Cuba ante el desafío del capital y nuestra lucha como pueblos
Luis Emilio Aybar es un joven cubano que cree en el socialismo y en un proyecto revolucionario. A partir de estas convicciones y de un profundo compromiso y conocimiento de su pueblo y de su país en el contexto actual, analiza en el artículo que compartimos el impacto y las perspectivas para el socialismo cubano a partir del 17 de diciembre, fecha en la que Barack Obama anunciara el restablecimiento de relaciones entre Cuba y EEUU. Luis Emilio enfrenta y confronta verdades conocidas pero, usualmente, no reconocidas, al punto que, de tanto negarlas, quienes quiera que las señalen son señalados injustamente como enemigos de la revolución y del socialismo o como agentes del imperialismo. Frecuentemente, como sabemos, estos señalamientos vienen de fuera y son planteados por quienes desde la comodidad de la teoría y el deseo, quisieran que en Cuba estuviera sucediendo lo que no sucede. Pero acá hay algo más, un rasgo fundamental y una esencia evidente en el texto y en quien lo escribe: no se trata de un liberal, menos de un agente del imperialismo, de un pequeño burgués aspirante al consumo y aún menos de un resentido que busca salvarse agotado por la decepción y el diario conseguir. Se trata de alguien que quiere a su pueblo, a su país y lo que allí se ha conseguido en el plano de lo cultural, de lo ético, de lo solidario y digno sin par. Luis Emilio se expresa desde allí y desde un evidente proceso de formación seria, disciplinada que le permiten conocer el capitalismo y rechazarlo abiertamente sin necesidad de largos análisis, sencillamente porque sabe que, en lo fundamental, es un proyecto criminal que explota y desprecia mientras enmascara y miente. Sabe que Cuba está amenazada por el proyecto capitalista que Obama encarna y por la brillante estrategia de ocupación que con su gesto se inicia. Así como sabe que ese socialismo acartonado, rígido, excluyente, autoritario, jerárquico, aislado, con hambre y que desconfía de su propio pueblo, es la mayor amenaza para defender un camino socialista, a la vez que es la mayor ventaja concreta que el capitalismo aspira aprovechar para imponerse. Es un texto descarnado, directo, franco, que nos llena de alegría en medio de la angustia por lo que pueda pasarle a Cuba. Alegría porque sabemos que allí hay, en medio de las dificultades gente que, a pesar de tantas dificultades y soledades, comparte un proyecto anti-sistémico, ama a su pueblo, está dispuesta a tejerse en el internacionalismo de las luchas populares y tiene un bagaje de formación y de conocimientos y dignidad que nos hacen falta. Hoy, ante estas palabras, podemos no solamente esperar a ver qué pasa. Confiar en que el pueblo cubano sepa defenderse, sino, hacer que se escuchen estas voces y asumir la responsabilidad y la decisión de apoyar la resistencia con las transformaciones que se requieren, más allá de los errores y riesgos de las reformas en curso, para sumarnos a la construcción desde abajo y a la izquierda, renovada, fresca, consciente y critica de la Cuba popular y socialista, libre y nuestra que necesitamos. Para que el socialismo cubano surja de su propia experiencia y de sus pueblos, todas y todos somos Cuba. En tiempo Real. Pueblos en Camino
17 de diciembre: los desafíos para Cuba
[…] lo bonito que sería que todos los cubanos nos fuésemos a la orilla de la Isla, y, con remos en el agua, nos pusiéramos a remar y remar y nos lleváramos el País de paseo, navegando por los mares y rompiendo el agua por la proa de Maisí.
Y luego llegar con la Isla a cualquier puerto del mundo, echar el ancla y decir: «!Qué pasa! ¡Aquí estamos los cubanos que venimos a saludar!»
Onelio Jorge Cardoso, «Me gusta el mar».
