En estas condiciones declaro: La escuela ha muerto

 

Hobbes está entre nosotros. El XX fue su siglo. El XXI lo seguirá siendo. ¿Por qué insistir, profesores? ¿Por qué continuar? ¿Por qué tan obstinados en seguir siendo profesores? Porque la mayoría de nosotros lo decidimos. Decidir esta profesión, en medio de tanta controversia, es de un heroísmo trágico. Así no más. Ese héroe que intenta hacer lo correcto en un momento de la historia en el que hacerlo es imposible. 

Hacia la comprensión de nuevos campos de acción de la comunicación en la educación
 
Antes de empezar quiero decir:
 
Alerta legal: Esta ponencia no representa la opinión o el consentimiento expreso de la Universidad X. La información aquí contenida no compromete parcial o totalmente el espíritu académico y administrativo de la Universidad para la cual trabajo. Además, la Universidad X no es responsable parcial o totalmente de la opinión expresada en esta ponencia.
Esto es literatura, no de la buena, sino de la mala.
 
“Qué es lo que, en definitiva, la educación pone en hoy en juego: ¿la defensa del modelo humanista que se conserva en el gabinete bibliófilo contra el estruendo y la furia del espectáculo audiovisual, o la reinvención de lo humano, de su sociedad?
Jesús Martín Barbero, agosto de 2002
 
La relación entre los medios de comunicación y la educación es delirante. No se puede negar la fuerza de los medios de comunicación, de cómo ellos intervienen en el discurso de los estudiantes. Los estudiantes le creen a los medios, lo que pase por allí es verdad. No importa si es por internet, por la radio o la televisión. Solo hay que escucharlos en clase, citan la TV, citan las frases que les llegan a su Facebook. Las clases presenciales son un escenario paquidérmico, es imposible competir con la velocidad de las redes sociales. Algo paradójico sucede, estos es: los jóvenes y sus familias creen en la institución académica. Esa que los controla, que los mantiene “ocupados” del ocio. Cada vez más se estrecha la distancia entre la secundaria y la universidad, no por las habilidades argumentativas, creativas o críticas de los estudiantes, sino, la universidad se convierte en una especialización del bachillerato. Se desea terminar lo que no se acabó en el colegio, sin embargo, la universidad se queda en eso. ¿De qué hablan los jóvenes en sus horas de descanso o en los “huecos” de sus clases? Basura, porque los muertos no hablan. Ahora, no se trata de apagar a los medios de comunicación, como tantas veces lo ha dicho Jesús Martín Barbero, sino de ocuparlos con un contenido estético y político acorde con las necesidades del país. No solo conservando las narrativas tradicionales de las grandes multinacionales informativas y del entretenimiento, sino inventando a partir de lo popular, no lo masivo sino con un carácter regional-mundial. Atender las condiciones de una juventud cada vez más interconectada en un movimiento dispuesto a vivir para el cambio social, político y económico. Una juventud acorde a la restauración del planeta, involucrados en el derrocamiento de las dictaduras, en la lucha vital por la libre circulación de un conocimiento pertinente con la vida, la equidad y el amor por la naturaleza.
 
“La gramática de la construcción de los nuevos relatos se alimenta del zapping y desemboca en el hipertexto, lo que implica un doble y muy distinto movimiento que la reflexión crítica tiende a confundir anulando las contradicciones que los ligan. (…) Y que es aquella misma que conecta el movimiento del hipertexto con el palimsesto: ese texto que se deja borrar pero del todo, posibilitando que el pasado borrado emerja, aunque borroso, en las entrelíneas que escriben el comprimido y el nervioso presente” (Barbero, 2002, pág. 120)
 
