LOS HUCHEROS (*)-Todo que ver con nosotros-
Cualquier antropólogo describiría esto que describe tan precisamente Gustavo Duch, si no fuera porque pertenecen a la misma especie, participan de los mismos rituales y se ganan la vida reconociendo como extraños a otras y otros que no son del mismo modo, de modo que son incapaces de ver lo extraños que somos y lo peligrosos que resultamos para la vida y para las y los demás:
«Recogí la información de una revista especializada en antropología, donde uno de sus artículos hace conjeturas del porqué, la población de una remota y poco conocida etnia, padece tres desórdenes patológicos que acaban afectando muy sensiblemente a su modo de vida.»
«Es tan grande su desprecio por los que no son como ellos y tan grande su obsesión productivista que cuando ven a los otros seres solo vislumbran cómo sacarles provecho. Por ejemplo, cuando ven un vaca, solo ven sus ubres. Y cuando ven un cerdo, ¡ay! cuando ven un cerdo, solo ven su aprovechamiento total de tal manera que lo confunden con una hucha a la que idolatran como su divinidad. De ahí deriva su nombre, los hucheros, pues el dios al que adoran es el cerdito-hucha y lo sirven engordándolo con monedas hasta el acto ritual de su sacrificio.»
Así Sí! Pueblos en Camino
LOS HUCHEROS (*)
La práctica del canibalismo
El primero de estos trastornos parece ser una mutación genética ligada al cromosoma Y, que hace que se mantenga una estructura social patriarcal muy rígida, tanto, que por lo que cuenta el artículo, se podría decir sin exagerar, que dicha sociedad parece un pelotón del ejercito donde solo los machos valientes y sexualmente heteronormativos disfrutan de todos los privilegios. Privilegios que están presentes en todos sus escenarios de vida, en sus hogares, en el campo, en las escuelas… llegando a darse situaciones de maltratato y explotación a las mujeres de su etnia de forma muy habitual.
Los varones adultos son los propietarios de las tierras y son ellos los que al atardecer se encuentran en las plazas de sus aldeas para comercializar las cosechas producidas. En cambio, las tareas que han asignado a las mujeres, como el cuidado del hogar, de la familia o de los pequeños huertos, son actividades que en su sociedad quedan invisiblizadas y marginadas. Como explica el artículo, el predominio de esa masculinidad mal entendida, es responsable de la conformación de una sociedad tan obsesionada por producir cuanto más mejor, que desprecia todo lo que garantice la reproducción de sus propias vidas. Por ello no extraña que sus territorios están tomados por muy pocos y enormes monocultivos, donde en ocasiones se encuentran a niñas y niños trabajando explotados al servicio de los hombres dominantes.
Parece ser, y esta es su segunda patología, que la mayoría de miembros de su comunidad -y la totalidad de sus mandatarios- nacen con una deformación en el nervio óptico que les altera el campo visual y les hace ver que todo gira a su alrededor, que ellos están en el centro de todo. No afirman que el Sol, los planetas y las estrellas giran alrededor de la Tierra, como se afirmaba antiguamente, si no que están convencidos que el universo, el Sol, los planetas y las estrellas giran alrededor de ellos mismos. No es que crean que son los elegidos de la creación, como tantas religiones han instruido a sus creyentes, es que se entienden a ellos mismos como dioses poseedores de poderes mágicos; se sienten sobrenaturales, sí, literalmente, por encima de la Naturaleza, a la que maltratan sin ninguna consideración.
Es tan grande su desprecio por los que no son como ellos y tan grande su obsesión productivista que cuando ven a los otros seres solo vislumbran cómo sacarles provecho. Por ejemplo, cuando ven un vaca, solo ven sus ubres. Y cuando ven un cerdo, ¡ay! cuando ven un cerdo, solo ven su aprovechamiento total de tal manera que lo confunden con una hucha a la que idolatran como su divinidad. De ahí deriva su nombre, los hucheros, pues el dios al que adoran es el cerdito-hucha y lo sirven engordándolo con monedas hasta el acto ritual de su sacrificio. Cuenta el texto que en cuanto nacen sus hijos les regalan un cerdito-hucha que colocan en su mesita de noche para que les proteja y guíe por el buen camino de la sagrada acumulación.
Como cualquier sociedad humana, practican cantos y plegarias a su dios. Arrodillados frente a él, rezan por el milagro del engorde perpetuo. Según una hipótesis del artículo, tal vez, esta misma deformación óptica es la que les hace creer que viven en un mundo plano e infinito, y sin conciencia de planeta esférico y finito, viven en esa enajenación que les llevará a su segura desaparición.
A la creencia del engorde ilimitado del cerdo divino, sus gobernantes -cultos en eufemismos- le llaman con mucho estilo ‘generar riqueza’ o ‘la lógica del crecimiento’; en sus banderas exhiben un ‘plus ultra’ como lema y en las escuelas de negocios enseñan que hay que ‘comerse el mundo’. Sí, sí, como estamos viendo los hucheros son una de las pocas etnias que aún practica el canibalismo: comerse el mundo, comerse a si mismos.
