La Libertad Zapatista en “la patria de tinieblas de la libertad del olvido”

Del libro “La Escuelita Zapatista” con ensayos y testimonios diversos, compartimos un texto que viaja desde la conquista como el poder del Patriarca que nombra y encadena a la gramátrica sin salida del despojo y la libertad de la codicia, a esa libertad otra, de los pueblos, de las y los zapatistas que se aprende en la Escuelita. Compartiremos más textos y esperamos que el libro contribuya a difundir la dignidad y el espejo que la reclama:
 
“…El Patriarca es el delirio paranoide permanente de un poder temeroso siempre amenazado por sus propios engaños y culpas, impelido a generar terror, engaños y chantajes para no derrumbarse en el escalofrío de la soledad. Es el sistema, la modernidad-capital…”
 
“… En fin, tienen maravillas para enseñarnos en todos los ámbitos, todas construidas con sus propias manos y recursos; creen en lo que hacen, luchan por sus ideales y defienden el camino que están construyendo hacia su propia libertad. Son referencia no sólo para los pueblos que también resisten desde el mismo México, sino para todo Abya Yala. Tienen el poder de la palabra y la acción y lo caminan desde abajo; son un ejemplo en todo sentido para el mundo. Pero no son ni los únicos ni los mejores en nada. No son perfectos, y si lo fueran, eso sería lo de menos…
Así Sí! Pueblos en Camino
 
 
 
“Mal Gobierno”: Los designios del “Patriarca” y la gramática de la conquista
 
Por ahí dicen que hay unas reglas gramaticales según las cuales, a uno le van cayendo encima, como deshojándose, palabras que nombran y se relacionan entre sí. Siendo de esta manera, vamos llenando párrafos prefabricados con nuestras existencias, según unas condiciones eternas, inflexibles e inevitables. Se trata en realidad del poder de nombrar eslabón por eslabón, para encadenar. El peso enorme de cada palabra establecida y de sus conexiones de eslabonamiento nos somete, nos nombra, lo nombra todo, según es el poder, pero además, nos impone (re)producir eslabones y cadenas. Se nos impone normalmente, aún cuando intentemos desprendernos, agregar eslabones nuevos, párrafos, frases, palabras que quedan nombrando según la dramática gramática de esta historia. O sea que si es que algo queda por nombrar, nos corresponde “descubrirlo” y conquistarlo haciéndonos parte de la conquista. Que no quede nada sin nombrar según las reglas gramaticales-materiales de relación entre lo nombrado.
 
A esto de repetir, reconocer lo nombrado, nombrar y encadenarnos, lo invisible, normal, establecido; a ese someternos cotidiano, permanente, casi siempre desde suspiros fatalistas, resignados o con pretensiones de experiencia y sabiduría, lo señalamos con ese “así es la vida” que no deja lugar a nacimientos. 
 
Así explicaba Abadio Green desde su mirada de indígena Tule, tejido a su territorio Kuna Yala: “hay algo peor que la muerte y es el fin de los nacimientos” . Entre muchas cosas, señalaba que las lenguas que hablan los pueblos, se tejen y entrelazan entre y desde lo que nombran. Esas vidas-otras reproduciéndose en comunidad, que nombran las lenguas libres, que van inventándose en el vivir y compartir viviéndose, como quienes siembran-cosechan-comen-comparten-saborean lo mismo que trabajan, hacen música y transforman en cantos e instrumentos lo que tienen a mano para tejerse y reproducirse, según su libertad y ganas, cuando ambas, libertad y ganas, son lo mismo. Eso que nombran esas lenguas, inseparablemente vivido y lo que exige ser nombrado, son los nacimientos, la libertad de nacer. En la medida que las someten a la gramática de la conquista, a la conquista a través de la gramática que encadena, las van negando. Desaparecen, son aplastados cuando eso, “peor que la muerte” impone sus reglas y nombra desde el poder lo que se puede homogenizando, estableciendo, imponiéndose, “por razones prácticas”. La conquista es el fin de los nacimientos.
 
“Cuando los indios descubrieron a los Europeos, América aún no existía”, se leía en una pancarta durante el “Día del Indio” en Ilhéus, Bahía, Brasil. Los transeúntes la leían en medio del desconcierto, como cuando sin saberlo, nos vemos ante un espejo que nos cambia nuestro propio rostro, la costumbre de vernos como siempre, que es la costumbre de ver la costumbre sin reconocerla. ¿Cuál de nosotras seré yo? ¿Quién aparece allí o quién ha sido ese, que corresponde y responde con mi nombre? Afortunadamente la duda se desvanece rápidamente, aún antes de amenazar con convertirse en palabra-nacimiento, y, el transitorio temblor de las murallas de lo instituido, de lo establecido, cesa. De pie en su lugar e invisibles, las cadenas nos devuelven a la tranquilidad de lo que conocemos liberándonos de la duda amenazante que reclama libertad. Volvemos a la historia de gloria, próceres y civilización que, según se sabe y se nombra, nos lo ha dado todo. Con esta historia nos sentimos plenamente identificados, clasificados, ordenados, gracias a lo de todos los días y a las efemérides, horarios, conmemoraciones, celebraciones, miserias y noticias que mantienen todo en su lugar. Si no fuera por lo nombrado, ¿qué sería de nosotras y nosotros? 
 
En su Otoño, del Patriarca se supo, por mano de García Márquez, poco antes de que le llegara su fin, sin que él mismo pudiera aprenderlo por andar cumpliendo a cabalidad con su destino de imponernos el nuestro, que…”aprendió a vivir con esas y con todas las miserias de la gloria a medida que descubría en el transcurso de sus años incontables que la mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad, había llegado sin asombro a la ficción de ignominia de mandar sin poder, de ser exaltado sin gloria y de ser obedecido sin autoridad.” 
 
