“God bless America”: la guerra declarada. Hay que liberar este mundo

Madrugada del 9 de noviembre de 2016. El establecimiento estableció el rumbo. Sin Hillary y el orden de siempre, Trump no habría ganado. La opción estaba entre seguir engañando o actuar abierta y descaradamente para alcanzar los mismos fines. Al servicio del despojo enmascarado y farsante ganaría Clinton y el poder encima de los demócratas. Al servicio del mismo poder pero sin máscara ni retórica maquillada, ganó Trump. Nunca se sabrá si pudo más el asco contra Clinton y el rechazo primitivo y explosivo contra todo lo falso de siempre que es el sistema capitalista desde EEUU en su manifestación electoral, o la fuerza del derecho heredado e inherente de quienes resienten que no se respete su superioridad congénita y su pureza de fe y raza, exigiendo su derecho de exterminio, acumulación y dominio incuestionable e histórico. No se sabrá y ya no importa. En tiempo real. Pueblos en Camino.

“God bless America”: la guerra declarada
“Hay que liberar este mundo”

Madrugada del 8 al 9 de noviembre de 2016. Esto que se consolida es aterrador. Donald Trump ganó las elecciones. Ríos de tinta y de discursos corren ya en una creciente como todas las de la sociedad del espectáculo: transitoria y escandalosa. Lo que no quedará atrás luego del espectáculo serán los hechos: el patriarcado misógeno, racista, clasista, autoritario, intolerante y agresivo se instala en la silla del poder ¿Será que el miedo a llamar fascismo a lo que lo es sigue primando sobre la realidad de su presencia, de su mandato? “Right is white, white is might, might is right” (la derecha es blanca, blanco es el poder y el poder es lo correcto, la derecha) no era nunca un juego de palabras y ahora es abiertamente política pública que conducirá al ejército más poderoso del planeta, coordinado con el poder corporativo, especulativo y financiero transnacional, con el respaldo enardecido de un electorado que quiere fuerza, soberbia, resultados, purificación y que se empiece de una vez por todas a aplastar al enemigo, a eliminar lo que estorba: musulmanes, mujeres, latinos, negros, perezosos, extranjeros y un etcétera según se requiera y convenga para seguir nutriendo el odio que elige y manda. El mundo entero debe arrodillarse ante la ambición fanática desatada de los que ganaron.

Sería un error reducir los resultados electorales al triunfo de Donald Trump y aislar el hecho en torno suyo y de su capacidad de movilizar el respaldo que lo lleva a la Casa Blanca. Trump expresa un deseo colectivo, una pasión desatada; encarna una furia, un resentimiento y el cansancio que las justifican. Sin la casa Clinton con Hillary como vocera, no habría sido posible desatar con tanta eficacia esta fuerza ya presente y ahora consolidándose. Clinton: la hipocresía, la maquinaria, el encubrimiento, el oportunismo camaleónico. Clinton, el sistema como es y ha sido hasta ahora, insaciable por ganancias y poder. La coexistencia de contradicciones insalvables como la defensa de los derechos y libertades al servicio del despojo a manos llenas. La paz como objetivo fundamental a través de las guerras en todas partes como sustento de la acumulación. La democracia como ejercicio de la imposición por la fuerza y así sucesivamente con cada eufemismo que comete los peores crímenes a nombre de las más bellas causas. Ya había ganado el fascismo cuando Hillary derrotó a Bernie Sanders, quien se atrevió a desafiar desde dentro al poder y a desnudarlo. La maniobra, el aparato, los poderes establecidos, la institucionalidad y el dinero movieron como es usual, mecanismos y voluntades para lograr el resultado esperado. Farsa entre consortes que ya, en el lenguaje de Trump, no hace falta. La diferencia que manifiestan consiste en que para el vencedor, ya no es necesario encubrir ni maquillar.

El establecimiento estableció el rumbo. Sin Hillary y el orden de siempre, Trump no habría ganado. La opción estaba entre seguir engañando o actuar abierta y descaradamente para alcanzar los mismos fines. Al servicio del despojo enmascarado y farsante ganaría Clinton y el poder encima de los demócratas. Al servicio del mismo poder pero sin máscara ni retórica maquillada, ganó Trump. Nunca se sabrá si pudo más el asco contra Clinton y el rechazo primitivo y explosivo contra todo lo falso de siempre que es el sistema capitalista desde EEUU en su manifestación electoral, o la fuerza del derecho heredado e inherente de quienes resienten que no se respete su superioridad congénita y su pureza de fe y raza, exigiendo su derecho de exterminio, acumulación y dominio incuestionable e histórico. No se sabrá y ya no importa. Por someter a esta farsa establecida decisiones de poder, perdemos todas y todos ante el fascismo. El ritual de las maquinarias electorales impidió una vez más tener de un lado el proyecto del capital fascista y del otro alguna alternativa, o, por lo menos, alguna resistencia. Es lo que se repite en todas partes hasta el aburrimiento, bien sea entre progresistas y derechistas o entre dos derechas con distinto discurso.

Una y otra candidatura sirvieron a un deseo que se fue consolidando para vencer: “hacer a América Grande de nuevo”. Toda la historia del capital y del estado nación que más lo representa y sirve, los Estados Unidos de América, converge en este momento ante este resultado. Es fruto de un camino largo de manipulaciones y apetitos. De distorsiones y abusos encubiertos bajo los discursos recurrentes de las mejores causas humanas. La sofisticación burda y funcional de la conquista. Ni más ni menos. Carreta que legitima y justifica la acumulación insaciable a través de la destrucción y del despojo. Eso ha consolidado una nación, EEUU, desde el territorio alienado del imaginario de poderosos y sometidos, hasta la última frontera global de los intereses de unos pocos a cuyo servicio ha estado siempre este poder. Ahora, frente a una crisis profunda que genera incertidumbres y exige hechos, una vez más, seguramente la más descarada hasta ahora, se desata de vergüenzas, se libera de controles y promete actuar sin modales ni cuidados.