En aquellos primeros días, posteriores a la gran noticia, solo encontré un artículo que introdujera en los diarios nacionales un matiz problematizador: «hace falta aplomo para vislumbrar que sobrevendrán tiempos mucho más complejos y sutiles para la Revolución Cubana. La vía suave de la coexistencia puede inundarnos y desarticularnos, atrapando nuestros espacios vacíos en todos los órdenes, aprovechando nuestros propios errores y atavismos» («Sin bajar la cabeza…», José Alejandro Rodríguez, Juventud Rebelde, 18 de diciembre de 2014).
Se vivía una amalgama de sobresaltos donde era difícil distinguir con claridad el alcance y significado de los acontecimientos. Personalmente escuché frases como estas: «ahora sí, inversiones pa’ acá, a comer McDonald!!», «se acabó el bloqueo, señores», y una última un poco preocupante «me encantó como habló Obama, muy atinado y respetuoso». La ocurrencia del humor gráfico aficionado puso a Obama a tomar Bucanero, y en su hombro la mano de San Lázaro, mientras el abordaje de los medios nacionales pintó un cuadro de victoria total para la Revolución.
Ya en las semanas siguientes emergieron análisis más balanceados, pero no se ha superado esa actitud de absoluta seguridad en la victoria característica del tratamiento oficial, que tiene en la base un diagnóstico demasiado complaciente sobre las fortalezas y debilidades del país.
El presente artículo ofrecerá un análisis crítico del socialismo cubano y de las reformas en curso, como marco para comprender los desafíos de un probable cambio en las relaciones con Estados Unidos; se distanciará de una visión pragmática cada vez más extendida, donde la normalización es parte de un proceso natural de adaptación de Cuba al mundo; y defenderá la necesidad de un proyecto socialista renovado como orientación estratégica en el nuevo escenario.
El discurso de Obama
Obama mostró una gran sagacidad y coherencia con el planteo táctico de su decisión, dejando muy pocos vacíos argumentales:
Demostró la ineficacia de la política anterior sin llegar a cuestionar su legitimidad: «Y aunque esta política ha estado enraizada en las mejores intenciones, ninguna otra nación nos ha apoyado en la imposición de estas sanciones, las cuales han tenido poco impacto, como no sea el de brindarle al gobierno cubano una justificación para imponerle restricciones a su pueblo».
Argumentó con eficacia la nueva política de «poder inteligente» para Cuba: el contacto «pueblo a pueblo» y el ciudadano estadounidense como «el mejor embajador potencial de nuestros valores», el apoyo al «emergente sector privado», la integración de las dos economías, y el papel democratizador del «libre flujo de la información».
Reconoció elementos positivos en el gobierno cubano: el envío de médicos a combatir el ébola, la liberación de los dos agentes norteamericanos, la decisión de aumentar el acceso a internet, y el compromiso con las instituciones internacionales.
Se distanció de una posible complicidad ideológica con el adversario: «Le expresé claramente a Raúl Castro mi convicción de que la sociedad cubana se ve limitada por las restricciones impuestas a sus ciudadanos». E inventarió los puntos en desacuerdo con su gestión gubernamental.
Promovió una imagen de confianza y buenas intenciones ante el pueblo cubano: «Hoy estoy siendo honesto con ustedes», «hoy los Estados Unidos desean convertirse en socios para hacer que la vida de los ciudadanos cubanos comunes sea un poco más fácil, más libre, más próspera». Se desmarcó de un posible afán de dominación, privilegiando el empoderamiento: «podemos ayudar a que el pueblo cubano se ayude a sí mismo». El uso de códigos propios de la cultura nacional completó un clima de diálogo cómplice: la referencia a Carlos J. Finlay, la cita de José Martí, la frase popular «no es fácil».
Por último, fundamentó todo el tiempo su discurso en principios e intereses universales: «Un futuro de más paz, seguridad y desarrollo democrático es posible si trabajamos unidos, no para mantener el poder, no para proteger los intereses creados, sino para promover los sueños de nuestros ciudadanos».
