico (haciendo así de la construcción de un proyecto de abajo y a la izquierda una necesidad inmediata), su estrategia discursiva pública se hizo redundante (algo que podría explicar por qué, el 25 de mayo de 2014, la figura de “Marcos” fue declarada oficialmente “muerta” por la misma persona que había detrás de ese personaje, y que ahora se presentaba publicamente bajo el nombre de Subcomandante Insurgente Galeano). Así, este trabajo, hasta el momento interno, consolidado por dos décadas de experiencia, se puso en primer plano como ejemplo concreto existente de una estrategia alternativa anticapitalista para la izquierda en su conjunto.
Sin embargo, hasta el concepto leninista de “poder dual” o la estrategia maoísta similar de “construir bases rojas” se demuestran en último término inadecuados para describir la estrategia zapatista. Estas dos ideas dejan abierta la posibilidad de que las instituciones alternativas, a la par que construyen mecanismos para disputar el poder, sigan dependiendo de (y a fin de cuentas busquen) una sustancia social única del poder que es la misma que la del Estado. En otras palabras, a partir de la ambivalencia inherente en estos conceptos, podría parecer que los zapatistas han intentado construir un subterritorio delimitado “dentro de la lógica territorial del poder bajo mando del Estado mexicano” (Harvey, 2010, p. 252). Sin embargo, desde la perspectiva de los zapatistas, la “lógica territorial” del Estado mexicano (el territorio del Estado nación mexicano) ya no existe como tal. El EZLN es muy consciente de que, en la última oleada de reterritorialización, el antiguo territorio “nacional” de México (al igual que sus espacios de mediación institucional) ha quedado fragmentado en cientos de pedazos, cada uno de ellos subordinado a las necesidades de las compañías multinacionales, los carteles de droga y las mafias políticas locales (es decir, a las necesidades del capitalismo contemporáneo). Esta es la consecuencia territorial de la formación de lo que los zapatistas llaman un “Estado no nacional” (EZLN, 2005a), reflejando un proceso de fragmentación que, a sus ojos, es irreversible.
Por otro lado, para los zapatistas, el objetivo mismo de la reespacialización de la lucha que presenciamos como estudiantes de la Escuelita (lo que llaman la construcción de “otra geografía”) es romper (con) la lógica de poder del Estado. En sus palabras:
Hemos pensado que si concebíamos un cambio de premisa al ver el poder, el problema del poder, planteando que no queríamos tomarlo, esto iba a producir otra forma de hacer política y otro tipo de político, otros seres humanos que hicieran política diferente a la de los políticos que padecemos hoy en todo el espectro político: izquierda, centro, derecha y los múltiplos que haya. (EZLN, 1996, p. 70).
En el proyecto zapatista, entonces, el “territorio” no se refiere a las relaciones de un sujeto preexistente dado con una extensión espacial delimitada dada, tal y como se imagina en las concepciones dominantes de territorio estatal (Brighenti, 2010). Por el contrario, los zapatistas afrontan la construcción de nuevas comunidades, municipios y zonas (y las formas no estatales de gobierno asociadas a cada una) como mecanismos de producción de este nuevo sujeto de la política. En esta práctica, el territorio no es un “portador neutral” de una sustancia única del poder, sino más bien “la inscripción material de las relaciones sociales” que puede transformarse radicalmente para crear otro poder (Brighenti, 2010, p. 57). La mejor manera de describir la estrategia zapatista, entonces, es como construcción de otra estructura de relación entre un sujeto colectivo de nueva producción y un espacio: una nueva “territorialidad” (Raffestin y Butler, 2012). Esto permite a los zapatistas cultivar su idea y su práctica de territorio en cohabitación casi literal (en las mismas comunidades) con los territorios imbricados y contradictorios del cálculo y la destrucción neoliberal. Desde esta perspectiva, podemos entender por qué los zapatistas no ven su territorio como palanca con la que entrar en este mundo, sino más bien como estrategia en el aquí y ahora para salir de él.
Por último, tal y como comenta Alain Badiou (2008), el proyecto afirmativo del zapatismo (teorizado aquí como construcción de “otras geografías” que sostendrán al nuevo sujeto político) ha permitido a los zapatistas evitar imaginar el proceso de salida de este mundo como una guerra civil: un choque violento y catastrófico entre mundos. Dado este proyecto afirmativo, los elementos militares del zapatismo se han subordinado continuamente a la función de defensa de sus innovaciones políticas. No habría que subestimar la importancia de este desplazamiento cuando, dada la desaparición de su capacidad de mediación, el Estado parece no querer mas otra cosa que la militarización del conflicto político, un medio que entiende y domina sin dificultad.