Por ejemplo, nombraron “Desierto” al Wallmapu, un territorio enorme. Lo hicieron a nombre de la codicia que no nombraron y que niegan hasta hoy. Lo hicieron para poder eliminar en una “Campaña Civilizatoria”, la palabra de los pueblos, sus costumbres y nacimientos, su libertad según ellos, tras ejercer el poder sangriento de nombrar. Para ejercer el poder de cuadricular en haciendas con propietarios anticipadamente vendidas, lo que vaciaron con ese nombre: “Desierto”. Era, sin duda, un desierto. Tenía que serlo para que todo lo que hoy es, en lo que nombraron América, Sur, Argentina, Chile, pudiera establecerse y llenarse de gloria. Nombran al pasado olvido para enterrarlo, dejarlo atrás, mirar hacia delante y nombrar en futuro la conquista perpetua, la siguiente, las incesantes, las de hoy y ahora, así como acaban de nombrar, también por ejemplo, a Irak: “armas de destrucción masiva”, “terrorismo internacional” y “tiranía”, para encubrir la codicia del poder corporativo y financiero transnacional por un tiempo y repartirse anticipadamente la riqueza que da invadir, someter, torturar, matar y desangrar de petróleo el territorio, hacer los contratos incalculables de la reconstrucción de lo que aún no habían destruido, para poner en marcha la maquinaria y los ejércitos de destrucción “quirúrgicas” para cumplir con el negocio de los contratos de la “reconstrucción”, todo lo cual han de pagarse con ganancias sin límite de las riquezas expropiadas. Otra “Campaña del Desierto”, en otro desierto. Otro olvido con más de 1 millón exterminados.
 
No eran negros. Ni África era lo que nombraron. Eran gente, hasta cuando los volvieron “negros” para conquistarlos, para poderse nombrar “blancos” y declararlos inferiores. Nombraron “alma” y “Dios verdadero” a sus creencias, seleccionadas convenientemente como lo sagrado, para poder despojar, explotar, oprimir y robar sin darle estos nombres a sus actos y a las consecuencias de los mismos. No eran racistas seguramente, pero se inventaron las razas, el racismo y los esclavos, porque necesitaban quiénes trabajaran para generarles riqueza sometidos a la miseria y sin derechos. Nombraron culpables a las víctimas y se nombraron Modernos, es decir, entre otras cualidades infalibles e incuestionables: misioneros, cultos, científicos, iluminadores y sabios. Nombraron la salvación para salvarse y condenarnos. La verdad única y la única ciencia para descubrirla transformando la vida en mecanismos, objetos y recursos y para que tuviéramos que probar nuestro saber en sus términos que tienen como condición y método negarnos objetivamente. Nombraron el poder, para nombrar el destino y ejercerlo antes, durante, después y a pesar de cada vida y en todas partes. Le dieron el nombre de civilización a su barbarie para explicar y justificar una guerra contra todas las demás vidas y pueblos a quienes nombraron precisamente bárbaros o sus múltiples y renovados sinónimos, a modo de imponernos la única norma: su ley. Sentencian universalmente sobre la base de los mecanismos, trámites y razones que han denominado justicia, decidiendo imparcialmente y sobre la base de evidencias, de qué lado estábamos, estamos, seguiremos estando según convenga y lo requiera la codicia que mueve esa historia de despojo; cuyo acumulado y proyección de dolor y destrucción en su beneficio nombraron también progreso y desarrollo. Ante el reguero de muertos y destrucción que van dejando a su paso podríamos entender el significado verdadero de lo que nombran y sus propósitos reales, pero, en el discurso con el que nombran la historia y nos nombran, las palabras encadenadas nos niegan la libertad de entender aunque veamos, porque también han nombrado cómo comprender y se han hecho dueños de los cambios. 
 
Cuando la codicia es sagrada, robar es legítimo. Siendo así, la historia consiste en explorar, explotar, excluir y exterminar. Ello requiere un discurso renovado, que va nombrando, encadenando, extrayendo energías y fuerzas vitales y haciéndose norma para que quienes alimentan sus adicciones insaciables manden sin poder, sean exaltados sin gloria y obedecidos sin autoridad, según señalaba García Márquez sobre el Patriarca. 
 
“La codicia rompe el saco” como bien se sabe. El capitalismo enfrenta un ciclo más de crisis por la expansión desproporcionada e incontenible del proceso de transformación de la vida toda, incluida, claro, la humanidad, en mercancías cuyo valor de uso se supedita al valor de cambio, lo cual inevitablemente tiene como consecuencia la destrucción de todo para generar rentas y la de todo lo que no genere rentas. Esta es la más profunda crisis de su historia, en la que estamos atrapados porque nos han negado la libertad de hacer otras historias. La ignominia se hace nuestra. Es ahora nuestra historia. Nos reconocemos parte de esa historia que nos han impuesto, porque estamos indefectiblemente atados al destino de catástrofe al que conduce. Es ahora nuestra historia cuando yo, nosotros, todas y todos, estamos siendo explotadas y destruidos. 
 
Esta, la peor de sus crisis hasta ahora, corresponde al espiral crisis-acumulación-crisis que le resulta inherente a su propósito y capacidad tecnológica y militar creciente de expansión y conquista con una inaudita concentración de la riqueza y una desproporcionada profundización y ampliación de la miseria. Tal es la cantidad, por ejemplo, de energía que requiere el sistema para mantener su dinámica de producción, transformación, distribución y consumo, que resulta insostenible. No hay energía suficiente en la tierra para responder a las exigencias del mercado actual en expansión incontrolable y la que se genera es a costa de destruir ecosistemas, fuentes de agua y el equilibrio climático de manera irreversible. 
 
En este contexto de crisis el discurso se extiende y ensancha. El sistema requiere de nombrar, para conquistar. De acceder para encadenar a la gramática que somete y pretende, necesita ahora mismo, ocupar la última frontera, el más remoto de los espacios y ámbitos. Si no se expande, se derrumba. Todos los territorios hasta el de los imaginarios. Todos los códigos hasta los genéticos. Todo debe nombrarse, encadenarse a la acumulación o transformarse en superfluo, primitivo, innecesario, atrasado y enemigo del progreso para justificar su eliminación. Nombrar-encadenar-acumular, esta es su libertad y nuestra historia.
 
Desde esta lógica, sobra gente y faltan “recursos” -que es como nombran la vida. El Congreso Nacional Indígena celebrado en Chiapas en agosto de 2013, permitió a quienes, en representación de pueblos indígenas, dieron testimonios de todo México -y unos de Perú, Colombia y Guatemala- reconocer que no hay un sólo espacio de todo el territorio nacional mexicano, urbano o rural que no esté siendo sometido a la agresión conjugada de transnacionales especulativas-extractivistas, las fuerzas armadas del Estado y lo que para encubrir y maquillar llaman crimen organizado. El resultado de esta tripe alianza estratégica es un proceso de “reordenamiento territorial”, discurso con el que se conoce y encubre esta fase de despojo masivo, con el que el capital se propone simultáneamente seguir acumulando y resolver su crisis. La dinámica en curso de expandir la transformación de la vida en mercancías: su libertad y nuestra historia. Tejidos los testimonios, el resultado fue un mapa aterrador de un país en proceso de transición, por transferencia y extracción a manos llenas de sus territorios y riquezas con una rapidez exasperada y combinando toda clase de estrategias y estratagemas. 
 