Obama fue todo lo atinado que requerían los objetivos tácticos del discurso, y todo lo respetuoso que debe incorporar el nuevo modelo de «poder suave». Si alguna valentía se le puede adjudicar, no se relaciona con una bondad contenida que al fin vio la luz, sino con la audacia de un paso polémico pero beneficioso para los intereses de los Estados Unidos, incluso para sus propios destinos como político profesional. Es necesario distinguir, como hace Rafael Hernández, entre el Presidente Obama, pieza de un engranaje de poder complejo y multidimensional, y la persona Barack (1).
La política instrumental presenta como carisma, vocación humanista y confiabilidad lo que es realmente el interés particular de un grupo con poder. Debe haber unas cuantas personas en Cuba que resonaron ese día con el tono cercano y sensato del discurso. Por primera vez después de mucho tiempo podíamos ver a un presidente de los Estados Unidos hablando en directo (2). Por primera vez, al menos que yo recuerde, se publicó un discurso completo de un presidente de los Estados Unidos en el periódico Granma.
Sin embargo, la buena noticia viene cargada con la porción de desamparo ideológico que implica el no haberlo hecho nunca antes. Todo el esfuerzo de pedagogía anti-imperialista que ha formado a la mayor parte de los cubanos y cubanas, ha tenido siempre un punto débil: sacarnos del contacto con las «influencias negativas» del mundo, según las defina alguien con poder, en particular aquellas que puedan poner en riesgo las ideas propias. Se difunde solo un tipo de noticias, se rebaten las ideas contrarias de forma maniquea, y se ocultan las contradicciones de los gobiernos amigos. Ya sabemos que no es muy distinto en el resto del mundo, pero se supone que la Revolución Cubana buscaba construir una alternativa.
El problema ha sido siempre, junto con la lógica del propio poder, la falta de confianza en las capacidades del pueblo para sacar sus conclusiones. Claro, esa capacidad hay que formarla, y es más fácil difundir una idea progresista quitando las piedras del camino, que educar en la capacidad de discernir entre un número de opciones. Sin embargo, de año en año se han ido disipando los principios más firmes ante los milagrosos cuentos de los emigrados sobre el exterior, y ante la vida confortable y sin pobres que muestran las películas norteamericanas, demostrándose que no era tan seguro el método elegido para formar revolucionarios. El ciudadano de a pie sabe, por demás, que hablarle tanto de los «males del mundo» tiene que ver con justificar errores propios, y ha ido metiendo el discurso anti-imperialista en el lejano saco de lo que se conoce popularmente como «teque político».
El resultado global es que una gran parte de la población se encuentra en realidad poco preparada para enfrentar la maquinaria ideológica capitalista y su sofisticada «ilusión de verdad», lo que se evidencia en el consumo acrítico por canales informales de los «Caso Cerrado» y los «Noticiero Univisión».
El discurso público de la Revolución sobre aspectos internos y externos ha dejado demasiados vacíos al pasar de los años. En todos ellos le hemos dado «cancha libre» al «enemigo»; ¿o acaso no habrán resonado unos cuantos al leer que el bloqueo le ha brindado al gobierno cubano una justificación para imponerle restricciones a su pueblo? Obama buscará construir su liderazgo ante la población a partir de determinadas corrientes de opinión que ya tienen su propia historia en la sociedad cubana.
Esperemos continúe la sana práctica de publicar sus argumentos, pero también, con igual masividad, los de otros sectores socialistas que tienen visiones distintas sobre los problemas nacionales, y sobre el modo de oxigenar la hegemonía anti-imperialista.
Las ideas revolucionarias no pueden imponerse en el mundo por aislar a las personas de «la fuente del mal», sino por un acumulado de sentido crítico en la ciudadanía, en contacto con ideas diferentes y contrarias.
Las ventajas comparativas
La Habana pobre: bloqueo y socialismo burocrático
Un ejercicio más fértil que identificar un posible ganador el 17 de diciembre es valorar quien pudiera sacar mejor partido del nuevo escenario en los próximos tiempos. De acuerdo con el objetivo declarado de este artículo, nos concentraremos en el caso cubano.
