Cauca: entre la emancipación y la captura
Compartimos la reseña del libro Entre la emancipación y la captura: memorias y caminos desde la lucha Nasa en Colombia, realizada por Abelardo Rodríguez Macías en la presentación que se realizó en agosto de 2017 en Querétaro, México. La primera edición de este texto la hicieron conjuntamente Grietas Editores, En cortito que´s pa´largo, Pensaré Cartonéras y Pueblos en Camino desde México. La segunda edición sale en Ecuador con la editorial Abya Yala y será presentada el próximo 15 de mayo en Quito desde la Universidad Andina Simón Bolívar, con comentarios de las compañeras Katy Machoa de Conaie y Catherine Walsh. Así sí. Memorias y caminos
CAUCA, ENTRE LA EMANCIPACIÓN Y LA CAPTURA
“Cuando teníamos todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas”
Mario Benedetti.
El pasado 10 de agosto, se presentó en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de esta Universidad Autónoma de Querétaro, el libro de Vilma Almendra “Entre la emancipación y la captura. Memorias y caminos de la lucha Nasa en Colombia”. La presentación fue organizada por la editorial de Medios Libres “en cortito que es pa”largo” y “Pueblos en camino” que es un espacio de reflexión de las luchas anticapitalistas latinoamericanas, y en ella participamos Brenda Rodríguez, Blanca Isela Gómez, Lluvia Cervantes y el que esto escribe. Vilma Almendra es indígena, mujer, madre, activista, estudiosa, hija y nieta de la lucha de su pueblo; en el prefacio del libro, nos cuenta su compañero Manuel Rozenthal, que Vilma de niña buscaba entre las nubes, el rostro de su padre asesinado por recuperar la tierra de sus ancestros, cuando ella tenía sólo 7 años. Ese mismo día también mataron a su tío por los mismos motivos. En ambos casos ella estaba lejos de ellos, pero soñó en tiempo real sus muertes. Estas premoniciones, me atrevo a decir, son parte de su mundo indígena, de su estar en el mundo, y con esta sensibilidad a cuestas, nos alerta en su libro sobre los peligros que se ciernen sobre las luchas de liberación y autonomía. Ello nos recuerda a Casandra, la pitonisa griega, que tenía el don de prever el futuro, pero al mismo tiempo, la maldición de que nadie le creería. La menciono porque de alguna manera a las actuales Casandras, como Vilma Almendra, que critican, que analizan y que cuestionan las prácticas del Estado y del patriarcado dentro de sus propios movimientos, nadie les quiere creer, no las quieren oír, las tachan de divisionistas, “de hacerle el juego a la derecha”, de tener oscuros intereses”, de “provocadoras”, de “traidoras” y otras “linduras” de nuestra herencia estalinista y reformista. De esta manera, Vilma Almendra tuvo que retirarse de su territorio y de la lucha, expulsada, de alguna manera, por una dirigencia de hombres, que se volvió “pragmática” y abandonó la lucha por la autonomía y se subordinó a las políticas desmovilizadoras y contra-insurgentes del gobierno colombiano. Pero Vilma Almendra no se fue, sólo se hizo a un lado y preparó este libro, como una respuesta, como un aviso, una premonición y una memoria de lo que se torció, de lo que hay que recuperar, de lo que se retrocedió y perdió. Hizo, con este libro, la disección de una derrota. De eso que nadie quiere hablar, que nadie quiere mencionar siquiera, pese a ser una realidad contumaz en las luchas. No aprender de nuestras derrotas es parte de nuestra sumisión permanente. Para mí este es el gran aporte de Vilma Almendra en su libro: Digerir la derrota para convertirla en enseñanza, en aprendizaje. Es un proceso doloroso, incómodo, que te condena a la soledad. Pero que es necesario. Es reconocer que el enemigo no sólo está afuera, sino que también habita dentro de nuestros movimientos, de nuestros territorios, de nuestras luchas. Y generalmente, más que en individuos o dirigencias específica, está encarnado en prácticas, a veces muy sutiles, que van des-configurando las causas de la lucha. Eso es lo que nos muestra Vilma Almendra en su libro, que si bien se presentó como su tesis de Maestría en Sociología en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, no es un libro académico, sino una memoria del movimiento indígena colombiano, una memoria que arde y duele, que nos convoca a pensar y a sentir. Es la memoria de una victoria y una derrota. Pero la derrota lleva de compañera siempre a otra figura igualmente oscura y amarga: La muerte. Y la muerte ha estado siempre presente en el Cauca y en el devenir de Vilma Almendra. A las muertes de sus seres queridos, como su hermano asesinado en 2010, le siguen las de compañeros y compañeras de lucha; hasta la fecha los asesinatos en el Cauca no cesan. Por eso, cuando ella habla del “horror y la muerte”, no habla en balde. No pronuncia estas terribles palabras como recurso retórico o porque estén a la moda. Vilma Almendra las ha vivido en carne propia. Habla desde su experiencia individual y colectiva, desde su memoria herida y su rebeldía vital. Por eso también resulta creíble su apasionada defensa de la vida, de la madre tierra, de otra realidad muy otra.