Por la vía de reformas político-jurídico-legislativas avasalladoras, se legaliza el derecho corporativo por sobre el de la naturaleza, la ciudadanía y los pueblos. Se restringen libertades. Se niegan derechos adquiridos y se establecen condiciones en todos los ámbitos de modo que cada cual asume su riesgo de resultar sobrando y ante esta amenaza compite identificando en los demás, enemigos en el “reality” de una carrera asfixiante en la que vale todo para que vayan quedando unos pocos. Petróleo, educación, tierras, recursos genéticos, agua, saberes ancestrales, salud; todo viene siendo entregado en eternas concesiones temporales “renovables”. Por la vía del terror se judicializa, se persigue, se desaparece, se encarcela, se masacra, con mil pretextos y discursos para alcanzar el mismo propósito de la “Guerra del Desierto” o “Contra el Narcotráfico” o “Civilizatoria” o cualquier otra. Por la vía de la propaganda y del entretenimiento se redacta, se renueva y se repite, en todos los ámbitos, no sólo en los medios comerciales de comunicación, el discurso definitivo para generar consenso y la lectura “legítima”, conveniente y convincente de la realidad que acepta la ciudadanía a la que a la vez se entretiene y distrae con dispositivos eficaces. Los ejércitos de reserva laboral que eran nombrados, creados y transferidos a donde se necesitara explotarlos, resultan ahora, por su incapacidad de consumo, su potencial de resistencia, su arraigo territorial y todas las razones, sobrantes. El sistema ha generado el excedente de población y ahora procede a eliminarlo. El sistema ha creado el déficit de naturaleza y “recursos” y está en el proceso de transferirla a manos privadas. 
 
Los testimonios que se hicieron mapa desde México reiteran que hay una “Guerra del Desierto” allá y en todo el continente y el planeta contra los pueblos y por las riquezas. Una guerra de conquista total que además amenaza, ahora mismo, en lo que nombran “Crisis Ecológica”, con acabar con la vida por la vía del calentamiento global, el envenenamiento de la tierra y el agua, la eliminación sistemática de especies, el hambre, la sed y la suplantación de semillas y alimentos por químicos, tóxicos y organismos genéticamente modificados con efectos impredecibles. La guerra misma está diseñada para activar la economía, para generar acumulación a la vez que tiene como consecuencia y objetivo, la superación de la crisis por la vía de eliminación de excedentes, apropiación de recursos escasos y reactivación de mercados con capacidad de producción y consumo. 
 
Los campos han sido mapeados al detalle y por todas partes la minería a cielo abierto,los proyectos y procesos cada vez mas destructivos de extractivismo de hidrocarburos y fuentes de energía, que incluyen el agronegocio, la construcción de grandes proyectos de infraestructura como represas, vías y ductos, puertos y aeropuertos, la transformación de amplios territorios en centros turísticos, todo con el impulso certero de la mano invisible de la inversión y del capital especulativo que dinamiza y renta a partir de hipotecar el futuro para este tipo de proyectos. De esta manera, las comunidades indígenas y campesinas son transformadas en enemigas del progreso y del desarrollo. El “bien común” que trae el extractivismo no puede sacrificarse por el beneficio de “unos pocos” que viven en los territorios. El desplazamiento masivo, el aniquilamiento de pueblos, la creación de poblaciones superfluas en villas miseria o en el destierro y la migración “ilegal”, el encarecimiento e intoxicación de los alimentos, la destrucción de saberes y formas de vida diversos, el exterminio, se encubre, se niega, se exalta, se promueve y se justifica, para el beneficio de “la economía”.
 
Mega-eventos –como el mundial de fútbol o las olimpiadas- y “gentrificación” –transformación de barrios populares o empobrecidos en neo-poblados urbanos de moda y exclusivos- hacen otro tanto en las grandes ciudades. En torno de centros comerciales y núcleos de “servicios” transnacionalizados, se expulsan pobladores pobres –empobrecidos-, se liberan terrenos para construir condominios, luego de ponerlo todo en el mercado especulativo y se replican “no-lugares” limpios, maquillados, exclusivos e iguales en cualquier parte del planeta, donde la gente bien puede entretenerse, adquirir lo que necesita y está de moda: escaparates adonde a los pobres no les alcanza para permanecer o llegar ni las seguridades públicas y privadas les permiten entrar siquiera a mendigar. Los van desapareciendo y todo mejora, se ve más bonito. El excedente poblacional nutre villas miseria en las que los pobres se eliminan entre sí con la ayuda de los organismos de seguridad, de la violencia social y del crimen organizado, contra los que se justifica una “Guerra contra el Crimen y por la Seguridad Ciudadana”: otra “Guerra Civilizatoria”. 
 
En fin que hay, avanza un proceso de exterminio, de limpieza de lo que sobra, con experimentos e intervenciones en distintos países que son transferibles y se transfieren -como el Plan Colombia y el Plan Puebla-Panamá-, y con estos, inseparable, un discurso total que nombra mientras conquista. 
 
Se trata, para entendernos, de un sistema de patentes, de modo que no exista lo que no tenga dueño orgánico y articulado al sistema de conquista y acumulación moderno. Se trata del único nombre que vale en el mercado: propiedad. El sistema bautiza, nombra, patenta para apropiarse. Quienes no son propietarios privados y acumulan lo suficiente, dejan de existir. Los nombres son propiedad y la gramática, las relaciones sociales del capital, lo son entre mercancías que se intercambian para transferir valor al dueño, a los propietarios, al capital. El sistema tiene y ejerce el poder de seleccionar y discernir lo que nombra y desecha para transformar la vida, la común, la nuestra, toda, en mercados con propietarios y normas para acumular. 
 
Esta es la libertad según ellos. La única que aceptan e imponen. Nos nombran dentro de un tiempo que se repite incesante, sin relación con los ritmos de la vida, porque ese tiempo es dinero, para podernos explotar. El tiempo de ellos, bajo el que nos resignamos y nos reconocemos como trabajadores y trabajadoras, ahora excedentes, para negarnos la libertad cuando nos conceden el privilegio de exprimirnos o cuando nos ponen a rogarles que lo hagan para poder sobrevivir. 
 
