Chiloé: Propuesta ético-comunitaria como aporte a la reconstrucción de los pueblos

” (…) Esto significa ya no meramente defender el territorio y una identidad histórica en progresivo deterioro, sino que se debe construir una nueva (ojalá muchas) organización social, política y comunitaria desde la ética del entendimiento y el apoyo, buscando, en lo mediato, generar un programa construido desde la comunidad y los movimientos sociales que no retoque o haga pequeñas modificaciones a la institucionalidad política y jurídica, sino que emplee la propia realidad que vivimos para dar respuestas a las necesidades que nos depara el futuro, buscando con ello alcanzar el cambio en lo fundamental de cómo nos relacionamos, excluyendo la violencia y la dominación de nuestras vidas haciendo de ello una verdadera ofensiva territorial de los pueblos para su dignidad, recuperando aquella conexión íntima y sumamente personal que debe existir entre el sujeto, las comunidades que forman y la naturaleza con la cual conviven, (…)”

LA PROPUESTA ÉTICO-COMUNITARIA COMO APORTE A LA RE-CONSTRUCCIÓN DE LOS PUEBLOS.

La reciente crisis ambiental, productiva y social que vivió nuestra región significó un mensaje claro y potente para la población: el modo en que vivimos está matando el territorio en el que vivimos, lo que pone en grave peligro el futuro para las comunidades del sector. Esta crisis, como se ha repetido en varias ocasiones, es ocasionada por las decisiones que los sectores empresariales y el Estado han tomado para nuestro desarrollo, despojando con ello a los pueblos de su capacidad para auto determinar su futuro, manteniendo estructuras democráticas serviles a intereses ajenos, muchas veces extranjeros, resguardando desde las instituciones públicas un modelo de explotación y dominación que ha ido socavando cada vez más la vida de las personas y el equilibrio con la naturaleza para privilegiar la extracción de recursos y la acumulación de riquezas, lo cual, si lo sumamos a las próximas estrategias anunciadas de expansión y modernización (con la construcción del puente con el continente como principal inversión) significarán para las comunidades nuevos despojos culturales en pos de la manoseada globalización.

Esto, sin embargo, no es nuevo. Desde los tiempos de la conquista española pasando por la anexión a la República y el continuo crecimiento del Estado, los pueblos asentados en el territorio han ido perdiendo, a la fuerza, su capacidad de reflexión, privándose de decidir el modelo con el cual estructurar la relación entre los individuos, las comunidades que forman y el entorno natural en el que viven. Esto que era tan propio de las culturas ancestrales se perdió luego de que se implementara un modelo a imagen y semejanza del explotador: ya no era el pensamiento y creación colectiva de la comunidad en el territorio la que resolvía su desarrollo, sino que se homologó nuestra realidad para servir a otros propósitos, principalmente económicos, lo que también tuvo su expresión en cómo las personas afrontaron luego sus vidas, en todo ámbito de éstas, desde la salud o la educación y hasta la religión o la mitología. Aquel sincretismo político-cultural entre, en nuestro caso, el legado huilliche-chilote y el yugo español-chileno ha estado en permanente conflicto, siendo el actual momento histórico un capítulo más en la resolución de esa contradicción.

En ese sentido, la historia de Chiloé, tal como la de todos los territorios y pueblos del continente, ha sido una permanente resistencia a dichos cambios, siendo los distintos períodos manifestaciones de como pasamos desde una cultura originaria o propia del territorio, a adoptar la cultura occidental, su política, religión y economía, incluso significando cambios en el arte o la arquitectura típicas de Chiloé. Así, la formación de una economía doméstica familiar (basada en eventos colectivos como la minga) dio paso desde la mitad del siglo XX a una potente proletarización y centralización de las comunidades, evidenciando de forma tardía aquello que en otras partes se vivió como el éxodo del campo a la ciudad, con la consecuente subordinación a la necesidad de un salario en dinero para la subsistencia familiar, dividiendo aquellos antiguos núcleos familiares o comunitarios, convirtiéndonos en dependientes del comercio para abandonar de manera progresiva las labores de carácter agrícola, ganadero, pescador o recolector que caracterizaron el crecimiento histórico de los pueblos en el archipiélago. El gran promotor y actor favorecido fue la industria, y sus dueños, quienes en pocos años cubrieron gran parte de la naciente demanda laboral, fomentando esta nueva relación a la vez que explotaba indiscriminadamente la tierra y el mar.