Hasta aquí hemos considerado de manera homogénea el lado nuestro del conflicto, usando nociones englobadoras como Cuba, la Revolución, pero se vuelve necesario hacer algunas distinciones.
Un análisis politológico tradicional examinaría la correlación de fuerzas entre dos gobiernos, y usaría términos más tangibles y menos ideológicos. Prefiero hablar desde el lugar de la ciudadanía, y abordar la disputa entre dos proyectos, el proyecto imperialista de los Estados Unidos sobre Cuba, y el proyecto socialista de la Revolución Cubana. Esta toma de partido presenta dos grandes obstáculos:
a) La identificación del gobierno y el estado cubanos con la Revolución. Promovida fuertemente por el grupo social en el poder, y asumida de manera pasiva o activa por una gran parte del pueblo. Tal identidad llevaría a comprender la política estatal como la encarnación del proyecto socialista. Aquí nos distanciaremos de ese enfoque, y hablaremos de la Revolución en un doble sentido: como tejido social comprometido con determinadas metas históricas, y como acumulado histórico de valores y prácticas sociales. El gobierno es parte de ella solo en la medida que sus políticas permiten realizar lo primero, y reproducir y ampliar lo segundo. Vale destacar que los grupos al interior de la Revolución no son homogéneos ni comprenden de igual manera los contenidos y medios de consecución de esas metas.
b) Los problemas en la definición del proyecto. El único proyecto que apareció en escena durante mucho tiempo fue la conservación de lo logrado, combinada con la estrategia de sobrevivencia ante las dificultades económicas del país. La reformas de los 90 aportaron algunos nuevos contenidos y recuperaron otros, pero dejaron en pie demasiados elementos del pasado. Lo mismo durante la llamada Batalla de Ideas (2002-2007) (3). Más allá del margen de discusión y redefinición que fue posible en el período crítico 1990-1996, el proyecto quedaba sobreentendido, o se reducía a lo que propusiera Fidel. Las reformas actuales han respondido a la necesidad de sobrevivencia con una política más abarcadora, que promete cambios estructurales de fondo, pero han reproducido el viejo problema: la visualización, mediante el control del espacio público, de una única propuesta de país. Ello vuelve a dejar con pocas posibilidades de influencia a quienes cuestionan el planteo estratégico de los cambios.
Una vía provechosa para ganar en claridad pudiera ser la que plantea Juan Valdés Paz. Para el autor, la Revolución es un proyecto inacabado, que no ha alcanzado a plenitud sus propias metas. Estas metas las rastrea entre distintas posiciones y las define como la total independencia del país, el desarrollo económico, la equidad social, la democracia popular, y una última más abarcadora: lograr un cambio cultural que la vuelva definitivamente una alternativa al capitalismo (4).
Realmente son todas metas identificables en los diferentes discursos que conforman el tejido político revolucionario, aunque no se entienda igual cada una, ni el modo en que se relacionan. Ofrecen una plataforma mínima para hablar del proyecto socialista cubano. La pregunta pasa a ser cuánto puede amenazar la nueva estrategia del gobierno norteamericano a la realización de aquellas metas y acumulados, y en sentido contrario, qué condiciones tenemos para lograr que el nuevo escenario opere a su favor.
Así, el foco se amplía desde el poder político hacia el terreno de la hegemonía, y evitamos quedarnos en el clásico y simple problema de cómo «derrocar a los Castro», cuando la nueva estrategia parece atender a un punto de vista más complejo: cercenar paulatinamente los rasgos antisistémicos que conserva la Revolución, como base para poder influir sobre el país.