Ahora, es muy triste ver cómo las instituciones educativas han adoptado el discurso de la corporación. Publican en internet su misión, su visión, sus objetivos, entre otros aspectos propios de una organización financiera, por ejemplo. Se cree que los elementos ofrecidos por los colegios o las universidades son los más apropiados para vencer el desorden juvenil, la irreverencia femenina o la creatividad infantil. Colombia corporativizó a la educación para responder a las leyes de un mercado de trabajadores, no para la libertad. Se rebanan los “sesos” para idearse maneras para ocupar lugares decorosos en los exámenes del Estado. Diseñan programas universitarios para obtener una acreditación del Estado. ¿Para qué? Es vergonzoso cómo se ufanan por haber logrado la acreditación del ISO 9001. El Sistema Nacional de Acreditación es el dios de las universidades. Todos les temen. Muchas universidades trabajan para él. Cada reunión, cada documento que se redacta para alguna dependencia se hace para cumplirle. La investigación universitaria cuenta con otro dios, Colciencias. Hay que complacerlos. Ya no se trata de investigar lo que interesa, sino en función de las políticas públicas, ya sea para crearlas o para legitimarlas. Las voces disidentes se extinguieron. Ya no están en las universidades. Están en los barrios 2, en sus organizaciones. En algún momento de la historia se llenaban páginas y páginas de papel, ahora son terabits de información, ¿para qué? Para nada. Eso se queda allí, “durmiendo el sueño de los justos”. Los profesores se ven sometidos a una adopción tanto de palabras como de formatos para mantener esas acreditaciones, so pena de no renovarle el contrato, ya que atenta con los intereses corporativos de la institución. Los profesores no pueden ocuparse para lo que fueron contratados, es decir, para la docencia. ¿Entonces? Pues se trata de una ficción. Se establecen “pactos” entre los estudiantes y los profesores para que ninguno, en el campo de las acciones académicas, salga herido. Ya sea porque los estudiantes no van a la universidad a estudiar, ni a hacer una vida social compleja y cómplice para el mundo laboral, sino para obtener un título que les permita callar a la familia, obtener un trabajo y, asimismo, un salario de tres mínimos. Los profesores pueden cumplir con sus “cargas” administrativas, escribir en los formatos y, cada mes, esperar la consignación de su salario. La escuela cree tener el secreto para seguir en un monopolio por la producción, para el caso colombiano, para la reproducción del saber, por ende, de la verdad. Su autonomía es de papel. Aquella que se rebele será perseguida hasta su extinción. Estas ataduras son irrompibles, las mismas que dictan en las aulas. La escuelas creen tener los secretos para ser el número uno, es decir, tiene el secreto para tener éxito en la vida. ¿Para qué? A los actores de estas instituciones (directivas, estudiantes y docentes) no les interesa el cultivo del espíritu, mucho menos los espíritus libres, a esos se les formula medicamentos, se les expulsa o se les reprime. Es un interés de ganancia entre la oferta de programas, o modelos educativos, con todas las posibles acreditaciones, que se verán reflejadas en las matrículas, y la demanda de los clientes: por supuesto, ya no son estudiantes. La magia está en otros lugares. La capacitación se quedó para los empleadores y el arte se fue de las aulas, escapó. Menos mal. No es para menos. Los ojos del tecnócrata son los que miran, calculan y proyectan la producción y la productividad de un país a través de sus estudiantes (clientes). Son ellos los que ocupan los cargos directivos en las universidades. Son ellos los que estiman si es posible que un programa académico rente por encima de sus expectativas. Para ellos, la educación es un mercado especulativo, cada vez más, de alto riesgo. Sino, que lo digan las universidades que invirtieron en Interbolsa. 
 
Martín Barbero, no pude superar aquello que afirmas en tu libro La educación desde la 3 comunicación, editado por Norma, esa colección dirigida por el profesor Aníbal Ford, que dice:
“Acostumbrados, como estamos, a confundir la comunicación con los medios y la educación con sus métodos y técnicas, los estudiosos de esos campos padecemos con frecuencia no solo de una fuerte esquizofrenia sino de una flagrante desmemoria” (Barbero, 2002, pág. 19).
Una esquizofrenia que se resume en los siguientes términos: la comunicación es una institución gaseosa. Está en todas partes, pero como si no estuviera. La educación es una institución concreta. Está en todas partes, pero camina lento. No me detengo en mirarlas en su condición humana, quiero decir, en su naturaleza, sino en su función. La comunicación es un depredador demente; la educación es un buey lento, un rumiante del capitalismo global. Hoy se confía tanto en uno como en otro. La comunicación es estratégica para los estudiantes de administración o emocional para los estudiantes de psicología, para poner un ejemplo simple. La educación es un negocio para los administradores educativos o un “escampadero” para los ingenieros con malas calificaciones. 
 