Hoy, sin embargo, se vive un nuevo proceso de contracción, provocado principalmente por la falta de prolijidad en la producción, que se suma a la necesidad urgente que tiene la economía chilena de mantener su nivel de crecimiento, postergando los cambios requeridos por la gente y los territorios para no entorpecer la inversión fácil de los grupos empresariales, quienes apuestan por fortalecer la anexión de Chiloé mediante mayor presencia de industrias primario extractivas (minería, forestal, energía, salmoneras) rentabilizando el territorio, otorgando una válvula de oxígeno al estancamiento minero del cobre y conectando más porciones del país al circuito internacional de intercambio de recursos y mercancías, siendo el puente sobre el Canal de Chacao y el Mega-puerto en Quellón el principio y fin de la construcción de una puerta de entrada a la Patagonia y sus riquezas no explotadas por falta de material y conexión ¿Esto significa mayor inversión en cuidado al medio ambiente, salud, vivienda o educación? ¿Traerá esto mayores sueldos e industrias respetuosas en el equilibrio con el medio ambiente? ¿Eleva este proceso la calidad de vida de las personas y las familias? Claro que no, al contrario, y no duden que tampoco les importa.

Ante esto, surgen varias opciones desde las mismas comunidades para afrontar el actual escenario, las cuales sin detenernos mucho podríamos resumir en cuatro principales: el nacionalismo de los pequeños sectores propietarios, el partidismo estatal de las organizaciones políticas y algunos movimientos sociales, el gremialismo de grupos de trabajadores o pobladores, y algunas experiencias germinales de anarco individualismo, sumado a la reivindicación territorial huilliche, que aglutina en su seno a varias de estas visiones.

Estas expresiones político-culturales que surgen en los pueblos responden a la misma idea común de reposicionar la toma de decisiones en las manos de quienes viven en el territorio, pero lo reivindican desde el mismo marco histórico cultural que significa el capitalismo, resultando, por consiguiente, en apuestas limitadas, riesgosas y que no suponen una visión comunitaria, sino más bien esfuerzos aún marginales, cuyas buenas intenciones no cubren la falta de un sustento ideológico que permita transformar la realidad en un proceso más amplio de deconstrucción y reconstrucción democrática de nuestra identidad, de manera individual y colectiva, entre nosotras y nosotros, y para con la naturaleza.

Entonces, ¿en qué consistiría una propuesta distinta planteada desde una visión ética y comunitaria de nuestra realidad?

En primer lugar, se busca recuperar el respeto a los procesos vitales propios en que permanentemente se encuentran los individuos, las comunidades y su entorno vivo, en continua relación y retroalimentación. Esto conlleva una reconsideración profunda respecto a nuestra realidad y nuestro desarrollo, otorgando en ello los espacios, tiempos y elementos suficientes para que cada individuo pueda reflexionar sobre sí mismo y su rol en la sociedad, para expresarlo luego en espacios colectivos (sindicatos, juntas de vecinos, centros de alumnos, organizaciones políticas o culturales, clubes deportivos, etc.) construidos democráticamente donde las comunidades puedan tomar dicho aprendizaje y organizarlo para establecer necesidades, propósitos y prioridades según el sentir de la población y las condiciones de su diario vivir en el territorio, manteniendo siempre a la vista un equilibrio con el entorno natural y permitiendo la sustentabilidad en el tiempo de los pueblos. La consiguiente vinculación de estos espacios permitiría proyectar una nueva forma de organización territorial, la cual podría acumular la capacidad suficiente como para resolver los macro problemas que aquejan al archipiélago. De esta forma, la educación, la salud o la vivienda serían cuestiones resueltas desde los propios espacios sociales, contribuyendo a otorgar soluciones que puedan desenvolverse dentro o fuera del propio espacio institucional que otorga el Estado (por ejemplo, la construcción de un programa curricular con contenidos acordes a nuestro territorio para ser implementados en las escuelas o entregados a través de otras instancias de educación social, como cátedras paralelas libres, talleres de oficios o encuentros multisectoriales).

Dicho proceso conllevaría también un cuestionamiento respecto nuestras actuales estructuras internas, en especial por la reivindicación de la igualdad entre las personas a la hora de participar, decidir y ejecutar. En esto, las propuestas desde el “nacionalismo chilote” o el “partidismo estatal” no cuestionan como está distribuido el poder en la comunidad, sino que pretenden conquistar mayor capacidad de determinación, la que terminará en manos de los grupos dirigentes, en especial de pequeños y medianos propietarios o burócratas partidistas, quienes pasarían de ser un sector mínimo en el escenario nacional a el principal agente económico y político en una hipotética nueva nación. Por lo mismo tampoco recoge, por ejemplo, la reivindicación del pueblo mapuche-huilliche, por cuanto su objetivo no es transformar el cómo vivimos, sino que su aspiración máxima es disputar el poder que sienten arrebatados por una autoridad central, para constituirse luego ellos mismos como nueva autoridad, que administre mejor el territorio según sus visiones y anhelos. La posterior distribución de ese poder se muestra entonces como un horizonte lejano, el cual, históricamente, se ha postergado con la excusa de la estabilidad social.