Estados Unidos no tiene muchas opciones si concentra sus esfuerzos en cambiar al grupo en el poder (enfoque predominante hasta hoy), puesto que no hay condiciones para una transición abrupta como la que registraron los países de Europa del Este. En cambio, una mayor integración entre las dos sociedades, fundamentalmente entre las dos economías, puede estimular el proceso de transformación paulatina de valores y prácticas sociales al que estamos asistiendo, hasta que llegue un día en que nos hayamos convertido en otro país, aunque se le siga llamando socialista.
Vietnam y China, por ejemplo, fueron cambiando lentamente su mentalidad, y hoy son piezas clave en el desarrollo del capitalismo. Estados Unidos no ha logrado en este caso romper la coraza de los poderes establecidos, pero ello no garantiza que no lo logre con respecto a Cuba, y, en todo caso, siempre será preferible un país incómodo pero conforme al mundo, donde puedan entrar y salir los capitales norteamericanos, que un país dominado por rasgos culturales y políticos incompatibles con los suyos.
Obama parece tenerlo claro cuando dice:
[…] esto nos brinda una oportunidad para lograr un resultado diferente porque de repente Cuba se abre al mundo de una forma que no había sucedido antes.[…] Y con el tiempo, eso corroe esta sociedad tan cerrada y pienso que entonces ofrece las mejores posibilidades de conducir hacia más libertad y mayor autodeterminación para el pueblo cubano. […]Pero cómo va a cambiar la sociedad, el país específicamente, su cultura específicamente, pudiera suceder rápido o pudiera suceder más lento de lo que me gustaría, pero va a suceder y pienso que este cambio de política va a promover eso. […] lo cierto es que vamos a estar en mejores condiciones de realmente ejercer alguna influencia, y quizás entonces utilizar tanto zanahorias como palos (5).
¿Podemos decir que no existen tendencias propicias en nuestra sociedad para estos objetivos? La escasez de años y años ha ocasionado que la vida de muchas personas se reduzca al inmediatismo de la sobrevivencia material, el cual tiende a convertirse en ambición de consumo. La manera simplista y auto-justificativa en que se han enseñado «los males del mundo», combinada con los testimonios de los emigrados y la influencia mediática, ha producido una imagen edulcorada del mundo capitalista e incluso de los Estados Unidos, como espacio idóneo para satisfacer esas necesidades. Se ve con increíble naturalidad que haya un patrón dueño del negocio que te pague un salario y se quede con la mayor parte de tu trabajo.
La organización jerárquica del socialismo nacional ha contribuido en esa dirección, puesto que si consideramos el espacio micro, no hay muchas diferencias entre el gerente de una empresa estatal y el patrón, que ahora mismo está pagando más. Las personas tienen ante sí dos opciones: el socialismo burocrático, ineficiente, pobre y autoritario en el que vivimos, o el capitalismo seductor y superabundante que ha entrado en nuestras cabezas, con el que, si bien hace a otros pobres, al menos tengo un chance de prosperar.
Por tanto, lo que ha ido desintegrando el tejido revolucionario en Cuba no es la crisis económica por sí sola, sino la articulación entre la crisis y la incapacidad de recrear un paradigma emancipatorio. Llegamos a un punto en el que se combina la desidia con la inercia de haber aprendido a esperar que otros decidan, y queda el pueblo relativamente indefenso de cara al futuro.
El atractivo del consumismo
Por suerte, esta es solo una parte de la verdad. Como ha afirmado Rafael Hernández, podemos no estar preparados pero sí ser capaces (6). Hay una reserva de dignidad, sensatez, antiimperialismo, solidaridad y sentido de derechos que hasta hoy impide el desinfle y puede ser activada para defender o para avanzar. Algunos quieren enriquecerse, otros solo llegar a fin de mes con su esfuerzo, y no son pocos los que saben que siempre hay algo peligroso en la relación con Estados Unidos. Hay gente que se puede poner muy incómoda si le quitan el policlínico de la zona, o le cierran el central (7), y hay múltiples espacios dominados por vínculos inclusivos de apoyo mutuo. La mayoría tiene increíblemente naturalizados sus derechos, incluido su derecho a ser escuchados.
