De dolores que se curan con Cariño

Y así es que su tormento se convierte en un surco

y al golpearlo en la tierra

lo dejaron semilla.

(La dignidad se convierte en costumbre, Patricio Manns)

 

¿Qué unidades de medida se le pueden poner a un dolor?

A veces, 5 años, 7 meses, 9 años, 10 años.

¿Alcanzan?

 

Estamos rumbo a Chila de las Flores, Puebla.

No sólo es un homenaje a Bety Cariño, me cuenta mi compañero, sino que es un encuentro con otr*s que en algún momento hemos perdido parte del corazón cuando nos mataron a un herman*, amig*, hij*, de es*s que particularmente estaban construyendo vidas dignas para otr*s.

 

Nuestras muertas maíz y agua, nuestros muertos minerales, nuestroas muertaos de fuego multicolor.

Tenía que venir, sí.

 

Lo primero que topamos al llegar es el cementerio. Es un camino que reconoce la compañera que maneja, pues hace justo cinco años vino.

 

Pero afortunadamente, poco después topamos con la casa. La tanta vida en la casa Cariño.

 

Hay entre los saludos algo evidente en cada mirada: aquí estamos para hacer de este homenaje otra vía de lucha contra la impunidad y el olvido.

 

Hay también un altar en donde lo que me parece que más resalta es una sonrisa bajo un sombrero.

 

Terminan los preparativos, y escucho en vivo ahora lo que leí hace cinco años: Bety, Jyri.

Escucho en vivo ahora lo que le escuché a Bety en el video más conocido de youtube donde aparece: Mariano.

Escucho en vivo Atenco, desplazamiento forzado de mujeres Triqui – Ñuu sabi a las que Bety tanto quiso, mal gobierno títere de empresarios rapaces. Y más de eso que también sé, que también en Querétaro pasa.

 

Además, escucho tristeza, maíz, amistad, hija, bienvenida, corazón, poema, sembrar.

 

Y digo Octavio, pienso Ágnes, Paco, Edgar.

 

Una compañera cuenta cómo su madre se siente afortunada de no haber encontrado aún a su hermano. Por ello, aún se permite la esperanza.

 

Pero con o sin hallazgo, nunca se deja de extrañar.

Y nunca se olvida.

 

(No después de una llamada que cambia, como una bala, como un cuchillo, el mundo.

Hace cinco o hace diez años.

No después de ver allí ese cuerpo querido.

De limpiar su sangre.)

 

Escuchamos una y más veces que si algo se puede rescatar de cada uno de esos horrores, de esos dolores sembrados, es que sus vidas/muertes son las semillas, y el abono también, que permiten ir floreciendo las luchas.

 

Que lo que el mal gobierno quiere es la desarticulación que cree que provocará con sus armas, con nuestr*s muert*s.

 

Y sí, recuerdo y sé que lo inmediato siempre es hacerle frente a la realidad insoportable, al miedo, a la certeza de que el monstruo se reirá a carcajadas porque se le exige justicia al que sólo es injusticia e impunidad, el maldormir, despertar, malcomer, actuar con enojo desbordado.  Pero es más grande lo que cada uno de esos cuerpos queridos sembró con su vida/muerte. Y allí es donde se riegan con solidaridad, consecuencia y fortaleza los –No olvidamos, no perdonamos, sí luchamos, sí le seguimos.

Son nuestras risas, nuestras esperanzas, nuestras desobediencias, nuestros amores, deviniendo en armaduras frente al horror.

Donde y cuando se vuelve indispensable reiterar: elegimos la rebeldía, es decir, la vida.

Todas las veces que sea necesario.

 

Y es allí también donde brotan los botones:

 

Escucho a Vale, pequeña y gigante, leyendo a su tía, hablándole, curando las tristezas de sus otras tías, cómo nos otorga alegría con sus juegos, lo que reconforta ver que pese al horror, una niña aún puede soñar.

 

Nada como ello puede mostrar cuán viva está aún Bety Cariño.

 

Justo por eso: ¿Qué puede ayudar a curar un dolor así?

 

No sólo encontrarnos, (re)conocernos, escucharnos, abrazarnos, intentar dibujar, querer, cantar, soñar junt*s, acompañarnos, comprendernos.

 

Sentirte bienvenid* antes y después de un camino con compañías cómplices, sentirte bienvenid* entre tus árboles frutales favoritos, entre el calor externo y el interno, nutriéndote con la comida preparada por estas amorosas mujeres, sobremesas brindando por la vida con este amoroso padre, tarareando junto a estas amorosas amigas y amigos que queriendo tanto a Bety la han vuelto también música.

 

Eso ayuda a curar: un dolor se puede volver cicatriz, ese punto de referencia que siempre estará allí, pero que muestra que una herida se puede coser con hilos de Cariño. Tejer así, con nuestr*s muert*s viv*s, nuestros otros mundos.

 

Mundos con digna rabia, la de ell*s, la nuestra, como vocación.

 

 

Bety, Jyri, Mariano, Octavio, tod*s l*s que esperan justicia: ¡NO OLVIDAMOS!

 

 

Lluvia Cervantes, en abril de 2015. 

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