En segundo lugar, una propuesta ético-comunitaria reivindica no sólo el respeto a los procesos individuales, comunitarios y naturales, sino que también se propone la recuperación o nueva construcción de identidades desde lo local, que superen con ello la fuerte imposición cultural y que sean capaces de proyectar una nueva cosmovisión espiritual, política y artística que se potencie vinculándose con el territorio y sirva de soporte a una nueva organización social. Esto constituiría un nuevo marco cultural y político que sirviera de constante punto de inicio y fin a las iniciativas que se tomen por las distintas organizaciones de la comunidad, lo que incluye la reconsideración de nuestros procesos económico-productivos, resistiendo, por ejemplo, al monocultivo de pino que devora miles de hectáreas de bosque originario o la crianza de salmones, depredadores extranjeros de toda la fauna natural. Es necesario así como se construye identidad cultural, que esta se posicione políticamente como una nueva forma de desarrollo productivo, al servicio de los pueblos y no invasivo con el medio ambiente, que garantice el fortalecimiento de los pueblos y quienes lo componen, siendo el beneficio para la comunidad y no para el mercado el principal objetivo a realizar.

En este caso, las tendencias actuales no cuestionan el papel que tanto histórica como actualmente han tenido las instituciones establecidas desde un gobierno central. Desde el Estado, la matriz productiva, la educación o la iglesia, estas formas de organización social permiten consolidar un imaginario colectivo donde se pretenda una falsa igualdad y libertad, pero que en verdad encubre las limitaciones y perjuicios graves que causa este sistema en la vida de los pueblos más alejados de los centros de poder. Así como perdimos económicamente la minga como evento familiar y cultural, hoy asistimos a la pérdida de nuestra propia identidad, la cual se cosifica como objeto de turismo pero que en la cotidianidad es olvidada para dar paso a una producción, comercio, servicio público y sentido espiritual ajenos a nuestra herencia y vivencia cultural, posicionando símbolos, marcas y ritos que poco tienen que ver con nuestra rica tradición geográfica y territorial

Por otro lado, posicionarse desde una visión y propuesta ético-comunitaria significa construir desde el apoyo mutuo, desde la sinceridad y la solidaridad constante y permanente, como medio de vida, desarrollo y subsistencia, potenciando el desarrollo humano y social como un proceso histórico de crecimiento y aprendizaje recíproco y continuo, sin verdades que irreflexivamente haya que apoyar o desechar. La propuesta ético-comunitaria no viene a proponer un nuevo Estado o Nación, tampoco a conquistar las existentes, se posiciona como un marco filosófico e ideológico distinto, donde el respeto a los procesos de las comunidades es esencial, por lo tanto no busca entrar en contradicción con otros pueblos y sus reivindicaciones, como el mapuche, sino que a través de una vinculación directa y sincera poder estructurar un nuevo marco de relaciones, que busque el crecimiento y desarrollo de las experiencias orientadas hacia el bien común y una verdadera igualdad. No queremos desarrollo y dignidad sólo para Chiloé, sino que para todos los pueblos del mundo.

Para esto creemos en la democracia, la liberación y el autogobierno como principios guía que permitan el sano desenvolvimiento de los individuos y los pueblos. Esto significa ya no meramente defender el territorio y una identidad histórica en progresivo deterioro, sino que se debe construir una nueva (ojalá muchas) organización social, política y comunitaria desde la ética del entendimiento y el apoyo, buscando, en lo mediato, generar un programa construido desde la comunidad y los movimientos sociales que no retoque o haga pequeñas modificaciones a la institucionalidad política y jurídica, sino que emplee la propia realidad que vivimos para dar respuestas a las necesidades que nos depara el futuro, buscando con ello alcanzar el cambio en lo fundamental de cómo nos relacionamos, excluyendo la violencia y la dominación de nuestras vidas haciendo de ello una verdadera ofensiva territorial de los pueblos para su dignidad, recuperando aquella conexión íntima y sumamente personal que debe existir entre el sujeto, las comunidades que forman y la naturaleza con la cual conviven, levantando de nuestras propias manos y fuerza una nueva identidad política cultural que termine con la explotación y la dominación, expresándose en un programa acorde, que, en especial, se encomiende a si mismo terminar con la violencia que en nuestras familias y comunidades ejercemos día a día contra la mujer, necesidad que a pocos parece hoy en día importarles y que constituye el primer paso si queremos alcanzar una verdadera libertad.

Ṅewentuayin peñi lamŋen
Nos haremos fuertes, hermanos y hermanas.

Fuente: El fogón.cl

Comunidad y solidaridad al servicio del pueblo”

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