La academia frente al grito necrofílico

Apreciados profesores y estudiantes de la Facultad.

Ayer vimos por televisión al ex presidente Uribe confesando con orgullo en una Universidad de Medellín que no pudo cumplir su propósito violento en un país vecino por falta de tiempo…. Violencia contra violencia para que no se rompa la cadena.

 Vimos también, a los participantes en el recinto académico prorrumpir en aplausos ante su comentario. Tal vez quienes aplaudieron no tuvieron en cuenta los muertos de uno y otro país que se hubieran requerido para que Uribe, en caso de haber tenido tiempo, lograra su cometido… O tal vez pensaron que esta vez, como otras tantas en los últimos años, serían otras madres, otras esposas y otros huérfanos quienes harían el aporte generoso de más muertos para la guerra. Es muy grave que una persona, cualquier que sea, promueva la violencia, y más si se trata de un ex gobernante. Pero igualmente grave es que la academia aplauda estas iniciativas.

La situación de ayer puede recordarnos la ya legendaria posición de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936. Se celebraba el día de la raza en un momento cuando el fascismo se extendía por Europa y España, y entre los discursos oficiales “José María Pemán acusaba a Vascos y Catalanes de ser “cánceres en el cuerpo de la nación”; su discurso alentaba a que “el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas, cortándolas en carne viva”… En ese momento, alguien en la platea gritó el necrofílico lema de “¡Viva la muerte!” y el general Millán-Astray, que había perdido un ojo y un brazo en la guerra de Marruecos, comenzó con los “España…Una. España… Grande. España… Libre”. La universidad se había convertido, entonces, en el templo de intolerancia y el fanatismo. Unamuno se levantó y pronunció uno de los discursos más conmovedores –por su bizarría y belleza- del siglo XX:

“«Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia… Acabo de oír el necrófilo e insensato grito de ‘¡Viva la muerte!’, y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”.

Millán-Astray lo interrumpe exaltado y brama: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, y la multitud lo aclama. Pemán, alza la voz y agrega: “¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”. Unamuno, entonces, imperturbable, con la parsimonia de un hombre que sabe que está pronunciando un “no” único, que protagoniza un momento irrevocable para el destino de toda la humanidad, un instante sublime de la Historia, que está construyendo con sus actos la verdad poética de que la razón vence a la fuerza, concluye: “Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.

Unamuno debió salir acompañado por Carmen Polo Martínez Valdez –la mismísima mujer de Franco- para que los fascistas no lo lincharan en la sala de la universidad.”
La oposición de la razón frente a la barbarie, fue la actitud de la Universidad de otro tiempo, que se consideraban a sí mismas la salvaguardia del conocimiento y la ética… muy diferente a la Universidad de hoy atrapada en la rentabilidad de los contratos, las innovaciones al servicio de la empresa y la lisonja al gobernante de turno.  Mantenemos ante la sociedad una imagen de respeto, reflexión e independencia que cada vez se aleja más en el tiempo…Pero al interior de nuestros claustros, el aplauso de unos y el silencio de otros frente a la necrofilia y sus adeptos muestra el deterioro moral de la academia y de quienes la gobierna. Alguno dirá que es la Universidad que nos merecemos…  Eso podrá ser cierto el día en que la academia guarde silencio…. Pero no mientras existan profesores y estudiantes que no se queden callados.

 

Por: Rubén Darío Gómez A Facultad de Salud Pública.  U de A

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