Carta a poetas: militares y policías venezolanos asesinan dos niños

Carta a mis hermanos poetas

 

Carta de José Ángel Quintero Weir dirigida a un grupo de intelectuales, escritores y poetas, que se han declarado defensores de Maduro y hasta el momento no han dicho una sola palabra frente al Decreto Militar por el cual las fuerzas militares y policiales están autorizadas a usar armas de acción letal sobre manifestaciones sociales. Y menos se han pronunciado frente a las recientes víctimas de dicho Decreto:  dos niños, uno de 14 años y otro de 17 años; uno de la población del llamado estado Táchira en la base de los Andes venezolanos, y el otro, un wayuu en la frontera colombo-venezolana de la Guajira, cayeron casi simultáneamente a manos de la policía el primero, y del ejército «bolivariano» el segundo. 

¿Cómo Así?

 

«…Si escribo esta carta y se la dirijo directamente a ellos, no es para que se borren de la lista, pues, si algo he aprendido de los actualmente perseguidos añuu y wayuu es que: somos responsables de lo que decimos o no decimos; de lo que expresamos o callamos; de lo que hacemos o dejamos de hacer; de tal manera que, nadie podrá borrar aquello que decimos o hacemos, pues, las palabras no son simples decires o globos que se lleva el viento, sino que son hijos que configuramos en nuestro corazón y nacemos al mundo como nuestros hijos vivos, nuestra eterna representación y, sólo por ello, es que podemos ser considerados como poetas, como escritores…»

 

 

Si a ver vamos, siempre, a lo largo de la historia del mundo, ante la mayor de las ignominias, lo primero que los pueblos enarbolan en su defensa es la poderosa arma de su poesía, la de sus poetas mayores, pues, sólo ella y ellos, desde su humilde rebeldía, son capaces de enfrentarse por sí mismos a toda imposición, a todo dominio.

 

José Quintero Weir

 

A pesar de que el título de arriba ciertamente aparece como muy genérico, debo ser honesto en decir que mi carta va dirigida a quienes, de una enorme lista de nombres señalados como escritores que apoyan al Presidente Maduro en esta aciaga hora, constituyen para mí, poetas verdaderos; esto es, verdaderos escritores que, equivocados o no en su apreciación política del momento, poseen la condición, por haberla trabajado y expuesto en una obra singular, digna de ser considerada por encima de cualquier contradicción política e ideológica circunstancial.

 

Me refiero, pues, entre otros, a mi muy querido Ramón Palomares y César Chirinos, entre los más viejos. Luis Alberto Crespo y César Seco, entre los más relativamente jóvenes. Los demás, no los menciono, ya porque aun sabiendo de quienes se trata, nunca formaron parte en el contexto de las luchas éticas, poéticas y políticas de nuestro país, de ninguna acción que pudiera ser considerada como expresión del oficio de poetas, esto es, de nuestra historia de rebeldía literaria y política. A otros, mucho menos puedo mencionarlos ya que les conozco de a de veras, y sé que su mayor acción social o en beneficio social en la que siempre se destacaron fue, precisamente, en cuidar de sí mismos y en abombarse a sí mismos; por lo que, no merecen la pena ni siquiera para apoyar a Maduro en estas terribles circunstancias por su evidente oportunismo.

 

Recuerdo que, para 1972, la primera tarea que como militante del PRV-FALN me fue asignada por Alí Gómez (El Curita), posteriormente muerto en combate en Nicaragua por la Contra, era la de visitar todos los domingos al único guerrillero de las FALN preso en la llamada Cárcel de Sabaneta en Maracaibo: Felipe Rojas, quien compartía pabellón con varios presos políticos entre los que se encontraba Jorge Rodríguez (el verdadero), Miguel Ángel Díaz Zárraga y José Zabala (esposo de mi muy querida poeta Lydda Franco Farías), entre otros, pertenecientes todos a la llamada OR de Julio Escalona, actual diplomático del gobierno en no sé, ni importa dónde.

 

Puedo decir que en esas visitas conocí dos seres excepcionales: la vieja Catalina, quien, sin pertenecer a ninguna de las organizaciones revolucionarias, nunca faltó a la cita de visitar a los presos políticos hasta el día de su muerte, y, al abogado obrero, miembro del ya desprestigiado (en ese momento) Partido Comunista, pero cuya consecuencia y rebeldía nos hacía admirarlo y respetarlo. Me refiero al que conocí siempre como Curro Guillén. Hoy día no sé si vive o ha muerto, pero lo que sí sé es que ninguno de los firmantes como “escritores” y “poetas” del Manifiesto pro-gobierno estuvieron allí, a no ser, posteriormente, como delatores, pero que ahora son reconocidos poetas y hasta han llegado a ocupar viceministerios en la conducción de esto que llaman “revolución bolivariana”.

