Paramilitares en colusión con Fuerzas Armadas evaden peregrinación civil en Apartadó

Compartimos un reportaje de El Espectador sobre una peregrinación en torno de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó en Colombia. En un gesto ejemplar y heroico, las y los campesinos de esta región decidieron expulsar los actores de la guerra de su territorio y consolidarse con autonomía. Les ha costado más de 200 asesinatos, incluídos niños y niñas. El asedio constante de paramilitares con apoyo y en coordinación con las fuerzas armadas del estado ha sido probado recurrentemente. Una comisión civil buscó hacer contacto con los paramilitares en la zona. Estos se escondieron para evitar el contacto, con la complicidad del ejército y de la policía. San José de Apartadó vive en medio del terror para reafirmar el futuro cada día. La solidaridad presencial contiene al terror y expone la verdad.

 

 

 

 

El pasado 31 de agosto Buenaventura Hoyos, un campesino de la vereda La Hoz, en el municipio de Apartadó (Urabá antioqueño, noroccidente de Colombia), fue retenido por el grupo paramilitar Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC). Según organismos de Derechos Humanos, a este labriego se le vio por última vez el 3 de septiembre, atado por sus captores, camino al departamento de Córdoba. Al parecer, Hoyos habría sido víctima de un reclutamiento forzado. Su familia huyó de La Hoz, al igual que otras 50 personas que desde finales de agosto han visto a un grupo de más de dos centenares de paramilitares que se campean entre Nueva Antioquia (corregimiento de Turbo, Antioquia) y varias veredas que forman parte de la Comunidad de Paz de San José de Apartadó.
El padre Javier Giraldo y los campesinos de Urabá por las montañas de la cordillera de Abibe. / Jesús Abad Colorado – Cortesía
 
El Espectador acompañó una “Peregrinación por la vida” protagonizada por la Comunidad de Paz, representantes indígenas de diferentes puntos del país, organismos de derechos humanos y acompañantes internacionales. El objetivo de la movilización de cerca de 120 personas era concreto: buscar a los paramilitares en una base, denunciada por las comunidades, ubicada en la vereda de Sabaleta; recoger los testimonios de las personas que han visto el accionar de este grupo, conocer la suerte de Buenaventura Hoyos; enfrentar a los victimarios sin armas, escuchar las razones de las amenazas que han emitido contra la comunidad y ejercer la dignidad que han cultivado durante los 16 años que lleva su experiencia de neutralidad y paz frente a los diversos actores del conflicto.
 
La movilización, que comenzó el domingo 6 de octubre, se dividió en dos grupos. Ambos partieron de San Josecito (el principal de los 11 asentamientos de la Comunidad de Paz) con destino a Nueva Antioquia, el lugar que en la región se conoce como “el centro de operaciones” del paramilitarismo. El primero, con cerca de 70 personas, salió a pie y en mula, cruzando por la vereda de La Unión para llegar el día lunes al casco urbano de Nueva Antioquia. El otro grupo, en bus, llegó al mismo destino al día siguiente. Allí, el verdadero comienzo de una caminata que duraría cuatro días más y que, a su paso, evidenció que la Comunidad de Paz tiene la razón: en Urabá está tomando fuerza un grupo ilegal que promete continuar con una historia de violencia contra las organizaciones campesinas bajo el manto de una supuesta guerra antisubversiva.
 
En Nueva Antioquia la “calma chicha” es evidente. En este pequeño poblado la Policía tiene dos estaciones fuertemente custodiadas. Un puesto de avanzada sobre la loma contigua al casco urbano y una estación sobre la avenida principal dan cuenta del conflicto armado. A esta última llegó una comisión de veedores internacionales y periodistas que acompañó al sacerdote jesuita Javier Giraldo (líder y acompañante histórico de la Comunidad de Paz) a dialogar con la Fuerza Pública. “Como sólo tengo jurisdicción sobre el casco urbano, no puedo dar fe de que aquí operen bandas criminales (nunca usó la palabra paramilitares). En los últimos meses, en puestos de control, hemos capturado a dos personas con antecedentes judiciales. La presencia del Estado acá somos nosotros, no hay ni corregidor. Este es un pueblo abandonado”, dijo Adolfo Renalh, el intendente que comanda la estación.
Entonces, sin razón oficial sobre la presencia de las AGC, la Comisión partió hacia la vereda de Rodoxalí (Apartadó) donde, en días anteriores, los paramilitares habían advertido sobre su “necesidad” de “ejercer control en la región”. En un camino que los campesinos recorren en tres horas, la peregrinación tardó siete. Al llegar, los testimonios de los pobladores de esta vereda, que no es parte de la comunidad, aunque denotaban alegría daban cuenta de los horrores de la guerra: “Qué alegría que hayan venido, nos sentimos acompañados. Pero sentimos miedo porque parece que desde Nueva Antioquia les avisaron que ustedes (la peregrinación) venían hacia acá, se fueron hacia el monte y, cuando se vayan, no sabemos qué vaya a pasar”, confesó una de las personas que les brindó hospedaje a varios de los campesinos de San José de Apartadó.
 