En términos de fuerzas activas, hay un sector incondicional al gobierno que tiene el problema de cuestionarse muy pocas cosas, pero se diferencia del oportunismo reticular con el que comparte el lugar político y posee convicciones afines con un proyecto socialista. Hay también, dentro y fuera de la institucionalidad, un sector crítico que intenta bordear las fórmulas tradicionales (capitalismo típico/socialismo estatalista/socialismo nominal) y promover alternativas. Hay, por último, un poder establecido arbitrario e incoherente, que busca su propia reproducción pero que mantiene continuidades con la tradición anticapitalista y antiimperialista de la política nacional. Ello da la posibilidad de disputar la orientación del proceso desde dentro y no solo mediante la oposición.
El inventario puede seguir, lo importante es acabar de desatar las fuerzas formadas por la propia Revolución y usarlas para crear, que es la mejor manera de defender.
¿Cuánto pueden contribuir las reformas actuales en esa dirección? ¿Cuánto pueden ayudar a preservar los acumulados y realizar las metas históricas? ¿Qué capacidades desplegarán para aprovechar la apertura con los Estados Unidos y todas las aperturas en función de estos objetivos?
La llamada Actualización del modelo económico ha traído algunas buenas noticias: eliminación de regulaciones descontextualizadas o absurdas, racionalización de la gestión gubernamental, atenuación de la censura política, reducción de la excesiva concentración estatal y sustitución del cortoplacismo por una estrategia de desarrollo a corto, mediano y largo plazo. Son aspectos con los que es muy difícil no estar de acuerdo vistos por separado. En cambio la discusión emerge ante la concepción global de la reforma, que comprende el diagnóstico de los problemas del país y sus soluciones.
Su «orden de discurso» pudiera sintetizarse de la siguiente manera:
El problema fundamental, la asignatura pendiente del socialismo en Cuba es la economía. La economía es esencialmente producción de artículos de consumo, y si no se dispone de ellos no se pueden satisfacer los objetivos sociales de la Revolución. Su mal funcionamiento está relacionado con la excesiva concentración y centralización estatal, con la falta de incentivo económico al trabajador, y con el atraso tecnológico y gerencial de la empresa cubana.
Necesitamos diversificar las formas de gestión, descentralizar la empresa estatal, e incrementar la inversión extranjera. La garantía del carácter socialista de este proceso viene dada por que el Estado mantendrá el control de los medios fundamentales de producción, primará el plan y no el mercado, la inversión extranjera tributará a objetivos de desarrollo propios, y «nadie quedará desamparado».
La meta asumida más rigurosamente por esta nueva política es el desarrollo económico. El resto se entiende como conquistas a preservar, relacionándose muy directamente el desarrollo con la posibilidad de sostener la equidad y la independencia. No se cuestiona que el sistema del Poder Popular funcione como tal poder, sino más bien se busca «perfeccionarlo», descentralizar la gestión para mejorar la respuesta a las demandas locales. La conquista que se ve más amenazada es el cambio cultural, y para ello se apela al rol formativo de la escuela, los medios de comunicación y las instituciones culturales.
Por tanto, una primera limitación es no visualizar el problema de forma integral, contemplando los enormes déficits que existen en cada una de esas esferas (que explican en gran medida el problema económico). Como señala Jorge Luis Acanda, se ha apelado mucho a los incentivos económicos y morales del trabajador, pero poco a los incentivos políticos: la posibilidad de que puedan incidir en la forma en que se gestiona y distribuye su trabajo (8). Muchísimas experiencias cooperativas y autogestionarias, donde los trabajadores definen en asamblea las líneas directrices de la empresa y controlan la gestión administrativa, han demostrado a través de la historia el gran potencial productivo de este modelo, que puede incorporarse a la propia gestión estatal.