Pero el deseo fascista, como siempre, de profundo arraigo popular, no puede seguirse reduciendo a una manipulación de víctimas enceguecidas por el poder delirante y el hechizo de unos pocos sobre gentes vulnerables. Tampoco puede volverse a aislar como lo que le pasa a una nación, Estados Unidos, que enloqueció, separando y distanciando al mal como a un absceso, al demonio, a una peste ajena, a una enfermedad contagiosa, pero de ellos, los que se volvieron locos allá.

El deseo fascista es expresión y consecuencia de una relación social en crisis cuyo sustento es la acumulación insaciable a través de la explotación. La incertidumbre generada por la crisis recurrente y creciente del capitalismo, que abarca casi la absoluta totalidad del planeta y a todos los pueblos, es indudablemente, el factor fundamental tras este proceso aterrador.

El capitalismo, hoy corporativo-especulativo y transnacional, en su codicia insaciable, agota el planeta y con ello las fuentes de vida, energía y de recursos para la producción de mercancías. Oportunidad incomparable para sus beneficiarios porque lo escaso en pocas manos se traduce en ganancias enormes que detienen temporalmente la catástrofe.

Sobra y estorba la mayoría de la población, pueblos y culturas del planeta, no sólo porque ya no es siquiera reserva de trabajo sino porque habita, donde quiera que lo haga, en ámbitos que son indispensables para quienes sí pueden producir y consumir en campos destinados a la extracción y en ciudades gentrificadas para la ganancia.

Sobra también la competencia de otros capitalistas y capitales que compiten por mercados, ahorros y consumo, reducidos frente a la mayor inequidad y capacidad productiva concentrada en menos manos y a la consecuente reducción de mercados. La mercancía y el dinero se acumulan sin realizarse.

Para resolver todo esto ya hay una guerra en curso contra la humanidad y en todo el planeta. Bajo la guerra en curso se dan estas elecciones y sin reconocerla no puede entenderse el resultado: el más eficaz para impulsarla.

En fin que la incertidumbre, la dependencia y el miedo de siempre a la inestabilidad e inseguridad con los que nos controlan y disciplinan dentro del tiempo vital que nos roban y del dinero que nos impone un lugar ajeno, se conjuga como única salida con el deseo de que unos pocos que mandan y deciden, poderosos, dueños de todo, sean capaces de volver a poner orden y de acabar de destruir sin arrepentimientos ni temores a todos los otros que impiden nuestro bienestar. De rehacer el mapa planetario para su beneficio. El deseo de hacernos fuertes a la sombra de vencedores para limpiar y sanear bajo su mando la basura que no produce y nos roba la comida y el trabajo, se percibe como imperativo de supervivencia y derecho incuestionable.

No es solamente el deseo del que comanda y hace campaña a nombre de una América Grande de nuevo, sino y sobre todo, de quienes votando por él (o en contra suya para disputarse el mismo orden de poder y de ganancia), en Estados Unidos o en cualquier lugar del mundo, sin importar raza o etnia, ha asumido que hoy, bajo el capitalismo naturalizado, la única manera de superar la crisis y garantizar la estabilidad y la seguridad que uno se merece es acabar con las y los otros. Siempre y en todas partes habrá nosotros y otros-otras a quienes señalar y culpar para ejecutar la solución final. Pobres, indios, migrantes, mujeres, musulmanes, cristianos, judíos y el enorme etcétera en permanente construcción. De este modo, en cualquier bando, nos incorporamos desde todos y cualquier lugar ahora mismo, al proceso de reclutarnos para el odio que rescata al capitalismo de su catástrofe eliminando lo que sobra de humanidad y de planeta para que se restaure, según reza la ilusión fantasiosa y criminal, de manera eficiente y justa, el mundo de la prosperidad cómodo y confortable para unos y la seguridad esencial en remuneración para quienes por disciplinados y obedientes merecen trabajo, propiedad, respeto, consumo y lo mejor para sus hijos. El espiral de la gloria de la guerra total en todas partes se va desatando. El deseo fascista, funcional al capitalismo, ganó también en Estados Unidos como viene ganando en todas partes desde abajo, en respuesta al imperativo práctico de defender las ventajas de lo único posible: proteger lo que tenemos, conseguir protección y favores y acabar con quienes estorban. Actuar con firmeza y disciplina obedientes a quienes mandan en representación del inalterable orden del egoísmo y de la ganancia.

La resistencia y alternativas al fascismo comienzan con la consciencia de lo que lo hace posible como fuerza popular; su presencia acá, como una hidra de incontables cabezas en y entre todas y todos. Frente a esto vale desde los hechos la palabra del Subcomandante Insurgente Moisés: “A como dé lugar hay que liberar este mundo”. El pesimismo que nos aplasta en esta madrugada no es porque no pueda resistirse y dejarse atrás al capital en todas sus envolturas y versiones desde las liberales progresistas hasta las fascistas en todos los ámbitos y con todas las complicidades, sino porque no seamos capaces de asumirnos en resistencia y rebeldía y organizarnos para vivir de esos muchos otros modos y maneras que todavía sí son y están siendo alternativa.

Manuel Rozental
Pueblos en Camino
Noviembre 9 de 2016

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