Otras prácticas no civilizadas
Como decíamos antes, con esa deformación en la mirada, todo lo que ven lo interpretan como mercancías que se puedan vender, lo que les lleva a practicar una agricultura sin lógica alguna. A diferencia de cualquier cultura civilizada, los hucheros no orientan la agricultura hacia la satisfacción de una sana y suficiente alimentación para su población, sino que la dirigen -desde despachos- a los mercados donde más rendimiento económico les pueda ofrecer. Así se observa que en muchos de sus territorios se padece hambre crónica a pesar de tener buenas cosechas que viajan hacia otros lugares donde en cambio predomina el sobrepeso y gran parte de lo recibido lo acaban despilfarrando. En lugar de gestionar con medida los recursos marinos, pescan mucho y tanto que sus mares están agotados. De hecho, los conflictos que entre ellos se dan tienen su origen en quién puede controlar la producción, por eso tanto en el pasado como en la actualidad, entre los hucheros se desatan guerras para apropiarse de la tierra fértil.
Por último, patológicamente hablando, nos queda explicar lo que los oftalmólogos han clasificado como una “degeneración progresiva de las células de la retina que viene a provocarles un pseudodaltonismo adquirido”. Así que van creciendo las niñas y niños hucheros, van confundiendo los colores de tal manera que solo lo blanco les parece que tenga valor. Desprecian, con esos ojos enfermizos, al resto de seres humanos que no sean de su ‘civilización’, que no convivan en su ‘cultura huchera‘. Hay grupos de paleontología que analizando su ADN, afirman que esta etnia es descendiente directo de Colón y otros conquistadores, y no nos debe extrañar pues así se comportan. ― Los ‘otros’ ― dicen los hucheros ― son salvajes e inferiores y están para servirnos. Los ‘otros’ son las mujeres marroquis que bajo plásticos y fumigaciones cosechan los tomates que ellos comerán todo el año; los otros son quienes cual golondrinas descansan sobre las vallas que ellos se han instalado rodeando su perímetro, impidiendo, con balas de goma o golpes de porra, sus migraciones; los otros son los pescadores de Somalia y Kenia que ahora pasan hambre porque allí los hucheros tienen los barcos pesqueros más potentes del mundo procesando lo que será, junto a todas las recetas de cerdo engordado, uno de sus alimentos estrella: la lata de atún.
Una mala alimentación
Su pseudodaltonismo, como dicen los especialistas, les lleva también a un desprecio interior. Se aborrece todo lo que no sean sus propios modos de vida. Son consumistas, urbanitas, lo urbano ‘mola’; mientras que lo rural, lo campesino, lo popular es para ellos detestable. Su manera de hablar les delata. En las películas de buenos y malos que pasan constantemente por sus cadenas de televisión, los malos son los villanos, es decir, quienes viven en las villas, fuera de las ciudades. Al campesinado, su diccionario, lo define como persona burda, sin conocimientos. E incluso desde pequeños, en las escuelas de primaria al alumnado les obligan a respetar y memorizar las normas de urbanidad, diciendo sin decir, que la ruralidad es abominable.
Sin valorar a quienes producen alimentos, no pagan los alimentos como corresponde. Censurando las dietas tradicionales han ido modificando su metabolismo digestivo y hoy los hucheros, como fenómeno nunca visto de la evolución, se han convertido en los primeros especímenes capaces de vivir a base de comer el plástico y petroleo que les venden en establecimientos uniformes a los que llaman grandes superficies. Los filósofos opinan de ellos que tienen un carácter frío, artificial, metálico, porque, claro ―son lo que comen.
Han ido tan lejos que casi han acabado con la cultura campesina. Quizás, porque si ésta busca el equilibrio y la estabilidad, es un atentado contra su ensoñación del crecimiento perpetuo. Quizás, porque es el miedo a su capacidad de encontrar autonomía lo que que les lleva a arrinconar esa forma de vivir.
Pero no caen en la cuenta que así, generando pobreza y hambre en el mundo han hecho que su propia población viva en una burbuja falsa, vulnerable, peligrosa. Su hipertrofia androcéntrica, antropocéntrica y etnocéntrica, no solo es responsable de una crisis global en su Planeta si no que es la gran limitación que les impide abordar los retos a los que se enfrentan.
Pues sí, al final todo es un problema de cosmovisión.
Una visión, un cultura de la acumulación que daña a la propia vida y que impide mirar con ojos sanos de quien cuida y cultiva la vida.
Le Monde Diplomatique. Enero 2015. Gustavo Duch
https://gustavoduch.wordpress.com/algunas-conferencias/los-hucheros/
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(*) Texto inspirado en la publicación “Por una recampesinización ecofeminista: superando los tres sesgos de la mirada occidental” de MARTA SOLER MONTIEL Y DAVID PÉREZ NEIRA