La crisis de la comunicación y de la educación radica en su institucionalización, en ser una política pública. Un asunto comprometido con el progreso de las naciones. Dejaron de ser la esperanza de supervivencia de la modernidad, si alguna vez la tuvo. La comunicación y la educación son la garantía de la felicidad, que redundará en una mayor productividad. Un país altamente productivo, es altamente feliz. Así pues, los computadores en los colegios, los programas de última tecnología para las universidades traerán un mejor rendimiento para los futuros trabajadores, así pues, mayor felicidad para los hogares que se conformarán en un futuro próximo. En consecuencia, una comunicación y una educación para el consumo. Es el futuro. El presente es el futuro. Somos paridos a él. La comunicación y la educación: ¿Qué han hecho conmigo? Respuesta: Profesor.
Un profesor rabioso. Sin dientes. Obediente. Gastado. Corroído. Absurdo y anacrónico. Lejos de ser un cínico serio, aunque eso no exista. Un profesor virtual e inverosímil. Un hombre sin nación, sin respeto. Un profesor cuidadoso con la palabra. Tratando de decir lo correcto, ni siquiera “lo políticamente correcto”. Tan solo, hablo. Esas palabras están vacías. Digo lo que quieren escuchar. Se lo digo a todos. Es una ficción. El profesor es un personaje con un libreto. El libreto lo diseña un programa, que pone un 4 propósito en él. -Debes ceñirte a él-. Al profesor le hacen una auditoría. Entran a su clase y se cercioran que siga el libreto. Ponen al estudiante a ser un vigilante. Él debe dar cuenta del saber del profesor a través de una evaluación. Con ella, determinarán si se hizo de acuerdo a sus propósitos institucionales. Debe responder si lo dicho corresponde a lo programado. El profesor es el chivo expiatorio. En él recae la responsabilidad de todo. ¿Qué le dan a cambio? Nada, porque es una pieza reemplazable. Otros están a la espera. Otros están dispuestos a hacerlo. 
 
Hobbes está entre nosotros. El XX fue su siglo. El XXI lo seguirá siendo. ¿Por qué insistir, profesores? ¿Por qué continuar? ¿Por qué tan obstinados en seguir siendo profesores? Porque la mayoría de nosotros lo decidimos. Decidir esta profesión, en medio de tanta controversia, es de un heroísmo trágico. Así no más. Ese héroe que intenta hacer lo correcto en un momento de la historia en el que hacerlo es imposible. 
 
Deseo terminar con las palabras de Paulo Freire, de su libro, la Pedagogía del Oprimido. Esas palabras son una crítica sobre la educación “bancaria”. Las modifiqué arbitrariamente con la intención de desvelarme:
1. La institución educativa es el que educa – los prestadores de servicios educativos y los clientes son los educandos.
2. La institución educativa es la que sabe – los prestadores de servicios educativos y los clientes no saben.
3. La institución educativa es la que piensa – los prestadores de servicios educativos y los clientes son los pensados.
4. La institución educativa es la que dice la palabra – los prestadores de servicios educativos y los clientes, los que la escuchan dócilmente.
5. La institución educativa es la que disciplina – los prestadores de servicios educativos y los clientes, los disciplinados.
6. La institución educativa es la que opta y prescribe su opción – los prestadores de servicios educativos y los clientes, los que siguen la prescripción.
7. La institución educativa es la que actúa – los prestadores de servicios educativos y los clientes, los que tienen la ilusión de que actúan, con la actuación de la institución educativa.
8. La institución educativa escoge el contenido programático. Los prestadores de servicios educativos y los clientes son escuchados en reuniones para legitimar lo decidido en esa programación, luego, se acomodan a él.
9. La institución educativa identifica la autoridad del saber con su autoridad funcional, que opone antagónicamente a la libertad de los prestadores de servicios educativos y de los clientes – estos deben adaptarse a las determinaciones de aquel.
10.La institución educativa, finalmente, es el sujeto jurídico del proceso – los prestadores de servicios educativos y los clientes son meros objetos.
 
En estas condiciones declaro: La escuela ha muerto.
 
Por Rosalba Ravagli
 
 
Bibliografía
Barbero, J. M. (2002). La educación desde la comunicación. Buenos Aires: Norma. Freire, P. (1975). Pedagogía del oprimido. Bogotá: América Latina.

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