Se dirá que el socialismo cubano está diseñado de esa manera, pero también se diseñaron y practicaron muchas otras cosas que operan en sentido contrario. Recuerdo que durante la discusión de los Lineamientos en la Asamblea Nacional alguien preguntó por qué no se hacía referencia a la participación de los trabajadores, y Marino Murillo respondió que eso se vería en la implementación. También otro momento en que preguntaron si contratar fuerza de trabajo significaba explotación, y la Ministra de Justicia dijo que no porque esos trabajadores estaban protegidos, tenían derecho a pensión, a un salario mínimo y a todos los beneficios del Estado. Ambas anécdotas reflejan dos de los grandes problemas de nuestro socialismo: el empoderamiento como discurso y no como práctica, y el socialismo reducido a la redistribución.
Visto que los incentivos morales y los llamados a consciencia ya no funcionan (es muy difícil sentir algo tuyo solo porque te digan que es tuyo) quedan los incentivos económicos y los mecanismos dinamizadores propios del capitalismo. Ahora, esto tiene un problema, y es que estás entrando en las reglas de juego del sistema que buscas destruir. El gobierno de los Estados Unidos lo tiene muy claro, pero se plantea que con un estado fuerte podemos atenuar los efectos de la desigualdad y con la acción cultural desde fuera de la economía podemos evitar que se entronice la banalidad, la competencia, el consumismo y el individualismo.
Es este enfoque de partida el que considero errado. La economía no es solo producción de cosas, sino que involucra seres humanos, y la forma en que se organiza influye sobre sus conductas, valores, percepciones. No puedes enfrentar un sistema con medios que son de su misma naturaleza. Hay que poner la mirada en el espacio productivo y buscar la equidad, la democracia y el cambio cultural desde ahí mismo, de lo contrario tendrás que corregir una y otra vez lo que se desbarata cuando la persona vende su fuerza de trabajo con el único estímulo de cobrar a fin de mes y poder consumir, o cuando se desconecta de los problemas colectivos en el entramado burocrático de una empresa estatal.
Claro, tenemos un país en crisis, con síntomas evidentes de desintegración social y muy poco entrenado en la participación democrática. Nadie con algo de sensatez negaría hoy la necesidad de la inversión extranjera, la pluralización de los actores económicos y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos. La fragilidad de la situación obliga a ser tremendamente prácticos y eficaces. El punto es cómo serlo y relanzar al mismo tiempo un proyecto anticapitalista y antiimperialista para Cuba que tenga algo que ofrecerle al mundo. Se trata de usar fórmulas tradicionales en aquellos espacios donde es inevitable y estimular otro tipo de experiencias donde haya condiciones (las cuales pueden ser también productivas, a un menor costo social); incluso utilizar lo primero para financiar lo segundo, como parte de una misma estrategia.
Fernando Martínez Heredia plantea la necesidad de desarrollar una alianza entre «un poder político que mantenga sus fuerzas» y un «proyecto socialista participativo que lo vaya convirtiendo en un poder popular», al que esté dispuesto a someterse . Serían las formas embrionarias de un nuevo modelo, que irán minando el resto de la sociedad, al estilo de los soviets rusos, o los cordones industriales y comandos comunales de la época de Allende en Chile. Habría que desarrollar una pedagogía continua no solo desde el Estado sino fundamentalmente desde organizaciones y movimientos de la sociedad civil socialista que organice y oriente este proceso.
Es esto lo que esperan de nosotros los revolucionarios del mundo, que han tenido siempre un faro de inspiración en la Revolución Cubana. Pero ¿en qué parte de la nueva política se puede ver tal enfoque? La pérdida de referentes revolucionarios se evidencia, por ejemplo, en la función residual-economicista, y no político-cultural, que se le ha otorgado al cooperativismo. La imagen del futuro parece ser una empresa estatal modernizada al estilo capitalista, trasnacionales entrando y saliendo con cierto orden, pequeñas y medianas empresas privadas dinamizando el resto de la economía, y el Estado asegurando el bienestar general.