El Cauca es un territorio indígena enclavado al sur de Colombia. De 2000 a 2010 vivió un proceso de lucha muy importante, en donde de acuerdo a Vilma Almendra, convergieron la resistencia y la autonomía, dando como fruto transformaciones comunitarias emancipadoras. ¿A qué se refiere Vilma Almendra con esto? En síntesis, a las acciones/discursos que caminan hacia la autonomía y que tienen como características centrales: 1) el no olvido de los antagonismos históricos de los pueblos indígenas frente al Estado; 2) el carácter anti-capitalista y anti-patriarcal que adquiere la lucha y que representa la insubordinación frente a las políticas permitidas por el Estado; 3) la asamblea como máxima instancia en la toma de decisiones, por encima de dirigencias, y 4) la creatividad política colectiva que genera alternativas de vida frente a las prácticas estatales y capitalistas que se abandonan. Esto fue lo que levantó al movimiento indígena colombiano en los albores del siglo XXI. La tesis de Vilma Almendra al respecto es muy clara: La resistencia, por sí sola, sin autonomía, no genera emancipación. La resistencia sola es legítima y necesaria pero fácilmente es capturada por el Estado en sus políticas de “inclusión social”, convirtiéndola en un muro interminable de lamentos, denuncias y victimización, en donde el Estado surge como “salvador” de los indígenas, a cambio de migajas asistencialistas. La resistencia sin autonomía, es un bocado fácilmente asimilado por el sistema. De hecho, la resistencia por sí sola apuntala al sistema, pues se ve reducida a “pliegos petitorios”, proyectos productivos, ayudas y becas y toda la parafernalia instrumental del Estado, pero no llega al fondo del problema: La autodeterminación de los pueblos. Con la autonomía la resistencia crea un futuro/presente que genera creatividad para no estar subordinada al Estado. Lo que pasó en el Cauca es que si la autonomía levantó un movimiento de 2000 a 2010, el abandono de la autonomía marcó su derrota. Esa es, de manera muy sucinta, lo que nos muestra Vilma Almendra en su libro. Desde el 2002 la Minga de resistencia social y comunitaria, la MRSC, expresión del Mandato Indígena Popular, rechazó las políticas del gobierno colombiano que pretendía obligarlos a cambiar sus prácticas ancestrales. Pero después de 2010, la dirigencia indígena, sin previa consulta a las asambleas, fue aceptando una a una las políticas asistencialistas del Estado colombiano, bajo el argumento de “hay que aprovechar el dinero de las regalías mineras y del post-conflicto, si la plata la van a seguir usando en la guerra, mejor la usamos nosotros”. Vilma Almendra nos muestra como este argumento falaz se hace añicos cuando entendemos que la dádiva recibida a través de estas políticas asistenciales son parte de la guerra de despojo contra los pueblos. Pues actualmente en Colombia hay 5 millones de hectáreas concesionadas a las compañías mineras y hay solicitadas otras 25 mil hectáreas. En este contexto, “las regalías mineras a los pueblos” son parte de la inversión que despoja y contamina, pero que también destruye y fragmenta la lucha y la autonomía de los pueblos.
Y esto nos recuerda en México la lucha zapatista y la del Congreso Nacional Indígena, el CNI. Después de la traición por parte del gobierno mexicano y sus partidos políticos a los Acuerdos de San Andrés Larraínzar, éste lanzó una iniciativa de leyes estatales de los pueblos indígenas y apoyos importantes de dinero. Con ello pretendió romper la unidad indígena en torno al zapatismo y al CNI, creando una organización paralela llamada Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía, la ANIPA. Pese al millonario apoyo gubernamental a esta organización y a este plan, el CNI sobrevivió al vendaval divisionista y contra-insurgente del Estado y ahora, en 2017, pasa de nuevo a la ofensiva, acompañado por el zapatismo, con su propuesta de un Concejo Indígena de Gobierno para todo el país, tomando por asalto las elecciones presidenciales de 2018. Sin pecar de lo que tanto huimos que es el optimismo ramplón y tramposo que nos heredó la cultura estalinista, pienso, al igual que Vilma Almendra, que resurgirá el movimiento autonomista en los pueblos del Cauca colombiano. Pues hay que considerar que los pueblos indígenas tienen una matriz civilizatoria muy antigua y vigente y que esta matriz, paridora de vida, la Ume Kiwe en lengua Nasa, es lo que el antropólogo Claudio Lomnitz llama “cultura íntima”. Un lugar inaccesible a los no indígenas, un mundo donde la lengua originaria manda y crea y preserva otra forma de ver la vida. Un lugar a donde no llegó la evangelización ni la colonización ni todas las subsecuentes modernizaciones capitalistas. Esta cultura íntima es diferente a la “cultura de relación” que igualmente define Lomnitz como las relaciones políticas de los pueblos indígenas. En esta cultura de relación es donde anidan todas las mediaciones con el Estado. En realidad esta cultura de relación la compartimos todos, indígenas y no indígenas. En resumidas cuentas se trata de transformar esta cultura de relación a partir de la cultura íntima, de sus valores y visiones del mundo. Cuando suceda esto, el Estado ya no tendrá pretexto para existir, porque la cultura íntima es anti-capitalista y ella es la principal enemiga del capitalismo. Por eso el exterminio de los pueblos indígenas es sistemático desde la conquista en América o Abya Yala. Pero este exterminio material, económico y militar, es también cultural y político. En esta cultura íntima reside la esperanza y la resistencia más prolongada y fuerte a la destrucción sistemática capitalista. A ésta cultura íntima, creo, es a la que apela Vilma Almendra en primera instancia, para recuperar uno de los pilares de la vida, la memoria y la cultura indígena: La autonomía.
Por Abelardo Rodríguez Macías
Agosto de 2017
Querétaro, México