El tiempo y la libertad del sistema, el del Patriarca: “un tirano de burlas que nunca supo dónde estaba el revés y dónde estaba el derecho de esta vida que amábamos con una pasión insaciable que usted no se atrevió ni siquiera a imaginar por miedo de saber lo que nosotros sabíamos de sobra que era ardua y efímera pero que no había otra, general, porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre”. Porque de eso se trata, se ha tratado siempre esa historia que nos niega la libertad y nos tiene nombrados anticipadamente para encadenarnos a una mentira del almanaque y los relojes de hojas amarillas que caen incesantemente. De una mentira tejida entre acontecimientos que huyen hacia delante en medio de los cuales, a pesar de los que, en las grietas y las penumbras, pero una y otra vez estallando para temor del poder, surgen tiempos otros tejidos a los ritmos de la tierra y de los nacimientos que se niegan a ser nombrados o se aprovechan de los nombres que pretenden negarlos torciéndolos a su manera para liberarse. El Patriarca es el delirio paranoide permanente de un poder temeroso siempre amenazado por sus propios engaños y culpas, impelido a generar terror, engaños y chantajes para no derrumbarse en el escalofrío de la soledad. Es el sistema, la modernidad-capital. 
 
Expropiando, el Patriarca nombra cada espasmo de vida en un descabellado afán de impedir que se reproduzca o, por lo menos, que la reproducción no se someta a los designios mediocres del acumular. Pero la vida no es así como la impone el Patriarca ni como se afana en nombrarla negándola. Por eso multiplica sus esfuerzos, su terror, sus cadalsos y eufemismos. Hoy, nos cuesta distinguir entre nosotras y ellos. En el lenguaje de nuestras luchas y propósitos hablan quienes han sido capturados para la compraventa. Hasta nuestras agendas se venden en el mercado, y el extractivismo, la acumulación especulativa se promueven a nombre del socialismo y contra el imperio. 
 
En medio de estas amenazas y temores. Entre dignidades, levantamientos, confusiones y búsquedas, otros, entre quienes llevan más de 500 años sabiendo que sobran, que han sido nombrados para negarlos invisibles, que saben y han sabido siempre contra conceptos de vanguardias e ideologías, que no se es libre encadenado a la gramática del despojo y que con esas palabras con que nombra el sistema, en la relación mercantil que define lo que nombran, no hay libertad sino muerte. Entienden que les espera la muerte y deciden morir de pie. Se cubren el rostro para que los vean y no los puedan nombrar. Marchan en silencio para que se escuche el estruendo del derrumbe de ese mundo del Patriarca agotado y criminal. Reclaman y recuperan la tierra a la que están tejidos sus nacimientos para que se reproduzcan. Al Patriarca y a su mundo lo reconocen en sus muchas caras y maniobras como el “Mal Gobierno” y ante este, desde sus tierras del Sur de México se identifican como Zapatistas, del color de la tierra, hijos e hijas del maíz. Se identifican arraigados a una historia-otra que nunca ha dejado de estar y que se hace camino cansada de pervivir porfiada en la penumbra. Frente a la historia que los niega y desprecia declaran su decisión de no cansarse, de no dejarse engañar y de no venderse. Así, ni pueden ser nombrados, ni aceptan las reglas gramaticales del discurso de la conquista, ni sirven al mercado y a las mercancías. Se declaran en libertad, aún de ser perfectos y de mostrar el camino, y, empiezan a caminar despacio porque van lejos. Tiembla el Patriarca ante el desprecio de quienes ya no lo reconocen como contraparte. Rodeados y encerrados en medio de “la patria de tinieblas de la verdad del olvido” , saben que el Patriarca aún no ha muerto y por ello “el tiempo incontable de la eternidad” no ha terminado, pero aportan su libertad en su territorio como escuelita. 
 
Si no viniéramos de buscarla y de saber cómo se vive y se nombra. Si no hubiéramos estado en casa para sabernos desterrados, no reconoceríamos nuestra palabra cuando un compañero señala un camino conocido, compartido, nuestro. Si no fuera porque les agradecemos la compañía, el intento y la dignidad, no nos atreveríamos a repetir y a decir con respeto y firmeza esto mismo que señala el Sub Marcos: 
 
[…] Claro que no falta quien venga y nos diga que ya hay tabletas y celulares con cámaras al frente y atrás, con colores más vívidos que los de la realidad, que ya hay cámaras e impresoras en tercera dimensión, que el plasma, el lcd y el led, que la democracia representativa, que las elecciones, que los partidos políticos, que la modernidad, que el progreso, que la civilización.
 
Que dejemos eso del colectivismo (que, además, rima con primitivismo): que abandonemos esa obsesión por el cuidado de la naturaleza, el discurso de la madre tierra, la autogestión, la autonomía, la rebeldía, la libertad.
Nos dicen todo eso editando torpemente que es en su modernidad donde se perpetran los crímenes más atroces; donde los infantes son quemados vivos y los pirómanos son diputados y senadores; donde la ignorancia simula regir los destinos de una nación; donde se destruyen las fuentes de trabajo; donde los maestros son perseguidos y calumniados; donde una gran mentira es opacada por otra mayor; donde se premia y encumbra lo inhumano y cualquier valor ético y moral es síntoma de “atraso cultural.
 
Para los grandes medios de paga, ellos son los modernos, nosotros los arcaicos. Ellos son los civilizados, nosotros los bárbaros. Ellos son los que trabajan, nosotros los haraganes. Ellos son la “gente bien”, nosotros los parias. Ellos los sabios, nosotros los ignorantes. Ellos son los limpios, nosotros los sucios. Ellos son los bonitos, nosotros los feos. Ellos son los buenos, nosotros somos los malos.
Y olvidan, ellos y ellas, lo fundamental: ésta es nuestra historia, nuestro modo de verla y de vernos, nuestra forma de pensarnos, de hacernos nuestro camino. Es nuestra, con nuestros errores, nuestras caídas, nuestros colores, nuestras vidas, nuestras muertes. Es nuestra libertad.
 
Mirándonos en el espejo de la Escuelita Zapatista […]
Más allá de nuestras posibilidades:
“Lástima que no sean vegetarianos”
 
Lo que sentimos y vivimos en nuestro reencuentro con las comunidades en Chiapas es algo que no se puede describir. De todos modos intentaremos transmitir lo que el corazón y la piel vivieron en la “Escuelita de la Libertad según los zapatistas”. Decimos reencuentro, precisamente porque, aunque en agosto de 2013 fue la primera vez que visitamos sus comunidades, nos sentimos como en territorio Nasa, como en nuestra propia casa, con nuestras comunidades, compartiendo con familias de base que están marcadas por la misma “historia” de conquista, pero que resisten y reproducen la vida en cada palabra y acción que caminan para recrear sus memorias colectivas. 
 