Al día siguiente, el martes, una avanzada de los marchantes fue hacia Sabaleta. Allí los testimonios recogidos por el padre fueron más específicos y hablaron de brazaletes con la sigla AGC, de armas largas, de encapuchados y operativos, por lo menos ignorados, por las tropas del Ejército. Sin razón de la ubicación exacta del grupo ilegal, el destacamento de no más 40 campesinos volvió a Rodoxalí, para partir de allí, el miércoles, hacia Mulatos, epicentro de la dignidad de la Comunidad de Paz. Con la salida de los últimos marchantes y cabalgantes sonaron, provenientes de las lomas que rodean la vereda, por lo menos tres tiros de fusil. Una manera de decir: adiós, no nos vieron, pero aquí estamos.
 
El camino hacia la vereda Mulatos, destino final del miércoles, tiene menos dificultades topográficas. El trecho, de cinco horas, se vio interrumpido por la llegada a un punto, en límites de la vereda La Hoz, que probó una vez más la presencia paramilitar. Un campamento evidentemente abandonado recientemente por las AGC con pinturas de la sigla y cambuches rudimentarios. A menos de 400 metros, un campamento militar en funcionamiento. Los oficiales que salieron al paso de la caravana advirtieron que estaban allí por las dificultades del orden público, pero, como la Policía de Nueva Antioquia, negaron conocer la existencia de dicha “banda criminal”.
 
Para llegar a Mulatos hay que cruzar repetidamente por lo menos 10 brazos del río que lleva el mismo nombre. Allí, en la vereda, el proyecto de resistencia de la comunidad se hace evidente: la Aldea de Paz Luis Eduardo Guerra, líder asesinado en la  masacre cometida contra 3 niños y 5 adultos (en las veredas de Mulatos y La Resbalosa), según sentencia judicial, por miembros del Ejército Nacional y de los paramilitares confederados en las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) el 21 de febrero de 2005.
 
“Esta aldea la construimos como homenaje a quienes cayeron ese día, pero también a los más de 200 muertos y desaparecidos que hemos puesto durante los últimos 16 años. Aquí no sólo hemos puesto en marcha nuestro modelo de autosostenibilidad agrícola y educativa, sino demostrado que podemos vivir en un mundo mejor, construido por nosotros como resistencia frente al abandono y la violencia del Estado”, dice Arley Tuberquia, miembro del Consejo de la Comunidad de Paz.
 
El jueves, en Mulatos, la Peregrinación se dividió en dos. Un grupo, conformado por las comisiones indígenas y miembros de la Comunidad de Paz, se quedó en la Universidad de la Resistencia encaminada a la autosostenibilidad y el fortalecimiento de la neutralidad frente al conflicto. La otra partió para cerrar el círculo, para volver a San Josecito.
 Pasando por Chontalito, el punto más alto del camino, el paisaje es increíble. Desde uno de los puntos altos de la cordillera de Abibe (una de las tres ramificaciones de la cordillera Occidental) se ve el Golfo de Urabá y el resultado de esta guerra: el monocultivo de banano, los megaproyectos de teca y la reducción de la frontera selvática. Pasando por lo alto de la cordillera, quienes acompañan a periodistas y extranjeros, lamentan que los invitados no hayan visto lo que ellos ven a diario: el avance de los señores de la muerte. Pero celebran la vida, celebran que están unidos y que “aunque no sabemos si estaremos vivos o la comunidad persista en 10 o 15 años, el tiempo nos dará la razón. Algún día, en vez de señalarnos, tendrán que reconocer la fuerza ética y moral de nuestra comunidad al declarar su neutralidad”, dice Berta Tuberquia, quien, como la mayoría de los peregrinos, ha visto correr la sangre de su familia por las montañas de Urabá.
 
Por: Camilo Segura Alvarez
Octubre 12 de 2013
 
csegura@elespectador.com
 

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