Conclusión. Crear dos, tres, muchas otras geografías
A medida que la descomposición del mundo allá arriba alcanza nuevas cotas y lejos de las cámaras antes clavadas en “Marcos”, la estrategia de los zapatistas de construir “otras geografías” ha ganado influencia: desde la construcción de los municipios autónomos de Cherán y Santa María de Ostula (Michoacán) a la reconsolidación del Congreso Nacional Indígena de México; de la reciente declaración de veintidós municipios autónomos en el Estado de Guerrero al “confederalismo democrático” de inspiración explícitamente zapatista en el actual movimiento kurdo.
Es importante señalar que, a pesar de la inspiradora perseverancia del EZLN, el marco temporal a largo plazo implícito en la presente estrategia política de los zapatistas torna arbitraria cualquier conclusión sobre su éxito o fracaso final. No obstante, resulta innegable que el EZLN ha añadido coordenadas estratégicas a nuestra “geometría política” contemporánea, ofreciendo un camino diferente a una izquierda global que ha tendido a oscilar desbocadamente y con poco éxito entre la contrahegemonía (verticalización) y la espontaneidad (horizontalismo) en su esfuerzo por “cambiar gobiernos”. Es decir, nuestra época ha estado marcada, por un lado, por las estrategias contrahegemónicas de reconstrucción de la soberanía sobre el territorio nacional o de trabajo dentro de los “no lugares” del capital transnacional y, por otro, por las prácticas espontaneístas de protesta, ocupación y creación de zonas autónomas temporales. Pero en ninguna de estas estrategias de izquierda (y mucho menos en su combinación) aparece en realidad la posibilidad de una producción territorial innovadora, ya que todas ellas son en último extremo intentos de ocupar, reproducir o, en el mejor de los casos, redistribuir el territorio dado. Si, tal y como sostiene Claude Raffestin, “la producción de territorios a través de territorios es la operación de creación y recreación de valores” (Raffestin y Butler, 2012, p. 131), ¿cómo puede ser entonces que, a través de la aceptación del territorio dado, estas estrategias superen de alguna manera los valores del capitalismo? El mejor contexto en el que valorar la singular aportación de los esfuerzos zapatistas es éste. Para ellos, sólo a través del largo y arduo proceso de despliegue de una estrategia explícitamente antiseparatista pero, a la par, territorial de construcción de otras geografías podría una izquierda muy diferente hoy “cambiar de mundos”, abandonando el valor capitalista y, de hecho, “poniendo fin a este mundo”. Aunque para algunos en la izquierda (en México y a escala global) la estrategia de los zapatistas les parecerá una obstrucción incómoda para sus aspiraciones contrahegemonicas y otros puedan muy sinceramente no compartir su análisis, nadie debería evadir el debate simplemente dando a los zapatistas por muertos. En lugar de esta falacia, debemos abrir la discusión, tal y como ellos mismos han hecho, sobre qué significa ser de izquierda y por lo tanto que relación tiene esto hoy con ser anticapitalista.
Referencias
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[1] Álvaro Reyes es profesor en el Departamento de Geografía de la Universidad de Carolina del Norte (UNC-Chapel Hill). El presente texto fue escrito entre junio de 2013 y julio de 2014 y apareció publicado en Environment and Planning D: Society and Space 33, 2015.
[2] En castellano en el original. En lo sucesivo, la cursiva acompañada de asterisco será indicativa de que la palabra aparece en castellano en el original [N. de la T.].
[3] Para fragmentos filtrados del plan de contrainsurgencia contra el EZLN en 1994, véase Carlos Marin (1998).
[4] XENK Radio 620, “Política de Banqueta”. Aquí puede leerse la transcripción: http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2006/07/05/radio-insurgente-en-el-df-donde-se-da-informacion-sobre-las-elecciones-del-2-de-julio/
[5] Para una explicación de primera mano de la tesis de la desaparición del EZLN dentro de los círculos intelectuales “progresistas” de México, véase Raúl Zibechi (2012).
[6] Ni siquiera el mundo académico anglófono fue inmune a la percepción de que el EZLN era una fuerza agotada. Tómense, a modo de ejemplo, las palabras de David Harvey, ampliamente difundidas, con las que, incluso media década después de la ruptura de los zapatistas con la clase política mexicana, este autor concluía (con una decepción apenas velada) que los zapatistas habían renunciado a la revolución política y habían optado en cambio por seguir siendo “un movimiento dentro del Estado” (2010, p. 252).
[7] Para un buen resumen de las disposiciones del Artículo 27 para la protección de la propiedad colectiva de la tierra, véase Ana de Ita (2006, p. 149).
[8] El más importante de estos programas fue PROCEDE (Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos). Para un análisis de PROCEDE y de su relación con el descuartizamiento del Artículo 27, véase De Ita (2006).
[9] Para una argumentación parecida con respecto al Artículo 27 de la constitución mexicana, véase Gareth Williams (2011, pp. 158-165).
[10] Para una descripción más detallada de las instituciones alternativas de los zapatistas, véase Reyes y Kaufman (2012).