Después de más de 7 horas viajando en un camión del EZLN, viendo como las montañas se abrían camino para recibirnos y el frío de la madrugada nos abrazaba, llegamos a uno de los Caracoles Zapatistas. El paisaje estaba contenido en una multitud de hombres y mujeres de todas las edades que nos hacían una calle de bienvenida. A medida que la voz fuerte y alegre de una mujer nos recibía, se escuchaba el baile entre la música de fondo y los aplausos de las y los bases de apoyo zapatistas, incontables indígenas que desde décadas atrás decidieron cubrirse el rostro para que los vieran. En cada paso que dábamos nos encontramos con miradas distintas, con ojos cansados pero alegres, con manos callosas pero llenas de vida, con un sinnúmero de historias escritas en las ropas y en los pasamontañas que nos acogieron. Lo que sentimos en ese momento y aún hoy cuando escribimos estas palabras, casi un año después, es una emoción y una dicha que nos aprieta el corazón hasta sacarnos lágrimas, no sólo por la añoranza de nuestro pueblo indígena en tierras de los Andes, sino también de puro jolgorio, de pura celebración, de sincero sentir. Tan sólo con estar en presencia de gestos y rostros cubiertos con pasamontañas y pañoletas rojas y naranja, de apretarnos las manos y recibir un abrazo, de sonreír mirándonos de frente, declaramos con la experiencia de nuestras tierras y luchas, que sociedades otras, mundos otros son posibles ya. 
 
Nos encontramos cara a cara con comunidades que usan sus pasamontañas y sus pañoletas, precisamente para romper categorías, para quebrar esquemas, para autonombrarse, para que no los podamos nombrar en el lenguaje de la conquista: indio, pobre, ladrón, ignorante… Para que sintamos y renombremos lo que la historia nos ha negado: dignidad, rebeldía, lucha, colectividad y todo lo que constituye lo que ellos y nosotros decidimos ser con la Madre Tierra, no la categoría con la que nos nombra y nos define la conquista. Sentimientos encontrados, porque ellas son nosotras y nosotros todavía no somos ellas a nuestro modo. Nos identificamos con ellas, nos vemos en esas luchas y dignidades, pero no somos ellos ni queremos imitarlos. 
 
La necesidad grande que nos asfixia es tejernos a sus resistencias y caminos desde Chiapas, pero también desde esos otros rincones que ni siquiera se nombran ni se conocen, pero que están cultivando a sus modos, la resistencia y la reproducción de la vida. El camino que recorrimos pasó desde varias presentaciones de todo el proceso político organizativo local, municipal y regional, lecturas disciplinadas de los 4 libros redactados por las comunidades que nos dieron como tarea para las tardes, hasta convivir con una familia en un Caracol y palpar palabra y acción prácticas, en cuerpo y alma de sus propias y propios protagonistas de base. Unas y otros con mayor y menor dificultad para hablar en el idioma prestado, la castilla, como le dicen ellas y ellos (o negarse a hacerlo para regalarnos el desafío de ejercer el imposible y encontrarnos a pesar de las palabras), pero todas y todos con plena autonomía para presentar su libertad desde el corazón y en sus propios idiomas: chol, tzeltal, tzotzil, tojolabal, mam y zoque.
 
Saborear los fríjoles y las tortillas resultado de su convivencia con la tierra y de la relación recíproca en la comunidad, es una libertad que pocos en el mundo pueden nombrar, precisamente por el modelo de muerte que se sigue imponiendo. Pero en Chiapas, la mayoría de las familias han logrado sostener también su autonomía alimentaria. 
 
En el intercambio cotidiano con las comunidades revivimos nuestros recuerdos y experiencias en el Cauca, como cuando nuestras madres o abuelas se levantaban en la madrugada a moler el mote (maíz cocinado) para hacer arepas (las tortillas de Colombia y Venezuela), a preparar el sancocho o el mote con gallina; cuando los hombres de la casa se iban al Tul (huerta) a sembrar y a cosechar los alimentos; cuando las niñas y los niños aprendíamos primero del S´xaw (sueño) que las y los mayores nos ayudaban a sentir y a interpretar alrededor de la tulpa (fogón); cuando sentíamos con más fuerza las señas corporales y sabíamos con qué planta limpiarnos el cuerpo y el espíritu, en fin, muchas situaciones similares que día a día nos hablaban a gritos y nos presentaban un espejo gigante exigiéndonos redefinirnos, renombrarnos y reencontrarnos, como ellas y ellos ya lo están haciendo en la práctica desde el territorio. 
 
Pasábamos las tardes leyendo juiciosamente los libros. Habían instalado una tabla a manera de mesa frente a la ventana del rancho donde vivían tres generaciones, incluidas dos recién nacidas niñas. Desde la abuela, hasta las nietecitas tojolabales y el Votán, se sentaban en silencio alrededor de la lectura en voz alta con intervalos para comentarios, preguntas y la enseñanza de alguna palabra nueva al estudiante. Una de esas tardes, uno de los compañeros que siempre estaba presente y pendiente de escuchar historias de otras luchas y otras tierras, no apareció. Había pasado la tarde subido a un palo de guayaba cargado. Sentado allí arriba, comía frutas mientras observaba el valle profundo y sentía el paso de las horas. Así no más es la libertad.
 
Una de tantas vivencias que nos habló de la colectividad ocurrió un día antes de salir de la comunidad, cuando las familias se pusieron de acuerdo para matar dos vacas, una del grupo de mujeres y otra del grupo de los hombres. Todas y todos ayudaron con esta labor y la carne y hueso se dividió en partes iguales para cada familia. Ellas y ellos trabajan colectivamente no sólo para garantizar su alimentación, sino también su educación, su salud, su economía, su organización y todo lo propio que necesiten para vivir en el territorio. La participación y la colectividad son tal vez, de los principios más tangibles en todas sus estructuras políticas organizativas, puesto que se rotan permanentemente en todos los espacios. Cada comunera y comunero tiene la oportunidad de asumir responsabilidades en todos los niveles de la organización. No hay cargos ni puestos eternos y menos por prebendas. Allí nombran y caminan su propia libertad asumiendo sus principales fundamentos que son : 1) Servir y no servirse. 2) Representar y no suplantar. 3) Construir y no destruir. 4) Obedecer y no mandar. 5) Proponer y no imponer. 6) Convencer y no vencer. 7) Bajar y no subir. 
 