 

En ese mismo tiempo, Ramón Palomares, Salvador Garmendia, Carlos Contramaestre, entre otros, nos acompañaron e hicieron posible la ejecución práctica de lo que internamente en el PRV-FALN llamamos la política de: El Viraje Táctico, que no fue otra cosa que la salida a la calle de contingentes de guerrilleros desde las montañas a la vinculación y organización del movimiento popular de las grandes barriadas de las ciudades a través de sus propias luchas por la educación, la salud, el trabajo y la cultura. Esto suponía, no la identificación de ese movimiento popular con la directriz de un partido sino, sobre todo, la posibilidad de que ese mismo movimiento social generara, autónomamente, su fuerza y su rebeldía y, cuyo principio esencial lo constituía una de las últimas frases irrefutables de Ernesto Che Guevara: “sentir en lo más hondo, cualquier injusticia, cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo”. 

 

Pero, a pesar de que bien pudiera relatarles muchas historias, especialmente, del mundo de la poesía y de los poetas en tiempos de la guerra revolucionaria de los años sesenta-setenta, no es esa precisamente la intención de esta misiva; por el contrario, lo que quisiera es que mis hermanos sólo puedan reubicarse en lo que siempre me enseñaron era lo esencial del ejercicio de la poesía y de la literatura: ser responsables, verdaderos, plenos de corazón y por tanto, defensores de la humanidad por la consciencia de su corazón. Todo lo cual, niega, de hecho, cualquier auspicio y/o concuspiscencia con el poder y los poderosos, no importa su signo ideológico, pues, toda poesía y todo verdadero poeta siempre le va al que en desventaja está, al minusválido de justicia, al empobrecido por sometimiento, ya que el poeta y su palabra es la esperanza de quien ha sido despojado de toda esperanza.

 

Así, pues, me niego a creer que mi muy querido y respetado poeta de las montañas de Escuque, Ramón Palomares, pueda justificar que, valiéndose de un Decreto Militar que justifica el uso de fuerza letal por parte de la policía, un gendarme de la “revolución” o un “revolucionario” gendarme dispare la cabeza de un niño de 14 años, andino, del Táchira, y que además el Presidente por el que estampó su firma y negó su espíritu de poeta, diga que el niño lo merecía porque pertenecía a una secta de derecha como lo son los Boys Scouts.

 

Me niego a creer que mi muy querido (casi mi segundo abuelo) César Chirinos, haya estampado su firma y negado su espíritu a favor de un Presidente que justifica los más de 16 wayuu asesinados en la Guajira, acusados de anti-patriotas contrabandistas, cuando todo el mundo en el Zulia sabe que los más grandes controladores del contrabando de gasolina y comestibles son altísimos miembros del gobierno, PDVSA y las Fuerzas Armadas.

 

Si escribo esta carta y se la dirijo directamente a ellos, no es para que se borren de la lista, pues, si algo he aprendido de los actualmente perseguidos añuu y wayuu es que: somos responsables de lo que decimos o no decimos; de lo que expresamos o callamos; de lo que hacemos o dejamos de hacer; de tal manera que, nadie podrá borrar aquello que decimos o hacemos, pues, las palabras no son simples decires o globos que se lleva el viento, sino que son hijos que configuramos en nuestro corazón y nacemos al mundo como nuestros hijos vivos, nuestra eterna representación y, sólo por ello, es que podemos ser considerados como poetas, como escritores.

 

Es por ello que ningún asesinato es posible de ser justificado por ninguna ideología, por ningún gobierno; mucho menos, el asesinato de niños. ¡Por Dios!, Ramón, César, no me digan que vale más el gobierno de Maduro que la vida de esos niños.

 

Estoy seguro que ese no es su pensamiento. Cualquier justificación por muy sesuda que sea, siempre será eso: mera justificación a la claudicación de la rebeldía. Yo, de ustedes, todavía no lo creo.

Vaya un fuerte abrazo, a pesar de todo.

 

José Quintero Weir

Más que escritor, ser humano todavía.  

    

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