Esto último es lo más difícil de lograr, puesto que se estaría buscando la equidad apelando a mecanismos que se basan en su contraria. Supongamos de todas formas que el Estado logre atenuar los efectos negativos de la modernización. No es despreciable el goteo que es capaz de conceder el capitalismo, y siempre van a ser preferibles 200 dólares a 20, aunque se lleven 600 las trasnacionales. Pero da igual: aunque no seamos de los que explotan directamente, habrá siempre alguien que se la pasa mal por nosotros, en Guatemala, Etiopía o Cambodia. Salgamos a la calle ahora y enseñemos las fotos a ver a cuántos les gustaría que su bienestar se levante sobre tanta miseria.
Son las reglas de juego, que no se cambian usándolas, sino construyendo alternativas. El problema vuelve a ser los grandes obstáculos que existen para difundir públicamente otras maneras de entender las soluciones, las cuales se quedan siempre en los círculos intelectuales, o en espacios de debate adonde acude un sector minoritario de la población.
Se piensa que no se puede estar confrontando demasiadas propuestas ni discutiendo tanto porque eso resquebraja la unidad, pero es justo esa práctica la que ha desconectado a una gran parte del pueblo del proyecto social. Hay, sin embargo, un acumulado de responsabilidad y sensatez en muchas personas y en organizaciones no gubernamentales y de masas, que permitirían, por ejemplo, encarar el próximo Congreso del Partido con una fase inicial de discusión de propuestas generales provenientes de cada una de ellas, o asumir la reforma de la Constitución con un proceso constituyente verdaderamente democrático y popular, que tome lo mejor de las experiencias desarrolladas en Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Necesitamos un proceso de reflexión nacional para identificar los caminos creativos con que enfrentaremos la apertura al mundo, y dentro de ella el punto más serio: la relación con Estados Unidos. Obligarnos a confiar una vez más en la sabiduría de los líderes sería defraudante, como increíble es una Revolución que no confía en sus propias fuerzas.
Luis Emilio Aybar
Este artículo nos fue entregado por el autor
Apareció publicado previamente en Rebelión
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195703
Notas
1. Véase respuestas de Rafael Hernández en «17D: secuencias y consecuencias», CATALEJO, el blog de Temas.
2. En este caso, solo por Telesur.
3. Véase para estas periodizaciones el ensayo de Juan Valdés Paz: «Cuba: La izquierda en el gobierno, 1959-2008», en El espacio y el Límite. Estudios sobre el sistema político cubano, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2009.
4. Intervención del autor en el Ciclo-Taller Vivir la Revolución a 50 años de su triunfo, reproducida en el libro Poder Vivir en Cuba, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, 2011.
5. Conferencia de prensa ofrecida por Obama el 19 de diciembre de 2014. En: http://abcnews.go.com/Politics/obama-touts-progress-home-abroad-americas-resurgence-real/story?id=27719486.
6. Intervención en el panel «Cuba, Estados Unidos y el proyecto antiimperialista de José Martí», convocado por el proyecto juvenil La Revuelta, del ICIC Juan Marinello, 28 de enero de 2015.
7. Estas experiencias de resistencia son efímeras y poco difundidas, pero algunas han contribuido a frenar determinadas decisiones (caso de algunos centrales azucareros). En mi tesis de diploma tuve la oportunidad de estudiar una de ellas, la historia de unas madres que se opusieron al cierre de una escuela primaria en un barrio de Marianao. Véase Esa escuela era de nosotros. Acción colectiva en el Consejo Popular Libertad, Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana, 2013.
8. Jorge Luis Acanda: Por una cultura revolucionaria de la política, en Concepción y Metodología de la Educación Popular. Selección de lecturas, Editorial Caminos, La Habana, 2012.
9. Fernando Martínez Heredia: En Cuba tenemos que combinar bien el realismo terco con la imaginación, presentación en el espacio Catalejo, de la Unión de Periodistas de Cuba, enero de 2014.