No sólo en el discurso, también en la práctica diaria, el pueblo decide en colectivo lo que necesita, lo que puede y debe hacer para beneficio de todas y todos, y los que han llamado representantes, autoridades, voceros o líderes no están para dar órdenes, sino para cumplir con los mandatos colectivos del pueblo. Es así: “mandan obedeciendo” y esto se aprende en el camino de hacerlo. 
 
Las mujeres tienen su propio protagonismo no sólo porque han logrado ser comandantas, sino porque han luchado, resistido y aportado junto con los hombres para constituir su propia sociedad. Ellas participan, están en todas partes ejerciendo y construyendo mandatos colectivos, y además han sumado bastante en la transformación de sus familias, pues gracias a la Ley Revolucionaria de las Mujeres, cabalgan su propia libertad no sólo contra el patriarcado como estructura, sino también frente al opresor interno. Por ejemplo, para la comunidad no es extraño, ni mal visto, y menos aún motivo de burla, que bailen entre hombres o entre mujeres toda la noche, niños y ancianos, sin tomarse un solo trago de licor, porque la fiesta es parte de la colectividad y más que entretener, es un espacio para compartir y para la celebrar la vida como ellos han decidido. Entre muchas reglas a destacar, está la prohibición del consumo de alcohol en territorio autónomo zapatista. Sus autoridades, representantes, otras y otros elegidos por el pueblo sólo tienen 3 oportunidades para equivocarse. Si irrespetan esa regla, o cualquier otra, automáticamente pierden sus cargos y sus vocerías. Con una mirada o un gesto casi imperceptibles, con las que conducía el ritmo y los tiempos de la casa, la abuela señalaba a uno de sus hijos para que fuera a atender a una nieta, balancear la hamaca, cambiar pañales o cargarla. Definitivamente, suficiente para que todas y todos aprendamos y nos desafiemos al interior de nuestras vidas y comunidades. 
 
Hay muchos nudos, hilos y huecos, como los que hemos nombrado en el Cauca indígena de Colombia, que forman tramas y tejidos para resistir y construir desde abajo, y que son imposibles de enumerar, describir, interpretar, presentar… Esto no quiere decir que el proceso zapatista -y menos que el proceso Nasa en Colombia- sea perfecto. La gran ventaja que por lo menos leímos, escuchamos y sentimos en las comunidades zapatistas es que se niegan a ocultar sus debilidades, errores y contradicciones. Por el contrario, las presentan, las cuentan, las escriben, las asumen, reflexionan, aprenden y deciden sobre éstas. Porque también de errores y contradicciones se forjan y fortalecen las tramas y tejidos de vida desde el territorio. Cuánto nos ha costado cerrar los espacios de reflexión y debate, negarnos a reconocer errores y contradicciones con el pretexto de que hacerlo “da munición al enemigo”. Imponer la palabra de unos a nombre de defender lo colectivo es la mejor ayuda que se le puede dar al enemigo y un camino casi seguro para que nos nombren desde fuera a través de la soledad de voceros y autoridades sin bases.
 
Hablando de perfecciones, nos llegan a la memoria algunas imágenes que desconcertaron a varias y a varios que esperaban en el zapatismo encontrar la justificación de lo que ellos viven como transformador; encontrar la respuesta concreta a lo que quieren construir y definen como revolucionario e indígena desde las ciudades y campos; encontrar el nicho para su ilusión de ayudar y sumar su experiencia al compromiso con la lucha; llegar hasta clasificar quién es o no es compa, compañeros. Todas y todos, obviamente con miradas y posiciones diversas, con otros mundos en la cabeza y con la fantasía y las ganas que fomentan la idealización enamorada de un proceso concreto, nos estrellamos desde nuestros propios prejuicios. 
 
Tenemos presente, por ejemplo, una de esas tardes cuando nos llevaron a misa en el Caracol. El asombro en nuestras caras era evidente, pero asumimos la obediencia, la disciplina y el respeto, porque estábamos en su territorio. Allí nos sorprendió ver a todos los hombres ubicados al lado izquierdo, y a todas las mujeres a la derecha. Al parecer no podían mezclarse en la casa de Dios. Además las mujeres llevaban un velo con el que cubrían sus rostros. Aunque no dijimos una sola palabra, en nuestros gestos y en el encuentro de miradas entre los estudiantes se notaba la extrañeza, tal vez cuestionando su devoción ante una Iglesia despojadora y colonizadora. Así estábamos, una vez más, entre la decepción y la espera cuando nos sorprendieron de nuevo muy a su manera. En medio de la misa aparece un grupo de ancianos y jóvenes cantando en su propio idioma y en sus modos muy de ellas y ellos. No participábamos de la misma misa a la que estamos acostumbrados, ni es para lo que nos impone la Iglesia como institución. Así no más rezaban y cantaban en libertad en esa comunidad.
 
Otra situación “diciente” fue cuando en una de las familias uno de esos días compraron Coca Cola para el almuerzo. Nosotras y nosotros nos hicimos nuestra propia limonada y cuando nos preguntaron les contamos por qué no tomábamos esa gaseosa. Ellos respondieron: “así dicen aquí pero a nosotros nos gusta”. 
 
Una de tantas visitantes vegetariana no salía del asombro al ver cómo sacrificaban el ganado, cortaban la carne y la repartían para comérsela. Hasta se rumoró que había quedado decepcionada porque los zapatistas comían carne, mientras otra se desilusionó porque tomaron Coca Cola y así sucesivamente. Ociosas, pensamos, también, las y los que piensan que porque vienen de los países que llaman desarrollados, tienen el dinero para comprar lo que quieren, y creen que por dejar un poco de lo que les sobra ya se están sumando a las causas y están contribuyendo a las transformaciones que ellos no van ni siquiera a intentar en el lugar que el capital les asigna. Son como las y los que pecan y rezan para estar tranquilos. 
 
Después de vivir semejante experiencia, con la mejor intención, hay quienes, por ejemplo, al final, deciden hablar en un foro público: Tras agradecer la “maravillosa experiencia”, señalan que aunque “todo es muy interesante y conmovedor”, la urgencia es la infancia. Explicando que lo más importante es cuidar y educar (como en occidente) a los niños y a las niñas zapatistas, porque “la infancia es el futuro y yo me ofrezco a apoyarles en esto”. En fin, muchas fotografías de la realidad que según nuestro propio prejuicio lograron encantarnos y a otros desilusionarlos. 
 
Lo que sí queda claro e indeleble, es que hay un ellos y ellas allí, Zapatista, colectivo, comunitario y territorial. Tan claro como es que hay Zapatistas y sus procesos, es confuso y difuso ese nosotras y nosotros que participamos a la Escuelita. Así no más queda en el espejo el desafío de desafíos.
 
Es impresionante todo lo que reconocimos ante el espejo que nos pusieron en frente, porque aunque venimos de participar activamente de un proceso indígena como el del Cauca, y de intercambiar y conocer de cerca y participar directamente en otros procesos indígenas, campesinos, populares en Abya Yala, es evidente que la captura y la cooptación que el sistema ha logrado hacer de distintas resistencias es una realidad que nos agobia, nos amenaza y nos sigue desafiando sin que pueda ignorarse. Por esto, las lecciones que nos dejan las y los Zapatistas y que se tejen en el reflejo de nuestras experiencias de captura y resistencia son más que fundamentales; deben ser constitutivas de las resistencias y tejidos de vida de los pueblos. 
 
Los “sin rostro” movilizaron a la Escuelita, a miles de personas del mundo, cada una con un Votán y una familia distinta para visitar diversas comunidades en los 5 Caracoles de su amplio territorio en Chiapas. Cientos de simpatizantes invitados al territorio y miles de aceptados para participar de la Escuelita de la Libertad según los Zapatistas. Alumnos y Alumnas que llegaron por sus propios medios hasta Chiapas para escuchar y sentir palabra y acción zapatista en el territorio. Cuando pisamos el CIDECI, allí ya estaban listos los camiones, buses, carros y todo lo necesario para llegar a las montañas, sin problemas mayores. En los Caracoles los fríjoles, las tortillas y el café nos esperaban. La música, los coloridos murales y las arengas zapatistas nos recibieron y miles de indígenas nos dieron la bienvenida con un apretón de manos y una mirada dulce y transparente. Alguien nos acompañó de cerca día y noche cuidándonos con un afecto y una disciplina que son simultáneamente de otro mundo, del que debe llegar y a la vez tan normal y espontáneo que se sentía como lo que debe ser. 
 
Ellas y ellos nos siguen sorprendiendo, no sólo por la increíble capacidad logística para transportar, alimentar, proteger y además enseñar sus logros y errores, sino también por todo lo que siguen construyendo desde abajo y sin un sólo centavo que le hayan limosneado al Mal Gobierno. Esa relación entre estructura y cotidianeidad la sentimos como el nudo de la sabiduría hecha posibilidad. Es el tejido comunitario y cotidiano el que da sentido y fundamento a la estructura, sin la cual, de ninguna manera la reproducción de la vida sería posible. La vida es para comer el fríjol, el pozol, la tortilla. Para la risa y el cuidado de las nietas. Para las bromas y las historias, desde la huerta y el ganado familiares y colectivos, en las reuniones y labores de trabajo, con el EZLN, en las responsabilidades de autoridad, frente al mal gobierno, en los sistemas de educación, salud y servicios o en una tarde en un árbol de guayaba. Es para vivir en libertad. Esa es la causa. 
 
No se puede olvidar que allá la dignidad camina y aunque viven bajo un contexto de represión y de muerte, han decidido “No dejarse engañar. No rendirse. No venderse”. Caminan sus discursos a prueba de todo, lo que incluye, por lo que nos consta, errores e incoherencias que reconocen y asumen con sabiduría aunque a veces cueste, como debe ser. Allá en este territorio tan hermoso que aún sin el proceso sobrecoge, lleno de bienes comunes que las transnacionales con la ayuda del mal gobierno quieren convertir en mercancía, hay ejércitos de muerte a su servicio, que gracias a la resistencia y claridad zapatista, ya no se atreven a entrar a los Caracoles, porque en “el territorio zapatista en rebeldía, manda el pueblo y el gobierno obedece”. Recorrimos horas y horas montaña arriba y no vimos el territorio militarizado, aunque sabemos que están por allí. 
 
Nos emociona también la forma como las y los zapatistas responden y transforman desde abajo y con ayuda de los medios de información propios, esa propaganda que el sistema repite y repite para criminalizarnos, en palabra firme para denunciar y defenderse de la agresión. Por ejemplo, durante la Escuelita los militares sobrevolaron los 5 Caracoles e inmediatamente hubo un comunicado del Comandante Tacho que fue transmitido por las radios comunitarias para alertar a las comunidades, pero también fue traducido a más de 5 idiomas y circulado por todas las redes externas para gritar la indignación ante el mundo que tiene sus ojos fijados en Chiapas. Obviamente, el mal gobierno intentaba romper con presiones y mentiras a través de sus medios, esa sumatoria mundial que llegó hasta Chiapas conmovida y comprometida con las luchas de las y los sin rostro. 
 
Los ahorros de las comunidades no están en bancos, aunque se han establecido varios fondos colectivos y algunos han tenido éxito y se consolidan. En realidad, los bancos son iniciativas comunitarias como ganado y café. Nos llevaron a acompañarlos en el trabajo con ambos. Lo que han conseguido con estos esfuerzos comunitarios y la forma en que los manejan es admirable. Hay un acumulado de experiencia que sirve, sin duda, para romper amarras con la dependencia económica al mal gobierno. El día que fuimos a “rozar” el cultivo de café, tuvimos además la oportunidad de intercambiar con los compañeros que nos llevaron al cafetal. Luego de recordar la historia de la recuperación de las tierras tras el alzamiento de 1994, los relatos se volcaron sobre las experiencias durante los años en que estas tierras, ancestral y legítimamente indígenas, estaban aún en manos de hacendados que las adquirieron abusivamente enriqueciéndose sin límite con poder sobre la vida y la muerte de toda la gente de la región. Un mayor campesino zapatista contó que él vivió bajo el régimen del hacendado. Allí mismo, donde estaba el cafetal colectivo, venían a trabajar como peones los indios. Las jornadas eran agotadoras, mal pagas y con la presión constante de pistoleros y mayordomos. Al final de la jornada, se llevaba el producido a una casa que vimos, con pequeñas ventanas enrejadas como una fortaleza. Una vez recibían lo trabajado, se abría una ventanilla y una mano tiraba unas pocas monedas que caían por tierra. Había que recogerlas rápidamente y salir corriendo de inmediato de la propiedad recorriendo kilómetros hasta llegar a los linderos de la tierra indígena usurpada. De no salir en el tiempo ordenado por el patrón, sus mayordomos los alcanzaban para golpearlos con varas, darles latigazos y a veces tiros. “Cuando salió corriendo de miedo el primer terrateniente y su familia tras el alzamiento de 1994, salieron muchos otros perseguidos por la culpa que cargaban”, contó el mayor. “Nunca más vamos a salir de estas tierras. Nunca. Lo que sufrimos de humillación y abuso no lo vamos a permitir jamás. Estas tierras siempre son y han sido de las comunidades y tenerlas colectivamente es nuestra felicidad y garantía. Nunca más me vuelvo a agachar por unas monedas. Nuestro trabajo es tan nuestro como esta tierra”. 
 
Visitar las clínicas, las escuelas, los cultivos, los bancos, las farmacias y conocer a fondo los errores y logros de toda su estructura participativa desde las familias, las comunidades, los municipios autónomos, las zonas y los Caracoles propios, construidos desde voces colectivas sin intromisión ni recursos económicos del mal gobierno, es un sueño, es una alegría, es una esperanza, es un ejemplo, pero es, ante todo, una tarea. Además, saber que por encima de todo están las necesidades, las propuestas y los criterios de las bases, es supremamente importante, porque de esto depende y bajo estos criterios definen a quién le reciben apoyo, cuánto reciben y para qué lo usan. Aunque evidentemente reconocen muchas incoherencias, siguen aprendiendo de ellas y no se dejan manipular, dominar y menos condicionar de las oenegés ni de algunas personas que desde México y el mundo han creído equivocadamente que por el apoyo que les brindan, pueden cooptar sus luchas. 
 
En fin, tienen maravillas para enseñarnos en todos los ámbitos, todas construidas con sus propias manos y recursos; creen en lo que hacen, luchan por sus ideales y defienden el camino que están construyendo hacia su propia libertad. Son referencia no sólo para los pueblos que también resisten desde el mismo México, sino para todo Abya Yala. Tienen el poder de la palabra y la acción y lo caminan desde abajo; son un ejemplo en todo sentido para el mundo. Pero no son ni los únicos ni los mejores en nada. No son perfectos, y si lo fueran, eso sería lo de menos. 
 
Lo que marca una gran diferencia, al menos con la mayorías de procesos indígenas que hemos caminado, es que todas las tramas del tejido de las comunidades y el proceso Zapatista que describimos selectivamente para ilustrarlo, que intentamos transmitirles, no están aisladas, ni dependen únicamente de la voluntad de unas personas y unas familias, sino que son partes de un todo, de un tejido natural de comunidades y familias arraigadas al territorio, que se juntan, se separan, se anudan, se sueltan. Es decir, se hilan entre sí, para seguirse tejiendo a la vida toda, mientras agrietan desde sus modos al sistema, a los proyectos de muerte, al patriarcado y a todo lo que los niega y los oprime. Ellas y ellos han creado sus propias “barreras”, para expulsar al Patriarca y su proyecto de muerte que pretende denominarlos y penetrarlos en alguna categoría del despojo, que los desplace, los someta y los explote junto con la Madre Tierra. Esa barrera sin murallas, es el ser Zapatista colectivo que va tejiendo desde adentro y hacia fuera, sus formas y modos propios de vivir como quieren. 
 
Al mismo tiempo, abren sus puertas y nos permiten entrar al territorio sin que nos equivoquemos nombrándolos desde esta gramática que nos sujeta en relaciones distorsionadas, para que disfrutemos con ellos un poco de tanta lucha y memoria recuperada y transformada en la práctica, y principalmente, para que recojamos de sus semillas, las plantemos en otros lugares según los contextos, los climas, las condiciones y nuestras experiencias germinadas con las ansias de apropiar en el buen sentido y desde, sobre todo, más allá de nuestras posibilidades. Más allá porque más acá y denominándolo todo están los eslabones de esas hojas amarillas de almanaques y cálculos, de destinos amarrados al despojo que todo lo atrapa y somete. 
 
Las y los zapatistas ya están haciendo su parte de un mundo nuestro, cuya libertad no es compatible con este y se mantienen en un camino descolonizador que les ha costado mucha sangre y muerte, así como nos ha costado a nosotras y nosotros. Pero no sólo de ellas y ellos depende que claudiquen o que los derroten (a ellas y ellos y a nosotras y nosotros en tantos otros procesos y lugares) como quiere el sistema, sino también de nosotras y nosotros en todo el mundo (y también con nuestras libertades y escuelas muy a nuestros modos otros), pues si rompen la autonomía zapatista, como vienen haciendo en todo el Abya Yala con tantas luchas y procesos, con seguridad menos posibilidades y más riesgos habrá para todos los procesos y pueblos que resisten los proyectos de muerte y reproducen la vida en el mundo. Liberar la palabra de las y los zapatistas y defender su autonomía, es defender a nuestra Mama Kiwe y a nuestra vida misma. Es liberarnos de los malos gobiernos. De todos los malos gobiernos, aún de esos que se sirven de nuestros discursos para especular, acumular, despojar, extraer y hacerse propaganda. Aún de los malos gobiernos que suplantan el liderazgo en nuestras comunidades y que se apropian de nuestras luchas para su beneficio y vanidad, así vengan de madre y tierra indígena. 
 
Para que este sea por fin nuestro tiempo, y el fin del “tiempo incontable de la eternidad” al que nos han condenado, los pueblos del Abya Yala, necesitamos retomar nuestras luchas ancestrales autónomas y transformadoras para recuperar, recrear y reapropiar según los contextos, nuestras prácticas, saberes y caminos. Nuestra palabra. No nos han podido negar con su discurso, así nos hayan confundido. Seguimos teniendo palabra tejida a la vida como semilla de libertad. No podemos seguir dejándonos confundir ni permitiendo que nos pongan precio desde los malos gobiernos y sus transnacionales, partidos, oenegés… que negocian con nuestras muertes y vidas ni por todo aquel, sea cual sea su causa o discurso, que crea que nos puede despojar, comprar y esclavizar con o sin nuestro propio consentimiento. Es la hora del camino de nuestra palabra en libertad. Por eso “queremos decirles a los malos gobernantes que les quede bien claro que ya no nos dejaremos, como pueblos originarios, que nos quiten nuestra madre tierra y las riquezas naturales”.
 
Autores: Emmanuel Rozental y Vilma Almendra
Pueblos en Camino. 2014-04-24
 
 

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